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martes, 30 de noviembre de 2010

ALTA MEDICA

Hablaba este mediodía con un psiquiatra y psicoanalista lacanianao sobre mi alta médica. Vereis: hace cosa de menos de un mes , mi psicólogo me ha dado el alta , despues de cinco años llevándome. Sus motivos son que llevo dos años estable, que puedo andar  sola y que ese espacio lo puede aprovechar otra persona. La primera vez que me lo sugerió le dije "nooooo", por nada del mundo me quedo yo son mis sesiones, lo necesito, pero a la ultima vez ya no coló, me dió el alta. Es la primera vez en años que estoy sin psicólogo y creo que, al igual que soy adicta a las benzos, soy adicta a los profesionales de salud mental. llevo con ellos desde los 7 años, y ahora que tengo 31 me quitan el psicólogo. Me ira bien la cosa? La cuestión es que se supone que este hecho debería alegrarme y no angustiarme , ya que es signo de mejoría absoluta pero yo he mejorado mucho haciendo mucha terapia, asi que no se que sera de mi bienestar sin ella. Vamos a ver, mi psiquiatra es de estas enrolladas copn las que puedes hablar, te pregunta, le exoplicas. No se limita a sentarme diez minutos y darme una pastillita. Es mas, la ultima vez que la vi ( el mes pasado) le comenté mis ganas de reducir la medicación y ella no se negó, aunque me pidió paciencia. La cosa es que yo la he cagado y me estoy automedicando, me he subido la medicación y ahora tengo un enganche de un par de narices. Soy consciente de ello y en enero, cuando me vuelve a tocar psiquiatra, tengo la intención de confesarle lo que me está pasando. CReo que quizas ha llegado el momento de pedir ayuda, estoy un poco angustiada y no se donde acudir. Esta noche, mientras no conseguia dormirme, pensaba en que quizas podria ir de urgencias y que me indicaran como is bajando la medicación, así cuando fuera a la Dra. ya tendria algo ganado,pero hace dos años que no piso urgencias y para mi es un logro. Raul me apoya dopada pero se que no le gusta verme asi, y yo me estoy empezando a ver mal, cada vez soy mas consciente de lo que me pasa y supongo que me ha entrado miedo, no se.
Ahi lo dejo, con dos grandes incognitas: ¿podré reducir medicación?¿podre sobrellevar mi vida sin un psicólogo?

Un abrazo , FUERZA Y SALUD!!

ALMU.

QUE CADA PALO AGUANTE SU VELA.


Ayer fue un día especial. Era la primera mañana que Almu y yo amanecíamos en Vigo. Esta ciudad que parece diseñada por un mal jugador de tetris nos acogía fría, inhóspita, extraña. Joony, nuestro anfitrión, nos avisaba: “no sé que le pasa hoy a la gente, pero me parece que anda como dando tumbos”. Me ahorraré los sonados chascarrillos que ubican a la ciudad en el paraíso del drogodependiente. Aunque pudimos escuchar poco después de llegar la tarde del domingo algunas perlas como: últimamente estoy como el sol, que salgo y me pongo, salgo y me pongo; o la nada despreciable: de pequeño con el coco y de grande con la coca aquí no hay quien pegue ojo. Bromas a parte, pasamos un día maravilloso. Las conversaciones con Joony suelen estar atravesadas por el delirio más cómico y sano que pueda existir. Es un tipo genial y un psiquiatra que se sale de cualquier prototipo de profesional, los cuales, al igual que los pacientes, también han de soportar el peso de clichés y prejuicios, en algunos casos, ganados holgadamente. En realidad, para un observador impreciso sería imposible llegar a descubrir que aquellas tres personas que parecían disfrutar hasta del mal tiempo eran otra cosa que tres jóvenes alocados, aunque sólo dos de ellos podrían acreditarse como tales. Es así. El diálogo entra y sale de la locura, se adentra en ocasiones en mundos oníricos, donde la palabra se desprende de su peso específico y se eleva sobre el surrealismo más hilarante. No falta la cerveza, ni el albariño, ni el marisco, pero aunque cenemos un plato de macarrones improvisados en un plis plas, la experiencia es de lo más suculenta. No me arrepiento de haberme perdido un partido como el de ayer, con manita incluida, en la primera gradería del Camp Nou, porque aunque hubiera sido de esas experiencias que uno puede contarle a sus nietos, primero tengo que tener hijos y como que la cosa está difícil.

Los psiquiatras son vistos normalmente como personas extrañas, cargados de manías, medio chiflados, que se disfrazan bajo una capa de distante seriedad (el protocolo deontológico obliga) y que aunque deben arreglar la vida de cada paciente, muchos no son capaces de manejar la lavadora. Bajo una pulcritud y un orden del todo impostados, se esconden quién sabe que perversas mezquindades, o dicho de otra forma, quien se esconde tras una máscara de fría pulcritud, suele esconder oscuras intenciones. Así veo a los protocolos y a aquellos que los siguen a rajatabla. Estas creaciones de la ciencia Psi y su presunta democracia, no dejan de ser un mecanismo que  si ayuda a alguien es al profesional, porque le permite juzgar sin ser juzgado, sentenciar desde la privilegiada posición de quien tiene el poder y el conocimiento de lo socialmente establecido. En otras palabras, ¿qué pasa cuando el profesional no se sitúa o se ha situado nunca en el otro lado? Salvo en algunas excepciones, porque siempre las hay, el resultado es un mal profesional, simplemente, porque es incapaz de empatizar con sus pacientes. Estar al otro lado, aunque sea de forma simbólica, siempre ayuda. Como dice un buen amigo: huye de aquel que se considere totalmente cuerdo, porque suelen ser muy peligrosos. Esto me lleva a pensar que lo realmente negativo de la locura es el sufrimiento que en ocasiones esta desprende. Porque seamos sinceros: ¿hay alguien que pueda presumir de una mente cuerda, de una conducta absolutamente normal, que no haya pisado nunca esa sutil frontera que nos separa a los locos de los demás? En algún momento de nuestro vida todos hemos sufrido sin saber por qué. Quizás el problema es que algunos nos recreamos en ese dolor, del cual extraemos una perversa ganancia, una extraña forma de situarnos en el mundo en el lugar del que padece. El sufridor total. El mártir.

Desde pequeños nos enseñan las figuras de Jesucristo, Ghandi y otros mártires de culturas tan diversas como el ser humano. Cualquiera diría que para trascender (que es la mejor forma de garantizar la "vida eterna") sea necesario un sufrimiento, un sacrificio. Hay algo de verdad en este asunto, ya que en el momento en que uno desea algo ha de esforzarse por conseguirlo. Otra cosa es que vistos desde el delirio más cotidiano, estos ideales se impongan a una realidad cambiante, relativa, de la que se nos escapa su totalidad como agua de las manos. El delirio más cotidiano es el del pequeño o gran dictador, el de aquel que se considera poseedor de la verdad más absoluta. El de aquel que sin perder la razón (sin sufrir o sin reconocer su sufrimiento) no atiende a razones.

Al final me quedo con la comunicación improvisada y desprovista de cualquier artificio. Desde la espontaneidad más cercana es desde donde se derriban los muros o como mínimo se caen las máscaras. Tal y como somos, podemos por fin ser, sin miedo, sin pretextos, sin excusas.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

VOLVER A AMAR.

Se ama igual cuando no es la primera vez? Llevo unos días un poco melancólica, recordando cosas del pasado y, como no, el amor ocupa un lugar preferente. Veréis: diciembre es, como yo le llamo, mi mes débil, es decir, el mes en el que estoy mas vulnerable. Casi siempre he estado ingresada, a excepción de estos últimos años que gracias a Raúl y su familia, paso las fiestas mejor que nunca, ya que yo, por causas familiares, hace mucho que no las celebraba... Pues pensaba yo en mi anterior pareja y , aunque no es bueno, establecía una comparación con la actual. Todo hay que decir que ahora soy una mujer más madura que cuando tuve mi primera pareja y eso se nota muchísimo en el día a día. Cuando aquello terminó, pasé un infierno: en la radio siempre sonaba nuestra canción, por la calle todos los hombres llevaban su colonia, cada día pasaba por el lugar de nuestro primer beso (cosa nada rara ya que fue en la boca del metro), etc. Me dije a mi misma que nunca volvería a amar ni me amarían como entonces, y mas cuando me diagnosticaron, que fue poco después de acabar la relación. Pero la vida me ha dado una segunda oportunidad y me ha abierto las puertas del amor de nuevo.

