Fue en la arena de la playa
de aquel mar que se perdía
en el infinito horizonte
donde se fundían la noche y el día.
Yo te miré
borracho de palabras
que se perdían en mi mente
en cuanto llegaban.
Tu me dijiste "acércate,
no tengas miedo,
mirame a los ojos y observa
cuanto se puede decir con un silencio...
...Quiero navegar en tu mirada,
ver reflejadas las estrellas,
beber de tu boca nacarada
el agua que fluye cuando me besas,
no quiero que la urgencia
quiebre este dulce momento,
sólo deseo que el relog de arena
se detenga en este instante eterno."
Yo leía en tus ojos que ya eran los míos
versos esbozados con canela y nata
la suerte infinita de mi destino.
Yo te dije "ven,
entra en mi castillo,
armada con la claridad
de tu sincero cariño;
no pienses en el final,
queda lejos,
ahora estás aquí,
estamos juntos,
hablándonos con la mirada,
íntimos y ajenos al mundo."
Así llegó la noche
y perdida la vergüenza
unimos nuestros cuerpos
en una danza rebozada de arena,
arrullados por la música de las olas
que acariciaban nuestros pies.
Y solamente la luna
sólo la luna
fue testigo de la entrega mutua
de nuestras almas desnudas.
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