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viernes, 22 de agosto de 2008

Anatomía de un espejo roto

Frente febril y marchita
cubista deformación de la mirada
si, de la mirada perdida en el vacío
fragmentada, a base de tantos golpes
tristes dentelladas de hielo
capas de cebolla que se pudren
en el interior del huracán.
Cicatrices abiertas en sangre
eléctricas ciudades de acero
energía que se pierde
en el hueco de las manos
caídas y cansadas de tanto esfuerzo.
Reflejo marmóreo de lo que no existe
en noches de azul cobalto
de sudor y frío en el torso
desnudo, volátil,
pájaro sin alas que camina
con el cuello partido
por la geografía de lo ignoto
inmenso desierto de arena
olvidado en el interior del reloj.
Superficie hermética
suspiro último al nacer
mesa volcada sobre la fuente
de la que brota la paranoia
gusano en la epidermis quemada
de las estrellas efímeras.
Pene flácido, como mis creencias,
huesos mojados por la lluvia
llanto del niño tras el ocaso
que no comprende, no,
porque le han medicado.
Anatomía de un espejo roto
sentimiento de culpa de un inválido
desestructuración involuntaria del puzzle
que esboza la silueta estrambótica
que lentamente se consume.

miércoles, 20 de agosto de 2008

Sonetos para Almu

Cálidas olas que acarician mi playa
con un agua trasparente y lúcida
que emergen con absoluta blancura
del abismo que esconde tu mirada.

Montes poblados de verde esperanza
habitan en cada imagen futura
reluciente cristal es la figura
que forjamos cada nueva mañana.

Ven mi pequeña niña
arrimate a mi que te quiero cerca
brindando conmigo por tu alegría

Que es tu sonrisa la mas fértil tierra
donde cultivo mis sueños los días
y noches abrazado a tu silueta







De la pureza antigua del diamante
cristalizados los pasos del tiempo
virtudes encerradas en silencio
liberadas por la llama que te arde

inflamando el deseo por instantes
acaricio sin demora tu cuerpo
intentando hacer volar como el viento
nuestras mentes que fluyen a raudales

Roca blanda de la que emana la luz
faro para mi pérdida segura
en este amargo laberinto azul

por la que te busco con diablura
gota de agua que llena mi vaso, tu,
mi linda niña, eres toda dulzura.





Tras la humilde tristeza matinal
surge de las tinieblas la palabra
disparo certero, flecha dorada,
paso seguro que me hace avanzar


a tu ladito que quiero cantar
la canción devota de tu piel blanca
pico de sueños, mi montaña mágica,
pájaro de fuego que resurge del mar


camina conmigo amada Almudena
baila conmigo descalza en el río
desnuda tu cuerpo de toda pena

vístete con agua y con flores de estío
verde el horizonte, fresca hierbabuena,
y la luna guiará nuestro camino

sábado, 16 de agosto de 2008

Quizás Lennon tuviera razón

He salido a la calle blanda,
sonido de violonchelo,
azucar morena teñida
con la sangre del limonero;
te busque tras las esquinas
niña de pelo rojizo
chocando contra las paredes
de papel gris cuadriculado,
te busque en los laberintos de hojas secas,
en los bares de penumbras,
en las estaciones vacías,
tras el humo de mi cigarro que se consume,
aburrido, garabateando dudas en el aire.
Te busqué y finalmente te encontré
a mi espalda, sombra risueña,
curva redentora que me sostiene la cabeza
en esos días en que todo es posible
sobre todo lo malo
y me siento inválido en el atasco de mi desventura
como si nada tuviera sentido
mas que tu mirada que respira y alimenta
las cálidas noches de verano.
Ley amarga del pan negro
con la brisa naranja de este ocaso
me reflejo en tus ojos
espejo marrón de claridad infinita
en él se ven las estrellas
en él se ve la caricatura hiperbólica
de mi corazón latiendo, alas de colibrí,
pistón de locomotora
cruzando el desierto que distancia nuestros labios
carne roja y hambrienta de sal
devoradoras fuentes de lo que hemos sido
escribiendo con cada beso
las palabras que decimos con cada gemido
y también con cada silencio.
Por ti camino sin tregua hasta el horizonte indefinido
intentado alcanzar esa luna grande y redonda
blanco rostro, presente de susurros,
símbolo del destino que nos une
verde y hierba, agua y río,
escultura marmórea del pasado,
ventana que abre de par en par
nuestro tiempo futuro.
Hoy brilla la luna en el mar
como estela de los pasos perdidos,
pero tu yo somos uno,
un engranaje de esta locura civilizada,
de este genocidio impune, de toda el hambre
toda la pobreza. Nada podemos hacer...
cuando quisimos cambiar el mundo
nos anularon con pastillas.
Reza conmigo la oración de la esperanza,
reza aunque no creas,
reza aunque nadie nos escuche,
seguramente no sirva para nada
pero quizás, sólo quizás, de este modo
quede algo en pie
de esta civilización que por su propio peso sucumbe.
No es que me ponga místico
no he visto ni la luz de las candilejas
mas tengo la certeza de que todo
incluso el anonimato en el que nos conocimos
oculta un miedo neurótico al porvenir
hundido
en esa piscina descuidada,
en las cuencas del cadáver de ese héroe inexistente,
energía atrapada en el congelador
que espera fluir de nuestras manos
perseguida por las manijas del reloj.
En espuma de nata nos bañamos,
dulces e inocentes, en las aguas que conducen
nuestros sueños y esperanzas,
la ilusión fugaz del momento,
el instante detenido antes de llegar a la meta.
Estas palabras seguramente no significarán nada más
que un vaso vacío, una bala disparada a ciegas,
un eco devuelto del grito último, una pataleta,
antes de precipitarnos juntos en las corrientes de lo efímero.
Pero dejame decirte mi amor
que puede que me equivoque
que tal vez Lennon tuviera razón
y aún todo sea posible,
que tras las esquinas grises del tiempo huracanado
se despierte un día el mundo
sin hambre, sin pobreza, sin humo, sin disparos.

