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jueves, 30 de junio de 2011

NOTICIAS

Hola a tod@s:

Ante todo, pediros perdón por mi desaparición. De pronto dejé de escribir y contar como me iba y quizás alguien me seguía. Lo siebto, es que he pasado unos meses de cambios y los cambios y yo no somos muy amigos...

Tuve que interrumpir la bajada de medicación porque tuve una crisis, con mucha ansiedad y ha sido mas bien al contrario: me han dado más medicación. Estoy acudiendo a un Hospital de Dia, hace un mes que voy, me queda otro mes y me daran el alta. Lo estoy deseando porque no me siento nada a gusto yendo alli pero es un transito que debo hacer para seguir como antes.

Lo dicho, me han subido la medicación porque la ansiedad no me dejaba respirar tranquila y la cosa ha ido bien. Ahora estoy un poco mejor, pero aun me falta un poco para estar bien del todo.

Un saludo con todo mi cariño a los que me lean.

Un abrazo,salud y FUERZA!!

ALMU.

miércoles, 15 de junio de 2011

CAPÍTULO VI.


No me gusta el trabajo, a nadie le gusta; pero me gusta que, en el trabajo, tenga la ocasión de  
descubrirme a mí mismo.”

Joseph Conrad



A la mañana siguiente desperté ante los insistentes rugidos de mi estómago. Estaba hambriento, no había comido nada desde el día antes de mi salida del hospital y de eso hacía dos días. Ni siquiera me molesté en mirar a ver si encontraba algo en la cocina. Estaba cansado, muy cansado, como cuando se te va la mano con ciertas drogas. Una especie de nube tóxica o un denso telón se había aposentado en mi cabeza, en la sección del cerebro que hay tras la parte de cráneo que cubre la frente. Esta sensación de agotamiento me acompañaba desde que había comenzado el tratamiento farmacológico para lo que llamaban mis problemas mentales. Si os digo la verdad, no es que cambiaran mucho mis pensamientos, en realidad seguía pensando como siempre, en lo único que habían cambiado era en comprender que no quería volver a ingresar, y que del mismo modo que el darles la razón en todo a los médicos me había ayudado a salir de aquel lugar, temía que al deshacerme del tratamiento, que era lo que realmente deseaba, acabara con mis huesos de nuevo en el psiquiátrico.

Me levanté de la cama con mucho esfuerzo y me dirigí al lavabo. Me lavé la cara con cuidado, tenía un ojo hinchado por los golpes recibidos en la víspera. No tenía demasiadas ganas de moverme, si por mi fuera me hubiera quedado todo el día tumbado en la penumbra de mi habitación, pero mi estómago no me daba tregua.

Salí de casa con la misma ropa del día anterior, la misma ropa arrugada con la que había dormido, en dirección a mi antiguo trabajo en la copistería. Pensé que Ricardo ya habría preparado mi finiquito y con el dinero que consiguiera podría comer un plato caliente.

Aquella mañana era especialmente fría, unos negros nubarrones amenazaban con descargar tormenta y un viento gélido levantaba remolinos de hojas secas en las esquinas. Era un día perfecto para quedarse en cama, sobre todo si era en buena compañía, ya fuera de un libro, una buena película o de alguien como Lucía. Pensaba en ella, en la última vez que habíamos estado juntos, hacía unos dos meses. Aquel día tomamos su coche y fuimos a un aldea cercana. Me hizo muchas fotografías, en el bosque, junto al río, con la boina y el garrote que me prestó el dueño de la tasca donde comimos unos judiones. Lucía era una verdadera artista multi-disciplinar. Era capaz de dibujar, pintar, fotografiar, filmar, etc. Su apartamento, en realidad, era un estudio donde pasaba la mayor parte de las horas trabajando. Ella siempre me decía que yo tenía mucho talento, pero que era un bala perdida, que lo que tenía que hacer era crecer de una vez, ponerme a trabajar (en algo creativo como hacía ella), pero es que ella no entendía que yo a mi manera ya era un gran artista. Un genio sin parangón. Muchas veces había pensado que el hecho de que ella no asumiera todo lo que había llegado a hacer a lo largo de mi vida, todas aquellas obras que me habían acabado robando, me separaba de alguna forma de ella. A Lucía le daba igual que me hubieran robado, y eso me molestaba. Aunque por otro lado no podía dejar de quererla.

