
Cero horas de un 9 de septiembre. LA puerta de aquella casa grande y blanca, una vieja masía en medio de un pueblo de Barcelona está abierta. Por ella van entrando jóvenes, chicos y chicas, cada uno con una botella de variable graduación. Sebas, ya lleva rato bebiendo. Los recibe con una sonrisa, abrazos, besos. Son sus amigos. Y él, ese ser que se tambalea como una peonza a la que le falta fuerza de rotación, el teórico homenajeado.
La fiesta comienza y se van abriendo las botellas. Los asistentes no tardan en hacer pasar a Sebas por una prueba llamada el metro. Consiste en hacer beber a éste un metro de chupitos de diferentes sabores. Pero no acaba la prueba, algo sucede, un exceso de alcohol es lo mas probable. Sebas cae desplomado, de espaldas, como un boxeador noqueado. Sus amigos, o los que el creía como tales, se ríen de la caída. Lo dejan en el suelo. Ellos continúan la fiesta en el jardín, aprovechando los últimos calores de aquel verano para disfrutar de substancias ilícitas. Mientras tanto Sebas sigue en el suelo, inconsciente.
A la mañana siguiente, Sebas tiene un año más. Es su cumpleaños. Al amanecer los lamidos de su perrita le sorprenden dormido, tirado en el suelo de aquella casa, entre vomito y sudor. La puerta sigue abierta pero no entra mas que el ruido de los coches que atraviesan la calle. El jardín esta deshecho. Las flores rotas, el césped pisoteado, un hedor a orina flota en el ambiente; colillas, cristales de vasos caídos, pájaros picoteando la comida basura que se esparce como semillas de lo infértil. Pero esto no es lo peor.
Algo ha cambiado en Sebas. No es el mareo, ni la soledad, ni la sensación de haberse perdido la fiesta que había organizado, ni la sequedad en la boca, efectos de una resaca, estúpida, como todas las resacas. El cambio que sentía era interior. Unas voces, que no había escuchado hasta ese momento, como si el sueño, que había vivido en su estado de inconsciencia continuara ahora que estaba despierto, le acosan. Voces que le dicen “estás solo”, “eres un perdedor”, “mírate, das asco”, “bonito regalo te han hecho”, “no vales nada”, “ ni siquiera vales para beber”, “conóceme”, “soy tu amigo”, “el único en quien puedes realmente confiar”... Este discurso, disparado a ráfagas, como si él fuera el reo, víctima de un pelotón de fusilamiento que descargaba su munición dentro de su cabeza, no le abandona en muchos días. Tiempo que pasa en soledad, aislado, sin ducharse, ni comer, hasta que llegan sus padres de pasar unos días de vacaciones y contemplan asustados el despojo en que se ha convertido su hijo.
Sin dudar llaman a una ambulancia que les lleva al hospital. Allí diagnostican a Sebas de brote psicótico. Solamente la familia va a visitar a Sebas durante su estancia en la planta de psiquiatría. Ninguno de los que asistieron a la fiesta llama para preocuparse por su estado de salud.
En el hospital conoce a Carmen, una chica que también tiene problemas pero de otra índole. Ésta le explica que no puede beber, porque literalmente se le va la olla. No son del mismo pueblo pero la amistad que surge entre ellos se fortalece con la complicidad de las conversaciones con las que se exploran, valientes, en aquel encierro. Deciden que cuando salgan quedarán para verse. El día que a Carmen le dan el alta médica, se despiden con un fuerte abrazo, del que sin estar premeditado, al menos por él, surge un besico mínimo pero suficiente en los labios. Sebas se encierra en su habitación y llora mirando por la ventana como Carmen monta en el coche, que la llevará a su casa.
Al cabo de dos años todo ha cambiado mucho. Durante ese tiempo solo ha recibido unas pocas llamadas en su móvil de aquellos que lo dejaron tirado. En cambio ha iniciado una relación con Carmen, una verdadera relación, no el típico rollito de verano. Se aman y se respetan. La noche del 23 de junio, verbena de san Juan, unas pocas personas cenan tranquilamente en aquella casa grande y blanca en medio de un pueblo de Barcelona. Son Carmen, dos amigas suyas y Sebas. Después de cenar vendrán dos vecinos a comer un trozo de coca. Cuando están todos reunidos, copa de cava en mano, brindan por la salud de los presentes y por el futuro. Al acabar Carmen y Sebas se miran, tienen una noticia que quieren compartir. Al final del verano se irán a vivir juntos.