Hoy parecen lejanos aquellos tiempos en los que la mujer no era más que un instrumento, que debía estar dispuesta y preparada para lo que se precisara de ella. Su voz, sus sentimientos, su sensibilidad, eran la mayoría de las veces acalladas por el discurso oficial imperante. Un discurso patriarcal y machista, donde la misoginia era comúnmente aceptada y disfrazada por la norma tradicional.
Así las cosas el papel de la mujer era casi exclusivamente el de cuidadora. Cuidadora del marido, de los hijos, de los padres. Cuidadora de todos y todas, menos de sí misma; negandosele de este modo su derecho a decir, a sentir, a SER, en definitiva, lo que ella deseara.
En aquellos tiempos -no tan lejanos-, la educación, entendida como el cultivo y proyección de las posibilidades humanas, era cosa de hombres. Las mujeres quedaban relegadas sistemáticamente a un segundo plano. La filosofía, las ciencias, la literatura eran campos vedados para lo femenino, y ante los esfuerzos de unas pocas por hacerse oír, siempre existían modos de condenar sus derechos. Brujas, endemoniadas, zorras o locas eran los sustantivos más comunes con los que se etiquetaban a aquellas mujeres, durante el paso de los siglos. Palabras que, por desgracia, se siguen escuchando a día de hoy en más de un foro.
Hoy todo esto parece cosa del pasado y menos mal. Para mí, que soy un hombre, un joven escritor que apenas acaba de publicar su primer libro, me llena de orgullo poder reflexionar en voz alta sobre la singularidad de aquello que entiendo como lo femenino, y así participar de alguna forma en esta obra donde más allá de mis palabras, la feminidad se materializa en forma de relatos.
Las mujeres o la mayoría de ellas poseen una sensibilidad especial que las une con el mundo; no me parece casualidad que palabras como: mano, mirada, poesía, alma y justicia estén construidas en femenino. La mayoría de las mujeres que conozco reconocen, a veces sin saber muy bien porqué, que cuando peor están las cosas, cuando parece que la vida no pueda ir a peor, sacan fuerzas de no saben donde y luchan por los suyos, importándoles más su defensa que la victoria, cuidando más que no hayan bajas que la pura y dura imposición. Porque las mujeres tienden de forma natural a la comunicación, a la empatía, a la comprensión, a la cooperación, a la razón, que también son palabras en femenino, y se inclinan por la ternura como herramienta de unión, porque, disculpen mi vocabulario, imagino que piensan que luchar por la paz es como follar por la virginidad.
Ojala que en el futuro haya más mujeres como Asha y sus Divinas, que no oculten su inteligencia emocional y la voz femenina se haga valer cada vez más por sí misma, desde su singularidad, más allá de máscaras o complejos heredados del pasado; porque, quizás, la mejor receta contra la crispación, contra la impotencia, contra la negación, contra el conflicto, contra el hastío, sea mirar el mundo como esta mujer, es decir: con sensibilidad, con valentía, con delicadeza y naturalidad. Orgullosa y convencida de que más autentica será una mujer, cuanto más acerque a lo que soñó de si misma.