Páginas

lunes, 27 de febrero de 2012

Un artículo robado de la página del COP.




Daniel Carlat, conocido psiquiatra de EE.UU., en su obra titulada Unhinged: The Trouble with Psychiatry—A Doctor’s Revelations About a Profession in Crisis (Los trastornados: El problema con la psiquiatría- las revelaciones de un médico relacionadas con una profesión en crisis), aporta un interesante punto de vista sobre las causas y consecuencias de la incorporación de los psicofármacos en la psiquiatría.

Con una asombrosa mirada crítica hacia la profesión a la que pertenece, Carlat explica los intereses que impulsaron el cambio en la conceptualización de los trastornos mentales, en la década de los 80, hacia un modelo exclusivamente bioquímico, así como la nefasta influencia que ha supuesto la industria farmacéutica en la práctica de la psiquiatría. Según detalla en su libro, estamos inmersos en una época que él denomina como "el frenesí de los diagnósticos psiquiátricos" y que se evidencia en la constante incorporación de nuevos trastornos mentales en cada edición del DSM (manual de la Asociación Americana de Psiquiatría que establece los criterios de diagnóstico para todos los trastornos mentales), y en el increíble aumento de diagnósticos de enfermedad mental, no sólo en adultos, sino, lo que es más grave, en niños y adolescentes, con el consiguiente uso generalizado e indiscriminado de psicofármacos en estas edades, a pesar de los graves riesgos que conllevan.

1. Los intereses que motivaron el cambio de paradigma en la consideración de los trastornos mentales.
Carlat reconoce que la historia de la psiquiatría experimentó un notable cambio tras la introducción de los psicofármacos en la década de 1950 y su posterior expansión en la década de 1980. Hasta esa fecha, la psiquiatría mostraba poco o escaso interés en los aspectos biológicos de la enfermedad mental. Por el contrario, se suscribía a la concepción freudiana de que la enfermedad mental tiene sus raíces en conflictos inconscientes, por lo general, desarrollados en la etapa infantil. 

En el momento en que se lanzaron al mercado los psicofármacos, apoyados en la idea de que el trastorno mental está causado principalmente por un desequilibrio químico en el cerebro que puede ser corregido, esta teoría empezó a ser ampliamente aceptada por los medios de comunicación, el público general y la profesión médica.

No obstante, Carlat considera que los esfuerzos realizados para cambiar el paradigma de la psiquiatría hacia un modelo bioquímico, fueron deliberados y promovidos por diferentes agentes que se beneficiaron de este cambio, situando en el punto de mira a la Asociación Americana de Psiquiatría y a las compañías farmacéuticas, pero también a otros grupos de interés.
La psiquiatría estaba especialmente interesada en introducir el modelo bioquímico de la enfermedad mental, explica Carlat, ya que la medicalización de la psiquiatría que este modelo defendía, situó a esta rama de la medicina a la altura del resto de especialidades médicas, identificándola, sin lugar a dudas, como una disciplina científica. Además, los psiquiatras, al ser doctores en medicina y representar la autoridad legal para la prescripción de psicofármacos, pasaron a ocupar el primer puesto en la intervención de la enfermedad mental -relegando a otros profesionales dedicados a la intervención en salud mental a puestos auxiliares-. Con la introducción de los psicofármacos, los psiquiatras comenzaron a referirse a sí mismos como "psicofarmacólogos", mostrando menos interés en la exploración de las historias de vida de sus pacientes y centrando sus actuaciones en eliminar o reducir los síntomas mediante medicamentos capaces de alterar la función cerebral.

Este cambio coincidió en el tiempo con el proceso de elaboración de la tercera edición del DSM por parte de la Asociación Americana de Psiquiatría. Tal y como narra Carlat, el responsable de la coordinación de este proyecto, Robert Spitzer, se propuso que ese manual representase "una defensa del modelo médico aplicado a los problemas psiquiátricos", a diferencia de las dos anteriores ediciones del DSM, publicadas en 1952 y 1968, que reflejaban la visión freudiana de la enfermedad mental y eran poco conocidas fuera del ámbito de la psiquiatría. Esta tercera edición del DSM introdujo, de esta manera, un nuevo modelo para establecer el diagnóstico de la enfermedad mental, con la finalidad de dar consistencia (o "fiabilidad") a este proceso, es decir, asegurarse de que diferentes psiquiatras que vieran al mismo paciente mostrarían su acuerdo en el diagnóstico. Para ello, cada trastorno mental fue definido sobre la base de una lista de síntomas y se determinó un umbral numérico (por ej., 5 síntomas de una lista de 10) para asignar el diagnóstico al paciente. Este proceso de decisión fue determinado por grupos de expertos. En palabras del propio presidente de la Asociación Americana de Psiquiatría en aquel momento: con el DSM-III se pretendía "dejar claro, a cualquiera que tuviera dudas, que la psiquiatría es una especialidad médica".
 
El DSM-III, además de suponer un importante "lavado de imagen" de la psiquiatría, se desarrolló, tal y como argumenta Carlat, para justificar el uso de fármacos psicoactivos. La presidenta de la APA del año pasado, Carol Bernstein, lo reconoció de hecho: "fue una medida necesaria en la década de 1970" (...) "para facilitar la concordancia diagnóstica entre los médicos, científicos y autoridades reguladoras, dada la necesidad de ajustar los pacientes a los tratamientos farmacológicos de reciente aparición".

Gracias a estos cambios, el DSM-III se convirtió en la "Biblia de la psiquiatría", comenzando a universalizarse su uso en todos los ámbitos: comunidad de psiquiatras, compañías de seguros, hospitales, tribunales, prisiones, escuelas, equipos de investigación, agencias gubernamentales y otros colectivos médicos. 

Sin embargo, el desarrollo del DSM-III (y de las posteriores ediciones de este manual) no ha estado exento de polémica. Spitzer recibió críticas por situar en el grupo de trabajo del DSM-III exclusivamente a psiquiatras que "estaban de acuerdo con él" (tal y como el propio Spitzer manifestó a los medios) y recibió quejas sobre las pocas reuniones que convocó y su forma de trabajar poco coherente y prepotente. En un artículo de 1984 titulado "Las desventajas del DSM-III son mayores que sus ventajas" (The Disadvantages of DSM-III Outweigh Its Advantages) George Vaillant, profesor de psiquiatría de la Escuela Médica de Harvard, manifestó que el DSM-III representaba "una serie de decisiones atrevidas basadas en suposiciones, preferencias, prejuicios y expectativas".