Yo había renunciado completamente a tener una nueva pareja, me juraba a mi misma que nunca volvería amar tan intensamente, y me creía ese juramento a pies juntillas. Conseguí construir una coraza que me protegiera de todo sentimiento, lo único que sentía era dolor...aun ahora hay parte de esa coraza en mi, cuando me siento atacada o desprotegida sale y cuesta llegar hasta mi. Solo los que mas me conocen saben que luego se me pasa, que hay que dejarme y respetarme en ese justo momento. Os puedo decir que, con mi actual pareja, Raúl, luchamos mucho para derribar esa barrera que a veces me envuelve y lo conseguimos, como? con cariño y mimo. Así es como me gusta que me traten. Recibimos lo que damos? La mayor parte de mi vida no ha sido así y llegó un momento en el que me cansé y me aseguré de no dar mas, aunque como soy así , me sale ya de naturaleza. Que le vamos a hacer!!

Dicen que cada uno recoge lo que siembra, y yo pensando en este dicho creía que la vida tenia que darme algún regalo a cambio de todo el sufrimiento vivido. Quizás no lo he visto hasta estos días en que estoy más reflexiva: ese premio ha sido Raúl y lo que conlleva mi convivencia con él. También una remisión de mi trastorno me está haciendo las cosas más fáciles, pero para mi el amor es base de muchas cosas, y no me refiero a ningún concepto hippie, sino que para mi, el amor mueve el mundo, desde el más grande hasta la vida personal de uno. Sentía la necesidad de compartir este pensamiento con alguien, quizás para evitar que se quedara entre los muros de la coraza.

SALUD Y FUERZA. Un abrazo. ALMU

martes, 23 de noviembre de 2010

LA REBELIÓN AZUL.

Ellos esperaban. Comentaban entre ellos la de porrazos que repartirían si alguien se descolgaba. Ellos, embutidos en sus trajes azul marino, cubiertas sus caras con el casco blanco, parecían todos iguales. Un grupo de pitufos de dos metros con muy mala leche y ganas de bronca. Mascaban esa goma excitante, y cada vez estaban más nerviosos. Venía un furgón, luego otro, ya superaban la treintena. A diez pitufos por furgón calculad... era una autentica manifestación de antidisturbios.
Enfrente de ellos no corrían ni las balizas de los desiertos, existía un silencio y una quietud casi mística, como de calma antes de la tormenta; hasta unos rayitos de sol bien definidos se escapaban de entre las nubes como anunciación divina de lo que iba a suceder.
Los antidisturbios entonces empezaron a sacar de los furgones unas pancartas. Algunas decían: POR UNA VIVIENDA DIGNA, ABAJO EL CANON DIGITAL, en otras mas atrevidas se podía leer: AL PAN, PAN Y A LOS POLITICOS PATAPUM o GLOBALIZACION= EXTORSION y la que a mi me pareció más extraña LA CABRA, LA CABRA, ESTAMOS COMO CABRAS LA MADRE QUE NOS PARIÓ, VAMOS A DAR PORRAZOS HASTA QUE SALGA EL SOL .
Entonces comenzaron a caminar todos en grupo, porras y pancartas en mano. Si veían a algún despistado le decían educadamente que se dejase hacer una fotografía con una de las pancartas. Le hacían la foto y luego lo molían a palos. Es lo que tiene la costumbre.
Avanzaban clamando slogans guerrilleros e incluso se podría decir que antisistema. Así hasta que se dividieron en dos grupos y mientras uno entraba en la delegación del gobierno, el otro lo hacía en comisaría. Se produjo una batalla campal entre funcionarios. Pero al final sustituyeron las banderas españolas por unas parecidas a las utilizadas por los okupas, con la única diferencia que, en vez de un rayo, a la “O” la atravesaba en diagonal un fusil de pelotas de goma.
Los medios de comunicación rápidamente se hicieron eco de la noticia. Se armó tal revuelo en los medios, que algunos hablaron incluso de llamar a la aviación y que bombardearan la ciudad. Aquella lacra para la sociedad moderna era, según un televisivo psiquiatra, sin duda consecuencia de un brote psicótico masivo en el colectivo de antidisturbios. Que fumiguen con haloperidol a esos desgraciados, proponía otro tertuliano en el mismo programa matinal.
La primera figura pública en aparecer fue el jefe de la oposición. Le hicieron pasar, él se dio la vuelta para que le hicieran una foto con los dedos índice y corazón extendidos en forma de “V” y lo siguiente que vio fue la celda para presos peligrosos donde le encerraron.
La segunda en venir fue la vicepresidenta del gobierno, pero la metieron también en el calabozo, igual que al ministro de interior. QUEREMOS AL PRESIDENTE gritaban ellos desde las ventanas.
Al final en helicóptero, y sin hacer escalas, vino directamente del Palacio de la Moncloa el mismísimo presidente del gobierno. Entró con paso firme y le llevaron junto al cabecilla de la rebelión que era un tipo graso con barba y pinta de que de un porrazo te podía romper los 206 huesos del cuerpo y luego meterlos en una trituradora y tomárselos de desayuno. Con talante y con rigor, aunque estuviera cagado de miedo, el presidente le preguntó sus demandas.
-Mire sr. Presidente, a las manifestaciones no viene nadie, no tenemos a quien pegar, nos aburrimos. Así que o busca un nuevo enemigo o nos pasamos al otro bando.
El presidente permaneció unos instantes pensativo. Al final preguntó al cabecilla: No tengo una solución real a tus demandas, llevamos muchos años cargándonos el espíritu colectivo. ¿No os bastaría con un aumento de sueldo?
Minutos después la rebelión azul, tal y como fue denominada por la prensa, terminó con el compromiso “real” por parte del gobierno e incluso de la oposición en promover el odio y la crispación entre los españoles, además de subirle un 5% el sueldo a todo el cuerpo de antidisturbios. La rebelión había sido sofocada.

LA CALLE DEL SILENCIO. cuento infantil.


Mi hermano mayor se llama Joel y un día salió de casa sin decirle a papá y a mamá donde iba. Cuando volvió a casa no era el mismo. Al parecer se había perdido en la ciudad, hasta llegar a la calle del silencio.





Desde ese día mi hermano no dice casi nada. Por no decir no dice que le gusta o que no le gusta. Anda siempre medio encogido, como si cargara con una mochila muy pesada.





Mis padres y yo nos hemos preocupado mucho por él, porque parecía que no estuviera, y nosotros le queríamos a nuestro lado tan alegre y tan cariñoso como siempre fue con todos.





Un día al salir del cole, mi hermano Joel estaba esperándome para ir a casa. La gente murmuraba a nuestro paso, sobre todo de él, porque iba despeinado y con cara de no haber dormido en varios días, y eso me fastidiaba porque mi hermano no se había metido con nadie.





Caminamos juntos, cogidos de la mano, como dos buenos hermanos. Yo estaba tan contenta de poder caminar con él que no quería que acabara aquel paseo. Entonces se me ocurrió y, mientras esperábamos la luz verde del semáforo, le pedí que me llevara a la calle del silencio.




Mi hermano me miró y me sonrió, me acarició la cabeza con ternura y me dijo algo que no olvidaré: la calle del silencio no existe más allá de nuestra mente, nunca la busques mi cielo, no hay nada más hermoso que hablar con la gente que quieres.




Yo tenía muchas preguntas que hacerle, pero algo me retuvo. Al llegar a casa temí que yo también me hubiera perdido y acabado en la imaginaria calle del silencio.





Como cada noche toda la familia cenamos juntos. La sopa estaba muy buena pero nadie parecía darse cuenta. Entonces para la sorpresa de todos mi hermano Joel, dijo: Mamá la sopa te ha quedado deliciosa. Mi madre no supo que contestar pero sonrió.




Desde ese día Joel parece que haya vuelto de su particular calle del silencio. Y diga lo que diga la gente, yo soy la niña más feliz del mundo cuando cada tarde, al salir del cole, está esperándome para llevarme a casa y podemos charlar sobre calles imaginarias. Como la del silencio, la de las palabras o la de la alegría, que es sin duda mi favorita.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Pensamientos almudenianos

Hola,
Antes de nada, presentarme: soy Almudena, la pareja de Raúl.LOs dos salimos como firmantes de los textos, pero es el quien escribe. Yo hace mucho tiempo escribia y me gustaba bastante, pero he perdido la musa...vamos, que estoy en una crisis creativa junto al miedo al folio en blanco.

