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miércoles, 19 de octubre de 2011

ULTIMO DIA DE CLASE.


Último día del curso escolar en una academia para superdotados. Todos mis compañeras se divierten, corren, ríen, juegan a la comba, pican cromos o tazos, enseñan las notas orgullosas de lo que han conseguido. Incluso las que como yo han suspendido la mayoría. Me invitan a jugar pero declino la oferta. No me siento con ganas. Ni un atisbo de alegría o de orgullo se muestra en mi gesto. Estoy triste, hastiada, añadiría que con ganas de llorar. Pero no me quedan lágrimas. Me deshice de ellas, de todas hace, exactamente, dos semanas. Fue el día anterior al comienzo de los exámenes. Precisamente el día que escogió mi madre para irse de casa. Según la nota que dejó, aunque me quería mucho, no pensaba volver jamás. Ojalá me hubiera llevado con ella.
Mi padre para variar llega tarde. Le quiero abrazar buscando un refugio entre sus brazos, como imagino que haría una niña en mi lugar, pero no me muevo. Él sólo me dice: <<jovenzuela te vas a enterar de lo que vale un peine>>. Tiene los ojos rojos y suda mucho, puede que vaya bebido.
Le enseño las notas; ocho cateadas de nueve asignaturas. Sólo he aprobado religión. Como todo el colegio.
Mi padre lleno de ira se va a por mi profesora y la increpa sin más argumentos que la descalificación directa. Ella no entra al trapo.
Podría haberle dicho lo que pienso yo ahora con años de perspectiva: que era un borracho, que yo era superdotada, que no le extrañaba que su mujer le hubiera abandonado por la forma en que la trataba, que compadecía a sus hijas por el calvario diario de aguantarle, y que lo mejor que podía hacer era visitar a un buen psiquiatra. Pero no le dije nada de esto. Es más, la que acabó en un psiquiátrico fui yo.
En la sala de espera no hay ningún niño, ni niña, sólo personas nerviosas o profundamente tristes. No sé donde mirar. Mi padre se ha puesto americana y corbata pese a los 35 grados que marcaba el termómetro de la glorieta. Una mujer dice mi nombre, mi padre contesta por mí. Seguimos a la mujer y entramos en un despacho oscuro, como toda aquella clínica. Mi padre rápidamente toma la palabra. Dice una cantidad de cosas horribles de mí y de mamá, con un victimismo que me hace sentir culpable. Yo me quedo sin decir nada. Luego la mujer pide a mi padre que espere fuera, dice que tiene que hablar conmigo. Pero yo no tengo ganas de hablar. Es más, para qué, me preguntaba yo entonces. A los niños no se les hace caso. Las únicas personas que me prestaron atención alguna vez fueron otros niños. La mujer se empieza a cansar de mi silencio, añade que algo tendré que decir en mi defensa. Después de insistir le grito: <<déjeme en paz, odio a mi padre, odio mi vida y la odio a usted>>.
La mujer hace entrar a mi padre y le dice que me voy a quedar ingresada un tiempo, le explica las cláusulas del internamiento y llegan a un pacto unilateral en el coste de mis vacaciones a la sombra.
El verano pasa entre píldoras cuyo efecto conozco a base de tomarlas. Sufro mareos, temblores, somnolencia, vómitos desde el momento en que empiezan a experimentar conmigo. No hay ningún otro niño en aquella cárcel, sólo personas mayores que caminan como zombis o personas con bata blanca. Al menos hay una biblioteca y es allí donde me refugio, alimentándome de palabras. Las palabras que me hubieran salvado si me hubiera atrevido a pronunciarlas.
Septiembre, primer día de colegio. Cuando me ve mi profesora y le cuento mi verano, me dice que todo tiene un límite, va a llamar a servicios sociales. Pero mis compañeras, las mismas que antes me invitaban a jugar me miran raro y se ríen a mis espaldas. Días después la más valiente me dice a la cara el mote que me han grapado en la frente desde entonces. Loca.
Han pasado veinte largos años desde entonces. Años de medicación, de dudas, de ir de hogar en hogar. He pasado por medio manual de psiquiatría entre diagnóstico y diagnóstico. Me he convertido en adicta a ciertas sustancias legales que me prescribe el médico sin titubear. Hoy en día, trabajo de productora para una radio de personas con problemas parecidos a los míos. Vivo con mi madre, sí, con mi madre, que reapareció en mi vida cuando menos la esperaba. De todas formas me sigo sintiendo como aquel último día de colegio, triste, desalmada, vacía. Cómo si en aquel momento en que me quedé sin lágrimas me hubieran robado también gran parte de mi vida.

sábado, 8 de octubre de 2011

BROTS, LA SERIE.