Tal y como señala Marcia Angell, en la revisión que hace de la obra de Carlat en la publicación The New York Review of Books: "el DSM no sólo se había convertido en la biblia de la psiquiatría, sino, al igual que la Biblia de verdad, dependía en gran medida de algo parecido a la revelación. No hay citas de los estudios científicos que apoyan las decisiones. Esto es una omisión sorprendente, ya que en todas las publicaciones médicas, ya sea artículos de revistas o libros de texto, se supone que las afirmaciones están apoyadas en las citas de estudios científicos publicados (...) El problema con el DSM es que en todas sus ediciones ha reflejado simplemente las opiniones de sus autores".

A medida que la psiquiatría se convirtió en una especialidad basada en la administración de fármacos, la industria farmacéutica no tardó en ver las ventajas de formar una alianza con la profesión psiquiátrica, argumenta Carlat. Las compañías farmacéuticas comenzaron a prodigar su atención y generosidad hacia este colectivo, a través de regalos, contratos como consultores y conferenciantes, invitaciones a comidas, ayudas para asistencias a congresos y conferencias... Según los datos proporcionados por este autor, alrededor de una quinta parte de la financiación de la Asociación Americana de Psiquiatría proviene ahora de las compañías farmacéuticas. Cuando en EE.UU. se implementaron "Las Leyes de Transparencia" (Sunshine laws), que requieren que las compañías farmacéuticas informen de todas las retribuciones realizadas a médicos, se constató que los psiquiatras constituían el colectivo que más dinero recibía en comparación con el resto de especialidades.

La razón principal para establecer esta fuerte alianza con la psiquiatría radica, según Carlat, en que los diagnósticos en salud mental, "son subjetivos y ampliables (...). A diferencia de las enfermedades que se tratan en la mayoría de las otras ramas de la medicina, no se dispone de signos objetivos o pruebas clínicas de enfermedad mental (no hay datos de laboratorio o de resonancia magnética) y los límites entre lo normal y lo patológico no están claros. Esta circunstancia hace que sea posible ampliar las fronteras del diagnóstico o incluso crear nuevos diagnósticos, algo que sería imposible, por ejemplo, en un campo como el de la cardiología. Y las compañías farmacéuticas están plenamente interesadas en persuadir a los psiquiatras para promover precisamente esto".

Cuando el DSM-III se publicó en 1980, contenía un total de 265 categorías diagnósticas (frente a las 162 de la edición anterior). El DSM-III fue sustituido por el DSM-III-R en 1987, el DSM-IV en 1994, y la versión actual, el DSM-IV-TR (texto revisado) en el año 2000, que cuenta con 365 diagnósticos. "Con cada edición posterior", escribe Daniel Carlat, "el número de categorías de diagnóstico se multiplica, y los manuales empiezan a ser más voluminosos y más caros. Cada manual diagnóstico se ha convertido en un best seller de la APA, y el DSM supone una de las principales fuentes de ingresos de la organización". El DSM-IV ha supuesto la venta de más de un millón de copias.

Y la carrera continúa, señala Carlat con preocupación. Actualmente se está desarrollando la quinta revisión del DSM, cuya publicación está prevista para el próximo año. Al igual que con las ediciones anteriores, parece que la amplia constelación de trastornos mentales existente va a ser todavía mayor. En concreto, además de nuevas categorías, los límites del diagnóstico se van a ampliar para incluir a los precursores de las enfermedades, como por ejemplo, "el síndrome del riesgo de psicosis" y "el deterioro cognitivo leve" y el término "espectro" se va a utilizar para ampliar los casos dentro de las categorías, a través de "los trastornos del espectro obsesivo-compulsivo" o "los trastornos del espectro de la esquizofrenia". Incluso Allen Frances, presidente del grupo de trabajo del DSM-IV, se ha mostrado muy crítico con la expansión de diagnósticos que está prevista en el DSM-V. En un artículo del Psychiatric Times del 26 de junio de 2009, Frances escribió: "el DSM-V será una bonanza para la industria farmacéutica, pero a costa de un enorme sufrimiento para los nuevos pacientes falsos positivos que queden atrapados en la excesiva amplia red del DSM-V". 

Esta misma semana, hemos tenido conocimiento que el DSM-V también se ha propuesto convertir la timidez y la rebeldía en nuevos trastornos mentales, lo que ha provocado la oposición de miles de profesionales de la salud mental, que han iniciado una campaña de recogida de firmas solicitando la anulación de estas propuestas. 

2. La psiquiatría: una profesión en crisis.
Carlat realiza una dura crítica a la profesión de la psiquiatría, a la que califica como "una profesión en crisis", desmitificando la figura de este profesional. Al igual que la mayoría de otros psiquiatras, Carlat basa su intervención en proporcionar tratamiento farmacológico, no psicológico, y es sincero acerca de las ventajas de esta manera de proceder: permite ver a más pacientes en menos tiempo, aumentando el rendimiento económico. 

Por otro lado, Carlat no considera que la psicofarmacología sea especialmente complicada, y mucho menos precisa, aunque al público se le hace creer que los psiquiatras son unos expertos científicos: "Esta concepción exagerada de nuestras capacidades ha sido alentada por las compañías farmacéuticas, por los mismos psiquiatras y por las expectativas de nuestros pacientes", defiende. Según manifiesta Carlat, el trabajo de los psiquiatras consiste en realizar una serie de preguntas a los pacientes sobre sus síntomas para ver si encajan con alguno de los trastornos mentales del DSM. Este ejercicio de correspondencia, añade, ofrece "la ilusión de que entendemos a nuestros pacientes, cuando lo único que estamos haciendo es asignarles etiquetas". A menudo los pacientes cumplen los criterios para más de un diagnóstico, ya que hay una superposición de síntomas. "Abordamos los síntomas principales con tratamiento farmacológico, y otros fármacos se suceden para tratar los efectos secundarios", por lo que, tal y como observa Carlat en su quehacer diario, un paciente típico acaba tomando un antidepresivo para la depresión, otro fármaco para la ansiedad, otro para el insomnio, otro para la fatiga (que se manifiesta como efecto secundario del antidepresivo) y otro para la impotencia (también un efecto secundario del antidepresivo).