Ahora me he decidido a escribir porque tengo algo que decir y porque Raulillo me ha retado. Deciros que, desde hace algunos dias, semanas diria yo, Raul esta embobado mirando blogs y esta como un niño pequeño con zapatos nuevos ( siempre he pensado que esta frase es muy tonta, porque los zapatos nuevos duelen). De alguna manera quiero daros las gracias a todos aquellos que intercambiais blogs y dejais comentarios en el nuestro, os aseguro que son muy bien recibidos y esperados.


Yo me autodefino como superviviente, porque creo que eso es lo que hacemos en la vida : SOBREVIVIR. Como muchos otros, he recibido varios golpes y he luchado contra la enfermedad, el estigma, los derechos humanos, etc. La cuestion es que, al final, siempre me he salido de todas. Con mas o menos fortuna, he ido caminando saltando los obastaculos del camino, que no siempre ha sido facil: muchas veces la piedra era muy pesada o la valla muy alta. Con esto quiero decir que uno recoge lo que siembra cuando lucha por algo.

En Radio Nikosia aprendi a sentirme util y a tomar una postura ante el diagnostico: la reivindicacion. Me costaba mucho aceptar mi trastorno, pero en Nikosia lo consegui, porque aprendi que, ante todo, soy una persona con unas cualidades , las cuales si se trabajan pueden llevar a algo bueno. Eso hice: me sumergi de pleno en el mundo de la comunicacion y sali del tunel cogida de la mano de mis compañeros.

El otro giro que dio mi vida fue Raul: llegó de golpe, como brisa fresca. Revoluciono todo mi mundo. Yo casi habia renunciado ya al amor, cuando le conoci en nikosia y desde entonces somos inseparables. Puede que no sea muy objetiva, pero Raul escribe muy bien y ultimamente mas. Pienso que ha alcanzado una madurez impresionante, no hay mas que leer "Levantese quien pueda". A mi me enamoro con su voz y sus poemas.

En fin, que me alegro que Raul navegue con un buen motivo, aunque siemprre me toque esperar turno para utilizar el ordenador, jeje.
Un abrazo y FUERZA.

DE TARDES Y CAMINOS.

Este no es un blog sobre locura, aunque ésta lo atraviese de forma transversal. La intención de este blog, que comenzó siendo un refugio o un cobijo para Almudena y para mí, durante tantos momentos de aburrida apatía, ha acabado convirtiéndose en algo parecido a una plataforma desde la cual reconstruir mi discurso literario. Hoy al leer el blog de Etiquetada y su maravillosa auto-terapia contra la psicosis, he estado navegando por otros lugares, algunos muy cercanos en lo intelectual y otros en cambio en las antípodas más cercanas del mapa geográfico. Hablando claro, que me he empapado hasta que me quemaban los párpados con varios artículos del gran -y por eso no menos accesible Rendueles- y después he llegado a un blog, a una especie de revista virtual donde escriben o lo intentan chicos y chicas, que bien podríamos ser Almudena o yo, en otros tiempos. Así que movido por un sentimiento semejante a la rabia que siente uno ante las injusticias, voy a intentar reflexionar sobre la locura y desde la locura, pero antes un aviso para navegantes: no tengo ni puñetera idea de que me va a salir.

Ayer le comentaba a un buen amigo que por extraño que parezca me he curado de eso incurable que llaman esquizofrenia. Él me dijo, cuéntame algo que no sepa. A lo que contesté, si lo que quieres es un cuento mejor que entres en mi blog. Los dos nos reímos. Él, psicólogo político, y yo, esquizofrénico o persona diagnosticada de esquizofrenia o ex-esquizofrénico, vamos, que no tengo intención de contradecirme después de cinco líneas. Los dos eso sí más locos que una manada de cabras -en este caso cabrones- subiendo a saltos entre las peñas. Me resulta curiosa esa expresión: estar más loco que una cabra. Se utiliza porque las cabras, sobre todo las silvestres, además de ser impredecibles, son difíciles de domesticar. ¿Y de que hablamos cuando hablamos de domesticar? De todas las definiciones me quedo con la de ese entrañable zorro hablándole a un pequeño hombrecito, rubio y de mirada inocente. El zorro le explica al Principito que domesticar es algo tan simple como hacer lo que se espera de nosotros, no fallar a los que amas y que si les fallas, seas consciente que en ese momento esa persona o animal te está añorando.

Cuando he leído a Etiquetada hablar de la psicosis como una elección, por mucho que más tarde leyera a Rendueles hablar de psicosis endógena (creo que ese era el término utilizado, si no lo es, pido corrección inmediata y cuarenta azotes en la blogosfera pública) la palabra elección seguía flotando en mi cabeza, haciéndose la remolona. Para mí, de lecturas más psicoanalistas ( y de edición de bolsillo, que quede claro ) el concepto de elección abre más puertas que las que cierra. Porque precisamente hay ha estado la clave de mi curación, elegí estar bien, o lo que viene a ser lo mismo, elegí no dejarme influenciar por esos pensamientos, que la experiencia me decía que no eran reales, o al menos no tan reales como la cara de flipaos de mis amigos al verme hablar solo. Claro, este sería otro punto. Durante todos mis años de crisis no tuve a mi lado ni un solo amigo. ¿Quién iba a querer estar conmigo si me tenían más dopado que a los leones de un circo de provincias? La gente, pensaba yo, no le mola estar al lado de alguien que quizás no tenga delirios, pero parece que tenga parkinson, babea, tiene dificultades para hablar, le resulta difícil estar sentado más de diez minutos y además dicen en la tele que los que son como el son peligrosos. Cómo viene a decir JoonyBenitez en un post ejemplar y muy divertido, pa estar con esta peña hay que tener vocación e invocar ya de paso tu experiencia en un diván, sino... ¿Quién te dice a ti que no vas a acabar más quemado que el palo de un churrero? Pero ahí está la virtud del azar, la magia de lo impredecible, la obstinada facultad que tiene la vida para sorprendernos, si es que no somos tan orgullosos de decir: jumm, ya lo sabía, aunque seamos la primera persona en el mundo en ver pilotar a un burro un coche de carreras (los fans de Fernando Alonso, por favor controlen sus comentarios tendenciosos sobre Hamilton). Un día aparecieron esos amigos, aunque primero fueron personas con las que me unía un hilo en común, la ganas de hablar, de decir, de pertenecer a un grupo. En un espacio libre como Radio Nikosia puse los primeros andamios de mi actual personalidad, que no nos engañemos, no es más que la evolución (para algunas cosas mejor, para otras peor y pal resto exactamente igual) de aquel universitario que se precipitó al mundo de la locura.

Sí, no he dicho, que me empujaron, ni que me vi empujado, he dicho me precipité, como podía haber dicho me arrojé al mundo de la locura y sus perversiones. ¿Qué lleva a alguien como yo a lanzarse al vacío? Para empezar una enorme frustración, herencia de una infancia solitaria y desgraciada en la que fui espectador y en ocasiones víctima de capítulos de verdadera violencia. Las más de las veces crecí en un entorno donde el temor a la repetición de esos capítulos, convertían la vida en una especie de camino de espinas y a mí, en un nuevo mesias no de la religión, pero si de la literatura. Cada día era una prueba más en la que debía soportar los efectos de una violencia sutil, pasiva, donde se me reclamaba sumisión y silencio, desde el chantaje más flagrante: Hazlo por mí. No puedo. Por favor, te lo pido desde el fondo de mi alma. No debo. Al final todos saldremos ganando... Hacemos tantas cosas por amor. Cometemos tantas locuras por amor. Ya dicen que sufrir es una parte indivisible del acto de amar. Durante años creí que por haber sufrido tanto, la vida me debía algo. No sabía exactamente el qué era ese algo, pero tenía que ser algo muy bueno. Cuando descubrí el cannabis las lágrimas se convirtieron en risas, mi percepción de la realidad se abrió a universos hasta entonces desconocidos y sentí por primera vez que ese chico solitario, tremendamente inteligente, encontraba algo que lo unía al mundo. Cuando mi madre enfermó de cáncer no pude controlarme. En ese momento sentí que la vida no era más que una broma corta y de mal gusto. ¿Dónde estaba mi premio, dónde estaba la felicidad prometida, dónde estaba todo lo que la vida me había negado una y otra vez? Elegir la locura fue como lanzar mi mundo contra el suelo con todas mis fuerzas. Mi mundo era mi imaginario, mis creencias, mis opiniones, mis experiencias. En aquellos tiempos yo creía que la psiquiatría curaba, así que pedí un ingreso voluntario en López Ibor, donde esperaba encontrar un lugar para descansar, reponerme, restructurar mi discurso. Allí, al ver la fractura que existía en mi mente, decidieron inmovilizarla, como si me pusieran una escayola, una escayola de la cual a día de hoy no he podido deshacerme del todo. Siempre digo que la enfermedad fue como cruzar los siete anillos del infierno sin compañía del bueno de Virgilio. En mi Divina Comedia, por no haber, ya aviso, ni siquiera hay un paraíso ni una Beatrice infinitamente bella. Mi mujer y yo vivimos en un constante purgatorio, porque ese es para mí el lugar que define mejor lo que es la vida. Un lugar de tránsito hacia la nada, donde se sufre, sí, como todo el mundo, pero que también esta repleto de buenos momentos, algunos de ellos maravillosos.

