Hoy día Mundial de los derechos humanos recuperamos un clásico nikosiano y de este blog, el texto de un buen amigo y compañero, Joan García. Que lo disfruten!!
HUMANOS, SALUD, DERECHOS.
Gandia,
Septiembre 2010. En el fulgor de la era del rigor científico, la
gestión técnica y pensamiento pragmático. En un estado social y
democrático de derecho europeo. Aceptamos, con positivo interés y
entusiasmo inquebrantable, la invitación a estas jornadas para hablar de
derechos humanos y salud mental. Aparentemente son temas sin relación
alguna, pertenecen a ámbitos de discusión distintos. Se dice que el
indicador del grado de libertad y democracia de una sociedad se mide por
el trato a las minorías y su capacidad para que no queden marginadas en
el ejercicio y disfrute de sus derechos y libertades. Este es el nexo,
discriminación.
Existe
un grupo humano al que se le priva de sus derechos más básicos, una
convención social en base a prejuicios, miedos e ignorancia no les
reconoce su dignidad como personas, incluso hay una amplia aceptación y
justificación del abuso para someterlos sin su consentimiento. Diríase
que la actitud social reinante es que son subhumanos: más inútiles.
sucios, peligrosos, fríos, insinceros, imprevisibles, y débiles que el
resto de las personas. Incomodan, se les rechaza y evita en el trato.
Sin relaciones personales afectivas, ni de apoyo, incompetencia laboral,
sin ingresos, sin acceso a vivienda, a la cultura...pierden toda
oportunidad importante en la vida, pues no son dignos de vivirla, por
ser como son, como somos, unos enfermos mentales Es la parte oscura de
lo social condenarlos, por mecanismos perversos, a la exclusión, que los
aísla socialmente aumentando la desventaja socioeconómica, agravando
así sus problemas hasta la pobreza, considerado éste un determinante de
los trastornos mentales y viceversa. Una sanción social cruel y abusiva,
si es por cuestión de salud. Y ¿quién garantiza los derechos civiles de
estos enfermos ante la discriminación manifiesta que les impide una
vida digna y los recursos para vivirla? Legislativamente sólo loables
recomendaciones decorativas de organismos internacionales, sin valor
normativo, sólo buenas intenciones aún no reguladas legalmente para
reconocer y así exigir, con instrumentos y procedimientos jurídicos. Los
derechos conculcados. Judicialmente sólo se trata la incapacitación y
el ingreso involuntario, refrendando la actitud social. Parece bastante
lógico puesto que un individuo con la mente enferma da pavor. Pero estos
sobrecogedores dementes peligrosos, de mentes criminales, son loados y
elevados a ocupar despachos, consejos de administración y de estado, por
su idoneidad para tomar dolorosas decisiones para las vidas ajenas, que
ejecutarán unos psicópatas con igual empatía con el sufrimiento ajeno.
Pero yerran el tiro. Los enfermos mentales, que reciben el trato como
tales, son en su mayoría víctimas. Personas que sufren los problemas de
una vida en medios familiares o sociales abusivos. Cuando no puede
aguantar una vida inaguantable, sin cohesión interna, el ser en precario
solo ante el mundo, sufre la desintegración del ego, el pánico y la
locura. Loco, la gran palabra políticamente incorrecta, el diferente, el
inadaptado, el disidente a un determinado orden, a la norma, el
anormal. Su lugar: el manicomio, la otra gran palabra incorrecta. En un
cosmético intento de proteger al socialmente alienado, se introdujo el
termino políticamente correcto del enfermo mental, patologizando así el
malestar subjetivo, y justificando toda anormalidad como ajena a los
problemas familiares, sociales, económicos o existenciales. Se introdujo
el principio humanitario de la no responsabilidad que, lejos de
proteger, trae nuevas penalidades: menoscaba la autoestima, desacredita
lo hecho o dicho, pues son divagaciones de un demente, la negación
práctica de sus libertades cívicas, no tener un juicio justo por la
eximente legal, la reclusión involuntaria,...