lunes, 4 de agosto de 2008

sin titulo

Comienzo este nuevo camino
abro la puerta de los sueños impredecibles
curioso y funambulista
me lanzo hacia la sombra que esconde los reflejos
grotescos y animales
deformados por los efluvios vaporosos
que me aturden y me condenan
a vagar extranjero en mi tierra
por la senda del misterio
de la desconfianza, del arrepentimiento
cristal que me degolla y me encierra
en una carcel con barrotes de hielo.
Espejo oculto por el orgullo
cara triste de la luna
bolsillos llenos de arena
que se derrama por el agujero
dejando pasar el tiempo
esperando la muerte
oscura y traicionera.
Menos mal que te tengo, sin identidad,
llama que me enciende
luz que arropa mis pasos hasta el amanecer
viento que encabrita mi caballo
grito agudo con sabor a chocolate
pan bendito por la sangre del sufrimiento
sudor asfixiado, respiración agitada,
cuerpos enlazados por la esperanza del orgasmo,
rio de tinta en el que navego
hacia ti siempre hacia ti
luz del faro de mis pensamientos
voz serena que agría mis sinsabores
con zumo de limón recien exprimido
llaga cicatrizada y reabierta por la quemadura
del error mas alla del conocimiento,
menos mal que te tengo a ti
azul lilacea mortal efigie levantada en el silencio
manta electrica almohada de carne
reina de la ciudad perdida
figura de mirada cristalina
libro donde se lee en el falsete del esbozo
los simbolos de la estación sin parada
del expresso noctuno en que me llevas hacia el nido
caldo sugerente del cultivo
de la sensualidad apagada
la rutina de flores que cubren la nada
con cada nuevo suspiro
con cada nueva palabra
en la que siento que estas a mi lado
y que da igual el tiempo que pase
juntos
somos como el vapor al agua
la gasolina al motor
las semillas del futuro
juntos
digan lo que digan
luchamos contra la corriente de lo ingravido
el veneno lento de los años
contra nosotros y contra todos
y nuevamente contra nosotros
como guerreros cansados
pero que antes de caer
tiraran la ultima flecha
para descansar unidos
cogidos de la mano
enlazados y cubiertos nuestros deseos.