Cuando llegó el momento preciso Almudena y yo creímos que eramos capaces de dar un salto en nuestra vida. Nos conocimos en Nikosia y casi nadie daba un duro por nuestra relación o al menos como se cree que debe ser una relación. Deberíamos vivir en un piso tutelado, porque no eramos capaces de hacerlo por nuestra cuenta. Y seguramente en aquellos tiempos duros esa opinión no iba del todo desencaminada. Reconstruimos juntos nuestras vidas con recetas tan sencillas como amor, comprensión y respeto. Recetas que tampoco curan, cuando la vida pega duro, pero sí que alivian y estimulan a seguir adelante. Porque si la vida es un camino que se abre al caminar, siempre es mejor no hacerlo solo. No estarlo, en muchos momentos, también se trata de una elección, o, mejor dicho, de una lección de humildad.

sábado, 20 de noviembre de 2010

LEVÁNTESE QUIEN PUEDA 13. capítulo final.


Carlos y Luz estuvieron cuidando de Máximo hasta que éste salió del hospital, donde, por cierto, se había hecho muy amigo de una joven enfermera, que lo mimó profundamente. La relación entre los dos psicoanalistas se fortaleció con el tiempo e incluso se plantearon asistir a unas olimpiadas. Tanto era así, que a Carlos le entró el gusanillo del matrimonio, y éste no fue causado por un enfriamiento de la relación, la cual en ocasiones alcanzaba temperaturas volcánicas. Pensó en perdirle a Luz que se casara con él, porque a las mujeres les suele gustar eso de vestirse de blanco, participar de una ceremonia (en este caso más civil que la benemérita) y sellar con un objeto simbólico, como puede ser un anillo o la cadena entera, su amor hasta que la muerte los separe. Claro está, Luz no era una mujer al uso. Total, que Carlos pasó varias noches soñando con que se atragantaba con una espina de bacalao, por lo que un gato le acababa practicando una traqueotomía con un cuchillo jamonero. Esta pesadilla recurrente le hacia despertarse con una gran angustia y unas ganas enormes de comer paletilla curada de cerdo. La última noche no pudo aguantarlo más y se levantó de la cama, se vistió y se fue en busca de un supermercado abierto las 24 horas. No tuvo que caminar mucho hasta encontrar un establecimiento regentado por una familia de Pakistán, que lo miraron entrar con el mismo interés de quien mira la cabeza de un Besugo. Compró jamón envasado al vacío y se dispuso a volver a casa devorando con avidez hasta la grasa. Una vez satisfecho su apetito se sintió mucho mejor, así que, incluso, se puede decir que disfrutó del paseo. Las calles a esas horas de la noche eran un desierto azulado y húmedo, en la que reinaba un absoluto silencio. En un momento dado pasó por delante de un cine donde aquella semana estaban reponiendo la saga de Star wars. Carlos se emocionó al ver en el cartel a su anciano maestro blandir su espada Jedi en la marquesina del cine, hasta que de repente éste la blandió de verdad y dando un salto con triple mortal y nueve tirabuzones y medio se situó justo delante de su discípulo.

-¡¡¡Maestro, que alegría verte!!! -Exclamó Carlos.

-Alegría no ser la palabra correcta, joven padawan.

-¿Ah no?¿Entonces cuál es? Ilumíname maestro.

-Demasiado iluminado estar tu ya... No decirme maestro más... Tu no ser Jedi y yo no ser psicoanalista... Yo ser un personaje de George Lukas, pero como tú caerme bien, avisar a ti que deber tener cuidado con la SGAE...

-¿Sólo eres un personaje de cine?

-Sí, joven padawan, igual que tú sólo ser personajillo de novelilla... Tu deber entender...

-¿Pero... yo? Yo sí que existo, yo soy... yo soy... ¡Soy Carlos cojones!

-Tú sólo ser personaje de joven escritor, y bastante freak, por cierto.

-No puede ser. No puede ser... ¿Eso quiere decir que en cuanto ese escritor decida dejar de escribir dejaré de existir? Que vida más perra. Que dolor en mi corazón.

-La vida perra ser a veces... En tu caso ser perra pequeña y escandalosa... Una joirside... ejemplo es.

-Vuelve a tu película Yoda. Quiero estar solo.

-Yo volver al cartel... Antes dejar a ti un descuento para comprar palomitas y refresco tamaño jumbo... Que la fuerza te acompañe...

-Adios.

Yoda desapareció de repente y Carlos se quedó desolado. Si era verdad que él sólo era un personaje más en la mente de un descerebrado escritor, su vida tenía menos valor que una fotocopia en blanco y negro de un billete de seis euros. Pese a todo, como pasa tantas veces en la literatura, en un arranque de decisión corrió hasta casa de Luz y la despertó.

-Luz, Luz, despierta. Luz despierta ¡por tu padre!

-¿Qué quieres? ¿Te has vuelto loco? ¿De dónde vienes a estas horas?

-De comer jamón.

-Ya estás otra vez con el jamón...

-Luz, he tenido una visión...

-¿Una visión? ¿Te has vuelto a fumar el cáctus de la entrada, o qué te pasa?

-Yo sé que es difícil de entender, ni yo mismo lo entiendo, pero...

-¿Pero qué?

-¿Quieres casarte conmigo?

-Joder, preguntámelo mañana. Buenas noches.

-Luz, que va en serio.

-Sí, en serio, buenas noches.
Luz se giró y en menos de lo que tarda una gallina en decir “coc” se quedó dormida. Carlos no tuvo más remedio que hacerle caso y meterse en la cama. No quería dormir, tenía miedo de que si se dormía no volviera a despertar, pero la oscuridad, la respiración relajada y acompasada de su compañera fueron como una nana para un recién nacido. Finalmente, pese a sus reservas, se quedó profundamente dormido; igual, igual que si hubiera muerto.

viernes, 19 de noviembre de 2010

LEVÁNTESE QUIEN PUEDA 12.

Dos días, no más, necesitaron los padres de Máximo para localizarle. Durante ese tiempo el hijo había aprovechado realmente el tiempo. Se había matriculado en Antropología y comenzado a trabajar en la biblioteca. Allí, rodeado de las obras de Dostoievsky, Nietzche, Platon, Descartes, Kafka, Martin Gaite, Borges, Levi Strauss, Goffman, etc, se sentía como aquel que ha encontrado por fin su lugar en el mundo. Por las mañanas iba a la facultad y por la tarde entraba en ese templo del saber universal, donde ordenaba numéricamente cada tomo devuelto. En los ratos libres leía, en un pequeño cuarto de la biblioteca. En dos días, en sólo dos días, ya había devorado “Asylum” el estudio etnográfico de Irving Goffman sobre las distintas realidades que existen dentro de un psiquiátrico. Ojalá, se decía a sí mismo, algún día logre escribir algo así, algo que remueva conciencias y provoque un cambio en las miradas de la gente. El siguiente libro que eligió fue El extranjero de Albert Camus, un libro corto y afilado, como una cuchilla con la que sesgar toda esperanza en la condición humana. Su anónimo protagonista acababa de ser sentenciado a muerte por el Alto Tribunal, cuando un carraspeo cercano sacó a Máximo de su ensimismamiento. Ante él estaban sus padres, serios, duros, mirándole con el rencor de quien se siente ultrajado. Máximo les aguantó la mirada en silencio. Por su cabeza pasaron en ese momento muchas cosas, tantos y tantos recuerdos de su vida junto ellos, puertas cerradas, crucifijos, el beso a aquella muchacha, golpes en la boca, ingresos involuntarios, golpes en la cabeza, piedras en los zapatos, golpes y más golpes, como un carrusel de imágenes que se sucedían, cada vez más rápido, al ritmo de su corazón.

-¿Es que no nos vas a decir nada? ¿Es así como se trata a unos padres que te han dado todo el amor del mundo? -Dijo el padre con una mueca de desprecio que le desfiguraba la cara.

-Hola papá, hola mamá. ¿A qué se debe el honor de esta visita?-Respondió el hijo esforzándose por mantener la calma.