En cuanto a los propios medicamentos, Carlat escribe que en el amplio espectro de psicofármacos "sólo hay un puñado de categorías paraguas", dentro de las cuales los medicamentos no son muy diferentes los unos de los otros. Carlat afirma que no hay una razón de fuerza mayor para elegir entre unos y otros. "En un grado notable, nuestra elección de los medicamentos es subjetiva, incluso al azar". Y, concluye: "Tal es la psicofarmacología moderna: guiados exclusivamente por los síntomas, probamos con diferentes fármacos, sin una concepción real de lo que estamos tratando de arreglar, o de cómo los medicamentos están funcionando. Me asombro constantemente de que resultemos tan eficaces para tantos pacientes".


3. Las consecuencias del frenesí de los diagnósticos psiquiátricos.
Si bien Carlat considera que los psicofármacos pueden resultar efectivos en algunos casos, se opone firmemente al uso excesivo y abusivo que se hace de ellos y a lo que él llama el "frenesí de los diagnósticos psiquiátricos". Como él mismo dice, "si le preguntas a cualquier psiquiatra en la práctica clínica, incluyéndome a mí, si los antidepresivos funcionan en sus pacientes, se escuchará un inequívoco: sí. Vemos que la gente está mejorando todo el tiempo". No obstante, Carlat se pregunta posteriormente si lo que realmente está sucediendo podría ser resultado de un efecto placebo activo (como ha demostrado Irving Kirsch con su línea de investigación) y añade: "si los psicofármacos no son tan buenos como parece -y la evidencia señala que no- ¿qué pasa con los propios diagnósticos? A medida que se multiplican con cada edición del DSM, ¿qué vamos a hacer con ellos?".

A Carlat le preocupa, por encima de todo, el incremento de diagnósticos psiquiátricos en la infancia, donde algunos trastornos aparecen y desaparecen influidos más bien por modas pasajeras que por datos avalados por la evidencia, lo que ha provocado que hoy en día sea extremadamente difícil encontrar a un niño de dos años "que no sea irritable a veces", o un niño de quinto curso "que no presente algún problema de atención". No obstante, la gravedad de la situación radica en la consecuencia directa de este frenesí de diagnósticos psiquiátricos a estas edades: la consiguiente prescripción de fármacos en niños, algunos de ellos con efectos devastadores. "La industria farmacéutica influye en los psiquiatras a la hora de recetar psicofármacos, incluso para los grupos de pacientes en los que los medicamentos no han demostrado ser seguros y eficaces", señala Carlat con consternación.

En definitiva, la obra de Carlat supone una crítica abierta al uso indiscriminado de psicofármacos, que, según analiza Carlat, está impulsado en gran medida por las maquinaciones de la industria farmacéutica. Su genuino punto de vista, como psiquiatra y parte activa del sistema, invita a la reflexión sobre el modo de proceder actual en la intervención en salud mental. Al igual que las conclusiones de otros oponentes al modelo bioquímico aplicado a la enfermedad mental, y que hemos visto estos días (como Irving Kirsch y Robert Whitaker), sus argumentaciones, apoyadas en datos, no dejan indiferente al lector y representan acusaciones de gran alcance sobre la forma de proceder de la psiquiatría y del peligroso poder que ha alcanzado la industria farmacéutica en el campo de la salud mental.

Tal y como comenta la periodista Marcia Angell, en su artículo The Illusions of Psychiatry (Los engaños de la psiquiatría), a la luz de las reflexiones aportadas por I. Kirsch, D. Carlat y R. Whitaker : "nuestra dependencia de los psicofármacos, al parecer para todos los sufrimientos de la vida, tiende a cerrar otras opciones. En vista de los riesgos y de la cuestionable eficacia a largo plazo de los psicofármacos, tenemos que hacerlo mejor. Por encima de todo, debemos recordar el honorable principio de los médicos: ante todo, no hacer daño (primum non nocere)"

miércoles, 22 de febrero de 2012

LA BARBIE XEPLION


Esta mañana me tocaba trata-miento (que diría el bueno de Jesús) intramuscular e involuntario, porque hace mucho tiempo que lucho porque me lo cambien para dejar de trasladarme a un centro de salud en el que lo único que se hace es fabricar enfermedad en serie, y lo que es peor, por demanda absoluta de una sociedad que ha perdido las formas más primarias de sostener las angustias y problemáticas vivenciales y/o existenciales. Hasta aquí, por mucho que me joda, todo iba como cada quincena, es decir me dirigí al centro como quien va camino del matadero -porque sé que hoy después del pinchazo de turno va a ser un día perdido- y me senté en la sala de espera resignado y dispuesto a que en la próxima visita con mi psiquiatra levantar espadas para ver si la tipa hace el esfuerzo de doblarse a mis demandas, que me parecen justas con el modelo de empoderamiento, ya que quiero volver a ser dueño pleno de mi vida y mi bienestar, que al fin y al cabo es lo que está en juego.

Una joven cerca de los 30, muy bien vestida, con traje chaqueta, zapatos de piel marrones de talón plano y ligeramente maquillada, lo justo para lograr una imagen que me pareció a primera vista, de una coquetería y elegancia bien ponderadas, esperaba también, mientras manejaba una PDA de última generación y sistema Android. Nada más verla la he identificado como visitadora médica.