sábado, 2 de agosto de 2008

El último pitillo





¿Como definir a una mujer? Esta pregunta no la dejaba en paz. Ese día volvía más temprano a su casa, pero ni la alegría lilacea del final de la tarde, ni la oportunidad de descansar una hora más, como tampoco el Bolero de Ravel que escuchaba sola, en medio de una multitud de gente, que parecían marcar el compás con sus pasos la aliviaban. Y eso que era una melodía que justamente había elegido para quitarle al menos por un rato sus inquietudes, pero nada le permitía olvidar.
En medio de una discusión sobre violencia de género con un colega de trabajo, que con arrogancia planteaba toda una suerte de tonterías sobre el papel femenino en la sociedad, que no vale la pena repetir aquí, ella, es decir Ana, exaltada, lo desafió con la siguiente frase::
- ¿Qué sabes tu de las mujeres, Pablo? Quizás piensas que son ese par de pobres insatisfechas con quien te acostaste en tu vida... que tristes representantes arrumaste..., o tal vez tu madre que todavía te prepara el desayuno como se lo preparaba a tu padre hace cincuenta años... eres un ser patético. ¡Tú no tienes idea de lo que puede ser una mujer! ¿Y aun tienes la pretensión de escribir un artículo conmigo sobre este tema? Tú no sabes como definir a una mujer...
- Bueno, dímelo tu entonces -contestó el sin disfrazar una cínica sonrisa.
La cosa iba mal y sólo no terminó en confrontación corporal por cuenta de la intervención del jefe de redacción que, calmando los dos lados, les envió a cada cual a casa para enfriar la cabeza y escribir cada uno su texto sobre el eterno femenino.
Llegó a casa cargada de un odio mortal hacia Pablo y Ravel después de media hora de caminata rabiosa.
Fue a mirar el ordenador y la pregunta zumbando. Mientras preparaba una tila la pregunta continuaba zumbando. Miró un poco la tele, el peor programa que encontró para no tener que pensar, un culebrón venezolano y, parecía que le estuvieran leyendo el pensamiento cuando escuchó las frases de los actores:
- José Felipe (lágrimas), ¿como puedes... (más lágrimas) definir así a una mujer?
- No lo sé Marta Cristina... dímelo tu...
Esto ya pasaba de los límites. Estaba a punto de enloquecer, cuando fue sorprendida por el sonido del timbre. Se levantó de sofá como una fiera para abrir la puerta y ya iba a continuar la discusión con Pablo cuando se dio cuenta que era su vecina de rellano, Elisenda; venía probablemente a invitarla, como de costumbre, a un poco de café y charla. Casi siempre un monólogo acompañado atentamente por Ana. Aunque que a veces dudase de las aventuras que escuchaba de esta señora de sus setenta años bien vividos, -la verdad es que nadie sabía su edad con exactitud y ni bajo amenaza de muerte Doña Elisenda la decía y que ella no la escuchara llamarle doña- no podía negar que tenía cierto talento variable para llamar la atención del oyente.
Hija de una familia bien, Elisenda se casó a los veinte con un pianista famoso, uno de los mejores interpretes de Chopin de su época, pero que poco tiempo después del matrimonio murió en un accidente en la carretera camino de un concierto en Viena. Él, como solía explicar Elisenda, tenía pánico al avión. Ella, lo primero que hizo después de donar sus prendas de ropa negra, que llevó no más que algunos meses, lo que causó un verdadero escándalo en la familia, fue comprar un billete de vuelo directo a Australia. Quería volar sola hasta lo desconocido. Y así fue. Nunca tuvo hijos, por lo que Ana sabía. Tuvo unos cuantos novios que dejaba sin pena siempre que le daba ganas de otra viaje.
- Hola, cariño. ¡Que temprano que llegaste! -dice la señora mientras me abrazaba y besaba. ¿Pero que tienes tu hoy, reina? -cerrando la puerta, tomándome por el brazo y llevándome hasta la cocina.
- Ay, querida, perdona, hoy no estoy para charla, es que...
- Te engañas, cariño, finalmente estás para charla.
- No, Elisenda, lo siento, pero...
- No, no, no... ¿Qué pasa, guapa? ¿Piensas que te dejaré sola con esta mala cara que llevas? Sin embargo, tu siempre me escuchas con tanto mimo y alegría, ahora es mi turno. No voy a perder la oportunidad de oírte hablar.
- Ay, Elisenda, es que me ha peleado con mi colega de trabajo y...
- No, no, no... Creo que no me has comprendido. No estamos aquí para lamentaciones. En un momento como este, en este estado lastimable en que te encuentras, es tu oportunidad de hablar de ti.
- ¿Cómo? - dice Ana aturdida.
- Si, es sencillo, habla de ti. No necesitas comprender ahora. Esto lo comprenderás con el tiempo. Ahora solo tienes que confiar en mis años de experiencia, tomar un trago de este café, si quieres, para que te de un poco de coraje y, ya que la boca está caliente, empezar a hablar.
Siguió las imperiosas instrucciones de Elisenda. Pero llevaba dos cafés para calentar la boca, bajo la mirada paciente y acogedora de su vecina, y no articulaba palabra.
Entonces Elisenda la sorprendió. Le dijo algo que Ana nunca se hubiera imaginado, le pregunto si podía liarse un cigarro de marihuana. Ana quedó estupefacta. Pero en ese momento le dijo <>.