-Hemos venido a buscarte Máximo, no nos puedes hacer esto. Somos tus padres. - Suplicó la madre, como una osa polar en el momento antes de devorar a su cría.

-Yo no me voy a ningún sitio, padres, este va a ser a partir de ahora mi hogar.

-Eso será por encima de mi cadáver, hijo del diablo. -Amenazó el padre con el puño en alto.

-Por encima o por debajo. Me da igual. Este es mi nuevo hogar y puedes hacer lo que quieras... No sería la primera vez que me golpeas y ¿sabes una cosa? A cada nuevo golpe me separas más de ti.

-¡Condenado cabrón! Claro que te voy a pegar, claro. -Aulló el padre avalanzándose sobre el hijo al que del primer puñetazo tumbó en el suelo. -¡Levántate hijo de tu madre!, ¡levántate si tienes lo que tiene que tener un hombre! -Máximo, se levantó tambaleante y en silencio, se llevó la mano a la boca ensangrentada, pero nada más. Su padre volvió a la carga. -A mi no me reta nadie, ¿me entiendes? ¡Nadie!-Gritó mientras asestaba un nuevo golpe en la cabeza de su hijo, que cayó como un plomo al suelo. El padre le agarró del pelo y le dijo. -Ahora te vas a venir con nosotros, ¿me has entendido?. Vas a venir y vas a confesar y sufrir la penitencia por todo lo que nos has hecho pasar, ¿entendido?

-Hazle caso hijo mío, nosotros te queremos mucho. -Añadió la madre.- Todo lo que hacemos lo hacemos por tu bien.

Máximo estaba derrotado, sangraba mucho, no tenía fuerzas para levantarse, le dolía mucho la cara y se sentía mareado y confuso. Pese a todo no estaba dispuesto a dejar su nueva vida, no estaba dispuesto a repetir los mismos errores del pasado, cuando por cobardía o juventud no fue capaz de tomar las riendas de su vida. Sus padres, pensó, quizás conseguirían llevárselo de vuelta, pero tendrían que matarlo antes. Esa, quizás, era la única certeza que conservaba en esos momentos.

-Venga levántate, maricona. ¡Levántate, te digo! -Gritó el padre.

-Levántate cariño, ven con papá y con mamá. -Añadió la madre.

Máximo reunió las pocas fuerzas que conservaba y se levantó con dificultad. Con la cara desfigurada por el dolor y las heridas, Máximo parecía una caricatura grotesca dibujada con sangre por un sádico. Balbuceó como pudo un mensaje incomprensible que sus padres no entendieron. Nos lo cuentas en el coche, le dijo el padre agarrándolo del brazo y estirando de él, pero en un arrebato de dignidad Máximo se zafó de aquella garra y miró a su padre con indiferencia, primero, después con comprensión y finalmente con piedad. El último gesto de Máximo fue una sonrisa, el final estaba cerca y en el preciso instante en que lo supo, consiguió liberarse por fin de todo el dolor acumulado. Alea jacta est, pensó, la suerte está echada.

Luz estaba presentando a Carlos a todo el equipo del estudio, había conseguido con una de esas sonrisas imposibles, que contrataran a Carlos como técnico de seguimiento. A estas alturas y a pesar del poco tiempo que hacía que se habían conocido, ambos disfrutaban de una amistad bien aderezada con sesiones inacabables de sexo. Trabajar juntos, vivir juntos, su revolución, quizás no iba a cambiar el mundo, pero al menos había cambiado sus vidas, acercando el uno al otro. Reían de un chiste que había leído Luz en el blog de un colega de iberoamérica: "¿En qué se parece un psiquiatra al colectivo 111?" "En que los dos empiezan con uno, siguen con uno y terminan con uno." El móvil de Luz les arrancó de ese momento. Llamaban desde la Biblioteca de Letras, según la bibliotecaria había entrado una pareja de aspecto adinerado, que se habían presentado como los padres de Máximo. También se habían escuchado insultos y golpes. Ya había llamado a la policía, pero era mejor que Carlos y ella vinieran dadas las circunstancias. Carlos, que había observado la cara de su compañera palidecer, se imagino que algo terrible había sucedido. No hizo falta decirse mucho. Ambos salieron a la carrera en dirección a la biblioteca.

Fueron diez minutos, los que tardaron en cruzar el campus al sprint, diez minutos en los que el miedo y la desazón los hizo correr como corre un zorro perseguido por los perros de presa. Entraron en la biblioteca, justo en el momento en que se personaba la patrulla de policía. Fueron unos instantes de explicaciones, de resoplidos medio ahogados, de sudor y pánico en el rostro. Los gritos y un fuerte golpe en la planta superior fue la mejor explicación para aquellos dos policías. Subieron los cuatro lo más rápidamente posible. Al entrar en el cuarto vieron a Máximo tumbado boca abajo, con un gran charco de sangre al rededor de su cabeza. El padre seguía gritando y pateando su cuerpo, totalmente fuera de sí, con espumarajos en la boca rabiosa, como una bestia que se recrea en su misma violencia, mientras la madre rezaba un rosario. Los agentes redujeron al padre y pidieron refuerzos y una ambulancia. Carlos y Luz fueron a por Máximo, con lágrimas en los ojos, temiéndose lo peor.

-Aún vive. -Anunció Carlos, al comprobar que todavía tenía pulso.-Máximo, Máximo escuchame, soy Carlos. Todo ha pasado, todo ha pasado. Aguanta un poco, te lo debes coño, aguanta un poco más.

Los refuerzos no tardaron en llegar. Máximo tenía varios huesos rotos, pero aún vivía. Se lo llevaron rápidamente al hospital. Los padres de Máximo fueron llevados a comisaría, donde serían acusados y posteriormente condenados en un juicio rápido por intento de asesinato en el caso del padre y en el caso de la madre como cómplice y negación de socorro. Con ellos en la cárcel, el libro de Máximo se cerraba por fin.


jueves, 18 de noviembre de 2010

LEVÁNTESE QUIEN PUEDA 11.

