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domingo, 27 de octubre de 2013

POEMA...

Negarse las lagrimas y
Abrazarse a la esperanza
Porque no queda nada mas.

Las heridas que pastaron
Las llamas del incendio
Llevaban tu nombre inscrito
En mil lenguas anonimas.

Las cenizas fueron testigos mudos
De todas y cada una de mis derrotas
Grises nubarrones que gritaron
La cruda redencion de mi miseria

Y asi. Vueltos los ojos hacia dentro
Veo el vacio extenderse en el invierno
Congelados los dedos y la memoria
Quebrados al fin los sueños y
El vuelo de la mariposa...

miércoles, 23 de octubre de 2013

BRILLANTE ARTÍCULO DE El País.

Nuestra pequeña mano


¿Qué hemos hecho de la psicología? Aquella delicada ciencia que exploraba el alma humana y se preguntaba por el significado de nuestros sueños hoy día apenas es otra cosa que un conjunto de obviedades y recetarios apresurados. Atrás parecen haber quedado la insondable obra de Freud y su pregunta acerca de por qué nos perturban nuestros deseos, las divagaciones de C. G. Jung sobre el poder liberador de los símbolos, las delicadas fantasías de Melanie Klein sobre el mundo de los niños, o las reflexiones de Lacan sobre el poder creador del lenguaje. La psicología ya no trata de responder a la pregunta eterna de quién somos, sino de encontrar fórmulas que nos permitan lograr mejor nuestros objetivos de acomodación a lo que hay. Pero ¿el mundo tiene que ser necesariamente como es? Aun más ¿no radica en esa necesidad de preguntarnos si podría ser de otra forma una parte esencial de nuestra humanidad? Perceval visitó un extraño reino donde todo estaba muerto, y contempló a su rey herido y el lúgubre cortejo de la copa de oro y, al evitar preguntar por lo que pasaba, los condenó sin saberlo a que continuaran eternamente igual. El tema de las preguntas que por no plantearse conducen a la esterilidad y a la muerte del pensamiento es un tema muy repetido en el folklore, y me temo que algo así está empezando a pasar entre nosotros, y tal vez por eso, porque no pensamos, dimanamos autosatisfacción. Pero ¿de verdad tenemos motivos para estar tan contentos? Es cierto que el mundo que nos ofrecen las oficinas de viaje y las promociones de la banca poco o nada tiene que ver con el mudo oscuro de los cuentos de hadas, pero a cambio, como diría Chesterton, es mucho menos interesante. Un mundo sin sentimientos ni memoria, un mundo sin desatinos ni sueños puede que fuera menos perturbador que el nuestro, pero ¿de verdad merecería la pena vivir en él?
Pero la pregunta acerca de quiénes somos sólo puede formularse a través de la contemplación del mundo en que nos ha tocado vivir. La realidad es nuestra máxima construcción colectiva: el terreno de lo común, de las percepciones y normas compartidas, el gran escenario de un juego en el que todos participamos, y cuyas reglas revelan lo que estamos dispuestos a hacer con la vida. Numerosas voces claman por el trato que damos a la naturaleza, o llaman la atención sobre ese espectáculo grotesco en que hemos transformado la política. Ambas, naturaleza y política, han estado en el corazón de las aspiraciones humanas a lo largo de la historia, pues el mundo es, ante todo, "un lugar para vivir". Pero el hombre posee una asombrosa capacidad para observar el complejo discurrir de sus pensamientos, sentimientos, intuiciones, fantasías, recuerdos y deseos. Todos ellos constituyen un prodigioso mundo interior, sobre el que no hemos dejado de interrogarnos desde los albores de la humanidad, gracias al fabuloso misterio de la conciencia. Y desde hace más o menos dos siglos ha sido la psicología la ciencia encargada de llevar a cabo esa apasionante tarea.
Y puede que en ningún otro momento de la historia esta joven disciplina haya estado tan presente en nuestras vidas. Las Facultades rebosan de estudiantes, equipos de profesionales intervienen en las tragedias colectivas, seleccionan personal en las empresas o participan en "reality shows" televisivos, y muchos psicólogos y psiquiatras expresan sus opiniones y consejos en los medios de comunicación o escriben libros con indicaciones terapéuticas o de auto-ayuda. A pesar de que el acceso a la psicología en la Sanidad Pública sigue siendo precario, proliferan los artículos y revistas que divulgan un supuesto saber científico en torno a las profundidades de la mente humana. Uno de ellos, titulado "Autoestima española", de un prestigioso psiquiatra, ha llamado poderosamente mi atención por la manera en que ejemplifica el trato que suele darse a estas cuestiones en los medios de comunicación.
Las consideraciones que se vierten en ese artículo en torno a la autoestima nada aportan de original y adolecen de la misma formulación autosuficiente que suele imperar en los actuales escritos sobre psicología: son la expresión de la obviedad elevada al rango de ciencia. Las hipótesis (en este caso, que los españoles gozamos de una excelente autoestima) no necesitan ser demostradas a través de la reflexión o la argumentación, sino de numerosas encuestas en las que se ha preguntado directamente a miles de personas sobre su nivel de satisfacción consigo mismas. A partir de aquí, cualquier cuestionamiento sobra:
también cualquier explicación. La estadística por sí sola ha comprobado lo que, a los ojos de cualquier simple mortal, sería imposible de medir: el nivel de satisfacción subjetiva de un pueblo. El propio autor reconoce la dificultad y afirma que la autoestima "no podemos medirla como el pulso o la temperatura del cuerpo. El único método para estudiarla es preguntar". Todo se juega, pues, en las preguntas. La calidad de las respuestas depende de ellas: por eso los grandes filósofos se han distinguido siempre por la manera singular en que interrogan a la realidad.
La psicología hegemónica actual, en su empeño por alcanzar el estatus de una ciencia empírica (cuando su objeto de estudio, la subjetividad humana, no puede ser más inasible a través de mediciones estadísticas), ha hecho un tristísimo uso de las preguntas: planteando sólo las más previsibles, limitando al máximo las respuestas, eliminando por completo todo género de matices y detalles. Los resultados obtenidos son tan pobres como la herramienta utilizada, pero se vuelven incuestionables tras haber pasado por el filtro de las matemáticas y la estadística. Nuestro psiquiatra acaba su artículo sugiriendo que quizá los españoles tengan una percepción equivocada de sí mismos. Aún no nos hemos dado cuenta de la magnífica verdad que describen por nosotros las encuestas: "los pensamientos automáticos derrotistas nos roban continuamente la conciencia de nuestro alto y saludable bienestar emocional".
Este mismo esquema se aplica a diario en el terreno de la psicología clínica. Muchas terapias se basan en el aprendizaje de técnicas y ejercicios conducentes al control de los síntomas, renunciando a plantear los interrogantes básicos acerca de su origen o sentido. Y tales métodos se presentan como científicamente probados a través de experimentos empíricos, basados, en su inicio, en la comparación de la conducta humana con la que se puede observar en los ratones. El mensaje surge con claridad: "la psique es mucho más simple de lo que se ha podido pensar o intuir, responde a sencillos mecanismos de estímulo-respuesta, el hombre es un animal previsible".
La psicología, como disciplina dedicada al estudio de la mente humana, y en su vertiente terapéutica, da cuenta de la manera en que nos vemos a nosotros mismos, del modo en que nos acercamos a los demás y de la idea de bienestar y curación que proyectamos en quienes sufren. Su estado no hace más que demostrarnos la pobreza de nuestras aspiraciones, la poca importancia acordada a la creatividad y al juego, la profunda limitación de nuestra concepción del ser humano. Las llamadas estrategias de distracción proponen desviar la atención de la angustia para centrarla en banalidades cotidianas: el número de personas que llevan una prenda roja en un vagón de metro o la suma de las matrículas de los coches. ¿Por qué aspirar a que una persona disfrute del arte o encuentre un refugio en su imaginación? ¿Por qué tratar de ahondar en sus desdichas y reflexionar sobre ellas? ¿Por qué escuchar, con el compromiso que exige la verdadera escucha, sus sueños, temores y esperanzas: adentrarse en el terreno de lo no vivido? Es más sencillo y eficaz hacer un vacío en el pensamiento, desconfiar del poder de la palabra. Las terapias, lejos de tratar de conducir a las personas a la máxima realización de sus posibilidades, se convierten en la negación de lo específicamente humano: renuncia al vuelo del pensamiento y a la radical función del lenguaje. Como si a un pájaro atemorizado se le convenciera de que la vida es hermosa sobre una rama y no es conveniente que se lance a volar. A pesar de haber nacido con alas, se le recomienda que no las utilice, pues entrañan peligros. ¿Para qué arriesgarse? Uno puede perderse o caerse en las alturas, errar el camino de vuelta, ser atacado o sentirse inseguro. Nada le garantiza el bienestar. Del mismo modo la psicología, en su progresivo empobrecimiento, desea convencernos de que no merece la pena adentrarse en los oscuros caminos del pensamiento, la imaginación y la memoria. Se afana en disfrazar su complejidad, reforzar sus engaños, no descubrir sus potenciales. Parece ignorar que, como dijo Hölderlin, en "el peligro puede estar, también, la salvación".
Una arriesgada reflexión resulta imprescindible: ¿Qué hemos hecho del estudio de la mente humana, ese lugar fascinante y enigmático, para que haya derivado en tal cantidad de despropósitos? Toda la responsabilidad es nuestra. La vida y el mundo dependen del sentido que queramos otorgarles: de la medida en que estemos dispuestos a implicarnos, del compromiso que adquiramos con ellos. Un cuento proveniente de la tradición de los judíos jasidim, puesto en boca del Baal Shem Tov, llama la atención sobre el enorme potencial de nuestras realidades, pero también sobre la incesante tentación de apartar e ignorar sus maravillas: "¡Ay! ¡El mundo está lleno de brillantes resplandores y de misterios y el hombre los aleja de sí con una pequeña mano!". La psicología puede ser el terreno privilegiado de la imaginación, la memoria, la reflexión y el juego; también el de la obviedad, la simplificación y el conformismo. La elección sólo recae en nuestra pequeña mano.

