Carlos era un hombre dispuesto a la dispersión. Ya en el momento de nacer tardó en romper a llorar pese a los repetidos cachetazos de una comadrona asustada. El motivo era que ya de niño no acababa de entender ciertos lenguajes, sobre todo los hostiles, así que cuando al fin lloró lo hizo de dolor, sobre todo el que le causaba no poder devolverle la torta multiplicada hasta el infinito a aquella bruta insensible.
Así, de esta forma, creció alimentando un rencor primigenio, que canalizó con exclusas y con excusas en un mundo interior rellenado de toda aquella palabra que reprimía. Este mundo interior le hizo sufrir lo indecible en el colegio y la universidad, donde los compañeros le llamaban “empanao”, mientras él se contentaba con desearles en silencio un cáncer terminal o terminar viviendo en la terminal de autobuses, lo que les jodiera más.
En sus relaciones de pareja tampoco le iba demasiado bien. La primera chica a la que tuvo oportunidad de besar, se cansó de mirarle con los ojos embelesados y brillantes y la boca entreabierta, mientras él pensaba que no sabía qué elemento de la tabla periódica era su favorito. Al final la chica se fue hastiada y asfixiada, y él concluyó que el oxígeno no sería una mala opción.
Estudió medicina, se quería especializar en psiquiatría, pero en medio de una fiesta de derecho, en la cual el que más o el que menos iba “doblao”, tomó las dos primera decisiones in-sensatas de su vida-porque pedir a los reyes magos un Scrabble no cuenta- y conjugaría sus dos grandes pasiones: la literatura y la psicología. Así que pasada la resaca dejaría la facultad y se convertiría en escritor y paciente.
Cuando le comentó a su tutor cuales eran sus deseos éste no lo dudó ni un instante:
-Carlos, ¿estás de broma o has perdido tus facultades mentales con tanto cubalitro? -Le preguntó.
Como Carlos tardaba en responder el mismo profesor sacó su conclusión. -Lo que has perdido es el juicio, estás condenado.
-¿Pero no es acaso la vida una condena o es que nos piden permiso al nacer? Caemos al mundo sin pedirlo y después levántese quién pueda.- Le espetó a su nuevo psicoanalista ya en la primera visita. Éste le recomendó que le viniera a visitar tres veces por semana, sobre todo si no quería pagar la sesión perdida.
Carlos se encerró en la biblioteca de letras, se ganó la fama de loco, lo que le quedara de su beca se lo pensaba gastar leyendo a los grandes pensadores de la historia. Allí, en un estante polvoriento encontró un hilo del que estirar. El psicoanálisis se convirtió para él en un vicio que colocaba más que muchas drogas, ya que la mente le volaba haciendo asociaciones libres, jugando con los significados, escribiendo pequeños poemas en prosa que después de releerlos cobraban nuevas formas y sentidos. De todos aquellos camellos que le acompañaron en el desierto de las palabras, el que más le ponía era un tal Lacan. Con grelos o sin ellos Carlos devoró ávido de sabiduría todas sus conferencias, y decidió pasar a la práctica.
Volvió a la facultad de medicina decidido a defender la relatividad de todo principio y término, y cuando en plena clase de Morfología cerebral le dijo al profesor que era un neurótico farsante y gallina capitán de las sardinas, el profesor casi le acaba practicando allí mismo una lobotomía con las llaves de su coche. Desde entonces supo que su tarea no sería sencilla. Se tituló en psiquiatría, pero tuvo problemas para encontrar trabajo. Los facultativos que escuchaban a los pacientes no estaban demasiado bien vistos, y, según un estudio del grupo Jansen&Cylag que llevaba por nombre Al psiquiatra Alpha sólo le interesa la pasta, estadísticamente eran más científicos y efectivos los que recetaban Rysperdal (si era Consta mejor que mejor) a todo aquel que acudía a la consulta, incluso si lo hacía por equivocación.
Así las cosas el bueno de Carlos se deprimió y quiso poner fin a todo aquel sufrimiento. Cuando fue a despedirse de su psicoanalista, éste ya viejo le dijo:
-Carlos el fin de mis días está cerca... Has aprendido a dominar La fuerza, el odio y el rencor ya no gobiernan tu ser... Vive el momento, no pienses; siente, utiliza tu instinto, siente La Fuerza...Miedo, Ira, Agresividad… El lado oscuro ellos son. Si algún día rijen tu vida, para siempre tu destino dominarán...El poder de un psiconalista fluye de La Fuerza...El apego a las cosas nos lleva a los celos...El crepúsculo llega y la noche debe caer, así es el orden de las cosas, el orden de La Fuerza...El miedo es el camino al lado oscuro...Nuestro encuentro no fue una coincidencia, nada ocurre por accidente... El miedo te lleva a la ira, la ira te lleva al odio y ésta al sufrimiento…La guerra no lo hace a uno más grandioso...Difícil mi misión es, pero imposible no...Bien, calma, sí; a través de La Fuerza verás cosas, otros lugares, el pasado, el futuro, los viejos amigos que se fueron…No es diferente, solo es diferente en tu mente, debes olvidarte de lo que haz aprendido...Siempre en movimiento está el futuro... Muchas verdades que creemos dependen del punto de vista...Ten muy presente que tu enfoque determina tu realidad.
-Maestro Yoda usted no puede morir. -Gritó Carlos entre lágrimas, que intuía un pronto final.
-Morir yo debo y tu quedar en paz. No más lágrimas joven padawan. Mi consulta te espera.
Y así fue. Yoda murió justó al pronunciar aquellas últimas y premonitorias palabras. Su cadáver se desvaneció dejando a Carlos en la más absoluta soledad de aquel despacho. Sobre la mesa un poder notarial le transfería los poderes de La Fuerza a Carlos. Al menos durante unos años, la paz en el universo estaba asegurada.