Ella saco la hierba de un bote y se lió el cigarro con una destreza profesional, lo encendió, dio una larga calada y se lo pasó con la coletilla de -fúmatelo tú, esta poco cargado y es de una hierba especial, no te producirá paranoias.
Ana fumó en silencio, hacía años que no se fumaba un porro, y lo que no se explicaba era de donde habría conseguido la hierba su vecina. Lo que tenía claro es que en esos instantes de tensión contenida fue como una válvula de salida para toda su ansiedad.
-Mira Elisenda,- dijo relajadamente y con una media sonrisa que se empezaba a esbozar en sus labios- lo que me preocupa, lo que me atenaza, es simple. ¿Qué es una mujer? Y supongo que si no se responder es porque o no soy una mujer o no me conozco a mi misma.
-Tu si que tienes la respuesta, te lo aseguro, eres una joven gran mujer. Tienes trabajo, pareja cuando te apetece, y los hijos… Bueno no son necesarios, sólo antiguamente la mujer estaba destinada a engendrar y cuidar de las labores del hogar, pero eso ha cambiado.
-Mira yo de niña soñaba con casarme con un principe, como los de los cuentos, en una gran boda fastuosa y que impresionara a toda la ciudad. Pero mientras iba creciendo me di cuenta que los cuentos de hadas no existían, o que eran metáforas en muchos casos machistas y crueles, que proporcionaban una imagen de la mujer degradada. Hoy en día ser mujer es creer en una misma, hacerte valer por tu inteligencia, sensibilidad y generosidad. Los hombres a diferencia de nosotras son seres primitivos, no se en que artículo de biología leí que el sexo masculino era una deformación parasitaria del ADN. No sé si será eso verdad, pero lo cierto es que en los inicios de la vida los seres se reproducían por sí mismos, todos pertenecían al género femenino. Hoy en día ya no necesitamos a los hombres, y no se puede comparar la capacidad de lucha, de sufrimiento, la entereza de una mujer con la de un hombre. Ellos han gobernado la sociedad porque era necesario que trajeran la comida a la casa. Pero los hombres, y no quiero generalizar, pero la mayoría, son seres soberbios, en el peor sentido de la palabra. ¿Con qué es feliz un hombre? Le das fútbol, comida, y sexo cada semana y ya se siente realizado. Los que necesitan algo más suelen ser gays. Las mujeres somos mas complejas, necesitamos reafirmarnos desde nuestra segunda línea de poder, que nos den cariño, que nos hagan sentir seguras. Necesitamos que nos den confianza como para poder compartir nuestro amor. Los hombres se enamoran igual que las mujeres, pero nosotras tenemos más tendencia a demostrarlo, a entregarnos.
-Todo eso esta muy bien. – ME dijo Elisenda, que me había escuchado con una sonrisa.- Pero si te das cuenta somos nosotras quienes elegimos nuestras parejas, por mi experiencia te digo que no es necesario nada más, que mirarse al espejo, sentirte guapa por dentro y por fuera, echarle ovarios a la vida, y seguir el rumbo que te dicte tu corazón. Nosotras somos más inteligentes que los hombres, no sé el porqué, a parte del ya trillado sexto sentido femenino. No necesitamos gran cosa para sentirnos a gusto siempre que estemos en el lugar que queremos y actuando legítimamente. Por eso se quemaban a tantas brujas, porque eran mujeres que pensaban por sí mismas, porque eran precursoras, pioneras, mártires por la libertad que disfrutamos en este siglo. Mira un hombre lo mas bello que ve en su vida es el cuerpo desnudo de una mujer, una mujer, en cambio, lo mas sublime que ven sus ojos es la sonrisa de su primer hijo.
-Pero tú nunca tuviste hijos o no me has hablado de ello.
Elisenda suspiró, se quedó con la mirada fija en el infinito y sus ojos se irritaron como si estuviera conteniendo una lagrima, que finalmente brotó junto a su relato.
-Mira Ana, cariño, si que alumbré una vez a una preciosa niña. Estaba en la India, junto a Nashid, un hombre del que me enamoré. ME dejó embarazada y pude sentir esa sensación única de ser madre de un ser maravilloso, como son todos los niños cuando nacen. El problema fue que el riesgo de mortalidad en la India era altísimo, y a los seis meses mi pequeña Esmeralda falleció del tifus. Yo no me quedé para llorarla, mientras su cuerpo se quemaba en las piras de Bangladesh, yo volvía a Europa jurándome que nunca más tendría una criatura.
-Joder, lo siento.- dije abrazándola con emoción.- Siento haberte traído ese episodio a la memoria.
-No pasa nada cariño, algún día te lo tenía que explicar, no?
-Tienes razón, no pienso tirar la toalla, las mujeres somos como una buena novela o una sinfonía, que si te fijas ambas son palabras femeninas. Hoy en día, podemos elegir nuestro camino, si la salud no nos falta, ya se acabó la tiranía del cristianismo, la era machista que nos envolvía. Ni te imaginas lo que me has llegado a ayudar. Aun queda mucho por hacer, abrir los ojos a mi compañero de redacción, abrir los ojos a esa minoría que no le da la importancia que tiene el ser mujer. Si quieres quédate pero pienso escribir mi artículo ahora mismo.
-Claro que me quedo, nunca te he visto trabajar y te admiro, sabes que no me pierdo ningún artículo tuyo.
Ana abrió el procesador de textos y comenzó:


Dedicado a Elisenda:

Ella se ha cansado de estar en segundo plano, de ser la caperucita de los cuentos, salvada por un leñador sin licencia. De ser la cenicienta maltratada que tiene que huir antes de las doce para que no se descubra su pobreza. Ella esta agotada de no ser ella misma, bajo el yugo masculino que la maniata y la infravalora, que la encierra en una campana de cristal para que nadie la toque, teniendo el hombre únicamente la llave de su libertad.
Ella por fin da un portazo al pasado, vuela hacia las estrellas en sueños donde nadie la coarta y pisa al aterrizar con los pies seguros, caminando sobre la tormenta, como un verdadero avatar.
La mujer hoy en día tiene la libertad de ser quien quiera ser, de trabajar, de tener hijos, de viajar, de quedarse después del divorcio con el piso. Nadie puede impedirle que viva desde su sensibilidad acogedora, y que en ella, en esa casita de papel con deseos escritos en las paredes, haga realidad su voluntad como ser único, individual y capaz.
La belleza de la mujer esta en su interior, en su capacidad de limpiar el cuarto de atrás, ese que se sitúa en la trastienda de los ojos, de telarañas y adhesiones porque han dejado de interesarle.
La mujer es un ser divino para el hombre, y por tanto desconocido y temido. Por eso un hombre no suele vivir sin una mujer a su lado. Pero en el primer caso desgraciadamente cuando ya la ha conseguido, cual lobo feroz, le devora el ánimo, la desarma, la invalida. Hasta extremos que cuando ella se ha dado cuenta de la situación lamentable en que se han convertido sus sueños de niña, quiere huir, y él actúa de la peor manera, llegando incluso a matar, porque en la mente de muchos hombres enajenados de alcohol y rutina, es mejor ser el verdugo que la víctima.
Muchas mujeres han aprendido a estar solas para saber estar en compañía, son afectivas, atentas, sensitivas, predispuestas a la premonición, al cariño, al apoyo sin excusas, pero no pueden venderse baratas, tienen que hacerse valer por sus características innatas.
Con todo esto no quiero decir que la mujer sea perfecta, puede en su afán individualista dejar perder a hombres que realmente valgan la pena, que no son lobos, ni diablos, ni inquisidores, sino mujeres con pene. De estos hombres se puede esperar comprensión apoyo y cariño recíproco. Son hombres que adoran a la mujer y que de ese modo la imitan y se convierten en adorables. Sin la obsesiva búsqueda del sexo tras cada frase.
No necesitamos ayuda si no la pedimos, y si a veces no la pedimos no es porque no la necesitemos sino porque sabemos que la respuesta esta en nuestro interior, volando en el viento que sopla en el jardín de nuestro corazón.
Una mujer puede perder el sentido por amor, porque se entrega y teme a la soledad, pero estas no es que sean débiles, es que sus sentimientos son más intensos que una hoguera y ocurre a veces que en las llamas de la pira quieren dejar atrás razón y vida.
En definitiva que una mujer puede hacer todo lo que hace un hombre, de forma diferente; lo mas seguro que utilizando su inteligencia, pero hay cosas que no puede hacer un hombre y si una mujer. Por supuesto hablo de engendrar en su seno un bebé. De esa relación entre madre e hijo nace una complicidad, llena de ternura, de mutuo conocimiento. Y esta precisamente es la relación especial que une a una mujer con lo que la rodea y hace que llore de emoción, ría de ansiedad y defienda a los suyos de cualquier mal.
Hoy en día la violencia de género es una lacra, igual de nefasta que la anulación de los derechos de la mujer durante dictaduras de extrema-derecha; la diferencia es que en la teórica democracia en que vivimos, en la red de comunicaciones que nos une a todo el mundo, cuando el ser humano debería sentirse mas libre y más sabio, es también cuando se siente mas solo, desesperado y se agarra al clavo ardiente del sacrificio, por un amor carente de sentido., Porque el verdadero amor no es el que dura para siempre, ni el que vale un diamante, el verdadero amor, es precisamente esa mirada de respeto, esa sensibilidad natural que te hace conseguir que la pareja sea mejor persona, y no destruirla; y si el tiempo separa el camino de los enamorados, no mirar atrás con rencor, sino seguir tu camino hacia la verdadera sabiduría, que no es otra que la certeza de conocerse a sí misma, sin cerrar la puertas de la curiosidad.


-Bueno acabé – exclamó estirando los brazos y haciendo crujir sus dedos. Elisenda no le contestaba, pensé que se había dormido así que accionó el corrector. Al acabar con el ordenador, guardó el archivo y fue a cubrirla con una manta. Fue entonces cuando se percató que no estaba dormida. Había dejado de respirar. Rápidamente, como elevada por un soporte cogió el teléfono y llamó a una ambulancia.
Cuando llegó la dijeron que estaba débil pero que aun había una esperanza, una semana, dos, poco más.
Resultó que tenía un cáncer con metástasis en el páncreas y que por su avanzada edad no era posible darle quimioterapia, de ahí que tuviera marihuana terapéutica. La llevaron a terminales.
Al día siguiente, después de entregar su artículo y convencer al jefe de redacción, para envidia de su añejo compañero, fue a visitarla. No podía abrir los ojos a causa de la morfina, pero reconoció la voz de Ana.
-Ánimo Elisenda saldrás de esta.- Dijo sin demasiada convicción.
-Hija mía, Ana… -Empezó a decir con voz queda pero no terminó la frase.
Fui a decir algo pero ya no me escuchaba, se había parado su corazón, ese músculo, caprichoso, que bombeó seguramente un último deseo en su mente, como ese pitillo del reo al que la vida está a punto de fusilar.