Después de 9 meses de trabajo conjunto entre Pallapupes (pallasos de hospital), Radio Nikosia y la productora Crampton ha salido a la luz la serie Brots. Una serie documental de 13 capítulos donde se puede observar el desarrollo y creación de la obra de teatro "Ella". Hace poco ya os colgamos el enlace del trailer de la obra, pero para los despistados aquí lo volvemos a colgar.




Además os dejamos el enlace de la página web donde se pueden visionar todos los capítulos que se irán emitiendo por la Xarxa de televisións locals de Catalunya: http://www.brotslaserie.com/ Aviso para navegantes, en la serie como fiel reflejo de la realidad catalana conviven y coexisten en paz y harmonía el catalán y el castellano.

Ya para acabar os dejamos el cartel de la serie...
...Junto al deseo de que disfrutéis con nosotros de la aventura de ser tal y como uno ha soñado ser.

jueves, 6 de octubre de 2011

Considero muy aconsejable...

...Pasarse por el blog Yo amo a alguien con... ¿TDAH? y leer su última entrada. Sólo clickad aquí y a disfrutar de la sabiduría de algunos profesionales que aún los hay... ¡¡¡Sin contaminar!!!
Un saludo a Jordi y su familia.

martes, 4 de octubre de 2011

EL FINAL DEL VERANO.


Son las once y media de la noche y aunque no es muy tarde (y he dormido siesta) me angustia no poder dormir. Es una sensación de agobio ante la vida, como si después de muchos meses de actividad frenética, en la que las más de las veces he disimulado (porque no me quedaba más remedio) el hecho de que me encontraba del todo desbordado por los acontecimientos que se sucedían ante mi, me resulte ahora difícil recuperar la calma. No es fácil acompañar a personas que están sufriendo una especie de tsunami vivencial (rollo cáncer, disociaciones, agresiones, invistigaciones, adicciones -¿decidme si la cosa tiene o no tiene coj-ones?- y demás infiernos) sin verse de alguna manera arrastrado por la corriente. Como tan bien describe Pessoa en su libro del desasosiego la sensación de verse inmerso en un torbellino es similar a la de aquel que buscara en vano un asidero, para poder gritar eso de ¡¡Eh, paren máquinas que yo me bajo!!

Desgraciadamente a la vida y a la naturaleza, al paso del tiempo y los obstáculos que se generan del contacto imprescindible con la gente que te rodea, no es fácil pararla, sino es con un punto y final. Son cosas que a veces, en noches como esta, se me pasan por la cabeza. Cuando parece que un nudo se haya atado en mi esófago y me cueste respirar con naturalidad la vida se me vuelve una carga demasiado pesada, con un lastre o una losa que me impide alcanzar dios sabes que cielos inexistentes. ¿O acaso sé a que cielos me refiero? Después de varios meses dedicado casi por completo a las vidas ajenas, meses en los que he apartado de mi agenda cualquier cosa que me produzca un verdadero placer, resulta que mi mente con el despecho de aquella que jura venganza se fue a instalar en el goce más absurdo. De alguna manera sutil después de tantas energías gastadas en los otros, después de tanta angustia contenida por la implicación que se desprende cuando amas a esos otros, mi mente se aferró a la nada, al goce, que como dice mi buen amigo Javi: “dicho pronto y mal es aquello que no vale para nada. Es una cosa que nos fastidia la vida pero que no queremos dejar nunca.” No entraré en disertaciones sobre el chupeteo materno y su carencia, eso a parte de una posibilidad siempre me ha parecido una historia que mal manejada se puede convertir en un refugio para justificarse y no tengo ganas de excusas de mal pagador. Del mismo modo que no me justifico en las etiquetas diagnósticas que sobrellevo, ni siquiera aunque en momentos como el de ahora los profesionales de la psi que puedan leer estas líneas estén realizando un diagnóstico diferencial de mi situación. Si les digo la verdad, me importa un pimiento, no será la primera ni espero que la última. Si son ya las doce menso cinco y sigo escribiendo en porque tengo necesidad, porque siento esa punzada, esa comezón, que me impide dedicar estos momentos a otras cosas que no sea escribir lo que se me antoje.

