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lunes, 30 de enero de 2012

ANATOMÍA DE UN ESPEJO ROTO

ANATOMÍA DE UN ESPEJO ROTO

 
 
 
Te miro
/////////////// y no te veo.
Tan sólo te intuyo
en el interior del laberinto;
preso el tiempo
/////////////// tu cuerpo enmarca
grietas afiladas de azul.

Son tus fragmentos morada de:
juguetes rotos, miradas de gato,
burbujas volando hacia un sol misterioso,
palabras como torres, castillos
de libros y arena... Entre risas,
sollozos y nuevamente risas, luciérnagas
y nubes, fuentes y abismos, heridas y
flores, escaleras y precipicios...

Así te miro y te comprendo
/////////////// fuera del laberinto,
mirando tu reflejo sin saber
si aquel que te mira cruzó
alguna vez///////////// al otro lado.

viernes, 27 de enero de 2012

"ELLA"

Ayer representamos , por tercera vez, la obra "Ella". Fue un éxito de asistencia y con un público entregadísimo que aplaudía a cada escena.

A ver, yo paso unos nervios tremendos, que no me dejan acabar de disfrutar mi trabajo, pero lo paso también muy bien al ver que la gente que viene a vernos lo pasa bien y también espero que reflexionen un poco sobre salud mental.

Merece la pena pasar esos nervios, luego el subidón es tremendo.Me encanta hacer feliz a los demás y durante el rato que dura la obra, la gente lo pasa bien: se emociona, se rís, se sorprende...es la magia del teatro!!

Cada día tengo más claro que he encontrado algo que hacer que me llena y , aunque a veces es duro, siempre me recompensa.

Gracias Pallapupas, ASntonio Masegosa, por decidir , hace un año y poco, tirar pa´lante con este proyecto. Gracias Nikosia por ponerme en buen camino, como siempre.

Os seguiré contando mis experiencias teatrales y , si me permitis abusar un poco de vuestra confianza, si sabeis de sitios donde podamos actuar hacérmelo saber por favor, estamos en plena campaña de difusión de la obra. GRACIAS!!

Un abrazo, salud y FUERZA!!

ALMU.

PREPAREN LOS PAÑUELOS...



Para mi sin duda una de las mejores historias de amor jamas filmadas. 
Si como yo no habéis podido evitar que se os caiga una lagrimita, 
entenderéis a que me refiero.

Os deseo mucho amor en vuestra vida.

sábado, 21 de enero de 2012

MARILYN MONROE.

Por mi parte prefiero pasar la eternidad con Marilyn Monroe que con San Ignacio de Loyola. Con esta grouchesca sentencia mi padre había zanjado una acalorada discusión de sobremesa con su hermano. El tema era de rabiosa actualidad. La visita del Papa a España con motivo de las jornadas mundiales de la juventud. Durante el debate ambos hermanos no se habían ahorrado ninguno de los argumentos que se llevan discutiendo en los medios de comunicación desde que trascendieron las cifras de la visita papal. La misa más cara de la historia de España decían algunos, un absoluto despropósito dada la precaria situación de tantísimas familias que no llegaban a fin de mes, y un absoluto ejercicio de cruel y despiadada hipocresía si se compara con la catastrófica situación de hambruna que están viviendo tantas personas en el cuerno de África. Los argumentos de mi tío, al cual a pesar de su ideología aprecio más que a otras personas de mi familia, se reducían a intentar demostrar la vigencia y necesidad de la fe en una sociedad como la actual tan carente de valores. Entre copas de Soberano y puros la conversación pasó de una gradual y educada propuesta y confrontación de argumentos a un ataque personal y despiadado por ambas partes. Una lucha entre titanes de estar por casa. Por un lado un pequeño y desgarbado diablo como mi padre y por el otro un angelote orondo como mi tío. Cuando éste último profetizó el sufrimiento que indudablemente sufriría su hermano en el infierno, mi padre dio la estocada final. Quién en su sano juicio no preferiría pasar la eternidad con mujeres como la gran Marilyn en vez de pasarla entre santos y querubines. Mi tío se levantó airado de la mesa y se acabó el puro en el balcón mientras mi padre se servía otra copa de brandy sonriendo traviesamente por su victoria.