No tardé mucho en llegar a la copistería. Tras el mostrador estaba Conchi, la mujer de Ricardo, una mujer de armas tomar. Por suerte no había ningún cliente.
-Hola, buenos días Conchi. -Saludé.

-Vaya, ¡una aparición! -Me soltó sin disimular una mueca de sarcasmo. No tardé en intuir que estaba deseando ensañarse conmigo.

-Muy graciosa.

-No pretendía serlo. -Continuo. -Nos tienes contentos. Con todo lo que hemos hecho por ti y nos lo pagas dejándonos colgados en plena campaña de Navidad. ¿Te haces una idea del dinero que hemos llegado a perder?

-Me hago cargo. Pero... -Le dije sin atreverme a mirarla a la cara.

-¡Pero nada! -Me interrumpió -No hay excusa que valga Adrián. La has jodido bien.

-Supongo que tampoco vale que diga que lo siento.

-Acertaste. -Sentenció. A cada segundo que pasaba me sentía más incómodo. Sino fuera porque había mucho dinero en juego habría cogido las de villadiego y la hubiera dejado con las ganas de seguir castigándome.

-Vale... ¿Está Ricardo? -Pregunté impaciente.

-No, no está. -Me dijo para mi desgracia. -Ha ido a una E.T.T. para que te busquen un sustituto. Vas a tener que esperar para recoger el finiquito, como te estuvimos esperando nosotros el día de nochebuena. Y suerte tienes que el gerente es Ricardo. Si fuera por mi ibas a cobrar lo que yo me sé.

-Todavía estas a tiempo de contratar a unos matones para que me esperen en la puerta de mi casa. -Le solté pasando al ataque.

-No me des ideas. No me des ideas... -Parecía que Conchi empezaba a recular. -Además, por lo que veo ya te han dado lo tuyo. ¿No te habrás metido en drogas? -Me preguntó con un gesto de preocupada reprobación.

-No, Conchi. Es algo más sencillo. Me atracaron ayer noche.

-La verdad es que hijo... tienes la cara que parece un mapa. De verdad Adrián, -continúo- no sé lo que te ha ocurrido y no sé si quiero saberlo. Siempre fuiste un buen chico y un trabajador modelo. Pero no creo que te perdonemos nunca lo que nos has hecho.

-Lo comprendo. -Le dije, y cómo no iba a comprender su cerrazón. A la locura siempre se la ha vapuleado en este país, sobre todo cuando uno es pobre y no puede permitirse ser excéntrico. Tenía que largarme de allí cuánto antes.-Cuando vuelva Ricardo dile que he venido. La próxima vez llamaré antes de venir.

-Muy bien señorito. Que tenga un buen día. -Se despidió.

-Igualmente. Disculpe las molestias.

Salí de la copistería airado y humillado por igual. Pero lo peor era que seguía sin tener nada con lo que poder permitirme un plato de comida. Podía haberme tragado el orgullo, dejar que Conchi continuara despreciándome y esperar que llegara Ricardo. Pero lo poco que me quedaba de dignidad no me lo había permitido. Si ella hubiera mostrado un mínimo de curiosidad por saber que me había ocurrido le hubiera podido explicar la verdad. Que me habían ingresado a la fuerza. Pero estaba demasiado herida como para querer escuchar. Para ella yo ya no era el mismo. Y tenía razón. No lo era, ni volvería serlo.

