Acabada la reflexión, Carlos permaneció en el box de urgencias, no tenía ganas de subir a la planta, a echar raíces. Él aún no lo sabía, pero el día siguiente iba a marcar el futuro de Máximo Escriba.
Luz y él lo habían dejado todo preparado. El plan era muy sencillo: hablar con Máximo para que aceptara ser trasladado a otra provincia para formar parte de un estudio. Al ser éste mayor de edad y no estar incapacitado judicialmente no tendría por qué haber ningún problema, es más cuando Carlos le propuso a su paciente la idea, la respuesta de Máximo fue: veo que estás dispuesto a llegar al fondo de este asunto y te lo agradezco; precisamente por esto quiero avisarte que no tienes ni idea de donde te estás metiendo. Sí lo sé, Máximo, o sino no lo sé me lo puedo imaginar... Pero al menos yo estoy aquí para ayudar, no para otra cosa. Médico y paciente se estrecharon las manos. Habían cerrado el acuerdo.
Pero volvamos al momento en el que estamos. Un Carlos haciendo guardia, con la mente fija en su ética como profesional, dormitando en un box de urgencias, porque, en un momento dado, abrió los ojos al escuchar una conversación entre dos personas que, obviamente, ignoraban que él seguía allí, oculto tras las cortinas del box:
-Bueno, ¿cuánto vas a apostar al final?
-¿A cuánto van...?
-Seis a uno, que el nuevo acaba en el catre.
-¡Seis a uno, ya! Resulta tentador...
-Sí, lo es, pero hazme caso es un tema seguro, esta mañana escuché como el director le comentaba a Tirana, que mañana viniera la policía a buscarlo, por si no responde como debe, ¿sabes?
-Con este tipo no se juega. La verdad Esteban, es que el chico me cae bien, pero es que a mí, ya, después de tanto tiempo, me da igual que es lo que pase en este hospital, no voy a ir a explicarle al banco que no puedo pagar la hipoteca por razones éticas.
-A mi el nuevo me parece buen chico, aunque no me gustan nada ciertas ideas que tiene, como si fuera un filósofo, quizás tenga alguna enfermedad, no sé, yo por si acaso intento evitarlo. Lo que tengo claro es que no sabe lo que le espera. Mañana cuando vengan los padres de Máximo será como la caída de Troya.
-Otro psiquiatra crucificado, Señor ten piedad.
-Ora pro nobis.
-Seis a uno, ¿no?... Seis a uno...
-Sí.
-Pues apuesto 30 euros a que el nuevo se sale con la suya. Viva el riesgo.
-Tú estas loco.
-Hombre, es que todo se pega menos la guapura.
-Bueno, pues trae pa'ca los 30 lalos, que luego ya te veo echándote atrás.
En este momento las voces, como si se alejaran por el pasillo, se hicieron inaudibles para Carlos, el cual no daba crédito a lo que acababa de oír. Así que mañana iba a ser su último día de trabajo, pensó, pues nada esto había que celebrarlo. Se recostó en la camilla y se quedó dormido como un lirón. Ya lo dicen que cuando un preso está seguro de su condena, puede por fin dormir. Lo que no dicen es, que Carlos sabía cual sería su fin en ese centro y que como dice el refrán: pa dos días que me quedan en el convento, me cago dentro.
Cuatro horas de sueño fueron suficientes. Al despertar Carlos no fue al lavabo, ni encendió la cafetera, ni volvió a la camilla para ver si recuperaba el sueño perdido. Se alisó con las manos la bata y se fue directo a su despacho, donde redactó varias notas que envió por fax, antes de llamar a una ambulancia. Cuando los técnicos en transporte asistido se personaron Carlos lo esperaba en la entrada de urgencias. Subieron con una silla de ruedas hasta la habitación de Máximo y, después de atarlo, lo sacaron de su suite. La jefa de enfermería del turno de mañana quiso interponerse entre la puerta y el séquito de Carlos, pero éste sólo le dijo. Aquí te dejo la orden de traslado, va a formar parte de un estudio sobre psicosis aguda. Él no tiene psicosis aguda. ¿Es que acaso eres doctora? No, soy enfermera. Pues nada, sal de delante de la puerta, que yo si soy psiquiatra y esperan a Máximo antes del mediodía. No lo puedo permitir. Mira los papeles, están en regla, si lo prefieres llamo a la policía y que la universidad y la farmacéutica interpongan una denuncia hacia tu persona. La jefa de enfermeras estaba más pálida que su misma bata. Los técnicos se miraban entre ellos, sin entender nada de lo que estaba pasando allí. Máximo se miraba la escena ausente, como si no fuera con él. Al final ésta cedió. Carlos abrió la puerta y salieron. En la ambulancia, Carlos informó de que no era necesaria la contención mecánica, él iba a viajar con ellos, que este paciente era más docil que un gatito faldero, así que si había contención la había para todos. Ningún problema doctor, dijeron, le ponemos los cinturones de seguridad y arrancamos. Poco después los cuatro emprendieron el viaje hasta la universidad.
-¿Máximo cómo te encuentras? -Le preguntó Carlos.-¿Estás bien?
-Estoy flipando doctor. Aún no me creo que esto esté pasando de verdad.
-Bueno, ya te irás dando cuenta con el paso de los días. Una amiga, la directora del estudio, te ha conseguido una beca y un trabajo en la facultad de filosofía y letras.
-¿Y dónde viviré?
-De momento viviremos en su casa.
-¿Viviremos?
-Sí, he presentado mi dimisión. Es más, he enviado una nota de prensa a todos los medios de comunicación de la provincia.
-Es usted un fenómeno. Gracias, de verdad.
-No me las des. Lo único que he hecho es cumplir el juramento que hice cuando me licencié.
-Le doy las gracias precisamente porque eso es más de lo que hacen muchos de los de su gremio.
-Bueno pues de nada, y sino te importa yo me voy a echar una siestecita. Nos quedan muchas horas de viaje.
Máximo y Carlos se durmieron. La ambulancia siguió su camino. En la radio de la ambulancia se podía escuchar la canción Libre de Nino Bravo, pero en la versión petarda de El niño de la peca. Definitivamente, nada podía haber salido mejor.
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