No
comparto el entusiasmo de quienes creen que las connotaciones
negativas, el famoso estigma, del concepto enfermo mental, desaparecerán
con costosísimas campañas publicitarias y mejorando la educación, menos
aún equiparándola a otras enfermedades como sida o diabetes. La
negatividad devaluadora, inherente al término mismo, deriva de la
convicción general de que tales sujetos no son responsables. Más que
definir la patología que sufre una persona, resume una categoría de
persona., la calificación más desacreditadora que puede imponérsele a
una persona en la actualidad. Un término estigmatizante que cumple su
verdadero objetivo, es infamante.
La
inclusión de la locura en el campo de la medicina conllevó
paradójicamente su alejamiento de ésta, y su conversión en una
prestación de carácter especial, marcada por sus aspectos represivos y
de defensa social. Compete al estado cuidar de los enfermos mentales,
pues es la única enfermedad cuyo tratamiento es obligatorio, un deber
político, pues son una carga para la comunidad, o representan un peligro
público.
La
normalidad organizada otorga al psiquiatra el poder para decidir lo que
no es normal, etiquetarlo y castigarlo. Como el enfermo no está en
condiciones de darse cuenta de que tiene un problema, el experto
científico oficial del estado lo tratará con esmero, para beneficiar al
paciente contra su voluntad. A la sociedad le viene muy bien el uso de
la psiquiatría para desacreditar a ciertas personas.
Mientras
sea posible llamar enfermo a todo aquel que no esté de acuerdo, siempre
se podrá hacer caso omiso de lo que diga, no tendrá importancia, ya que
la etiqueta que lleva tranquiliza al probar quién está en lo cierto.
Evidentemente quien piensa de otra manera tiene algo en el cerebro que
le impide razonar normalmente.
Una
espada de doble filo que puede esgrimirse en nombre de cualquier
filosofía política, pone en duda su cientificismo, pues en su nombre se
cometen los abusos más atroces. La complicidad de la psiquiatría con la
autoridad es un metodo de represión política, aún más eficaz que la
tortura o la cárcel, ya que, además de poner a los disidentes fuera de
circulación, desacredita todo lo que hayan dicho y hecho. Ya que el
psiquiatra impunemente tiene el poder para: encarcelar a ciudadanos, sin
un juicio justo, que pueden ,o no, haber cometido actos delictivos; el
empleo de la retención y el aislamiento, causa de trauma emocional
grave, humillación, daño físico, e incluso la muerte; tratamiento
obligatorio con métodos de contención radicalmente represivos,
deshumanizantes, con resultados clínicos insatisfactorios y efectos
secundarios importantes induciendo al daño neurológico, con pérdida de
la memoria, la psicomotricidad, o la imaginación. Con el poder del
ingreso forzoso en un hospital psiquiátrico, poco hospitalario más
parece cárcel: con el ingreso registro y fiscalización de pertenencias y
enseres personales, cacheo, etc., a cambio de un pijama, pérdida de
identidad; enfermeros, que parecen carceleros, reciben con la
advertencia de cumplir unas normas bajo amenazas, coacciones, chantajes,
cambios sin aviso, ingesta forzosa de drogas sin información, que no
curan sólo vegetalizan, electroshock si esto falla, psicocirugía,
separados de la sociedad un tiempo, en ambiente cerrado, hipervigilado,
de vida monótona, sin acompañantes, las visitas restringidas a la
autorización expresa del psiquiatra, al igual que las comunicaciones con
el exterior telefónicas o postales son filtradas e intervenidas,
ausencia de intimidad, de vida sentimental, de expresión sexual,
familiar, control del cuerpo, del pensamiento, económico, del espacio y
del tiempo....sin honor, sin capacidad para decidir, sentir,....Llamarlo
hospital seria una parodia de la realidad, centro de reclusión para
intervención involuntaria, donde atentan contra la soberanía individual.