La locura para esta sociedad tiene mucho de tabú. Estigma creo que le llaman. Creo que esa forma de entender el sufrimiento mental tiene mucho que ver con lo alienante que puede llegar a ser vivir como vivimos, de casa al trabajo y del trabajo a casa, sin apenas contacto con los demás. Y si me paro a pensar, creo que no he conocido a nadie que no esté algo loco o como dijo el cantante brasileño Caetano Veloso: de cerca nadie es normal. Porque la locura, el loco, si viene del “locus” latino tendría mucho que ver con el lugar que ocupa el otro en tu vida. Es en esto donde la alienación de este individualismo exacerbado rasga lo poco que queda de aquellos valores sociales que movieron durante tantos siglos el mundo. Como si nos hubieran acostumbrado a rechazar todo aquello que incomoda por su diferencia, lo normal es la norma y la ciencia su nueva fe, su nuevo dogma. Porque todo aquello que se considera dentro de los parámetros de la presunta normalidad, no es otra cosa que aquello que está socialmente establecido: que a todas luces se podría reducir lamentablemente a un: nace, crece, consume y perece. Quizás por eso a los locos que no tienen o no quieren seguir esas leyes sociales tan inocuas se les excluye de muy diversas maneras, ya sea encerrándolos o limitando su contacto con la comunidad. He oído que la mayoría de las personas que estando en situaciones parecidas a las mías y desean trabajar lo único que consiguen es lo que llaman un trabajo protegido, que no son otra cosa que guetos, donde dudo si protegen a los locos de la sociedad o a la sociedad del peligro potencial de los locos. La locura se convierte así en una triple condena: personal, social y farmacológica.

Mientras caminaba de vuelta a mi casa me paré delante de un restaurante. Una camarera estaba escribiendo el menú en la pizarra que tenían colgada en la fachada y aunque no tenía dinero para permitirme entrar, me detuve al leer en ella la oración: Hoy menú solidario, paga lo que puedas. Me pregunté si en el contenido de ese lo que puedas también incluían la nada como posibilidad. Pero ni siquiera tuve que preguntar. Una voz familiar iba a resolver otra vez mis carencias:

-Hombre Adrián, ¡Qué agradable coincidencia! -Era Miguel, junto a una mujer en silla de ruedas que pensé que debía ser su esposa.

-Hola Miguel. Sí, que alegría vernos.

-Mira cariño, te presento a Adrián, le conocí ayer. Le ayude cuando le estaban atracando unos impresentables. Adrián, ella es Inés, mi mujer. -Nos presentó.

-Encantado señora. -Le dije al darle dos besos.

-Igualmente Adrián. -Me dijo ella. -Ojalá no me doliera tanto el cuerpo y pudiera conocer a chicos tan guapos como tú.

-Gracias señora, -Le dije agradeciendo el cumplido -pero le aseguro que no se pierde gran cosa, Miguel es mucho más interesante que yo.

-¡Como se nota que lo acabas de conocer! -Exclamó divertida.

-Ella tiene razón, te lo aseguro. Casi todos los viejos somos unos cantamañanas. ¿Y tú?, ¿qué haces por aquí? -Me preguntó. -Vas a comer en este restaurante.

-Que va... He venido a buscar el finiquito. Pero mi jefe no estaba. -Le dije torciendo la boca en señal de resignación.

-¿Y ahora que vas a hacer?

-Nada en concreto, supongo que perderme por las calles.

-Chico, vengase con nosotros, por favor. -Soltó Inés que me miraba con dulzura. -Hace mucho tiempo que no charlo con ningún buen mozo.

-Gracias, pero no quiero molestar.

-No digas tonterías. -Saltó Miguel. -No molestas en absoluto. Inés tiene razón. Vente a comer con nosotros, vivimos aquí al lado.

-Bueno, de acuerdo. Pero sino te importa Miguel, déjame que empuje yo de la silla de esta preciosa damisela. -Me ofrecí.

-Aprende Miguel. Así se habla a una mujer. -Le dijo Inés.

-Cómo tu dices cariño, como se nota que te acaba de conocer. -Le dijo Miguel devolviéndole la pulla con simpatía.

El edificio donde vivían Miguel e Inés era una construcción con más de 40 años de antigüedad. Con ocho plantas contando entresuelo y ático, un mostrador a la entrada señalaba que en otro tiempo habían tenido portero, una costumbre que está cada vez más en desuso. El ascensor subía desde el aparcamiento, cuya entrada estaba en otra calle adyacente, hasta el último piso. Cada planta estaba distribuida en dos largos pasillos en forma de “L” a un lado y otro de la puerta del ascensor y en cada una de sus esquinas una puerta (hasta llegar a 8) de entrada a las viviendas. La suya me pareció de alguna forma atrapada en el tiempo. Tras pasar por un pequeño recibidor, un pasillo comunicaba con cada una de las habitaciones (cocina a la derecha, despacho a la izquierda, lavabo a la derecha, habitación individual a la izquierda, hasta llegar al comedor, en el cual estaba la puerta que daba acceso a la habitación del matrimonio, que era amplia y con baño -lo que hoy en día se conoce como suite- y perfectamente iluminada).