Las discusiones entre hermanos eran casi un ritual, como si perpetuaran de esta forma las peleas que tuvieran de niños, preocupados aún por competir para ver quien era más fuerte. En un cuerpo a cuerpo con ambos sobrios mi padre solía callar y asentir ante las diatribas de mi tío, pero cuando ambos se tomaban un par de copas mi padre jugaba en casa; no sólo porque literalmente aprovechara las comidas familiares que organizaba en nuestra casa, sino porque siendo como era hombre de bar, estaba más que acostumbrado a lidiar con borrachos y su higado parecía filtrar todo el alcohol que le echara. 

Yo estaba convencido que mi tío era de esas personas buenas que eligen el camino que les parece menos malo. De alguna forma, el trabajo que realizaba en los arrabales era más parecido al de un maestro que al de un sacerdote. Entre basuras, jeringuillas, chabolas, precariedad y delincuencia ayudaba como podía a aquellos que se acercaban a él. En su parroquia, había instalado una pequeña biblioteca, tenía banco de alimentos, hacia de psicólogo escuchando con paciencia y aconsejando sin malicia durante el sacramento de la confesión. Nunca había visitado el Vaticano o al menos nunca había hablado de ello conmigo y eso que curioso como soy le había preguntado en alguna ocasión. Para él era la forma que había encontrado de hacer algo por los demás, ya que en esa forma de hacer encontraba -según sus propias palabras- sentido para seguir viviendo. Es por esto que siempre he pensado que algo terrible le debió pasar durante su juventud para hallarse tan solo y desesperado, tan sin rumbo como para aferrarse a algo tan represivo y tan injusto como los votos sacerdotales.

En cambio mi padre leyendo muchos menos libros había conseguido tirar p'alante nuestra familia. Su dios era mujer, mi madre más concretamente, a la cual nunca le vi levantar la voz. La respetaba y la adoraba como a un pequeño ídolo cuyo altar era el mundo entero, o al menos el micromundo donde todos construimos nuestras vidas, creando vínculos con calles y personas, con espacios y sus muebles. Se ayudaban y se sostenían con dulzura y cariño desde hacía más de veinte años. También eran queridos por mucha gente en el barrio. Eran como se dice aquí buena gente.  

Pasados unos minutos, como mi tío no entraba a pesar del frío, salí para hablar con él. Estaba apoyado en la baranda, con el gesto medio desencajado y el puro en la mano temblorosa. No debió oír como salía porque dio un salto cuando le puse la mano en el hombro. Al ver que era yo se le relajó el rostro y la mirada. Le sonreí. Me sonrió. Me apoyé a su lado en la barandilla y esperé que dijera algo. Él callaba. Finalmente rompí aquel silencio con aroma a Soberano y Faria.

-Tío, no es para tanto. Hay que tener mucho coraje para vivir la vida que tu has escogido.

-No hay que tener coraje, ¡hay que ser un cobarde! -Me dijo para mi sorpresa.- Hoy en día lo que yo hago lo podría hacer desde otro lugar, con otra profesión, con otros valores. Tu padre tiene razón, la Iglesia agoniza de tanto exceso y fastuosidad. Casi nadie cree en nuestra palabra, porque parece haberse olvidado el voto de pobreza, que la verdadera riqueza de un hombre está en su espíritu, y que sin caridad y fraternidad no hay esperanza para nosotros, ni fe que valga la pena.

Mi tío con sus palabras me había dejado helado. Nunca le había escuchado hablar así. Al parecer la derrota infligida era mayor de lo que suponía. Ambos quedamos en silencio durante un minuto en el que algo se desmoronaba en mi interior. Quizás la imagen que siempre había tenido de mi tío como persona íntegra y buena, se estaba desquebrajando en un arrebato de sincera tribulación. Esperé unos segundos antes de volver a hacer una pregunta, sopesando con calma la necesidad de ésta, paladeando su agrío sabor, su regusto a un pasado secreto que yo ignoraba y que quizás no descubriría nunca.

-¿Por qué dices que hay que ser cobarde? ¿Acaso huyes de algo? -Le pregunté finalmente.

-Todos huimos. La vida es una huida constante y sin retorno. Un camino que se emprende por obligación y en el que tenemos que andar con mucho cuidado para no caer ante los golpes de la vida. Pero todos caemos. Inevitablemente, de una forma u otra caemos, porque la vida pega duro. Y levantarse es una obligación. Todos tomamos en algún momento decisiones desesperadas, nos escondemos en la oscuridad a la espera de esa luz que nos ilumine y nos guíe, nos acoja en su seno y de algún sentido al sinsentido que resulta vivir.

-¿Estás hablando de Dios?