Si es por orden judicial, que se prive de libertad en el lugar adecuado
por problemas con la justicia, por salud es incompatible con los
principios de una sociedad democrática y libre. El extremo es la
consecuencia del principio de irresponsabilidad, la inimputabilidad
judicial. Cuando se tiene que resolver judicialmente alguna situación
que concierne a un enfermo mental, no se celebra juicio justo con todas
sus garantías procesales y derecho a defensa, directamente se le puede
encarcelar indefinidamente, al criterio arbitrario del psiquiatra, sin
derecho a la presunción de inocencia.
Esta
es la gran propuesta terapéutica: el manicomio, fuera de los muros de
éste parece no existir tratamiento posible. Para la sociedad, es
evidente, si tras una intervención médico-judicial son ingresados,
despojados de sus derechos, y apartados de la sociedad, es que entrañan
un peligro patológico-criminal, real o potencial, para la especie
humana. Y los medios de comunicación fomentan el mito relacionando
enfermo mental y criminalidad, que la medicación lo mantiene dócil, y su
ausencia se manifiesta irremediablemente con violencia sádica, la
versión ibérica del cuchillo jamonero es para dar pánico, sobre todo a
la familia sus víctimas preferidas.
Pura
falacia, estadísticamente es público que el índice porcentual de
delitos con violencia es mucho menor entre la población diagnosticada
comparada con la de la mayoría normópata. Es una forma habitual de
manipulación por parte del poder que siempre le funciona, ante la
injusticia social, las carencias, la insatisfacción, la explotación que
sufre la ciudadanía, dirige la ira social contra aquellos que puede
despreciar.
De
igual forma los medios hacen popularmente creíble que la psiquiatría es
científica, garante de la paz social es útil para detectar y desactivar
locos asesinos, que tiene muchos psicofármacos eficaces, que se avanza
hacia una psicofarmacología más específica, que está demostrado el
fundamento genético de la esquizofrenia, etc. Abonan la creencia popular
en la Psiquiatría como ciencia médica que trata las enfermedades
mentales.
El
complejo mundo de la psiquiatría es el heredero directo de las casas de
confinamiento para marginados, donde bajo tortura se cultivaba la
disciplina y el amor al trabajo, de locos y anormales, que sin empleo
vivían de la mendicidad en la ociosidad, fuentes de todos los desordenes
(disorders, ¿os suena?) indeseables en las ciudades burguesas europeas.
Los ideales humanistas de la revolución francesa llevó a cambiar a los
controladores sociales, los sádicos, por médicos para encubrir mejor la
tortura, ahora tratamiento, en los asilos, ahora hospitales para
marginados, ahora pacientes. Por éllo debían tratar enfermedades, y no
pecados o defectos ético-morales. La enfermedad mental sólo es una
metáfora de la insensatez. La psiquiatría, como nueva profesión, se
fundó sobre la suposición del origen orgánico de las perturbaciones
mentales. Admitido sin pruebas, este postulado se elevó a axioma, hasta
el dogma, que evitó que se introdujera la subjetividad en su estudio
Busca el origen del malestar emocional en lo objetivo, en lo somático,
es el absurdo cognitivo de reducir una persona a su cuerpo. Para el
biorreduccionismo, la familia, la historia, el abuso, la guerra, el
maltrato, los derechos humanos y el trauma psicológico, pasan a un
segundo plano, y lo único que le interesa al hombre de ciencia es
descubrir el gen anómalo, el neurotransmisor equívoco, el equilibrio
bioquímico. Si la ansiedad, el pánico, la depresión, las adicciones, las
fobias, las manías, las obsesiones, las compulsiones,...son resultado
de una biología anormal, el contenido humano y existencial de estas
experiencias se vuelve irrelevante. Tu biología es tu destino.