Cuando entramos en el comedor, Miguel encendió el televisor, que estaba encajado en un antiguo mueble de pared junto a unas estanterías llenas con algunas fotos y libros, de forma casi automática. En él se estaba emitiendo el anuncio de una compañía de seguros con el canon de Pachelbel como sintonía. ¿Qué valor tiene la sonrisa de tus seres queridos? ¿Que importancia le das a tu tranquilidad y la de los tuyos? En Seguros La Española nos preocupamos de que esa sonrisa no deje de brillar, pase lo que pase... Miguel apagó el televisor ante la recriminación de Inés y éste se disculpó.
Mientras mi anciano amigo ponía la mesa estuve chafardeando las fotografías. Me llamaron la atención: una de la pareja en el día de su boda, tan jóvenes, tan guapos, con tanto futuro; otra poco tiempo después pensé, con un niño en brazos, otra de Miguel con bata blanca (como si hubiera sido médico) y otra mucho más reciente de un joven (el hijo de Miguel e Inés).

Poco después Miguel, sirvió una fuente de sopa, una bandeja con carne cocida y garbanzos y una botella de vino tinto. No pude contenerme. Aquel aroma a comida casera hizo las veces de pistoletazo de salida en una carrera por llenar el estómago en la que era el único corredor. El matrimonio me miraba comer con incredulidad. Ya había acabado mi plato cuando ellos lo llevaban aún por la mitad. Inés por su parte se iba achispando con el vino.

-Chico, que manera de engullir. -Me dijo ella. -Si yo comiera a esa velocidad creo que me tendrían que desatascar la garganta con una pértiga.

-Deja al chico que coma. Tú estás acostumbrada a este cocido, pero es normal que la gente devore la excelente cocina de tu marido.

-No te pavonees que seguro que lo ha hecho Lupe.

-La verdad es que está buenísimo. -Dije a modo de justificación.

-Tú si que estás rico. -Me dijo Inés divertida.

-¿Quién es Lupe? -Pregunté.

-Es una preciosa enfermera que viene a cuidarme. -Me explicó Inés.-Pero no te hagas ilusiones; está en Ecuador.

-Si te digo la verdad Inés, en este momento de mi vida, me dan un poco igual las mujeres. En realidad, creo que me da igual casi todo.

-Anda que si yo tuviera tu edad iba a perder el tiempo de semejante forma. Sólo hay dos cosas que valgan la pena en esta vida: el amor y el sexo. Y lo mejor es que se pueden mezclar.

-Bueno el chico tendrá sus razones y a ti cariño -Dijo Miguel que había estado observando la conversación en un segundo plano.- creo que se te ha subido el vino con la medicación.

-Sí, la verdad es que me está entrando un sueñito. ¿Me acompañas al sofá Miguel? -Le preguntó aleando con gracia la cabeza, como si coqueteara con él.

-Claro amor. -Le dijo con cariño.

Miguel la acompañó hasta el sofá, la ayudó a recostarse y le encendió la televisión, después de darle un beso en los labios volvió conmigo. Ella, por lo que sus ronquidos indicaban, se quedó dormida al instante. Nosotros recogimos los platos y los llevamos a la cocina. Mientras llenamos el lavaplatos, Miguel me volvió a interrogar.

-¿Adrián, por qué te tuviste que ausentar del trabajo?

-¿Quieres la verdad o una buena mentira?

-Siempre una buena mentira.

-Pues te contaré... He estado ingresado en un psiquiátrico cuatro semanas. Salí hace dos días y desde hace tres no había probado bocado.

-¿Y eso? ¿Qué sucedió?

-Un pequeño malentendido con mi posición en el mundo y otros avatares, supongo, pero no te quiero rayar con buenas mentiras.

-De acuerdo. Cuéntame entonces la verdad.