-Estoy hablando de la necesidad humana de pertenecer a un grupo, del sentimiento de arraigo que sostiene nuestras pobres vidas, de identificarse con una idea y un rol que nos aporte estabilidad. Todas las ideas que pasan por nuestra cabeza tienden a moldear nuestra identidad, nuestra máscara, esa que todos llevamos -incluso tú- y con la que nos manejamos en sociedad. De como se equilibren las aristas de nuestra máscara dependerá el como nos movamos. Siguiendo por igual nuestro instinto, nuestra inteligencia y nuestra corazón. Siendo como somos, sin pensar en como somos, siendo y ya está, sin necesidad de otra cosa que vivir el instante, sus alegrías y sus penas. Si eso es Dios, o si Dios nos hizo así lo ignoro. Es más, ignoro si hay un Dios. Yo no trabajo con valores distintos de lo que lo haría un rabino, un imán, un monje budista o un educador social ateo. Cambia la forma, el color de la máscara, cambian incluso las palabras, pero todos hablamos de lo mismo. Hablamos de hacer el bien. Que digo hablamos. Hacemos el bien, porque las palabras sólo son piedras que consiguen hacer aterrizar a las ideas que flotan en nuestra mente, las hacen casi tangibles, pero nunca será lo mismo hablar de amor, que actuar con amor... Nunca será lo mismo que hacer el amor. ¿Me explico chiquillo? ¿O estoy demasiado borracho?

-Te has explicado muy bien, tío. Muy bien. ¿Vamos a dentro?

Él asintió. Nos abrazamos antes de entrar. Se le veía mucho más tranquilo, sonrió y agitó su mano derecha sobre mi cabeza, como si le quitara el polvo. Una vez dentro mi padre hizo como si nada hubiera pasado. Le preguntó si quería otra copa y mi tío asintió. Se sentaron en el sofá, delante del televisor, quedaba poco para que empezara el partido del sábado en la televisión, nada y nada menos que un Barça-Madrid. Eran dos personas tan diferentes y a la vez con tanto en común. Recuerdos, experiencias, sentimientos, ideas... Mi madre que durante la discusión había preferido mantenerse al margen y recoger la cocina para no escucharles, volvió a la sala de estar y sonrió al verlos allí. Fue entonces cuando distinguí algo extraño en la mirada de mi tío, algo extraño e indefinible en la forma en que mi tío miraba a mi madre, como si le estuviera hablando desde su silencio. Mi madre les preguntó si ya se les había pasado. Mi padre contestó que esto sólo acaba de comenzar. Se refería al partido que acababa de empezar y al hecho de que mi padre fuera del Barça y mi tío del Real Madrid.

Por mi parte siempre me quedaré con la duda de si mi tío amaba a mi madre, si ella le habría correspondido en algún momento, o si su negativa le había empujado a él al sacerdocio. Eran muchas preguntas y ninguna con respuesta. Éstas quedarían para siempre entre los misterios de mi familia. Tal vez, algún día, Marilyn pudiera resolverme todos aquellos enigmas.

La contra de La Vanguardia entrevista a Claudio Naranjo.

Tengo 79 años. Nací en Valparaíso (Chile) y vivo viajando. Soy psiquiatra. Estoy viudo y tuve un hijo que falleció. Ojalá los políticos hubiesen sido educados amorosamente. No creo en la competencia entre religiones. Soy divulgador del eneagrama, un mapa de la personalidad.

Claudio Naranjo, médico y doctor en Educación
Victor-M Amela, Ima Sanchís, Lluís Amiguet

"Ocúpate del reino del corazón, y lo demás te llegará"

 

 

 

 

Claudio Naranjo (el hermano medico de Gandalf)

 

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Eneagrama social
Es un señor plácido de cándidas barbas y verbo cálido que ha dedicado su vida a estudiar la anatomía de la psique. Eso lo llevó a ser el pionero de la integración psicoespiritual mediante el Instituto SAT, que aplica el eneagrama para profundizar en el autoconocimiento de la personalidad. Lo que, a su vez, le ha llevado a promover una educación transformadora desde la Fundación Claudio Naranjo (fundacionclaudionaranjo.com), con propuestas convergentes con las que formula el filósofo y profesor José Antonio Marina. También publica libros como El eneagrama de la sociedad. Males del mundo, males del alma (La Llave) y da charlas (como este jueves en Granollers: www.espaipertu.com).

Qué es el eneagrama?
Una herramienta de autoconocimiento, la más completa.

¿En qué consiste?
Es un mapa de las nueve pasiones que conforman tu personalidad: te ayuda a conocerlas, y así identificar cuál de ellas te domina.