En mi inocencia he imaginado que tendría visita concertada con algún médico que prudente y responsablemente habría dejado un hueco en su agenda para conocer los cantos de sirena del nuevo fármaco de turno. Pero me he equivocado de pleno. Me tocaba entrar en la consulta de la matarife enfermeril cuando la visitadora se ha levantado con la agilidad de una mona y se ha asomado tras el vidrio de la puerta para asegurarse ser vista. La cara de mi enfermera se ha iluminado como cuando tuvo que posar para la foto de la primera comunión. Rauda me ha dicho que me esperase, que sería sólo un momentito y ha hecho pasar a la Barbie Xeplion entre risas y chascarrillos. ¡Que bonito! ¡Cuanto amor! Me imagino que el hecho de que se acerque el próximo congreso nacional de enfermería en Oviedo puede tener algo que ver. Más que nada porque hace escasas semanas, cuando me enteré de que participaría en él, les reté con toda la puñetería del mundo, pa ver que cara ponían y como iban de ética y esas cosas, y les dije con lo que pareció absoluta complicidad que les pidieran a Janssen que les pagaran su asistencia. Mordieron el anzuelo como pirañas ante un chuletón de ternera asturiana y comentaron entre ellas que aunque las cosa ya no estaban como hace un tiempo -la crisis y esas naderías que la Big Pharma desconoce- podían probar a ver si sonaba la flauta.

Recordaba esta conversación mientras esperaba más tieso que un palo en la puerta, escuchando como las risas traspasaban las finas paredes de Pladur, e indignándome por momentos. Las personas que como yo venían a por su dosis de SOMA -más o menos voluntariamente- se iban acumulando en la sala de espera, hasta el punto de que ya no quedaban sillas libres. Pero ellas, enfermeras y visitadoras, no parecían tener prisa. Debían tener mucho de que hablar. A pesar de que en las normas para los trabajadores del centro queda bien claro que para jugar con la Barbie Xeplion o con el Ken Akineton (que faraónico suena por dios) hay unas horas reservadas fuera del horario de atención a los pacientes, ellas continuaban indiferentes al murmullo que se iba generando en la sala de espera, cuando habían pasado 20 minutos y los dos consultorios de enfermería continuaban cerrados.

35 minutos después la visitadora ha salido con una sonrisa más calculadora que coqueta del despacho, como si estuviera haciendo números mentalmente. Por fin mi turno.

-Hola Raúl.

-Hola. ¿De que laboratorio venía la tipa esa?

-De Janssen.

-Ah, muy bien. Es para poner una reclamación.

-¿Cómo?

-Que pienso poner una reclamación. Me parece indignante y poco ético que se haga esperar a los pacientes para vender falsas promesas.

-Bueno... Es que... Tu sabes que siempre los recibimos en grupo los viernes, cuando no hay visitas... Pero es que tenía que explicarnos algo de un nuevo psicofármaco mensual.

-El Xeplión, ya...

-Sí, es un gran avance.

-Los estudios independientes no dicen eso. Es más no se ha demostrado ningún avance significativo y concluyente ni como paliativo de los síntomas psicóticos ni la reducción de los efectos secudarios... Pero como se les ha acabado la patente del Risperdal Consta....

-Pero sólo es una inyección al mes. A mi eso me parece un gran avance.

-Lo que a mi me parece un gran avance es el precio. Pagar más por una inyección que por dos es un autentico negocio, luego así pueden montar los saraos que montan. Si Zara hiciera estas promociones no les compraría ropa ni dios...

-Ya... 

No hemos hablado practicamente nada más. Al salir he puesto la reclamación y me he vuelto para casa recordando aquella frase de Hamlet: "Algo huele a podrido en Dinamarca". 

viernes, 17 de febrero de 2012

NUEVA ETAPA

Hola a tod@s,

¿ Cómo estais? ¿ Animados para este fin de semana de Carnaval?

Lo cierto es que no tengo mucho que contaros pero me apetecía saludaros y escribir alguna cosilla. He titulado el post así porque , ahora que estoy sola en casa y he tenido un rato para pensar, me he encontrado eflexionando sobre mi presente. Os puede parecer absurdo, pero yo estoy más acostumbrada a pensar en mi psado o en mi futuro, pero no en el momento presente. Puede que sea porque las pocas veces que lo he hecho me he encontrado con una sensación de vacío que me dolía mucho.

Ahora me encuentro empezando una nueva etapa en mi vida: medio dieta, voy al gimnasio, voy a mi psicoanalista, el voluntariado...intento vivir con menos complejos, no se, pequeños cambios que todos juntos significan como una catársis.

¿ Recordais que os comenté la posibilidad de estudiar, en septimebre, Integración Social? Pues , lo más seguro es que no lo haga, porque tendría que dejar la radioo y el teatro. La radio me cuesta un poco menos porque este mes ha hecho 6 años que estoy en ella y se que podría seguir colaborando, pero el teatro me duele mucho dejarlo porque ahora estamos creciendo como Compañía y es un momento muy dulce. Pero vamos, la decisión açun no está tomada definitivamente.

La soledad, otro de los temas sobre los que más pienso. Mi psicoanalista casi siempre cncluye las sesiones diciéndome que parece que yo no estoy hecha para estar sola y tiene razón. La compañía es muy importante para mí. Cuando estoy sola en casa, si son mas de dos o tres horas ya extraño a Raúl, cuando mucha gente me dice que tengo que aprender a disfrutar del piso estando sola, que muchos pagarían por quedarse solos en su casa. En fin, ya veremos si un día lo consigo, pero es justo lo que hablaba ayer o antes de ayer con Raúl, que antes de vivir en este piso ya había vivido sola ( cuando me independizé la primera vez, a los 20 años) y se lo que es y no me gusta.

Todo ésto me hace ser muy dependiente de los demás y eso se está convirtiendo ,cada vez más, en un problema ya que la gente se cansa un poco. Soy muy consciente de este problema pero me cuesta ponerle fín.

Bueno, me despido ya, no es plan de agobiaros con mis "ralladas". Gracias por leerme.

un abrazo, salud y FUERZA!!

ALMU


martes, 14 de febrero de 2012

DE VEZ EN CUANDO LA VIDA...


Mientras el tiempo pasa y corre sin dejarse atrapar nos consolamos con aferrar un instante, un momento, y alzarlo en un altar en nuestro corazón como si éste fuera eterno o más divino que humano. Miramos aquellas viejas fotografías (recuerdos de una infancia hecha jirones), contemplamos el amanecer de un nuevo día o miramos dormir a nuestra pareja -con esa paz acompasada en su pecho- y pensamos que todo está bien, que la vida continúa de momento su paso impávido e indiferente.