En la facultad de medicina les esperaba Luz. A Carlos le pareció una mujer preciosa, un poco mayor que él, de pelo abundante y rizado, y una sonrisa que abría más puertas que todos los cerrajeros de 24 horas. A Luz, él le pareció el antipsiquiatra por excelencia, y no porque defendiera dicho movimiento, sino porque tenía una mirada limpia, sin contaminaciones, como si todavía viviera con fuerza lo mejor de aquel niño que un día fue. Ambos se dieron un largo abrazo y se dijeron las típicas cosas que se dicen cuando conoces a alguien en internet: te imaginaba más alto, pero está bien; yo a ti te imaginaba más mayor, chica, si pareces una adolescente, etc. Máximo que hasta ese momento se había situado en segundo plano fue recibido con alegría. Cuando la ambulancia se hubo marchado, los tres se fueron a casa de Luz. Los dos viajeros se pudieron refrescar con una ducha, mientras Luz preparaba algo para comer. El tema de la ropa no fue un problema, Carlos se puso la que llevaba y Máximo se vistió un pantalón corto y una camiseta ancha que Luz solía utilizar para ir a correr por el campus. La comida pasó entre risas, con el relato de la fuga como plato fuerte. A Máximo, que no se le escapaba una, no le pasó desapercibido el buen rollo con que se miraban aquellos dos galenos, alocados y juveniles, pese a pasar ampliamente de la treintena. Ellos, en cambio, aunque deseaban secretamente dar rienda suelta a su afán revolucionario rompiendo los muelles de la cama, no le hicieron sentir como un aguanta-velas. Luz no lo pudo dejar más claro, la verdadera revolución, por mucho que me tratéis de come-flores, está en las pequeñas cosas, en las miradas, en los gestos, sí, el amor es la respuesta. Lacan te hubiera machacado por esa afirmación mi querida amiga, te hubiera colgado del dedo gordo del pie izquierdo en lo más alto de la Torre Eiffel. A ver, mi lacaniano amigo, que sí, que todo es relativo, pero no es cierto que todo esto que hemos realizado ha sido una prueba de nuestro amor, de nuestra forma de amar (así no me tocas más las bolas con el bueno de Lacan), hacia nuestra profesión. ¿Tú que opinas Máximo? Opino que hay pocas cosas que valgan realmente la pena en esta vida y ninguna de ellas serviría de nada sino se pudieran compartir; creo que la vida no es algo fácil de llevar para nadie. Nacer es como caer al mundo, y el primer esfuerzo que debemos hacer es levantarnos y empezar a sobrevivir, al final eso es lo que somos supervivientes. Casi nadie logra todas sus metas, casi nadie llega a conocerse a sí mismo y en cambio eso no les impide ser felices, aunque sea en minúsculas (como dijo Benedetti), precisamente porque el truco para conseguir esa felicidad es encontrar personas que sepan comprenderte no tal y como eres, sino según como estás en cada momento. A mi me han educado desde el dogmatismo más cerril y cualquier idea, cuando se convierte en dogma, pierde su esencia más pura. Quiero decir que las palabras, los discursos, por muy potentes que sean, no son más que eso. Palabras que sino estuvieran escritas se las hubiera llevado el viento. Vaya con el psicótico, dijo Luz. Dejale continuar, sugirió Carlos. ¿No os parece que la palabra tiene un enorme poder? Es desde la palabra que construimos y destruimos, que hacemos el bien o hacemos el mal, y al final esas palabras son sólo producto de nuestras creencias, que como creencias siempre estarán sujetas a un principio de incertidumbre. Somos las personas, todos los seres humanos que han vivido desde hace milenios, los que hemos desarrollado la raza humana, con todas sus diferencias culturales, religiosas, lingüísticas, conductuales. El dilema... Realmente no está en pensar que esto es blanco o es negro, esto es malo o es bueno, esto es loco o es cuerdo, la dificultad mayor reside en distinguir en lo real aquello que verdaderamente le representa, para así poder definirlo de una forma precisa y no excluyente. Las etiquetas son imprescindibles, son adjetivos que nos ayudan a comprender nuestro entorno, pero al poner una etiqueta somos responsables de ella, de sus consecuencias, porque le estamos dando un significado a-prendido según nuestra limitada capacidad de percepción. Lo que sería importante es relativizar los significados, pero es algo tan difícil en una sociedad como la actual... En mi caso, puedo haber estado loco, he sido diagnosticado, condenado con términos inapelables ( tanto por la religión como por la ciencia). He sido obligado a tomar tratamientos que han erosionado mi alma, hasta abrir un hueco muy difícil de llenar, pues me impedían pensar con claridad, negándome algo tan esencial como la responsabilidad de mis decisiones, de mis creencias, de mi vida. Y pese a todo puedo considerarme afortunado. Esta oportunidad que me habéis dado es como un renacer, como un empezar de nuevo, un punto de inflexión desde el que reconstruir todo mi imaginario, sin temor al que dirán. A partir de ahora podré ser algo más que un loco, o un presunto suicida moral, podré ser, sin dejar de ser lo que fui, un estudiante, un joven con un futuro por delante, un apasionado por la literatura, la filosofía y las mujeres, una persona, en definitiva, movida por sus pasiones, que son tan reales y legítimas como las de cualquier otra persona.

Cuando acabó Luz y Carlos no sabían si levantarse y aplaudir o ponerse a llorar. Así que aplaudieron y lloraron de pura emoción. La sobremesa continuó hasta la tarde. Tuvieron que dejarla para ir a comprar algo de ropa. Esa noche esperaban salir a celebrar todo lo ocurrido. Cenaron un bocadillo, regado con cerveza, en el caso de Máximo sin alcohol, porque aún debía tomar medicación durante un par de semanas, hasta lograr suprimirla. Y dos horas más tarde, se habían invertido del todo los papeles; cualquiera que los hubiera visto pasear a los tres por el casco viejo, hubiera pensado que aquella pareja de borrachos estaban locos y que su joven acompañante, por su paciencia, era todo un modelo de comportamiento a seguir. Al llegar a casa Luz, que estaba más eufórica, que cuando asistió a la primera conferencia de La otra psiquiatría, los encomió a tomar la última. Tres chupitos, uno de haloperidol y dos de tequila. El brindis fue sonado: Amibgos gmíos, quero blindar por algo muy impogtante, esencial, diría yo en geste día. Que vivan los estudios clínicos y el triple ciego. ¡¡¡¡Vivaaaan!!!!! Respondieron los tres al unísono.

Pasadas las risas Máximo se fue a su habitación y los otros dos tuvieron tiempo y fuerzas de batir varios récords, incluídos el de velocidad, el de carrera de fondo y en una parodia del salto de la iguana (que por suerte acabó en la cama) también el de altura. Al final los dos exhaustos cayeron en brazos de morfeo, con la algarabía del deber cumplido. Máximo por su parte soñó, cosa que hacia tiempo que no podía. Soñó con que emprendía un largo viaje, siendo por primera vez, quien llevaba las riendas de su vida.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

LEVANTESE QUIEN PUEDA 10.

Acabada la reflexión, Carlos permaneció en el box de urgencias, no tenía ganas de subir a la planta, a echar raíces. Él aún no lo sabía, pero el día siguiente iba a marcar el futuro de Máximo Escriba.

Luz y él lo habían dejado todo preparado. El plan era muy sencillo: hablar con Máximo para que aceptara ser trasladado a otra provincia para formar parte de un estudio. Al ser éste mayor de edad y no estar incapacitado judicialmente no tendría por qué haber ningún problema, es más cuando Carlos le propuso a su paciente la idea, la respuesta de Máximo fue: veo que estás dispuesto a llegar al fondo de este asunto y te lo agradezco; precisamente por esto quiero avisarte que no tienes ni idea de donde te estás metiendo. Sí lo sé, Máximo, o sino no lo sé me lo puedo imaginar... Pero al menos yo estoy aquí para ayudar, no para otra cosa. Médico y paciente se estrecharon las manos. Habían cerrado el acuerdo.

Pero volvamos al momento en el que estamos. Un Carlos haciendo guardia, con la mente fija en su ética como profesional, dormitando en un box de urgencias, porque, en un momento dado, abrió los ojos al escuchar una conversación entre dos personas que, obviamente, ignoraban que él seguía allí, oculto tras las cortinas del box:

-Bueno, ¿cuánto vas a apostar al final?

-¿A cuánto van...?

-Seis a uno, que el nuevo acaba en el catre.

-¡Seis a uno, ya! Resulta tentador...

-Sí, lo es, pero hazme caso es un tema seguro, esta mañana escuché como el director le comentaba a Tirana, que mañana viniera la policía a buscarlo, por si no responde como debe, ¿sabes?

-Con este tipo no se juega. La verdad Esteban, es que el chico me cae bien, pero es que a mí, ya, después de tanto tiempo, me da igual que es lo que pase en este hospital, no voy a ir a explicarle al banco que no puedo pagar la hipoteca por razones éticas.

-A mi el nuevo me parece buen chico, aunque no me gustan nada ciertas ideas que tiene, como si fuera un filósofo, quizás tenga alguna enfermedad, no sé, yo por si acaso intento evitarlo. Lo que tengo claro es que no sabe lo que le espera. Mañana cuando vengan los padres de Máximo será como la caída de Troya.

-Otro psiquiatra crucificado, Señor ten piedad.

-Ora pro nobis.

-Seis a uno, ¿no?... Seis a uno...

-Sí.

-Pues apuesto 30 euros a que el nuevo se sale con la suya. Viva el riesgo.

-Tú estas loco.

-Hombre, es que todo se pega menos la guapura.

-Bueno, pues trae pa'ca los 30 lalos, que luego ya te veo echándote atrás.

En este momento las voces, como si se alejaran por el pasillo, se hicieron inaudibles para Carlos, el cual no daba crédito a lo que acababa de oír. Así que mañana iba a ser su último día de trabajo, pensó, pues nada esto había que celebrarlo. Se recostó en la camilla y se quedó dormido como un lirón. Ya lo dicen que cuando un preso está seguro de su condena, puede por fin dormir. Lo que no dicen es, que Carlos sabía cual sería su fin en ese centro y que como dice el refrán: pa dos días que me quedan en el convento, me cago dentro.

Cuatro horas de sueño fueron suficientes. Al despertar Carlos no fue al lavabo, ni encendió la cafetera, ni volvió a la camilla para ver si recuperaba el sueño perdido. Se alisó con las manos la bata y se fue directo a su despacho, donde redactó varias notas que envió por fax, antes de llamar a una ambulancia. Cuando los técnicos en transporte asistido se personaron Carlos lo esperaba en la entrada de urgencias. Subieron con una silla de ruedas hasta la habitación de Máximo y, después de atarlo, lo sacaron de su suite. La jefa de enfermería del turno de mañana quiso interponerse entre la puerta y el séquito de Carlos, pero éste sólo le dijo. Aquí te dejo la orden de traslado, va a formar parte de un estudio sobre psicosis aguda. Él no tiene psicosis aguda. ¿Es que acaso eres doctora? No, soy enfermera. Pues nada, sal de delante de la puerta, que yo si soy psiquiatra y esperan a Máximo antes del mediodía. No lo puedo permitir. Mira los papeles, están en regla, si lo prefieres llamo a la policía y que la universidad y la farmacéutica interpongan una denuncia hacia tu persona. La jefa de enfermeras estaba más pálida que su misma bata. Los técnicos se miraban entre ellos, sin entender nada de lo que estaba pasando allí. Máximo se miraba la escena ausente, como si no fuera con él. Al final ésta cedió. Carlos abrió la puerta y salieron. En la ambulancia, Carlos informó de que no era necesaria la contención mecánica, él iba a viajar con ellos, que este paciente era más docil que un gatito faldero, así que si había contención la había para todos. Ningún problema doctor, dijeron, le ponemos los cinturones de seguridad y arrancamos. Poco después los cuatro emprendieron el viaje hasta la universidad.