¿Cuáles son esas nueve pasiones?
Ira, orgullo, vanidad, envidia, avaricia, cobardía, gula, lujuria y pereza.

Suenan a los pecados capitales.
Los griegos ya enumeraron casi todas esas pasiones, llamadas luego pecados por el cristianismo, y que son a su vez los nueve eneatipos del eneagrama.

¿Y una de esas pasiones me domina?
Siempre hay una dominante sobre las demás: identifica cuál es la tuya, y así podrás trabajarte para equilibrarla con las demás.

¿Con qué fin?
Dejar de actuar reactivamente, con automatismos, como una máquina: ante cada situación serás capaz de actuar con conciencia.



¿Cuál es su pasión dominante?
La avaricia.

¿Sí?
He temido siempre quedarme sin nada: temeroso de la precariedad de mis recursos, me ha costado invertir en mis capacidades, he desconfiado de mí... Y eso me ha dejado en el filo del vivir, una vida por vivir.

¿No ha podido dominar esa avaricia?
Ya sí, pero ha sido difícil. Ya lo dijo Churchill: "El hombre se tropieza con la verdad..., pero se levanta y sigue su camino".

¿De dónde proviene el eneagrama?
De un esoterismo cristiano de Asia Central, que divulgó por Europa una especie de Sócrates ruso de principios del siglo XX, Gurdjieff. Y de él lo aprendió Óscar Ichazo, que me lo enseñó en el desierto de Arica.

¿Cómo fue usted a parar al desierto?
Era 1970, y yo pasaba el peor momento de mi vida... Y me retiré durante seis meses.

¿Qué le había sucedido?
Mi segunda esposa tuvo un accidente de automóvil y murió mi hijo de once años.

Sobreponerse debió de ser duro...
Yo tenía 37 años y me tendía en su camita y pasaba horas y horas llorando. Un día entendí que era llanto por lo que no había podido quererle. Sentí su presencia y dejé de llorar.

¿Y qué aprendió en el desierto?
Yo era médico psiquiatra. Vi que la medicina farmacológica abordaba síntomas, pero no la raíz del problema del paciente: la dejé para ejercer como psicoterapeuta.

¿Es muy malo que mande una pasión?
Lo malo es que en ese caso tu vida será más pequeña, automatizada, dilapidarás energías..., pudiendo vivir más plenamente.

¿Qué automatismo le hizo ser médico?
A los seis años vi la luna llena y le pregunté a mi madre qué era eso. Me dijo que era un cuerpo celeste, como lo eran las estrellas, los planetas..., y me habló de la gravedad... y experimenté un intenso placer ante ese vislumbre de conocimiento... Y ya busqué repetir ese gozo, y eso me llevó a la ciencia.

Pero luego dejó la ciencia.
Cuando sentí que la filosofía y la psicología afrontaban mejor el dolor de la infelicidad.

¿Cuál ha sido su momento más feliz?
A los 20 años tuve una relación erótica con una conocida de 40 años, y sentí tanta alegría... ¡El mundo era bello! Sentí la alegría normal del vivir, y ahí fui consciente de que yo no había estado vivo hasta entonces.

¿Ha llegado a conocerse perfectamente a sí mismo?
En el centro de la cebolla, si vas quitando capas y capas, no hay semilla, ¡no hay nada!

¿Qué significa esto?
Que lo único que hay son los demás. Antes yo me recluía en mi torre de marfil, pero hoy veo los problemas del mundo...

¿Cuáles son?
Todos derivan de una estructura patriarcal profunda, de modo que todos se diluirían si educásemos a los niños de otra manera.

¿Cómo, exactamente?
Integrando intelecto, cuerpo, emociones y espíritu, para ser más amorosos, más libres: más sabios. Pero para eso es decisivo primero que eduquemos a los educadores.

¿Tenemos una educación no amorosa?
Demasiado intelectual, institucional, individualista, patriarcal y poco humanística. Nuestra sociedad sigue siendo machista y depredadora. Ya decía Cicerón: "Cada senador es sabio..., pero el Senado es un idiota".

¿Solución?
Integrar intelecto, amor e instinto, nuestros tres cerebros. Abrazarlos a los tres de verdad: por ahora, el intelecto ha eclipsado el amor y ha demonizado el instinto.

¿Debo dejarme llevar por mi instinto?
Si te arrastra, no eres libre: se trata de aliarte con tu instinto.

¿Qué pasión domina hoy al mundo?
La vanidad. Se expresa en la pulsión por el éxito económico, la supremacía tecnológica, la confusión entre valor y precio...