EL caballero de los espejos



El tren arrancó puntual de la estación de Sants de Barcelona. M. buscaba su asiento entre la gente cargadas de maletas. M. solo llevaba una mochila con una muda, un par de libros, un pequeño neceser para su aseo personal y una carta con una dirección en el barrio de Montmartre. No pensaba quedarse mucho tiempo en Paris o eso había planeado. El viaje era tan relámpago como el fogonazo impulsivo que le llevo a comprar el billete. Él no quería ver el Louvre, ni el Arco del Triunfo, ni la torre Eiffel. El motivo de su viaje era más inquietante y más oscuro. Buscaba a su madre natural, la que lo abandonó hacia ya 20 años, cuando aun era un recién nacido.
El hombre que lo adoptó, un ginecólogo casado y divorciado tres veces, fue quien intervino en el parto. Papá, tal y como lo llamaba M. había muerto en un accidente de tráfico mientras viajaban juntos y en el que M. resulto ileso. Las únicas secuelas que le quedaron fueron una melancolía y una tristeza profundas, un vacío que no se llenaba con nada, pese a lo que al consejo del dr. X., no se quiso tratar con antidepresivos.
Lo que si hizo fue abrir la caja fuerte de papá, rebuscar entre títulos de propiedad, papeles del fisco, hasta encontrar, dentro de una cajita de cartón con limones dibujados, un fajo de cartas escritas en francés. Las firmaba una tal Marie. Él no dominaba ese idioma a parte de cuatro palabras sueltas "je sui M." y poca cosa mas .
Una mañana pensó en su madre, no en las mujeres de papá, a las cuales había tratado con cariño y respeto, pues se portaron con él de forma recíproca, sino en su madre natural; pues él, siempre considero que su madre era otra y, de estas mujeres, que habían pasado de forma fugaz en su vida, pese a guardar mas recuerdos de ellas que de aquella desdichada, nunca las trato mas allá de sus nombres de pila. Pensó en su madre y se preguntó dónde estaría. Quizás fuera esa misteriosa Marie tan bien guardada en la distante capital de Francia.
M. había pensado muchas veces en aquella mujer, la había añorado, la había odiado, había soñado con ella; sueños en los que ella le acariciaba el pelo, le llamaba por su nombre, le besaba las mejillas, lo abrazaba y luego de repente desaparecía creando en M. una sensación de vulnerabilidad y nerviosismo, que le hacia despertar sudado y agitado.
Consideró que era el momento de arriesgarse, de iniciar el viaje hacia los posibles orígenes de su identidad.

* * *

A las nueve en punto de la mañana un convoy salía de París camino de Barcelona; S. en su interior ojeaba un libro con manos inseguras. El segundo tomo de “El Quijote “. Nunca había leído las sabias palabras de Cervantes, tampoco ahora lo haría. En este volumen viejo, de hojas amarillentas, algunas incluso sueltas, que eran ordenadas cuidadosamente, en su delicado sitio, respetando la numeración de las páginas; S. guardaba un tesoro: los comentarios de su madre, en los márgenes o a pie de página, escritos a mano, referentes a frases de la obra. De Cervantes sólo conocía estas anotaciones. De su madre solo conservaba esta docena de reflexiones. Letras que desde pequeña antes de empezar a leer, la ayudaron a construir mentalmente un cuerpo, para reconstruir en su imaginación lo que le habían quitado desde siempre, y que la distancia prolongaba, como la carrera hacia una puerta que se aleja en medio de una pesadilla; sucesos de adultos que marcaron para siempre la vida de la ya no tan pequeña S..
Cuerpo de caligrafía primorosa. Cuerpo de graffiti sobre amarillo, cuerpo de “… creo que a mi me paso lo mismo, con una trampa intentaron robarme mis sueños…” escrito cerca de donde se encontraba subrayado el “sr. Bachiller”.
Estas palabras maternas las podía recitar como un misterioso poema, hacia mucho tiempo que las había grabado a fuego en la roca de su memoria. Hacia mucho que eran el fondo de sus recuerdos mas dulces. No necesitaba leerlas en ese momento. Buscaba, más bien, el murmullo de las hojas, una caricia cercana, una música cantada cariñosamente como una nana de lluvia, susurrada a sus oídos, mientras las luces de París a cada página se iban alejando, como el rumor de los recuerdos, sonido de cascabel, mancha de sangre en la sien.
Así trasportada a un estado de calma, como el que precede a la tormenta que la esperaba en la ciudad Condal, se dejó llevar por el leve balanceo del tren, perdida en esa sonoridad, arrullada por las divagaciones que su mente laboriosamente había fabricado desde su niñez.
Cerrados los ojos, concentrada en el suave tacto de esas hojas, en el que desarrollaba todo su imaginario familiar, absorta en su rincón, como acariciada por las olas de letras que susurraba a modo de oración, S. no percibió que el tren había detenido su monótono recorrido. Hacía un buen rato que estaba sola en el vagón, el resto de pasajeros se encontraban fuera, en un diminuto andén, de una pequeña estación desprovista de medios. Algunos viajeros airosos reclamaban sus derechos, otros esperaban sentados con aires de enfado, los últimos se desgañitaban, estérilmente, con afán de controlar a sus hijos, que, jugando, corrían entre las maletas. Este tren, destino Cataluña, había parado sin motivo aparente, como un corazón viejo, como si simplemente no quisiera continuar. Al menos fue la explicación de S., acostumbrada a darle vida a las maquinas, desde que entendió por vez primera lo que significaban las palabras “…armadura de Don Quijote, máquina de soñar, máquina de deseos…”
S. guardó el libro en su mochila y se unió al caótico grupo en la estación, o mejor dicho, en la confusión que este perdido lugar a medio camino entre París y Barcelona se había transformado.