Gustavo Martín Garzo es escritor.

lunes, 7 de octubre de 2013

Algunas ideas sobre creación y locura...



Resulta un tópico relacionar genialidad y locura, creación desbordada, pulsional, sin cauces que puedan contener la fuerza titánica de la pasión y de su culto obsesivo. Locura como temerario abordaje de lo oculto, de aquello que permanece en el interior, en ese terreno delimitado por lo inefable, supurando en forma de síntomas, partiendo el lenguaje en un ejercicio constante de subversión a la vida y a la muerte, a los sentimientos, a las conductas y las normas establecidas en su normalizada arbitrariedad. Locura como atlas de lo ignoto, únicamente porque parecería que no alcanza el lenguaje, porque los significantes se transforman y se elevan hacia universos improbables, abandonando la mundana literalidad y despojándose de sus mundanos ropajes en un afán de ser, de trascender, de revelarse absoluto, porque sólo lo absoluto puede asemejarse con ciertas formas de sufrir.

En este campo, el del sufrimiento, todos los seres humanos tenemos experiencia. El sufrimiento suele ser la asignatura principal en la universidad de la vida, aquello que nos hace aprender de la peor forma y madurar, en ocasiones, hasta pudrirnos. Frente a este hecho se han elaborado las metáforas más peregrinas, al rededor de las cuales se han establecido las disciplinas psicoterapéuticas.

Durante la segunda mitad del siglo XX, abandonadas las metáforas terapeúticas de corriente más psicoanáliticas como la que presentaba al ser humano (con el hombre como modelo) siendo éste producto de una dinámica de fuerzas, que luchaban por la expresión de los impulsos frente a la represión de los mismos, y, superado el mecanicismo cibernético que comparaba el cerebro humano con la CPU de un ordenador, una computadora reprogramable, nos encontramos con el apogeo de una corriente constructivista, donde la realidad es modificada constantemente por el observador y su forma de mirar. Una mirada sobre el sufrimiento que pone el foco en el individuo y en la construcción de su soledad, en las diversas formas de sobrellevar la soledad y el duelo ante las perdidas que conlleva estar vivo y proyectarnos en nuestros deseos.

