F. Tenía una obsesión. Lo que para algunos es una agradable y tranquila manera de dedicar su tiempo libre, la colección de mariposas, en él se había convertido en un modo de vida. Era la única cosa de este mundo que despertaba en él verdadero interés. Tenía una gran colección, más de 5000 mariposas disecadas, clasificadas y atravesadas con un alfiler. F. había gastado una fortuna en viajar por los cinco continentes buscando ejemplares que pasaran a engrosar lo que el llamaba, no sin cierto cinismo, su testamento vital.
Un día, mientras curioseaba en una librería de viejo, encontró un pequeño tomo de tapas raídas. Se titulaba “La mariposa fantasma”. Decidió comprarlo al comprobar que no se trataba de una novela fantástica, en la contraportada se leía que era la autobiografía del mayor cazador de mariposas de la historia, un alemán llamado Markus von Pelleck, fallecido durante la Segunda Guerra Mundial.
Ya en su casa devoró el libro. En él descubrió el porqué de aquel título tan misterioso. La mariposa fantasma había sido la única que había escapado del exhaustivo cazador alemán. F. se juró a sí mismo que no cometería el mismo error y desde esa misma noche dispuso lo necesario para conseguir atrapar aquella mítica y escurridiza presa. Aunque lo cierto era que no sabía como empezar su particular cacería.
Aquella noche F. tuvo un extraño sueño. Una mariposa de alas etéreas, envuelta como en nubes de azul cobalto, le perseguía y, lo más extraño, era que él no se enfrentaba a ella, sin su sombrero y sin su red huía atemorizado poseído por un horror que nunca había sentido. Al despertar, sudado por la agitación, creyó comprender el significado de aquella pesadilla. La mariposa fantasma existía. Ésta habitaba en los arrabales de la conciencia, escondida junto a materiales de derribo, restos de una vida sujeta a frustraciones, manías y complejos; enredos psicológicos, en definitiva, que reposaban en la mente de todo cazador y que de vez en cuando había que sanear para que no anidaran insectos tan terribles como éste. Pero a F. todo este razonamiento le pareció una oportunidad única de triunfar donde otros habían fracasado.
En los días siguientes F. no salió de casa. En la tienda donde trabajaba no preguntaron por él, estaban acostumbrados a estos viajes sin avisar, estos impulsos que le habían hecho cruzar los siete mares. Lo que obviamente ignoraban es que, en esta ocasión, el único mar que F. estaba dispuesto a cruzar era el de la locura. Su propia locura.
Situado en el páramo más solitario de su habitación, con su sombrero calado y armado con su red, F. se adentró en el laberinto de su memoria, atravesó los pantanosos senderos de la duda, los campos nubosos del miedo, como podéis imaginar, sin éxito.
Por las noches revivía una y otra vez el mismo sueño, aquella enorme mariposa persiguiéndole hasta que a F. le faltaban las fuerzas, hasta que rodaba por el suelo, hasta que la mariposa se introducía en su interior rasgándole las entrañas.
La infructuosa caza duró dos largas semanas. F. estaba cansado, derrotado y lo peor era que intuía que aunque abandonara su particular aventura aquel mal bicho continuaría persiguiéndolo en sueños el resto de su vida. Pensó en ir al médico, un psiquiatra le podría ir bien, había oído que existían medicaciones que ayudaban a dejar de soñar. Pero cómo contar a otra persona que había sido humillado hasta la locura por una mariposa, seguramente acabarían encerrándolo en un sanatorio.
Hacía días que no se duchaba, estaba mal alimentado y vivía retro-alimentando su obsesión. Bajo el agua fría de la ducha lloró al darse cuenta de su estupidez. Comprendió que el ser humano es insignificante, que todo héroe tiene su Némesis, y que la suya era él mismo y su particular forma de vivir. Al mirar su demacrada figura ante el espejo le pareció que sobre la fría superficie de éste aparecía una silueta grotesca y vaporosa. Entonces comprendió que era la mariposa fantasma y que no podía atravesarla con un alfiler, que todo era producto de sus pensamientos, que lo único que podía hacer era comprender su comportamiento y sus costumbres que en realidad eran las suyas. Entonces cerró los ojos y cuando los volvió a abrir la mariposa había desaparecido, porque así ocurre siempre con las realidades interiores si se demuestra la fortaleza necesaria. En el fondo, tras la puerta, sólo queda la nada.