Presentan
esta doctrina con toda su sofisticación científica, como un asunto
aparentemente complicado, con todo su armamento de genética, neurología y
taxonomía nosológica, inversiones millonarias en los últimos 50 años, y
la misma psiquiatría reconoce que en la actualidad las investigaciones
aún tienen que identificar causas biológicas específicas para cualquiera
de estos trastornos, son entidades biomédicas de etiología desconocida.
Por ello se clasifican en base a síntomas al no existir pruebas de
laboratorio, ni signos biológicos. Es lo que pasa cuando se quiere
literalizar una metáfora..
Es
un hecho, no reconocido, que los psiquiatras son los únicos médicos que
tratan trastornos que, por definición, ni tienen causas ni curas
conocidas. Las enfermedades mentales, objeto de estudio, ¿existen?, ¿qué
es la mente?, ¿dónde está? ¿¡Cómo puede enfermar!? Al no ser la mente
un órgano anatómico sólo puede enfermar en sentido figurado. Todavía es
un concepto sin coherencia, carece de unidad cognitiva y profesional al
respecto, científicamente imprecisa, con diversas clasificaciones de
trastornos y diversas psiquiatrías, modelos, terapias,...la misma
psiquiatría parece desorientada. Todavía es una construcción
sociológica, un paradigma artificial arbitrario, basado en suposiciones
justificadas por una lógica inadecuada. Aún así, como el loco no tiene
conciencia de la enfermedad, involuntariamente, por su propio bien,
estos cuerdos tan racionalmente científicos le aplicarán su
psicoterapia, su farmacoterapia y su electroterapia, que funcionan más o
menos, sin saber muy bien ni cómo ni por qué, en base a un amplio
espectro de suposiciones bioquímicas, no confirmadas. La gran farsa de
la psiquiatría, parodia la medicina, pero su objetivo no es curar, sino
normalizar, insertar, al orden social de referencia, a quien señala como
anormal, por su dificultad para adaptarse a los valores políticos,
familiares, sociales, morales,..de la conducta mayoritaria aceptable.
Patologiza la diferencia, la vida cotidiana, psiquiatriza el malestar.
Fuente de poder, prestigio e ingresos, sin pensamiento crítico,
menosprecia la dignidad del enfermo entre los muros del manicomio y el
estigma social, con criterios psicopatológicos construidos hace 200
años, que desprecia la reflexión, con una praxis indiscutible por su
autoridad superior, receta indiscriminadamente píldoras para el agobio
inespecífico, y consejos para alcanzar esa bienaventuranza llamada salud
mental o, al menos te controlará enseñándote la forma correcta de vivir
con tal salud.
Extraños
médicos, que dicen ejercer la medicina, aunque de modo curioso, pues
jamás tocan a sus pacientes, ni aquejados de algo físico los examinarán,
recurrirán a un médico no psiquiatra. Irresponsables ante su juramento
de no hacer daño.
Todos
los tratamientos causan daño, lesivos directa o indirectamente por los
efectos secundarios, tanto física como psicológicamente. Desde su
inicio, con los apologistas de la violencia, maestros de la tortura,
nunca se ha correspondido el concepto terapéutico con tratamiento
psiquiátrico. La privación de libertad ¿es terapéutica? y ¿la
tortura?¿la lesión cerebral?..En general, suele ser peor el remedio que
la enfermedad. En medicina se usan medicaciones, compuestos
farmacéuticos, para solucionar un problema de salud y restituirla, en
psiquiatría no curan, ni producen un efecto específico .Sólo se pretende
inducir una conducta pasiva y dócil, a través de neurotóxicos
psicofármacos castrantes altamente estupefacientes y adictivos; eficaces
para doblegar voluntades se usan para el control social, como forma de
castigo, medida de contención y coacción en instituciones para
retrasados, manicomios, asilos, centros de menores, prisiones... para
amansar animales, por su incapacitación neurológica generalizada que
detiene las conductas o emociones que disgustan a los otros e
incapacitan a la persona para sentir.