Como en una suerte impropia de los tiempos que corren -tan ruines, tan desalmados, tan grises y desangelados- nos permitimos el lujo de ser optimistas, que viene a ser lo mismo que ser ingenuamente positivos, y la esperanza nos embarga, porque hipotecamos en el banco del tiempo nuestra lucha al amor y la convivencia. Nuestra vida se asemeja en esas ocasiones a un lago cristalino de aguas tranquilas como un espejo donde se reflejan el mundo al revés. Y nos engañamos, y nos sugestionamos, y nos convencemos como si no acabáramos de creer en aquellas verdades que pensamos que nos pueden salvar del vértigo y el abismo. Como si todo nuestro imaginario no fuera nada más que una representación simbólica y fatua, incompleta e irreal, como un sueño que vivimos intensamente y que olvidamos al despertar.

Pero uno se toma un café o dos o los que hagan falta para enfrentar este mundo con una sonrisa, porque dicen que la actitud es fundamental. Esa máscara engarzada de palabras y discursos, de miradas, recuerdos y experiencias que nos ponemos todos y que manipulamos como un químico manipula las moléculas de un fármaco o más bien como un cocinero prepara una vieja receta -de esas que no fallan nunca o casi nunca.

Porque vivir es una historia en la que nos vemos sacudidos por el azar y sus incógnitas, yendo de un lado para otro, como la bola de una máquina del millón, con el único objetivo de mantenerse en la partida, de seguir jugando y seguir disfrutando de ese tiempo que nos robaron hace ya mucho, cuando aún creíamos en hadas y en dragones, y enfrentábamos el mundo con verdadera y sincera inocencia, sin saber que esa forma natural de vivir se le llamaría optimismo e ingenuidad.

La juventud no existe
al otro lado del espejo.
El gato aparece y desaparece
muestra sus garras
¡interrogantes!

El conocimiento nos vuelve adultos
y con la edad
nos volvemos ignorantes.


Y mientras tanto, sin otra posibilidad que cambiar esta máscara abierta a las mareas, observo como cada vez me resulta más difícil definir la realidad. La vida como la verdad es un misterio, que cuanto más cerca creemos estar de su solución, más lejos estamos en realidad. Hay pocas verdades en este mundo que se puedan apresar con estas manos tan pequeñas, hay pocas realidades -oceánicas como son- que quepan en vasos tan diminutos. Y en la tribulación y en la duda avanzamos dando tumbos, sin dirección consciente, porque la vida es un viaje que no lleva a ninguna parte. Por tanto, quizás, lo único que importa de la vida, es que tengamos la suerte de tener una serena travesía, y que nuestro álgido espíritu nos guíe lejos de tantos monstruos que esperan al acecho de nuestras debilidades. 

Para despedirme os dejo una canción:

 

viernes, 10 de febrero de 2012

CAMBIO DE PARADIGMA Y ESTA VEZ DE VERDAD

Buenas noticias queridos bloggers. El tan manido y cacareado cambio de paradigma se esta fraguando desde todas las asociaciones de usuarios (incluyendo en el termino a locos y familiares incluso). La AEN además está por la labor de promocionar dicho cambio en el que ya no se habla de enfermedad sino de problematica mental y se hace incapie en la autonomía, la participación y el empoderamiento.

En serio, que yo hasta que no lo vi no lo creí. Fui a Madrid a la sede de FEAFES como aquel que va al frente de batalla y me encontré con que todos los presentes pensabamos + o - igual al respecto. Cada uno aportando desde su lógica y conocimiento (legal, GAMera, experiencial, filosófica, etc). Todo fácil, como si estuvieramos entre amigos. Todos a UNA como en Fuenteovejuna. Una maravilla y un placer que me sorprendió gratamente y me desinstaló del prejuicio (que yo ni nadie nos salvamos de ellos) con el que había acudido a la cita. Porque tener prejuicios no es algo tan extraño y tan malo, lo realmente malo es ser tan monolítiamente orgulloso que te quedas sin la flexibilidad suficiente como para darte cuenta in situ que estás equivocado. 

Os seguire informando sobre la redacción de la guía de marras. Creo -así lo espero- que va a ser un pilar en este cambio de paradigma.



sábado, 4 de febrero de 2012

AMANECER DE ESCARCHA

Amanecer de escarcha.


Eran las nueve de la noche de un 10 de febrero. El frío y la humedad arreciaban dejando una fina manta de escarcha en los adoquines. No se veía ni un alma en aquel callejón sombrío, nadie sospechoso, ni siquiera los gatos se asomaban, pues seguro estaban protegidos bajo el calor del motor de algún coche recién detenido.

Debía estar a menos de cero grados, pensó Román con fastidio desde su escondite improvisado detrás de una furgoneta aparcada de correos; Roman solía soñar, desde que se fracturó el menisco persiguiendo a un caco hacia algunos años, con ahorrar lo suficiente para poder comprar un apartamento en Benidorm y así huir del frío, ya que, siendo como era tan inquieto, una mala rehabilitación le había dejado secuelas -en forma de higrómetro biológico- en la rodilla para el resto de sus días. Por otro lado es por todos sabido que un sereno se debe a su trabajo, haga frío, calor, llueva o granice, así que como buen profesional soportaba las punzadas en el interior de su rótula con estoicismo y valor.

Lo cierto era que no estaba allí por casualidad. Hacía dos días que su rutina había dado un giro inesperado, cuando en medio de uno de sus paseos nocturnos escuchó un grito de mujer seguido de un fuerte estallido. Al llegar corriendo al lugar, de donde creía que provenía aquel escándalo, vio a una muchacha tendida en el suelo sobre un charco de sangre. Era la primera vez que veía a un cadáver y no le gustó la sensación. Petrificado de horror tardó unos instantes en reaccionar. Se acercó lentamente hacia el cuerpo inerte de la joven y le dio la vuelta para comprobar si aún estaba con vida. Un orificio de bala se abría en la frente de la hermosa mujer, junto al pelo castaño, los ojos verdes y almendrados -ahora sin brillo-, los labios entre-abiertos pintados de rosa carmín, como si hubieran sido congelados en el momento justo de dar un último beso a la muerte y la piel más blanca y delicada que Román había acariciado nunca. Porque nuestro protagonista, atrapado por una extraña fascinación ante lo desconocido, acariciaba el rostro de la víctima de aquel crimen como si aún estuviera viva, como si estudiara cada detalle, cada curva, cada línea de aquella cara, sin acabar de creerse que una persona tan joven y bella pudiera ser obligada a abandonar la vida de una manera tan repentina, tan inesperada, tan cruel.