-¿Máximo cómo te encuentras? -Le preguntó Carlos.-¿Estás bien?

-Estoy flipando doctor. Aún no me creo que esto esté pasando de verdad.

-Bueno, ya te irás dando cuenta con el paso de los días. Una amiga, la directora del estudio, te ha conseguido una beca y un trabajo en la facultad de filosofía y letras.

-¿Y dónde viviré?

-De momento viviremos en su casa.

-¿Viviremos?

-Sí, he presentado mi dimisión. Es más, he enviado una nota de prensa a todos los medios de comunicación de la provincia.

-Es usted un fenómeno. Gracias, de verdad.

-No me las des. Lo único que he hecho es cumplir el juramento que hice cuando me licencié. 

-Le doy las gracias precisamente porque eso es más de lo que hacen muchos de los de su gremio.

-Bueno pues de nada, y sino te importa yo me voy a echar una siestecita. Nos quedan muchas horas de viaje.

Máximo y Carlos se durmieron. La ambulancia siguió su camino. En la radio de la ambulancia se podía escuchar la canción Libre de Nino Bravo, pero en la versión petarda de El niño de la peca. Definitivamente, nada podía haber salido mejor. 

martes, 16 de noviembre de 2010

UN CASO PERDIDO.

Un caso perdido. Sí, así le habían definido de la forma más taxativa e invalidante posible. Sin solución. Sin esperanzas. No podía ni esperar a Godot, no estaba permitido, era preferible esperar la muerte. Por mucho que hiciera, que se esforzara, que intentara limar las aristas que le hacían chocar contra sí mismo, como es presumible en todo ser humano en una situación límite. No conseguiría nada más que un absoluto fracaso. Él, y nadie más, era el peor enemigo de su personalidad. Una cigarra perezosa, un vividor holgazán, una remora patética y parasitaria de esta sociedad. Un loco, sí, obeso de comodidad. Adicto al consumismo. Dique de grasas saturadas y paranoias sin sentido, de espíritu volátil y cuerpo cansino. Sin apenas dinero. Sin trabajo. Sin más independencia que la que le otorgaba su desmesurada adicción a los fármacos. Consumo que le producía un estado de levedad y pasotismo, como si sólo cuando se tomaba las pastillas pudiera soportar lo que le rodeaba y lo que era peor aún, su universo interior, caótico y lleno de anacronismos.

Oto, como todo palíndromo, estéril, anagrama absurdo de piloto en alguien que no controla los mandos de sus días, salió de la consulta totalmente hundido en su enorme papada. A pasos lentos y pesados. En menos de diez minutos de consulta le habían postergado a un sedentarismo que sólo agravaría las cosas. En los últimos seis años, tiempo que llevaba medicándose, había doblado su peso. Pero no podía dejar la medicación sin correr el riesgo de precipitarse nuevamente en esa caída infinítupla y delirante que era la esquizofrenia. Se subió al ascensor para bajar los tres pisos de la clínica. Mientras descendía, acompañado únicamente por una mala grabación del “My way” de Sinatra, se imaginó que esos tres pisos eran como un descenso al infierno de la mediocridad. Del paraíso voluptuoso de la decisión tomada, pasando por la intermedia y purgatoria planta de la anulación, hasta llegar a la calle, asfixiante de calor y ríos de gente, indiferentes y duros como piedras en movimiento. Cansado y abatido entró en una cafetería. Pese al calor, que la convertía en una excrecencia negra y pegajosa, se pidió una napolitana de chocolate. La comió lentamente, en una mesa cerca del ventanal, con las nalgas rebosando la pequeña silla. Cuando la acabó se pidió otra.

En la calle todos parecían sanos, frescos, jóvenes, lozanos. Con una larga vida por delante. Caminaban con prisa, conducían ordenados. En la cabeza de Oto las imágenes iban a una velocidad aún mayor. Estaba cobrando forma el sentimiento depresivo y autolítico de acabar de una vez por todas con ese sufrimiento que le atenazaba desde la visita con el endocrino. Pensó en ir a la playa. No le haría falta ponerse piedras en el bolsillo para hundirse como un plomo en un anzuelo. Se imaginó a sí mismo: sin aire y sin vida, reventados los tímpanos por la presión, a merced de las corrientes del fondo marino. Pensó que no sería un mal final. Quizás, en ese estado inerte, su vida por fin tuviera sentido siendo alimento de los peces.

No se dio cuenta que había empezado a llorar. Lágrimas gruesas caían sobre su vieja camisa después de deslizarse por su rostro. Cristales líquidos de un corazón helado.

-Perdone, ¿se encuentra usted bien?-Le preguntó una camarera.

-¿Cómo?, ¿qué? -Respondió Oto sin entender.

-¿Si se encuentra usted bien? -Repitió ella.

-Sí, sí, no se preocupe, sólo estoy algo angustiado.
-Son cuatro euros. -Continuó ella, dejando sobre la mesa la nota de lo consumido.

Oto dejó su último billete y salió de la cafetería sin esperar el cambio.
Estuvo deambulando, como un elefante ciego, por las calles de la ciudad. No tenía rumbo y cuando se dio cuenta estaba de nuevo en la puerta de la clínica donde habían sepultados sus deseos de una vida más sana. Entonces, preso de un impulso, entró y subió al ascensor. Mientras subía pasaron por su cabeza muchas cosas; entre ellas, coger el abrecartas de plata que brillaba en la mesa del medico y clavárselo en los ojos del esbelto profesional. No hizo nada de eso. Del tercer piso, donde estuvo detenido unos instantes, subió a la azotea. Después de embestir la puerta con todo su peso, al séptimo golpe, ésta cedió.

Sin dudar, se subió a la cornisa y se lanzó. Mientras caía pudo ver tras las ventanas del edificio: como un anciano le daba de comer a su esposa que estaba en silla de ruedas con un cariño sin medida en su rostro; como un niño saltaba encima de la cama al ritmo de la música que tronaba en el reproductor; también vio a una pareja de obesos, como él, haciendo el amor alegremente. Vio a su endocrino hablando por teléfono. Y vio a una mujer adulta, con un parecido alarmante a alguien que conoció una vez, que se lamentaba frente a una fotografía.

Ya era tarde y realmente ahora este era un caso perdido. Pero el último pensamiento que pasó por su cabeza, antes de abrírsela contra el pavimento, fue que abandonaba una vida que le hubiera gustado vivir, aunque sólo hubiera podido aprovecharla a pequeñas dosis, en diminutivo.

lunes, 15 de noviembre de 2010

ÚLTIMO DÍA DE CLASE.