Porque lo he dicho muchas veces ya sea en forma de poemas, de relatos o a modo de reflexión, para mi la literatura es precisamente ese asidero que me ayuda a bajarme durante unos instantes del mundo, contemplarlo desde fuera, fijar las espirales del torbellino y ver por unos momentos las calles, los muebles, las esquinas, los libros, los papeles, las personas y sus palabras arrastrándose ante mi horror. Porque sí, me horrorizan tantas cosas que además no tienen solución, que al final el trabajo que realizo cuando contemplo desde afuera es el de fijar mi propio terror. Porque de terrores hay de los más variados, y si uno se para a pensar quedaría más rígido que un pato de madera al comprobar que la vida pasa, sino fuera porque se puede recurrir a los sabios y epicureos versos del gran Machado cuando cantaba: todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar.

Nunca perseguí la gloria
ni dejar en la memoria
de los hombres mi canciòn;
yo amo los mundos sutiles,
ingrávidos y gentiles
como pompas de jabòn.
Me gusta verlos pintarse
de sol y grana, volar
bajo el cielo azul, temblar
súbitamente y quebrarse.

Durante meses no he tenido tiempo de escribir, las circunstancias no acompañaban. Uno no puede dedicarse a por ejemplo una novela sobre la certeza (que a pesar de todo ya pasa de las 80 páginas) si ha de pasar más tiempo en el hospital que en su casa, sino duerme bien, si come mal y bebe peor, si teme quedarse solo porque rompería a llorar de pura rabia y quizás también toda la cristalería del piso, etc. Si escribir (se haga mejor o peor) tiene algo de intocable es precisamente porque es un acto solitario, del que muchos vivimos a merced de las pulsiones de forma parasitaria.

En fin, no me quiero hacer la víctima, ni mucho menos. Este rollo no va de eso. Este rollo va de que desde hace bien poco estoy recuperando lentamente ciertas rutinas en las que me muevo mejor que un bailarín, pongamos a Michael Jackson sin sobredosis de morfina. Sólo desde la recuperación de estas costumbres, sólo desde la priorización de mis necesidades -y sin olvidarme de los demás-, sólo después de haberme arrastrado entre los lodos de la urgencia he podido pensar en ¡¡Qué coño estaba haciendo con mi vida!! Que al menos para mi es algo verdaderamente importante. Y es desde aquí, desde esta plataforma desde donde me expreso. Harto de ir a exprés, a las doce y cuarto sigo escribiendo, quien sabe si como dice la canción al piano del amanecer cantaré todo mi repertorio. Es broma, más que nada porque una cosa es no andarse con Los secretos y otra muy diferente es construir un muro de palabras a lo Phil Spector (esta te la dedico Bobby).

Volviendo al tema que me ocupa... Me parece interesante como de estar al borde del precipicio, de estar sumergido y tragando más agua (por no decir cerveza) que un alemán en Salou, el simple hecho de verme una vez más dueño de mi vida, identificándome como escritor, locutor, conferenciante, productor, etc, ha tenido un efecto más balsámico que unos días en el balneario de La Toja -ni que decir tiene que unos días en el psiquiátrico- con todos los costes pagados. ¿Qué hubiera pasado si me hubiera aislado de todos los problemas que habían en mi vida como si no fueran conmigo? No lo sé, pero de lo que sí estoy seguro es de que este relato hubiera sido muy diferente.

La conclusión que saco es que en ocasiones las personas, todas, sin excepción nos vemos en situaciones límites, situaciones desesperadas donde tomamos decisiones desesperadas, hasta el punto de poner en riesgo nuestra salud física y mental. El dolor, la angustia resultante se genera tanto por el propio sufrimiento como ante el dolor del otro, con la variable que cuando mayor es la implicación cuanto más amas a ese sujeto mayor es el dolor, como una especie de desmembramiento en tu mismo campo simbólico, ante la perdida de tu lugar en el mundo y el miedo a no poder recuperar lo perdido. Seria como morir un poco. No demasiado, eso sí, que mañana hay que madrugar. Morir un poco porque nuestra vida se basa en el lugar que ocupamos respecto al Otro social y cuando este sufre hay que ser un verdadero cabrón egoísta y cruel para no sufrir con él en esos momentos. De esta implicación nos habló el doctor Carreño en Lanzarote y joder cada vez que releo su conferencia me gusta más.

Además y ya para acabar simplemente hacer notar como sin una buena red de amigos y familiares que me estuvieron apoyando en esos meses, yo hubiera acabado el verano a la sombra del psiquiátrico doblemente desolado por la pena y el desamparo. A todos ellos que estuvieron conmigo desde algún lugar. GRACIAAAAASSS!!!!


A Joan, Almu, Paco, Javi, Jesús, Lidia, Mariona, Pau gran i Pau petit, Buli, Miguel, Montse, Vicens, Carlitus y a aquellos que me dejo. Besos y abrazos para tutty!!