Algún curioso, al que todo aquel ruido, entre gritos y disparos, debió interrumpir el sueño, subió una persiana, y su sonido pareció romper el encantamiento en el que había caído Román. En un instante recuperó la compostura y fue consciente de lo que debía hacer. Con algo de reparo por abandonar a aquella joven, como si necesitara que alguien la vigilara para no escapar de allí, se fue a llamar a la comandancia de la policía. Pasaron apenas veinte minutos antes de que se personaran en la escena del crimen dos patrullas de agentes y un coche de atestados. Durante ese tiempo, Román, custodió el cadáver como un perro guardián fiel y hasta cierto punto enamorado de su joven y efímera dueña. Una vez levantado el cadáver Román debía continuar la ronda, como si tal cosa. Pero algo se lo impedía. No podía quitarse de la cabeza la imagen de aquella joven.

Cuando acabó su turno, ya en su casa, fue incapaz de dormir, pues cada vez que cerraba los ojos la muchacha se le aparecía en su mente, viva aún, pues su imaginación le había devuelto la vida y la sonrisa más bella que jamás había soñado el bueno de Román, al cual todo aquello le estaba atormentando sobremanera. Decidió levantarse de la cama e ir a la sala de estar a leer un poco. Se sirvió una copa de Brandy, encendió un cigarro y sentado en su sillón de lectura -que era el único que había en aquella modesta sala- abrió una de sus novelas favoritas: “El halcón maltés” de Dashiell Hammett.

La lectura y el cine eran las únicas pasiones de Román. Soltero y sin esperanzas de dejar de serlo, pues hasta la fecha ninguna de las mujeres a las que había cortejado parecían haber visto en él a un buen partido, la fantasía de una buena novela o una buena película eran para él como el bálsamo de Fierabrás, ya que conseguían evadirle de su soledad, consiguiendo que olvidara desde el dolor de su rodilla hasta la melancólica sensación de vacío que en ocasiones se hacía presente en la boca de su estómago. De entre todas las historias que ávidamente había devorado las protagonizadas por Sam Spade eran sus favoritas. Al bueno y tímido de Román le fascinaba el coraje de aquel personaje que parecía mostrar más aprecio al dinero que a su propia vida, y que andaba por las calles de San Francisco abriéndose paso a codazos si era necesario, entre los más peligrosos delincuentes. A veces, durante aquellas mañanas en las que el inconsciente le reservaba una gran aventura, soñaba con que su habitual ronda de sereno se convertía en una investigación criminal, abandonando por unas horas su traje azul, su gorra de plato y su chuzo, que eran sustituidas por una gabardina, un sombrero Borsalino ladeado y un revólver Cold de 12 milímetros.

Román descubrió que algo que no iba bien cuando a pesar del brandy y aquella obra maestra de la novela negra con la que tanto solía disfrutar, era incapaz de sacarse la imagen del rostro de la muchacha asesinada de la cabeza. Pensó que se estaba volviendo loco cuando en el interior del libro las palabras que organizaban las frases de la narración parecieron ponerse a bailar unas con otras, moviéndose en una especie de remolino que se detenía al formar entre todas el dibujo de una pareja, para volver a bailar y dibujar el rostro de la joven, y, finalmente, después de un último baile, a un hombre disparando a bocajarro a una mujer. Román cerró el libro asustado, sudaba envuelto en una nube de náusea y vértigo. ¿Qué le estaba sucediendo? ¿Qué debía hacer para detener aquella sensación de ahogo que le oprimía el pecho como si cargara con una saco de 20 quintales? Por lo pronto se levantó en un arranque de arrojo y corrió hacia el lavabo para vomitar.

Seguidamente se lavó la cara y fue entonces, delante del espejo turbio del mueble de fórmica de su lavamanos, cuando intuyó como acabar con aquella pesadilla. Estaba seguro que todo aquello era una señal, la señal que había estado esperando durante tanto tiempo, la señal de que su vida anodina como sereno, tenía al fin un sentido más allá de encargarse de vigilar las calles del barrio y regular la iluminación de las mismas. Era su obligación recorrer continuamente las calles, anunciando la hora y la variación atmosférica, pero también guardarla de ladrones y malhechores. Era el momento en que Román, dejara paso a Román “Spada”, para poder devolver la dignidad a aquella muchacha capturando a los que la habían asesinado, fueran uno, dos o doscientos. De esta forma seguro que su alma podría al fin descansar.

Román salió de su casa vestido de paisano, sin su habitual uniforme, su primera parada era la comisaría, pensaba hablar con un inspector, antiguo amigo suyo. Éste al comprender lo que se proponía nuestro protagonista le dijo que no se metiera en berenjenales, que dejara este trabajo a los profesionales, pero algo en la mirada desencajada de Román le turbó y acabó contándole que todo aquello parecía un ajuste de cuentas. Todavía no habían identificado a la joven, pero los forenses habían descubierto algo en el cuerpo de la joven, un tatuaje en su espalda, en ella habían grabado la imagen de un dragón negro, una organización mafiosa y peligrosa que se dedicaba al tratado de blancas. La primera hipótesis de la policía era que aquella muchacha había huido o quería huir de las redes de la mafia y lo había pagado con su vida.

En la cabeza del sereno se fue trazando un plan de actuación, si la cosa iba de prostitutas y mafiosos, se recorrería todos los burdeles de la ciudad en busca de alguna pista, hasta dar con los malos de la historia y acabar con ellos. Agradeció a su amigo la información, que pensó, mientras le veía marcharse, que pronto tendrían que recoger otra víctima de algún callejón. Una vez fuera de comisaría se dirigió al primer prostíbulo. Después de pagar tres reales por una copa de brandy no encontró ninguna pista.