Afirman
que poseen eficacia probada al mejorar diversos trastornos mentales,
avalando sus hipótesis dopaminérgicas, serotoninérgicas, etc. Sólo
reducen la excesiva actividad electroquímica por parte de la amígdala
del cerebro, con igual eficacia que hacer deporte, etc. Aunque niños y
ancianos son más obedientes y sumisos. Antipsicóticos, antidepresivos,
ansiolíticos, estabilizadores del ánimo, sólo son paradigmas de la
psiquiatría, que le dan valor a términos que no lo tienen. Cada uno
ineficaz en lo que pretende: ni psicosis, ni depresión, ni ansiedad, los
últimos son antiepilépticos de los que no hay ninguna evidencia para
estabilizar el ánimo. Sorprendentemente, los psiquiatras, muy pocos lo
saben. Pero lo peor, incluso cuando se muestran los datos se niegan a
aceptarlo, tomando decisiones inapropiadas que no promueven el beneficio
de sus pacientes. Sólo empeora el estado físico y mental del paciente
al descompensar la química de su organismo y producir
fármacodependencia. Esto no es curación.
Sin
duda, la mayoría de psiquiatras lo hacen con las mejores intenciones,
convencidos de que es un procedimiento médico para tratar una
enfermedad, como el electroshock, las pruebas que aportan las
investigaciones realizadas, es un ejemplo actual de un proceso histórico
de las teorías simplistas que se utilizan para presentar unos
tratamientos punitivos y perjudiciales como beneficiosos para los
dementes. Otro inútil y erróneo intento del pasado por intimidar y
producir un shock en los pacientes angustiados, y de este modo
devolverles la cordura. Para quienes prescriben tratamiento reconocer el
riesgo de muerte, o el verdadero alcance de los daños cerebrales es
prácticamente imposible, ya que expondría a la condena moral y a graves
consecuencias legales. En otras ramas de la medicina, cualquier
tratamiento con un desequilibrio tan abrumador entre los riesgos y los
beneficios que comporta, se consideraría que no es ético, y sí los
profesionales implicados se negaran a regularlo, se convertiría en
ilegal. No niego la buena intención, no saben más, lo hacen lo mejor que
pueden, pero...la diferencia entre un asesinato y un homicidio, es la
intención, pero a la víctima le da lo mismo.
Sufrir
tanto riesgo, injusticia, y crueldad, en el tratamiento con el enfoque
científico adecuado en base a un diagnóstico, de lo que supuestamente
son síntomas objetivos de una enfermedad crónica e incurable, que el
paciente cree identificada con precisión, y perderá su rol en la vida,
trágicamente, separado de su papel social condicionando el resto de su
existencia. En las actuales circunstancias se hace un uso insensible de
las categorías diagnósticas, insultos psiquiátricos, que enturbian aún
más la situación. Sí la llamada terapia ayudara bastante, ¿podría
merecer la pena la pérdida de la dignidad, los problemas creados por el
estigma a todos los niveles, para toda la vida, por un diagnóstico
psiquiátrico?.
Los
diagnósticos médicos, en general, son definitivos. En psiquiatría son
descriptivos, al no tener una patología objetiva. ¿Siempre es el
diagnóstico correcto? ¿Tiene validez uno diferencial? El psiquiatra
encuentra lo que se ajusta a su creacionismo, su simulacro de enfermedad
mental, no realidades. Medicaliza las reacciones humanas de la persona
ante situaciones altamente traumáticas, para enmascarar los síntomas con
la medicación, invalidando sus capacidades y recursos de salud, y su
potencialidad creadora ante el conflicto y el sufrimiento, neutralizando
las diferencias y particularidades. Reduce la complejidad de los
problemas vitales a cuestiones de orden médico o psicológico,
centralizando en la persona la causa y el tratamiento del malestar,
desestimando los determinantes sociales de la salud mental, y la
intervención política y comunitaria sobre los mismos.