¿Hacia dónde se encamina el mundo?
Muchos son los llamados..., pero muchos son también los sordos. Hay una pulsión de transformación cierta, pero pasa por encender la luz y ver en tu propia oscuridad.

Y si lograse encenderla, ¿qué veré?
Sabrás que todo es pulsátil, que todo late... Si buscas el yo, acabarás topándote con la ausencia de yo: lo transformador es sentir el ser. Si eso sucede, tendrás días peores o mejores..., pero recordarás el sabor del ser.

¿Un consejo definitivo?
Ocúpate del reino del corazón, y el resto te llegará por añadidura.

jueves, 12 de enero de 2012

DEDICADO A...

Cuando conocí a Pedro, llevaba cuatro años en una residencia. Después de que su esposa enfermara de Alzheimer, la misma que lo había acompañado durante casi 50 años, su vida se pudo convertir en un lapso de espera, pero no fue así. La desesperación, la tristeza, emociones que se arraigan con fuerza en estados de soledad o incomprensión, fueron como dos molestas compañeras de viaje, a las que Pedro acabó por ignorar. Sus hijas y sus nietos habían intentado ocuparse de él, pero la adopción resultó un fracaso. La realidad era que Pedro, al que las piernas no le funcionaban y debía moverse por  obligación en una silla de ruedas, se sentía como un extraño en casa de sus hijas, a las que temía molestar o entorpecer a causa de su movilidad reducida. Prudente como era prefería que llegaran sus últimos días como siempre había vivido sin hacer más ruido que el de sus efervescentes reacciones de mal genio. Por suerte, se consolaba Pedro, aún estaba bien de la cabeza, ya llegaría el día en que no supiera reconocerse en el espejo.



Cuando conocí a Pedro: supe que la vida le había hecho sabio. Había sobrevivido a una guerra y a una post-guerra, había crecido y había aprendido todo lo que debe aprender un niño para llegar a hombre; amando, sintiendo, reflexionando, luchando, había sabido reinventarse a sí mismo. De los pocos libros que leyó en su vida aprendió que la vida era un camino en el que uno se debía adaptar a cada nuevo terreno, a cada nuevo paisaje; de su gente que la gracia de la vida estaba en el misterio de ignorar lo que se esconde tras el siguiente repecho. Esta idea le había mantenido siempre alerta a los pequeños milagros de la vida, aunque ninguno fue comparable al que sintió al conocer a su mujer y con el nacimiento de sus hijas. Así, viviendo intensamente con los suyos, llegó la vejez y sus peores temores se materializaron al observar la degradación de la memoria de su esposa...

...Al fin y al cabo estamos vivos y eso, aunque no lo recordemos, es un maravilloso regalo que hay que proteger con alegría. Esa debería ser la lucha: la defensa de la alegría, me dijo Pedro una vez. Porque la vida continua, mientras dura, y aunque parezca cursi, hay una mirada de complicidad al otro lado de la mesa, dando sentido al sinsentido, mirándonos con ternura, coronando de esperanza una sonrisa que invita a bailar y aquella canción que tanto nos gusta, que nos acompaña, que nos recuerda que no estamos solos, suena en el altavoz y nos acurruca, enroscados entre los brazos de quien nos ama porque esos brazos son como la brisa que aleja la borrasca. Así, lentamente, agarramos su mano, con cicatrices que también son las nuestras, y el mundo parece olvidar su negrura, su oscuridad, vistiéndose de color y con él la alegría recupera su puesto imprescindible en el escaparate de nuestro corazón. Quizás brindemos, no importa con qué, y bebamos la belleza, con la sed de quien sabe que lo mejor está por ocurrir, que sólo tenemos que esperar que ocurra, que el tiempo coloca a cada uno en su lugar. Y pasan las nubes y brilla el sol o la luna o el halógeno del comedor y vivir resulta sencillo, como un juego que se lleva practicando desde hace mucho y que te ha enseñado importantes lecciones: es entonces cuando comprendemos que el amor, como la vida, tiene sus reglas y que la más importante es -tal y como decía el poeta- defender la alegría como un baluarte, como un derecho, como una trinchera.