Aquel día lo pasó recorriendo uno a uno todos los lupanares de su barrio y de los colindantes, no es que fueran muchos, pero tampoco eran dos o tres. La mayoría estaban situados en el primer piso de algún edificio de varias plantas, disimulados bajo carteles tapadera como sastrería “Doña Paquita”, lechería “La Habitual” o casa de “Muñecas Famosa”, por poner algunos ejemplos. Cuando entraba en una de ellos siempre seguía la misma rutina: se pedía una copa de brandy y mientras bebía la dueña de la casa le preguntaba sus preferencias femeninas, antes de que las chicas de la casa posaran ofreciéndose ante él. En todo aquel día no se acostó con ninguna de las jóvenes, ni siquiera cuando la excitación al ver aquellos cuerpos semi-desnudos ante su pobre figura, le provocaron más de una erección involuntaria. Estaba de servicio, se consolaba para sus adentros. Su trabajo era buscar algo que le sugiriera un dragón negro.

Eran cerca de las seis de la tarde y ya anochecía. Román no había dormido en todo el día, tampoco había comido y estaba bastante borracho con tanta copa de brandy. En dos horas debía estar con su uniforme recorriendo las calles. Ya casi había perdido la esperanza cuando camino de casa, en la calle de una de las casa de citas de su barrio vio a una joven con un hombre que tiraba del brazo de ella forzándola a seguirle. Lo que le llamó la atención de aquella pareja, a parte del forcejeo, era que ella llevaba un vestido muy parecido al de la víctima, así que decidió seguirles aún a riesgo de no poder comenzar su ronda a la hora debida.

A unos 50 metros detrás de ellos el alcohol y el cansancio empezaban a hacer mella en Román, que empezaba a pensar que el trabajo de detective era realmente duro, y que debían estar hechos de una pasta especial para soportar todo aquel trajín de noches sin dormir y bourbon con soda, sin morir en el intento. La pareja entró en un edificio que parecía abandonado, cuya entrada se abría en la zona oscura de un callejón. Román quiso seguirles también hacia el interior, pero cuando llego al umbral comprobó como la puerta estaba cerrada con llave. Desilusionado y agotado, pensó que lo mejor era volver a casa, beberse una cafetera entera y salir a trabajar.

El café le despejó lo justo como para poder realizar su ronda, aunque fuera precariamente. Eso sí, de forma automática y sin querer evitarlo, su ronda se limitó a recorrer las calles adyacentes a aquel oscuro callejón. Estaba casi convencido que aquella joven que había entrado en el edificio iba a ser la próxima víctima del Dragón Negro.
A las seis de la mañana el sol invernal amaneció con un soplo de escarcha. Román, al que la rodilla le dolía hasta el punto de tener que contenerse las lágrimas, estaba deshecho y sólo deseaba tomar un poco de Cerebrino Mandri y dormir unas horas. En toda la noche no había habido ningún grito, ningún disparo, nada que hiciera sospechar que habían asesinado a una segunda joven. Es más, al caer en la cama el muerto parecía que fuese él.

Durante las primeras horas el agotamiento pareció darle una tregua. Pero después unos extraños sueños enturbiaron el descanso del guerrero. Román soñó, ante su asombro, que la primera víctima lo despertaba con un beso y que le indicaba doblando el dedo índice que la siguiera. Juntos salían de casa de Román y caminaban por las calles vacías, hasta llegar al misterioso y oscuro callejón. Al llegar a la puerta del edificio de marras ella, como buen fantasma, atravesaba la puerta, dejando solo a un Román aturdido, que no entendía nada. Acto seguido un grito desgarrado, le helaba la sangre despertándolo en la cama agitado y entre sudores.

Aquel edificio escondía algún misterio, resolvió Román, que había oído en ocasiones en la radio a médicos de la mente que afirmaban que en los sueños se esconden muchas verdades ocultas durante el día, y que por estar ocultas y ser importantes, se revelaban mientras dormíamos como si fueran unas inquietantes fotografías.

Eran las siete de la tarde, más o menos la hora en la que había visto entrar a aquella extraña pareja en el edificio y Román, escondido tras una furgoneta de correos vigilaba la escena de paisano. Pensaba quedarse allí vigilando toda la noche. Antes había enviado un telegrama a la central para avisar de que estaba enfermo y de que aquella noche no podría trabajar.

El tiempo se escurría viscoso y un minuto parecía una hora y una hora toda una eternidad. No había señales de vida ni de muerte en aquel callejón oscuro. Agazapado, armado con su porra y con fuertes dolores de rodilla, Román esperaba fumando de puro nerviosismo, al acecho de que en un momento u otro sus sospechas se materializaran en algo concreto y apareciera uno de los secuaces del Dragón Negro, al que pensaba abrirle la cabeza a porrazos como si ésta fuera una sandía.

Ya se había fumado todo un paquete de Celtas y allí no pasaba nada, ni nadie. Estaba a punto de abandonar aquella aventura -que lo único que le había traído eran dolores de cabeza y de menisco- cuando la puerta del edificio se abrió, saliendo de ella dos hombres bien vestidos, pero malcarados. Se encendieron un cigarro. Román apagó el suyo y se agazapó tras la furgona un poco más, prestando oído a la conversación de aquellos dos tipos con pinta de matones peligrosos.

-¡Joderrr! Que frío hace...

-Esto no puede seguir así. Tiene cojones que nos haga salir a la calle a fumar.

-Si.

-Esta vida es cada vez más dura.

-Si esto sigue así nos vamos a quedar sin trabajo. Eso si no nos pilla la pasma.

-De la pasma no te preocupes. Están todos untados y bien untados. Esto el abuelo siempre lo ha tenido muy en cuenta. Será un cabrón, pero es un cabrón con contactos en las altas esferas.

-Es mejor llevarse bien con él. Sino... Acabamos como el resto...

-Joder... que frío hace...

Román no se lo pensó demasiado. Aquellos dos tipos tenían que ser miembros del Dragón Negro y seguramente irían armados. Tampoco tenía demasiado tiempo. En cuanto se acabaran los cigarros entrarían al edificio y él se quedaría una vez más fuera. Tampoco podía llamar a la policía, ni siquiera a su amigo, quién sabía si él también cobraba de aquella mafia. Se decidió a salir y pelear. Dos pistolas contra una porra. Tenía las de perder. Pero no le importaba. Sólo quería sacarse aquella imagen de la cabeza. Con pasos silenciosos, como los de un gato, rodeo la furgoneta de correos y se acercó a aquellos dos bravucones que ignorando lo que les esperaba reían tranquilos, a punto ya de acabar sus cigarrillos. Dos fuertes porrazos en la nuca como dos aguijonazos. Dos golpes certeros y lesivos que tumbaron a aquellos dos armarios roperos, sin darles tiempo a reaccionar. Ya en el suelo los golpes se sucedieron como un torrente de furia rabiosa, ahora a uno y ahora al otro. La sangre de sus cráneos abiertos entre los adoquines reflejaba el logotipo de la furgoneta de correos.