Al
insistir en crear la enfermedad mental, la psiquiatría debe ajustarse
al modelo médico, el contrato paciente-sociedad, que da por sentado que
el paciente no es responsable de su enfermedad, una vez contraída ésta
no es responsable de sus consecuencias. En el proceso patológico, los
síntomas quedan fuera del control del paciente, hasta su remisión. Por
esto, el concepto de la enfermedad mental incluye, obligatoriamente, la
no responsabilidad de los síntomas, como parte de la enfermedad, al
igual que una física. El diagnóstico médico es el que atribuye la
irresponsabilidad al paciente, el que etiqueta a una persona como
enfermo mental sin remisión, al considerarlo incurable y, por lo tanto,
crónico. Más que médica, es retórica del rechazo justificatoria,
vocabulario pseudomédico que fabrica estigmas, y en sus pseudohospitales
crea enfermos mentales incapaces de valerse por sí mismos.
Mas
que explicar científicamente actitudes y comportamientos personales,
que por el motivo que sea se consideran inadecuados, los valora, los
justifica, y decide negarle la libertad de actuar, utilizando términos
como sano, o enfermo. En lugar de analizar el comportamiento en términos
de libertad y responsabilidad, en el ámbito de la elección personal,
del ejercicio de los propios derechos y del respeto a los ajenos.
No
se reconoce más dignidad a las personas, ni se las trata de forma más
humana, por el hecho de negarse a considerarlas responsables de sus
actos. Se cuestiona a la persona en su totalidad, su ser, no simplemente
un acto concreto, que pasará a ser percibido como un mero síntoma, o
señal de la personalidad enferma según un diagnostico la clasifica
dentro de un tipo particular de personas anómalas, y las causas de sus
actos fuera de su control. Se considera peligrosa a una personalidad,
desde presupuestos psiquiátricos, aunque penalmente no sea culpable, al
no ser dueña de sus actos, que es lo único punible. Discurso que ha
calado hondo.
Desgraciadamente,
lo que nunca se cuestiona es ¿porqué la psiquiatría habla de
trastornos?, nunca de enfermedades, o no hay evidencia que demuestre
claramente su validez como tal, con un examen diagnóstico fiable que lo
distinga de la persona sana, neuroquímicamente medido, para restituir la
salud mediante la corrección por medios psicofarmacológicos.
Sin
rodeos, la enfermedad en abstracto no existe. Una verdadera enfermedad
debe detectarse en una autopsia, y cumplir con las definiciones de
patología, en lugar de ser decretada por votación o consenso de los
miembros de asociaciones profesionales. Si no existe una lesión física,
no hay enfermedad que tratar: si no hay paciente voluntario, no hay
paciente que tratar. Los tratamientos psiquiátricos, aunque bajo
correctos auspicios médicos, no son verdaderos tratamientos. Los
psicofármacos, el electroshock, la psicocirugía,.... sólo son castigos,
controles sociales, torturas, envenenamientos, mutilaciones cerebrales,
encarcelamientos... a personas que, incoherentemente, ¡deben de ser
conscientes de esta enfermedad!.
No
digo que no haya personas con problemas emocionales o psicológicos, o
descalificar toda psicoterapia. Sólo manifiesto que hay que reflexionar
sobre el origen de los problemas, su carácter de enfermedad, sobre las
opciones legalmente existentes para manejarlos. Hay muchas formas de
ayudar a las personas, que experimentan graves crisis mentales y
emocionales, etiquetadas con una discapacidad psiquiátrica, que merecen
elegir libremente entre otras alternativas para su recuperación.