Obviando el hecho indiscutible de que la injusticia y la desigualdad social-por desgracia cada vez más generalizadas- influyen y en demasiadas ocasiones determinan el desarrollo de los seres humanos, lastrando sus posibilidades de cambio y de evolución según unos cánones de bienestar económico, sanitario y educativo, es en este territorio donde los hombres y las mujeres construyen su soledad donde el lenguaje y su uso literario ejercen de puentes que exorcizan el aislamiento y fijan aquello que nos atora y sacude fuera del campo de lo inefable.

Es por esto que se empezaron a establecer talleres de creación literaria terapéutica, donde se invitaba a los usuarios de los mismos a estructurar narrativas al rededor de su sufrimiento y las causas del mismo. Talleres surcados por una ideología de la enfermedad, que miraban el sufrimiento mental como aquello que había que curar, y que como por arte de magia el acto literario fuera a ayudar a extirpar la úlcera que provocaba la disfunción y el trastorno. Quizás como en la relación que tuvieron el editor Jacques Riviere y el poeta Antolin Artaud, no se trata de curar a la persona, sino de des-enfermarla, de interpelarla, de ubicarla en el lugar de lo normal, de abrazarla, de historizarla, de acompañarla, de cuestionarla, de sufrirla, de generar conjuntamente un espacio que posibilite el pensarse más allá de una identidad exclusivamente enferma. No se trata de curar porque hay formas de ser y estar en el mundo que por mucho que se consideren una enfermedad, no lo son, y si lo son deben ser incurables, como lo son los espíritus irreductibles. Se trata por tanto de salvar a esa persona, de darle nombre y obra, cauce donde contener las mareas de su creatividad. Una identidad que evite la auto-exculpación que conllevan las categorías patológicas, que posibilite un ser, más allá del requiebro y la pirueta, más allá de la fractura, donde reconocerse y ser reconocido en tanto otro, abandonando la perversa deriva del anonimato interior.

jueves, 3 de octubre de 2013

JORNADAS SOBRE DIVERSIDAD FUNCIONAL





1) ¿Qué crees que pueden aportar las personas con diversidad funcional a esta sociedad?

Replantearía la pregunta hacia quá pueden aportar las personas a esta sociedad. Qué debe aportar un ciudadano para mejorar esta sociedad. Porque obviamente todos, absolutamente todos los habitantes de este planeta, somos personas con diversidad funcional, desde el momento en que tenemos ciertas dificultades para manejarnos en sociedad. Desgraciadamente se suele asociar esta terminología a aquellos cuya discapacidad es más visible, más evidente: los tarados, los tullidos, los locos, los monstruos sobre los que recaen los estigmas y los prejuicios con toda su carga desacreditadora simplemente por ser como somos: diferentes, -y por tanto- como todos los demás.

Por tanto repito: qué debería aportar un ciudadano para ganarse el respeto de sus vecinos? Porque hablar de deberes me parece más necesario que nunca, en un momento en el que nuestros derechos están siendo pisoteados constantemente por la clase política, generando peligrosas regresiones en las lógicas que rigen las políticas que deben asegurar el bienestar de la población en general y de las personas con más dificultades en particular.



Recuerdo que un compañero de la comisión de diversidad funcional durante el 15M me contó que el estaba allí para reivindicar sus deberes, porque sino resultaba perverso reclamar sus derechos. Y allí nos quedamos los dos, junto a muchos más compañeros y compañeras, reflexionando colectivamente sobre las necesidades sociales para hacer de este un mundo mejor, mas justo, más igualitario, más respetuoso con la diferencia, mas sensible, más horizontal, más democrático y más humano, en definitiva. Porque como decía la buena de Mafalda: debemos apresurarnos a cambiar el mundo, antes de que el mundo nos cambie a nosotros. Para eso ya se sabe: la revolución empieza en uno mismo, en su casa, en su calle, en su barrio y en su ciudad.

2) Qué barreras o dificultades encuentras en el entorno y en la sociedad en general?

