Ella
le envío un whatsapp que decía: <<tenemos que hablar>>
y la frase le resonó como el martillear de un revolver que le
apuntaba directamente al corazón. Sabía muy bien lo que significaba
cuando una pareja te decía algo así. Era el preámbulo de la
tormenta, el augurio de un pronto final. Siempre había sido así. Él
mismo había utilizado esas famosas últimas palabras con otras
exparejas. Así que con la ansiedad de quien está a punto de ser
desahuciado de la vida de la persona amada, le contestó que la
esperaba en la misma cafetería donde tantas veces habían compartido
un rato de vino y risas. Hacia allí se dirigió con ansiedad
creciente y el ánimo preparado para lo peor. Era de los que pensaba
que mejor no ilusionarse demasiado, que si te esperas lo peor y luego
te equivocas la alegría era doble, y, por el contrario, en el caso
de acertar el curso del destino, éste resultaba más benévolo con
un corazón dispuesto a ser desgajado. Allí sentado, en la misma
mesa donde no hacía tanto tiempo se habían estrechado las manos, la
miraba entrar decidida, seria, con una frialdad, para él
incomprensible. Cuando ella tomó asiento justo en frente de él, le
hizo sentir como aquel reo que espera ante el pelotón de
fusilamiento. Su vida, tal y como la había vivido en los últimos
años, se enfrentaba a un final dramático o eso creía él. Tomó
aire y cerró los ojos, no se atrevía a mirarla a la cara.
Para
su sorpresa sintió como ella tomaba su mano y le preguntaba si
estaba bien. Él abrió los ojos y encontró su rostro preocupado
ante él. La fría seriedad que había percibido segundos antes había
desaparecido como pasa a veces durante los sueños, sin explicación,
ni lógica aparente.
Se
habían conocido tres años antes en una fiesta. Ambos salían de
sendos desengaños y se podía decir que sintieron el flechazo del
deseo al encontrar en el otro alguien que les mostraba interés.
Desde entonces habían tomado cafés, habían ido al cine y al
teatro, se habían cruzado palabras, mensajes e historias de mutuo
deseo y ese mismo deseo había estallado en largas sesiones de amor y
sexo. Ninguno de los dos había sido infiel, ni había violentado al
otro. Eran como tantas parejas de hoy en día. Parejas que se
entregan al culto de la monogamias sucesivas, al amor incondicional
mientras dure la fiesta. Amores líquidos, en definitiva, perfectos
para una sociedad de consumo. Capaces de hacerte soñar, ilusionarte,
pero ligados a la parte más narcisista de cada uno, como si éstos
fueran poco más que un objeto consumible y sustituible en cuanto
disminuye el interés. Pasiones de puerta giratoria en los que la
atracción fluctuaba como si fuera montado en una montaña rusa.
<<Amor>>-Le
dijo él, al verla sonreír- <<Me temí lo peor. Pensé que lo
nuestro se había acabado>> Ella, le acariciaba la mano y
sonreía con ternura. <<¡Que tonto eres! ¡Cómo se va a
acabar! Eres mi cabeza de chorlito... >> Él tomó su mano y se
atrevió a sonreír. No tardaron en acabarse las consumiciones.
Salieron de la cafetería cogidos de la mano. Dieron un paseo por las
calles de la ciudad que aquella tarde de otoño lucían una
majestuosa alfombra de hojas secas. Ambos hablaban del futuro, de un
porvenir que siempre estaba por llegar, pero que podían construir
entre los dos, que podían esperar entre los dos. Luego fueron a casa
de él y se besaron con pasión nada más cruzar el umbral. Sus manos
recorrían el otro cuerpo con apetito insaciable, como ciegos
sedientos de anatomía. Hicieron el amor sin respetar horarios ni
convenciones. Parecían dos animales que gozaban, sudaban, lamían,
arañaban, mordían, empujaban en su búsqueda íntima del placer. El
amanecer iluminó sus cuerpos cansados con una luz tenue, velada,
etérea, como son las transparencias de un sudario o la materia de la
que están hecha los sueños.
<<¡¿Me
estás escuchando?! ¡¿Se puede saber donde estás?!>> Él
abrió los ojos, no había podido escuchar lo que ella le había
dicho. Aunque tampoco hacía falta, la mirada de ella, su fría
expresión hablaba por sí sola. Cuentan los pocos supervivientes
que cuando te disparan al corazón no escuchas el sonido del disparo,
sólo sientes como algo se rompe en tu interior, mientras poco a poco
te abandonas a la muerte.
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