Empecemos
con la aceptación, sin miedo, de palabras malditas, pero más humanas:
locura, paranoia, delirio, etc. La locura existe, es humana, puede ser
un viaje necesario, o una salida que el organismo inventa para
sobrevivir a situaciones inhumanas, o un intento de resolución ante una
situación de jaque mate social,...un momento difícil que, antes que
aplastado o invalidado, mejor que sea entendido por todos antes de ser
atendido. Ni en el mejor de los mundos dejará de haber sufrimiento y
dolor. Para que la locura no inflija un castigo superior al necesario,
se requiere socialmente un esfuerzo titánico. Primero hay que cambiar la
actitud en los agentes protagonistas: el judicial, la familia y, el
principal responsable en el proceso, la psiquiatría. Reconocer la
ignorancia, no etiquetar, y empezar a ayudarnos, a entender como tratar a
la gente con problemas, y a la gente problemática, cuáles son los
problemas reales a los que enfrentarse, fuente de sufrimiento. Descartar
que el problema emocional surja de uno físico, para luego tratar los
problemas personales y emocionales que le agobian, Para un,
indispensable, diagnóstico, sin términos raros y técnicos, justo. El
sufrimiento de un ser humano no es un estado, sino una relación con el
mundo y con los demás. Escuchar. No dejarse guiar acríticamente por los
protocolos. Escuchar. Antes de atender, entender. Comprender y aceptar
la descripción de la realidad que le da el paciente. Escuchar. Respetar
al paciente, evitando y resistiéndose al abandono en favor de la familia
o la sociedad. Consensuar el diagnóstico, evitando lo inadecuado o
indeseable, respetando el criterio del paciente. Escuchar. Darle al
paciente lo que necesita y no lo que pide. Sin paternalismos
incapacitantes. Otra psiquiatría humana, humanista y humanizadora. Sólo
cuando se deje libertad para enloquecer, desaparecerá el miedo a la
locura. Sólo cuando ante conflictos o crisis, el empeño sea ayudar a
reconstruir el propio yo, desaparecerá el estigma que genera el buscar
ayuda profesional. Buscar un nuevo concepto de locura.
Ante
la práctica, altamente compleja que supone, se debe difundir, y
facilitar el conocimiento del marco legal. Como medio que asegure una
práctica profesional, ética y comprometida con la defensa de los
derechos de las personas diagnosticadas.
Por
su dignidad, por el respeto a su capacidad de decidir e implicarse en
todo aquello que le concierne en el proceso. Cuestionar las medidas
restrictivas, no es terapéutico limitar la autonomía, privar el derecho a
la libertad, incomunicar, o aislar. Hacer todo lo posible para evitar
el ingreso involuntario, de carácter extraordinario velará por la
dignidad y el respeto de la persona, con todas las garantías, el
tratamiento ha de contar con el consentimiento informado, bien
informado, del paciente, no un mero trámite. Cumplir el deber de
confidencialidad, incluso del menor, pactar la información necesaria y
pertinente que deba transmitirse, los destinatarios y los motivos; por
la dignidad que le corresponde como ser humano y por los derechos que de
ello se derivan. La incapacitación éticamente correcta, sólo es aquella
que realmente puede mejorar la protección de la persona. Aunque pudiera
parecer de hipocondríacos, aceptación de las voluntades anticipadas,
para los casos en que el tratamiento puede poner en peligro la vida, la
integridad física o psíquica de la persona afectada.
Aceptar que, mediante un trato humanitario, gente severamente trastornada puede mejorar, e incluso recuperar la cordura.
Actualmente,
ante la inquietante locura, las autoridades sólo nos dan medicamentos
que nos desconectan y nos hunden todavía más en la oscuridad, así sólo
vemos el lado oscuro del sufrimiento convertidos en zombis extraviados.
Vista la trayectoria, métodos y objetivos institucionales en salud
mental, respecto a los derechos humanos. Aliémonos por la salud y la
felicidad, declaremos que la libertad es terapéutica, la autogestión
más. Para el sufrimiento humano lo saludable es abrir un horizonte, y no
solo pastillas.
AUTOR: JOAN GARCÍA,
COMPAÑERO Y AMIGO.