Cuando conocí a Pedro: supe en su mirada que podía enseñarme muchas cosas, que, con un poco de suerte, al cabo de unos años, yo podía estar como él: con una regalecia a modo de cigarro en los labios, jugando a las cartas con sus amigos, sonriendo, como el que sabe que lleva las de ganar. Y así fue, cuando asistí al entierro de Pedro, la gente de Rubí hacía cola para entrar en la iglesia, fue entonces cuando entendí que Pedro, con su muerte, le había ganado la última partida a la vida.

martes, 10 de enero de 2012

DE ESCRITOFRENIAS Y OTRAS METÁFORAS


Desde que la editorial del amigo Jesús Castro me publicara mi primer libro que pude considerarme escritor. Cosa que mola mucho, pero que pronto descubrí que es una categoría que pesa demasiado, pues cuando yo pienso en escritores pienso en los grandes (de Borges a Bolaño, pasando por Martín Gaite, Benedetti, Auster y un larguísimo etcétera), cuando el que suscribe de grande sólo tiene la talla 52 de pantalón. Poco después me devanaba los sesos en busca de aquella etiqueta de mi talla, que me viniera como anillo al dedo y que si escribidor, que si escribiente y que si la abuela fuma. No me gustaban estas nuevas categorías, sonaban mal, casi tan mal como esquizofrénico, que es una palabra que sólo su sonido sería capaz de hacerle chirriar los dientes al más pintado. No fue otro que el bueno de Jony y su magistral capacidad para jugar con las palabras y construir otras nuevas el que un día en una conversación medio en broma y medio en serio -como casi todas las conversaciones que mantenemos- me suelta que yo lo que soy es un escritofrénico. En ese momento algo se iluminó en mi interior y en mi rostro (rollo insight, epifanía o flash de cámara de foto) dibujando en ellos una enorme sonrisa. Por fin había encontrado ese traje a medida que tanto andaba buscando. Y encima gratis, que por algo tengo tarifa plana.

En un primer momento el concepto escritofrénico me enamoró por el humor que desprendía, pero sobre todo porque era capaz de unir dos mundos tan parecidos y tan lejanos socialmente como la literatura y la locura. Un escritor es aquel a quien se le permite inventar mundos, inventar vidas, jugar con el lenguaje (sus significados y sus significantes) con la libertad que aporta la metáfora y sus múltiples interpretaciones. A un escritor se le permite todo esto porque de esa enorme escisión entre realidad y fantasía que representa el acto literario el autor consigue trasladar a un lector predispuesto a vivir aventuras hacia mundos singulares (aunque los personajes no salgan de casa). Es lo maravilloso de la literatura y del acto literario que de lo singular uno es capaz de transcender hacia lo universal simplemente si existe la voluntad de dejarse llevar por un buen relato. De esta forma esas dos líneas presuntamente paralelas como son la realidad y la fantasía se acaban entrelazando. Esto es así porque la lectura que hacemos las personas de eso que llamamos realidad, que no es más que una especie de patchwork o collage de imagenes, caras, voces, palabras, calles, libros y esquinas con las que construimos nuestra particular visión de la realidad siempre puede ser superada, completada en su eterna inconclusión, depurada, matizada, tamizada, etc. Vamos que siempre nos queda algo que aprender de nosotros mismos y de esos otros que deambulan por nuestra vida, de los que más que saber quienes son, podemos llegar a saber su nombre y con suerte como están, en el instante en que se cruzan con nosotros. Los angloparlantes lo tienen mucho más sencillo que nosotros, porque ni ser, ni estar, ni parecer, para ellos todo es to be. En ese tránsito de vida en lo que nada permanece, salvo los nombres, pues ni la genética es suficientemente sólida como para perdurar ad eternum, las palabras flotan como bollas en ese mar bravío, como piedras que nos marcan el camino para que no nos perdamos de regreso a casa. Aunque bueno, a decir verdad, el lenguaje también cambia, evoluciona y se modifica. Francamente sino fuera por la RAE -y su limpia, fija y da esplendor- no se yo si seríamos capaces de entender a Cervantes, con la velocidad a la que cambia el mundo a día de hoy.