* * *


M. acababa de empezar a leer “El libro del desasosiego” de Fernando Pessoa. Se lo había recomendado la única pareja que tuvo en toda su vida, relación que duró no más que unos meses, los anteriores al accidente, tras el cual M. se encerró en una burbuja de autoflagelación y rompió unilateralmente la relación con P. y con el resto del mundo. La última vez que la vio fue en el velatorio de papá. Allí con una frialdad propia de Kay la desventurada victima de la reina de las nieves, el cual fue encerrado en un castillo de hielo y obligado a montar un puzzle imposible que formara la palabra eternidad, le dijo que era mejor que se dejaran de ver. Todo cariño, amor, complicidad, se habían esfumado ante la perspectiva convexa creada por la distorsión de la realidad de M., producto del dolor que lo atormentaba.
A las pocas páginas un párrafo de Pessoa cerró los ojos de M. pues se precipitó en un torrente de angustia, una espiral de ansiedades que le ofuscaron, y le hicieron levantarse e ir corriendo al lavabo a vomitar. El párrafo era el siguiente: ( De repente, me he dado cuenta, en un relámpago íntimo, de que no soy nadie. Nadie, absolutamente nadie. Cuando brilló el relámpago aquello que había supuesto una ciudad era una llanura desierta; y la luz siniestra que me mostró a mí no reveló un cielo encima de ella. Me han robado el poder de ser antes de que el mundo fuese. Si tuve que reencarnar, he reencarnado sin mí, sin haber reencarnado yo.
Soy los alrededores de una ciudad que no existe, el comentario prolijo a un libro que no se ha escrito. No soy nadie, nadie. No sé sentir, no sé pensar, no sé querer. Soy una figura de novela por escribir, que pasa aérea, y deshecha sin haber sido, entre los sueños de quien no supo completarme.
Pienso siempre, siento siempre; pero mi pensamiento no contiene raciocinios, mi emoción no contiene emociones. Estoy cayendo, desde la trampa de allí arriba, por todo el espacio infinito, en una caída sin dirección, infinítupla y vacía. Mi alma es un maelstrom negro, vasto vértigo alrededor del vacío, movimiento de un océano infinito en torno a un agujero de nada, y en las aguas que son más giro que aguas, boyan todas las imágenes de lo que he visto y oído en el mundo -van casas, caras, libros, cajones, rastros de música y sílabas de voces, en un remolino siniestro y sin fondo.
Y yo, verdaderamente yo, soy el centro que no existe en esto sino mediante la geometría del abismo; soy la nada en torno a la cual gira este movimiento, sin que ese centro exista sino porque todo círculo lo tiene. Yo, verdaderamente yo, soy el pozo sin muros, pero con la viscosidad de los muros, el centro de todo con la nada alrededor.
Y es, en mí, como si el infierno, sin por lo menos la humanidad de los diablos riéndose, la locura graznada del universo muerto, el cadáver rodante del espacio físico, el fin de todos los mundos fluctuando negro al viento, disforme, anacrónico, sin Dios que lo hubiese creado, sin él mismo que está rodando en las tinieblas, imposible, único, todo.
¡Poder saber pensar! ¡Poder saber sentir!
Mi madre murió muy pronto, y yo no llegué a conocerla...)