En el caso de mi colectivo, que es el del ámbito en salud mental, nos encontramos un gran rechazo por parte de la sociedad. Se han reproducido una seria de estereotipos (violencia, vagancia, etc) que dificultan constantemente nuestros intentos por reclamar nuestros derechos como ciudadanos, incluso dentro de los servicios de Salud. El psiquiatra Manuel Desviat nos recuerda lo difícil que les resulta articular una ética a profesionales como él con estas palabras: <<Si es aún difícil la introducción de normas y protocolos que garanticen la eticidad de la practica médica en general, es fácil adivinar las resistencias, las trabas, las confusiones en la atención psiquiátrica, donde los pacientes más graves –los psicóticos- han sido considerados, cuando menos, unos menores más ó menos perversos precisados de tutela de por vida, y los menos graves –los neuróticos-, unos inmaduros inestables y de poco fiar>>.

Demasiado a menudo eres silenciado, deshistorizado, castrado física, psíquica y simbólicamente por aquellos que te han de ayudar. Pierdes tu trabajo por el simple hecho de estar en tratamiento psiquiátrico o psicológico. Pierdes amigos, vínculos y relaciones, e incluso algunas familias generan también estigma al convertir en un tema tabú tu sufrimiento, incluso cuando decides "salir del armario".

La gente tiene miedo a lo desconocido, porque lo incomprensible esta codificado para ser alarmante, y en lugar de acercarse lo que hace es rechazar a la persona, segregarla, desterrarla de los territorios comunes de la comunidad, olvidándose que, antes de cualquier etiqueta, es una persona. Parece obvio esto pero para mucha gente no lo es y desde Radio Nikosia llevamos ya una década luchando constantemente para defender nuestra singularidad como seres humanos.




3) Propuestas de mejora y alternativas.

Aunque se está avanzando un poco todavía hay mucho por hacer.... Desde la reforma psiquiátrica iniciada por Basaglia en los años 70 y el cierre de las antiguas instituciones totales los locos nos enfrentamos a un nuevo reto: nuestro reconocimiento como ciudadanos y nuestra integración en la comunidad. Más allá de la torpeza con la que se fueran realizando las distintas reformas psiquiátricas en Europa o la mayor sofisticación de los tratamientos neurolépticos, a los locos se nos inserta dentro de un sistema pseudocomunitario formado por plantas de agudos en hospitales generales, centros de día, residencias, pisos tutelados, etc. Estos dispositivos no solucionan el problema del tránsito constante, ni nuestra necesidad de evasión, sino que en muchos casos lo acrecenta. Las camisas de fuerza físicas han sido sustituidas por camisas de fuerza químicas, que levantan muros mentales, invisibles, que dificultan la comunicación entre otros motivos a causa del aplanamiento emocional que generan. Los locos nos encontramos nuevamente vagando por las calles o encerrados en nuestra habitación, en fuga constante de un mundo que nos agrede y que nos empuja a la evasión. Los síntomas positivos como las alucinaciones o los delirios pueden haber disminuido, pero la agresión de una comunidad que nos rechaza, que desconfía de nosotros y de nuestro deambular, que nos considera peligrosos o vagos, que nos mira a través de nuestra discapacidad, que nos infantiliza en el mejor de los casos y nos ningunea en el peor, hace del proyecto de integración comunitaria un fracaso casi absoluto.

Habría que modificar las lógicas heredadas de tiempos pretéritos y que todavía hoy rigen la mayoría de instituciones y condicionan la mirada social con la que se mira a las personas diagnosticadas, como, por ejemplo, la entronización en un doble rol en tanto pacientes y enfermos crónicos de la que es difícil salir y por tanto mirarse y ser mirado más allá de la identidad enferma. Reclamar el sentido propio de nuestra responsabilidad individual como ciudadanos y dueños de nuestras emociones, desincrustándonos de esa mirada paternalista que nos fosiliza. Tomar conciencia, en definitiva, de nuestra plena singularidad como seres humanos, de nuestras capacidades y nuestras limitaciones, así como las de nuestro entorno, para poder reclamar el respeto deseado y el cumplimiento de nuestros derechos. Sólo desde la promoción de la autogestión de nuestra vida, también de las angustias, es posible hablar de autocuidado, de autonomía, de empoderamiento y de cambio real de paradigma.