No me puedo imaginar un mundo sin Cervantes, del mismo modo que no me puedo imaginar un mundo sin El Quijote. Nos explicaba Foucault que fue el delirio ilustrado y su manía de explicar absolutamente todo por medio de la luz de la razón la que impuso el sustrato de una sociedad represora y sumamente positivista como la actual. Todo lo que quedara fuera de los estrechos márgenes de la normalidad ilustrada sería carne de presidio o de estudio psiquiátrico. En este tipo de sociedad no había lugar para Sancho Panza. Es más, la historia de la literatura demuestra como en el llamado siglo de las luces El Quijote fue ampliamente criticado o reducido a una simple crítica hacia las novelas de caballerías, quizás, sino hubiera sido por el empeño de los románticos del XIX y su afán por recobrar el valor de las pasiones y del individuo, la obra maestra de la literatura española nos hubiera llegado manchada de críticas y exabruptos pro-borbónicos. De todas formas el mal ya estaba hecho y la sociedad industrial había conseguido expulsar para siempre a los Sanchos Panzas. Los Sanchos Panzas son aquellos compañeros de viaje, que sostienen a los locos en los buenos y los malos momentos, que permanecen a su lado caigan los molinos que caigan y que aprenden de la sabiduría del loco extrayendo verdades como puños de sus andanzas. Alguien se imagina que en la actualidad un familiar o amigo le dijera a alguien diagnosticado que una vez “curado” se deje de monsergas y que vuelvan juntos a hacer camino, que no hay mayor desgracia que dejarse morir, sin más ni más, sin que otras manos las maten que la de la melancolía (farmaco-ilógica)... No, ya no hay lugar para Sancho Panza, ni para labrar otro campo que no se considere productivo, según las normas del capital.

En este siglo en el que vivimos seguramente habrá muchos más artistas que nunca en la historia. La educación y la cultura universales tienen estas consecuencias, que uno aprende lecciones quijotescas y le entran ganas de jugar a ser un héroe o un anti-héroe y lo que es aún peor, a fabricarlos. Porque todos llevamos a un pequeño poeta en nuestro interior y a un pequeño filósofo, que sólo surgen en el contexto adecuado.

Hace poco conocí a un gran pintor muy loco y muy pobre, que se droga con neurolépticos y alcohol para aplacar dios sabe que angustias. Hablé con él en el intermedio de dos conferencias y me contó que un sanador le enviaba gotas de luz a través del tiempo y que él las veía doradas y brillantes flotar en el espacio. Luego me preguntó si todo aquello me parecía una locura y yo le dije que no, que me parecía un hermoso e inquietante poema, que a mi -desconfiado por naturaleza contra todo lo que huela a misticismo- me recordaba que la verdad seguía siendo esa desconocida de la que todos hablamos de oídas, y que todos soñábamos con conocer algún día. Él sonrió. Creo que le gustó lo que dije. Seguramente lo que definió aquella conversación era que a mi, predispuesto por naturaleza a leer entre líneas, me daba igual que él fuera pobre o loco. El discurso de aquel hombre sólo se podía afrontar como si de un poema efímero y tremendamente vivo se tratase. Y estos tiempos tan líquidos que vivimos como decía el grupo Golpes Bajos: son malos tiempos para la lírica.

miércoles, 4 de enero de 2012

Fatídico verano 2011



Empezó a dejar de preguntarse si aquello ocurrió, pero aún siendo pocas las veces en que se lo cuestionaba sentía un dolor inmenso. El ritmo del corazón se le acelera, el estómago se encoje, la mente no para de producir imágenes inconexas de diferentes lugares y momentos del pasado verano.

Existen dos épocas especialmente débiles en ellos: para ella, la Navidad; para él , el verano. Así era desde hacía ya algunos años atrás. Tenían que tomar precauciones en aquellos momentos, ya que los golpes de la vida se sentían más intensos.

El verano pasó entre caminata y caminata con dirección al Hospital, donde ella luchaba primero por vivir con menos química en el cuerpo, y luego luchaba simplemente por decir una palabra de su boca. Él iba y venía, enfrentándose a las altas temperaturas del mes de agosto; ella pasaba las horas sin poder hablar ni recordar lo que le había llevado hasta allí. El sitio le era familiar, y es que hacía menos de una semana que había pasado diez días allí. Pero esta vez todo era como nuevo, incluso la cara de sus allegados se desfiguraba al intentar recordarla.

No dejó de recibir muestras de carió durante toda su estancia en esa cama de hospital: de sus seres más cercanos, del personal, de amigas que se encontraban algo lejos pero estaban allí presentes, etc. La celebración de su 32 cumpleaños llegó a convertirse en algo especial, junto a gente especial rodeando una tarta de chocolate.

Pronunció sus primeras palabras, hecho que animó a los doctores a darle el alta hospitalaria. Ella seguía confundida, sin poder contextualizar lo que había ocurrido, pero la recuperación del habla era un buen síntoma de que todo empezaba a volver a su sitio.