Con aquellos dos fuera de combate, Román les quitó las pistolas y las llaves del edificio, antes de esconder sus cuerpos entre dos coches, tenía vía libre. A uno de ellos también le tomó prestado el sombrero que había caído en el pavimento. Se sentía fuerte, más fuerte y sereno de lo que se había sentido en toda su vida. Armado con dos pistolas, una en cada bolsillo y con la porra en el cinto, estaba preparado para matar y para morir.

Entró en el misterioso edificio. No parecía haber nadie. Después de escudriñar llegó a la conclusión de que era una antigua fábrica abandonada y vacía, y que en un rincón se distinguía luz tras el biselado de la puerta de una de las oficinas. Tomó aire mientras giraba el picaporte y empujó la puerta que se fue abriendo lentamente. En el interior, tras un escritorio iluminado tenuemente por un flexo, un anciano parecía estudiar unos libros de cuentas. Cuando el anciano se percató de la presencia de Román no pareció asustado, aunque éste le estuviera apuntando con una pistola.

-¿Qué quiere usted, joven? -Preguntó el anciano con serenidad.

-Soy Samuel Spada y quiero vengar la muerte de una mujer.

-¡Ah! Bien, bien. ¿Y por que cree he sido yo?

-Se lo escuché decir a los dos matones que usted había mandado a fumar a la calle. Esos ya están fuera de combate.

-¿Los ha matado?

-Creo que sí.

-Pobres... Tenían tanta vida por delante. Pero usted, no se quede ahí en la puerta pase y siéntese, por favor... Charlemos... Todo esto tiene que ser una tremenda confusión.

Román estaba desconcertado. Aquel anciano afable y tranquilo era el jefe de la cruel organización del Dragón Negro. Si lo era no lo parecía. No parecía capaz de matar ni a una mosca. Pero por todas las novelas que había leído sabía que los jefes de la mafia podían ser ancianos, y que a pesar de su apariencia, eran hombres sin escrúpulos. Le estaban intentando engañar y si le seguía el juego era seguro que la siguiente víctima se llamaría Román.

-No, no pienso sentarme. Usted...

-¿Yo qué?

-Usted es el líder del Dragón Negro. Usted debe morir.

-Mira hijo. Sólo soy un pobre empresario arruinado. Mira ¿acaso no te has fijado en que condiciones está mi fábrica? Durante muchos años y varias generaciones mi familia se ha dedicado a fabricar galletas. Ahora estamos en quiebra. Mi única hija ha muerto por no poder pagar sus medicamentos y una de mis nietas se ha visto obligada a alternar para poder subsistir. Ayer mismo nos dijo a mi y a sus hermanos, cuando la intentamos disuadir, que era lo único que podía hacer, que ella no se veía fregando suelos. Yo sólo soy un fracasado, un hombre al que la vida y la tremenda competencia le ha vencido. ¡Y claro que debo morir! Cuando Dios quiera me llevará con él, como ya se llevó a mi hi... -No acabó la frase. Aquel hombre presuntamente tan fiero se había derrumbado y lloraba como un niño delante de Román, que se estaba enterneciendo.

-Entonces... Aquellos dos hombres a los que he golpeado... ¿Quiénes eran?

-Eran mis nietos, imbécil. Y por tu bien, espero que sigan vivos. Si hay justicia en este mundo la policía te dará tu merecido.

-Pe...Pero... Esto no puede ser verdad. ¡Todos ustedes son miembros de Dragón Negro!

-No sé que es eso del Dragón Negro, pero te aconsejo que bajes esas armas y que hagas lo que un hombre de bien ha de hacer, entregarse cuando ha cometido un delito.

-Esto no puede ser verdad, es una pesadilla, una puta pesadilla. Usted me engaña. Yo estaba seguro, estaba seguro que...

-Todos nos equivocamos. Pero un hombre de verdad ha de reconocer cuando se equivoca y pagar por ello. Mira hijo -dijo levantándose- voy desarmado. No cometas otra estupidez.

-Yo... Yo...

-Dame esas pistolas.

Román estaba deshecho. Si todo aquello sólo había sido producto de su imaginación le esperaba cadena perpetua o el garrote. Dejó caer las pistolas al suelo y se puso a sollozar contra la pared. Lo único que era capaz de balbucear entre lágrimas era que lo sentía mucho, que lo sentía mucho...

Un chasquido lo sacó de repente de aquel estado. Aquel anciano había recogido las pistolas y ahora lo apuntaba con el martillo subido con la misma serenidad con que le había contado su historia. Con una leve presión de su dedo una bala saldría disparada directa a la cabeza de Román.

-Bien... Bien... Señor Spada. ¿Quiere decir unas últimas palabras?

Román negó con la cabeza.

-Así esta bien, que sepa que desde Dragón Negro le deseamos un feliz viaje al infierno. Adiós. -Sentenció el abuelo, justo en el momento en que apretó el gatillo.

El disparo iluminó la estancia como el flash de una cámara fotográfica. La bala había entrado y salido limpiamente de la cabeza de Román, dejando una mancha de sangre en la pared de la oficina y su cuerpo cayó a plomo levantando una nube de polvo. El anciano guardó las pistolas, se caló el abrigo y el sombrero y salió del edificio sin prestar atención a los cadáveres de sus nietos. Estaba amaneciendo y una luz pálida se proyectaba sobre los edificios como un telón de escarcha y acero.


viernes, 3 de febrero de 2012

Marchando un artículo publicado.

http://www.diagonalperiodico.net/Los-tratamientos-forzosos-en-salud.html

Pasen y lean, señoras y señores. Pasen y luego critiquen o comenten si les apetece.

HasTAI luego!!!