Hace
cuatro días que aterricé en Vigo, esa ciudad que parece diseñada
por un mal jugador de Tetris, precisamente porque carece de cualquier
tipo de diseño o plan urbanístico. Es una ciudad que a mi,
personalmente, siempre consigue transmitirme unas vibraciones
especiales. Obviamente esto es así por la gente que vive en ella,
por esos amigos que siempre que me ven me acogen en su grupo como uno
más, y así entre cañas y lo que surja, compartimos entre todos la
alegría de estar vivos, de ser personitas que hablan y disfrutan
estando con otras personitas. No hay más pretexto ni doblez.
En
Barcelona también tengo buenos amigos, pero quizás y aunque suene
extraño, en los únicos lugares, o, mejor dicho, con las únicas personas
que me encuentro realmente a gusto son pocos, poquísimos. Los problemas del
día del día, las urgencias que nos atoran, aquellos percances de
estar vivo y tener que luchar para mantener lo ya alcanzado, muchas
veces me separan de ese sentimiento que recobro con naturalidad en
tierras gallegas: una paz natural y expresiva, sin la necesidad de
tener que disfrazarme de algo o alguien para proteger dios sabe que
neurosis. Al final como hablaba ayer con el bueno de Johnny Benitez
estas máscaras, estos disfraces no son más que defensas naturales
contra el horror y el vacío de una realidad que en ocasiones, cuando
no fijamos nuestra mente en algo concreto como pueden ser tus manos
tenaces o tu mirada solicita, como tus palabras fugaces o tus
silencios imposibles, como tu sonrisa panorámica o tus lagrimas
perladas de sal, todo parece que nos sobrepase, que nos aturda, que
nos lleve a la deriva en un abismo de corrientes donde no encontramos
asidero. Ya lo decía Lacan:”La realidad es inasible e
inabarcable”. No hay asidero ni barca que pueda surcar y mucho
menos cartografiar toda su extensión. Pretenderlo es una quimera que
roza lo delirante.
Y
en cambio a veces parece que que lo urgente no nos permita fijarnos
en lo verdaderamente importante y que apremiados por la prisa
queramos ir copando etapas en busca de una satisfacción que sólo se
logra desde el goce hacia lo sencillo. Unas risas y unas miradas
cómplices con esas personas que quiero, mis hermanos nikosianos
(quizás el lugar donde más a gusto me siento), unas cañas con mis
amigos de toda la vida o con aquellos nuevos que ya ocupan un lugar
preferente en mi corazón, una comida con mis viejos libre de sal,
pero cargada de buenas intenciones y sobre todo cuando estoy contigo
y las ideas y los sentimientos fluyen con libertad. Cuando consigo
hablarte, cuando consigo fijar en mi mente aquellas cosas que llevo
tanto tiempo queriendo decirte y me lanzo como puedo al vacío de tu
blancura intentando sostenerme en el vertigo como si planeara con un
parapente, es lo más parecido a volar con mis propias alas que
recuerdo. No lo puedo evitar, no lo quiero evitar. Poner cada palabra
en su sitio e hilvanar frases, oraciones, párrafos y demás me
produce un placer enorme, quizás porque si algo me da miedo, si algo
consigue hacerme enloquecer sea el silencio, pero no el silencio
exterior, sino el interior. Ya mataron mi voz a base de pastillazos
hace mucho, y os aseguro que es la peor sensación, la angustia más
intensa que he vivido. La absoluta incapacidad para poder compartir
con los amigos y los compañeros, con la familia y contigo mismo nada
más que tenues y languidos balbuceos. Esa experiencia fue en
definitiva lo más parecido a estar muerto.
1 comentario:
¡Qué bien escrito! Disfrutad mucho de Vigo. Una ciudad maravillosa.
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