Él no se separó de ella ni un solo instante. Hablaban, cómplices de un secreto, y jugaban a adivinar que es lo que la había bloqueado de aquella manera. El pasado volvía a hacerse presente cada vez con más insistencia y eso podía con ella. No se veía capaz de afrontar los recuerdos que azotaban su mente, cada uno de ellos se clavaba en el interior como la aguja más afilada. Los nervios se apoderaban de ella, de tal manera que era incapaz de controlar la ansiedad que sentía. El futuro se le presentaba como algo incierto, no podía hacer planes mientras se debatía entre su pasado y su

más doloroso presente. Su visión se nublaba, la habitación daba vueltas y caía desplomada al suelo, como un saco cualquiera, huyendo así de cada momento en el que sufría. Él la levantaba como podía y le daba calor, un calor humano que la hacía volver a la tierra.

No podía precisar lo que le había ocurrido pero se sentía vacía y sucia. Pensaba que le habían robado algo más que la identidad en aquel brutal acto. A veces, le parecía sentir un olor, su olor corporal, otras le parecía oír su voz,pero en ninguno de los casos era real. Sólo eran percepciones que la engañaban.

Los meses transcurrían sin más novedad que la supervivencia fijada como meta. Cada día era una lucha por vivir sin asco, sin miedo, sin dolor. Él la ayudaba mucho y con su ayuda y su empeño lo conseguía casi siempre.

La pareja se fortaleció, como si una prueba de su amor se tratara. Por separado se sentían débiles, como si les faltara la otra mitad para estar completos. Hacían el amor, hecho que ella tenía que hacer con un doble regusto, era agridulce: su pelo olía muy bien, el sudor la excitaba, pero el contacto más íntimo le revolvía el estómago. Cerraba los ojos deseando que acabara pronto el acto.

Pasaron los meses y cada vez la angustia iba a menos. Ella se preguntaba si podría pasar página y hacía todo lo que estaba en sus manos para que así fuera. Se había rendido, después de tanta lucha bajó los brazos.

Llegó la Navidad y ella, extrañamente contagiada por el espíritu navideño, adornó su hogar a la vez que adornaba su corazón de guirnaldas brillantes. Pero no todo su entorno disfrazó su desgracia de tiempos de amor y paz, así que siempre había algo o alguien que la transportaban al verano fatídico de 2011.

lunes, 2 de enero de 2012

Terapias???


La conversación no había durado ni diez minutos. Inés salió destrozada. Demasiada angustia, demasiadas preguntas sin respuesta que atormentaban como nudos de una soga que la ataba a un misterioso amo que la azuzaba desde su inconsciente. Dolor, pulsiones, angustia, muerte, desesperanza. Dicen que aquello que nos ata al dolor es un vínculo tan fuerte como lo que nos ata al placer. Un vínculo que se conforma con cada experiencia que va estructurando nuestra vida. Cuando uno se encuentra con un buen terapeuta es posible que acabe soltando parte del lastre autodestructivo que lo atenaza como una garra negra. Todo depende, más que de una u otra escuela, o uno u otro saber, del compromiso mutuo que se genere en aquel espacio de terapia. Al final todo saber es delirante, no se diferencia de mis sueños, en tanto que son ilusiones al fin y al cabo, conceptos muchas veces aceptados por consenso, ya que la verdad, esa gran desconocida, no es más que una convención cultural. Nos pasamos la vida intentando encontrar esa narrativa, ese relato que ponga nombre y verbo a aquello que sentimos, y en busca de ese alivio que aporta el nombrar lo desconocido heredamos palabras y discursos, nos aferramos a ellos, los abrazamos y los padecemos con goce y desesperación. Sabemos que tenemos que elegir, desde bien pequeños nos invitan a nombrar, a decir, para poder ser entendidos, para poder ser reconocidos, para poder ser, en definitiva, en una suerte de juegos de espejos, donde nada es lo que parece. Porque ante la inexistencia de ese interlocutor ideal que nos defina tal y como estamos en cada momento acabamos buscando en las psicoterapias a una persona entrenada para escuchar lo decible e intuir lo indecible, aquello que callamos por miedo y que nos atora el ánimo talando de raíz aquello que nos une con nuestra voluntad. La libertad, o aquello que nos han vendido como libertad, tiene mucho que ver con todo esto que estoy diciendo. Porque no es más que otra quimera, al final todos somos siervos. La servidumbre sólo puede ser voluntaria cuando el tirano representa algo que colma el deseo. Este deseo no satisfecho, en busca de un objeto a magnificar, este desconocido e inquietante habitante que somos nosotros mismos, es en última instancia la parte del inconsciente de un individuo y de un conjunto de individuos reunidos en torno a una idea, a un saber, a una “VERDAD”.