Último día del curso escolar en una academia para superdotados. Todos mis compañeras se divierten, corren, ríen, juegan a la comba, pican cromos o tazos, enseñan las notas orgullosas de lo que han conseguido; incluso las que como yo han suspendido la mayoría. Me invitan a jugar pero declino la oferta. No me siento nada contenta. Ni un atisbo de alegría o de orgullo se muestra en mi gesto. Estoy triste, hastiada, añadiría que con ganas de llorar, pero no me quedan lágrimas. Me deshice de ellas, de todas hace, exactamente, dos semanas. Fue el día anterior al comienzo de los exámenes. Precisamente el día que escogió mi madre para irse de casa. Según la nota que dejó, aunque me quería mucho, no pensaba volver jamás. Ojalá me hubiera llevado con ella.
Mi padre para variar llega tarde. Le quiero abrazar buscando un refugio entre sus brazos, como imagino que haría una niña en mi lugar, pero no me muevo. Él sólo me dice: "niña, te vas enterar de lo que vale un peine". Tiene los ojos rojos y suda mucho, puede que vaya bebido.
Le enseño las notas; ocho cateadas de nueve asignaturas. Sólo he aprobado religión. Como todo el colegio.
Mi padre lleno de ira se va a por mi profesora y la increpa sin más argumentos que la descalificación directa. Ella no entra al trapo.
Podría haberle dicho lo que pienso yo ahora con años de perspectiva: que era un borracho, que yo era superdotada, que no le extrañaba que su mujer le hubiera abandonado por la forma en que la trataba, que compadecía a sus hijas por el calvario diario de aguantarle, y que lo mejor que podía hacer era visitar un buen psiquiatra. Pero no le di go nada de todo esto. Es más, la que acaba en un psiquiátrico soy yo.
En la sala de espera no hay ningún niño, ni niña, sólo personas nerviosas o profundamente tristes. No sé donde mirar. Mi padre se ha puesto americana y corbata pese a los 35 grados que marcaba el termómetro de la glorieta. Una mujer dice mi nombre, mi padre contesta por mí. Seguimos a la mujer y entramos en un despacho oscuro, como toda aquella clínica. Mi padre rápidamente toma la palabra. Dice una cantidad de cosas horribles de mí y de mamá, con un victimismo que me hace sentir culpable. Yo me quedo sin decir nada. Luego la mujer pide a mi padre que espere fuera, dice que quiere hablar conmigo, pero yo no tengo ganas de hablar. Es más, para qué, me preguntaba yo entonces. A los niños no se les hace caso. Las únicas personas que me prestaron atención alguna vez fueron otros niños. La mujer se empieza a cansar de mi silencio, añade que algo tendré que decir en mi defensa. Después de insistir le grito: "déjeme en paz, odio a mi padre, odio mi vida y la odio a usted".
La mujer hace entrar a mi padre y le dice que me voy a quedar ingresada un tiempo, le explica las cláusulas del internamiento y llegan a un pacto unilateral en el coste de mis vacaciones a la sombra.
El verano pasa entre píldoras cuyo efecto conozco a base de tomarlas. Sufro mareos, temblores, somnolencia, vómitos desde el momento en que empiezan a experimentar conmigo. No hay ningún otro niño en aquella cárcel, sólo personas mayores que caminan como zombis o personas con bata blanca. Al menos hay una biblioteca y es allí donde me refugio, alimentándome de palabras. Las palabras que me hubieran salvado si me hubiera atrevido a pronunciarlas.
Septiembre, primer día de colegio. Cuando me ve mi profesora y le cuento mi verano, me dice que todo tiene un límite, va a llamar a servicios sociales. Pero mis compañeras, las mismas que antes me invitaban a jugar me miran raro y se ríen a mis espaldas. Días después la más valiente me dice a la cara el mote que me han grapado en la frente desde entonces. Enferma mental.
Han pasado veinte largos años desde entonces. Años de medicación, de dudas, de ir de hogar en hogar. He pasado por medio manual de psiquiatría entre diagnóstico y diagnóstico. Me he convertido en adicta a ciertas sustancias legales que me prescribe el médico sin titubear. Hoy en día, trabajo de productora para una radio de personas con problemas parecidos a los míos. Vivo con mi madre, sí, con mi madre, que reapareció en mi vida cuando menos la esperaba. De todas formas me sigo sintiendo como aquel último día de colegio, triste, desalmada, vacía. Cómo si en aquel momento en que me quedé sin lágrimas me hubiera deshecho también de gran parte de mi vida.

domingo, 14 de noviembre de 2010

NO ME OLVIDES.

Salió de casa en plena noche, sin dirección, buscando una nueva perspectiva, un prisma desde el que enfocar su vida desencajada por una soledad desgarradora. Hacia tiempo que se sentía así: desamparado, obtuso, su espejo se había enlutado en la disciplina de lo opaco y del rencor. Así que esa noche decidió encontrar algo, una tabla de salvamento, un asidero al que agarrarse para no precipitarse en los abismos del olvido, ni en el pantanal de su memoria, ya tan desgranada, que a veces no sabia distinguir entre lo real y lo imaginario.
Fue por ella, eso estaba claro, aun creía poder rozar su piel, besar sus labios, dormirse abrazados hasta el amanecer y sus transparencias. Vaga ilusión. Al marcharse no dejó carta, ni despedida alguna. Sobre la mesilla de noche de él, aún colgaba el “no me olvides”, que le había regalado a ella un día cualquiera y que abandonó, desmoronando el castillo que en una ola de desengaño había disuelto hasta sus cimientos, dejando en él un hueco de erosión a la derecha de su cama y en su alma de arena. Un vacío de preguntas sin respuesta, de dudas, rencores amordazados por la melancolía.
Caminando llegó a un bar, entró y se pidió un refresco; ya pasó la etapa de intentar olvidar el amor de su vida con alcohol y de comprobar que un clavo no siempre quita otro clavo. Así, desesperado y lúcido, como un suicida ante la cuchilla que le pudiese cortar de una vez por todas el aliento desgastado, se vio de repente en el espejo de aquel antro, rodeado de gente intoxicada, perdida, igual de vulnerables que él; los imaginó como espíritus errantes, sombras que tapaban su dolor con carcajadas insubstanciales y miradas carentes de emoción. Él, al menos, tenía varias certezas, la certeza de haber amado y haber sufrido, de haber muerto de dolor, de su lucha por renacer y, por irónico que parezca, de no ser como la mayoría de personas que, por no aprender a estar solos, no saben estar en compañía.
Ahora, sin prisa y sin rencor, paladeaba el refresco, jugaba con los cubitos de hielo, sonreía lánguido al recordar la alegría infantil que le sobrecogía, cuando llegaba a casa y miraba, cada día como por vez primera, a su querida Joana. Fue entonces cuando una joven de unos treinta-y-tantos se acerco a él y le preguntó qué tomaba. Él, sorprendido, tardó unos instantes en reaccionar, pero le mostró su naranjada esbozando media sonrisa antes que ella lo considerara un caso perdido. Ella le pidió que la invitase a una cerveza. Él accedió, no tenía nada que perder. Y empezaron a hablar: ella le confesó que le parecía atractivo. Él, vencido el estupor inicial, le dijo que sus ojos eran como el mar. Ella se rió y le dijo que era muy gracioso, que le había caído bien.
Se hacia tarde y el bar cerraba sus puertas, sólo un par de borrachos se negaban, iracundos y estériles, a irse sin tomar una copa más. Mientras tanto, ellos dos, mirándose en un rincón, con un rubor creciente, una complicidad que aumentaba al comprobar que a ambos les gustaban los mismos libros y las mismas películas, que las palabras y su música iban desnudando la noche de cualquier artificio superfluo, preparándola para lo que iba a venir.
Después de deshacerse con esfuerzo del par de alcohólicos, la dueña del local les pidió amablemente que salieran. Él propuso acompañarla a casa y continuar la charla. Ella accedió añadiendo que vivía con una compañera de piso y que a esas horas debían hablar en lenguaje de signos.
Ya en casa de ella hicieron el amor con el sentimiento a flor de piel, enlazados por una atracción que a él le devolvió la vida. Al acabar, silenciosamente, como si con las miradas y los gestos tuvieran suficiente se quedaron dormidos, abrazados, formando un solo ser único y maravilloso. Un último pensamiento en Joana, mezclado con el canto de una alondra, le acompañó un instante antes de ser vencido por el sueño.
Se despertó con el timbre del teléfono, ella no estaba en la cama. Se levantó, se vistió dispuesto a marcharse, pero algo lo retuvo. Una voz familiar, el recuerdo de una vida pasada, un eco difuso y lejano le heló la sangre y el pensamiento. Acudió a la cocina donde provenía la voz y las vio. Allí estaban Joana, su Joana, hablando con la muchacha de ojos marinos. Sobrecogido por un rencor bilioso, sin pararse a comprobar si había sido una mala jugada de su imaginación, una fantasmagoría o una quimera producida por su espíritu melancólico, se fue corriendo. Joana se quedó tomando su café mientras la muchacha iba en su búsqueda, pero él corrió más. Entró en la primera boca de metro que encontró. Boca de lobo, garganta de oscuro acero. Acababa de llegar un tren que arrancó velozmente con él en su interior, dejando atrás los recuerdos del pasado y las sensaciones del nuevo amor.
No se supo más de él, quizás se lo tragó la ciudad, depredadora insaciable, o perdió su última esperanza por la humanidad y la vida, que es la forma más quijotesca de morir. Cuando Joana acompañó a la muchacha al piso de él, distinguió en la mesilla de noche como la plata del “no me olvides” había ennegrecido. Se marcharon y tras la puerta cerrada quedaron todas las adherencias del pasado, aquellas cosas que más vale olvidar.