¿Y si su madre también había muerto? ¿Y si ese viaje sólo era producto de una ilusión, y Marie sólo era una amante más de papá? ¿Y si se estaba precipitando hacia la nada de forma desencajada y suicida? Preguntas sin respuesta posible a estas alturas del viaje. Metas intangibles, desprovistas de bases sólidas. Desde su aislamiento voluntario M. se identificaba con un náufrago agarrado a un inestable tablón de madera, un asidero que pudiera ceder en cualquier momento, hundirse y dejarle a la deriva de sus emociones; turbado y perdido en el mar de sus impulsos empezó a llorar. No había derramado una lágrima ni en el entierro de papá, pero tal había sido la intensidad de las palabras del maestro portugués, que habían derrumbado, como un castillo de naipes, toda su valentía y esperanza. Él, ya lo daba por supuesto, no tenía a nadie, ningún familiar, nadie con quien anudar una relación fortalecida por el poder de la sangre. Estaba solo en este mundo superpoblado, nadie le quería y, lo que era peor, él no quería a nadie. Este viaje emprendido por la chispa de la creencia en el renacer de un posible amor, era en realidad una aventura hacia la expiación de sus sentimientos de culpa. Culpa por no haber muerto con la única persona que había tenido un lazo de unión que parecía indestructible, pero que como todo lazo humano resultó frágil como la vida misma. Culpa por no haber dejado acercarse a P. cuando el dolor lo empujaba hacia la soledad; quizás si ella estuviera allí con él, esta sensación de desazón, estas lágrimas desoladas, tendrían un pañuelo, un pecho, una puerta hacia un futuro mejor.
El tren frenó lentamente, al parecer iba a parar en una estación por averías, quizás unos vándalos habían desmontado y llevado los raíles para venderlos, o quizás era el fruto de una reivindicación de uno de los muchos grupos descontentos con el sistema y que con esas acciones intentaban desestabilizar a los gobiernos, creando el descontento en la opinión pública.
La estación estaba rebosante de gente y en la otra vía un tren dirección Barcelona parecía tener el mismo problema. A M. aquella parada le supuso un hilo de luz en la oscuridad de su presente. Pensaba comprar un billete de vuelta a Barcelona, empujado por un impulso, igual al que le hizo atreverse a comprar el billete hacia París, se echaba atrás. No se planteaba que haría cuando llegara a su casa, de momento sólo quería abandonar la idea de conocer a su posible madre, igual que ella la había abandonado a él.
Salió del tren con dificultad, cruzando la marabunta de viajeros que copaban el andén. Después de varias intentonas se vio obligado a parar, aquella estación era demasiado pequeña para un tren, con dos estacionados los espacios resultaban nanométricos. Pero decidido en su empeño de volver a Barcelona se escurría como una anguila, aunque avanzara a paso de caracol entre la multitud.
Los gritos de impaciencia de los viajeros se centraron en la oficina del jefe de estación, donde se amontonaban pidiendo explicaciones, que el pobre funcionario daba en varias lenguas, sin contentar, ni tranquilizar a los amotinados pasajeros.


* * *

S. se había encaramado hasta arriba de una maquina expendedora de billetes, lo que le permitía una perspectiva amplia de toda la estación y la turbamulta que allí se aglomeraba, lo que la mantenía entretenida pues era interesante distinguir las diversas reacciones de la gente en una situación así. Un suceso que a algunos les estaba llevando al límite de su aguante, su paciencia y sus fuerzas, encabritados como animales, mientras al lado indiferentes a todo, como si aquella parada obligada fuera un regalo para estirar las piernas, socializar o, como en el caso de los niños, disfrutar de los momentos mas divertidos del viaje, que reían viendo la desesperación de las personas que gritaban y maldecían, furibundas y sin ahorrar en palabrotas.
S. entonces se percató de un joven cargado como ella con una mochila, había saltado a la vía y trepaba hasta el primer andén, donde se situaban las taquillas. No supo por qué en un principio pero aquel chico le resultaba familiar, como si le conociera de algo que no recordaba.
Ese joven no era otro que M. que se acerco a la maquina expendedora sudando y cansado como si hubiera nadado a contracorriente en un río de aguas turbulentas. Sacó su cartera del bolsillo posterior del pantalón cuando S. le dijo en un francés con puro acento parisino
-Hola me llamo Sofía, te conozco de algo y no se de qué. -Fue entonces cuando M. la miro a la cara y sus ojos se encontraron, solo había entendido que se llamaba Sofía, pero algo le encogió el alma. La estaba mirando y no veía a una mujer se veía a sí mismo, los mismos rasgos faciales, el mismo color de pelo, el de ella algo más largo, la misma tonalidad en el iris y el mismo mentón pronunciado; incluso coincidían en un lunar bajo el ojo derecho.
-Hola me llamo Mario y si no es un espejismo estoy mirando mi reflejo. -Le dijo él en español. Ella se bajó de su atalaya y le miró frente a frente, viendo, por fin, todo aquello que él ya había distinguido.
Sofía recordó una de las frases de su madre y le dijo en castellano: "Tarde o temprano, todos acabamos enfrentándonos al caballero de los espejos".