-Tú verás tío... Un juez me metió en un psiquiátrico, porque no entienden que soy autor de varias canciones famosas. Así, dicho en corto y clarito. -Le confesé indignado.

-Ya, bueno hombre, pero eso no es razón suficiente, créeme, sé lo que digo. Seguro que hiciste alguna jaimitada.

-No, es básicamente eso. Hay gente que no soporta la verdad.

-Ya, pero normalmente lo insoportable es como se presenta esa verdad. Seguro que la liaste.

-Vale, vale, te lo cuento porque estoy en deuda. He interpuesto un par de demandas a Sony y a Virgin y habitualmente visito los periódicos locales para corregir a ciertos escritores de mierda. Al final uno de los redactores llamó a la policía. Entre médicos, jueces y demás han decidido que estoy loco. !Loco yo!, me consuela ligeramente seguir la historia de los grandes escritores incomprendidos, pero la verdad ¡estoy hasta los cojones! Y perdona que me ponga así.

-No hombre, no te preocupes. Pero a propósito del finiquito, ¿dónde trabajabas?

-En una copistería de mierda. Nada interesante, la verdad, casi mejor que me hayan echado.

-Entiendo, -Me dijo riendo-, plagia que te plagia...

-Sí, pero pagamos más cánones que Pachelbel... A mi no me paga nadie. ¿A todo esto, si no te importa, a que te dedicabas antes de retirarte?

-Pues... Te he de decir que soy/era psiquiatra y psicoanalista.

-Joder ya me estáis persiguiendo....

-No hombre no...

-Lo sé. Es broma.

Ambos nos reímos. Pero a mí aquella conversación me había alterado bastante. Estaba deseando largarme de allí.

-Bueno doctor, es la primera vez que voy a decir a un psiquiatra, gracias por todo. Dicho esto me voy, seguramente estés más cómodo así. Ha sido un placer conocerte. Te lo digo en serio.

-Igualmente. Y también te lo digo en serio.

-Gracias de nuevo, ciao.

Ya me dirigía hacia la puerta cuando me detuvo.

-Oye, Adrián, que se me ha ocurrido una cosa... ¿Ahora estás sin trabajo, no?

-Sí, ¿por qué?

-Le has caído muy bien a Inés. Hacía mucho tiempo que no la notaba tan alegre. ¿Podrías pasarte por aquí algún día y salir a pasear con nosotros, al menos hasta que vuelva Lupe?

-¿Lo dices en serio?

-Y tanto que lo digo en serio. Te pagaría, claro está, y así tampoco te aburrirás demasiado, mientras encuentras un trabajo más a tu medida.

Aquella oferta me dejó desconcertado. No sabía lo que se proponía aquel viejo psiquiatra, pero si se proponía algo en concreto no tenía nada que ver con las terapias al uso. Es más, no me había tratado en ningún momento como un loco o un enfermo. Quizás a pesar de que me costara creerlo, sus palabras no escondían ningún pretexto, ni doblez. Simplemente le había caído bien a su mujer y ya está. Si a eso le sumaba el que ellos también me caían muy bien y esta era una pequeña posibilidad de conseguir algo de dinero hasta que cobrara el paro, no sería, pensé, una buena idea denegar aquel ofrecimiento. Así que acepté.

-Hasta mañana entonces, Miguel.

-Hasta mañana.

Nos despedimos en la puerta con un apretón de manos como único contrato mediante. Ninguno de los dos necesitábamos nada más. Era sólo cuestión de tiempo que la vida nos devolviera a cada uno un poco de todo lo que nos había quitado en el pasado.

lunes, 13 de junio de 2011

EL FIL DE LA TROCA CON EL MOVIMIENTO 15-M y algo más...

CLICKAD AQUÍ PARA ESCUCHAR LA TERTULÍA (TRANQUILOS QUE ES EN CASTELLANO) QUE ORGANIZAMOS JUNTO A MIEMBROS DE DEMOCRACIA REAL YA, PLATAFORMA CÍVICA YO ME BAJO Y UN ACAMPADO EN PLAZA CATALUNYA.



Y de postre: aquí os dejo la entrevista que Luz Sánchez-Mellado le hizo a José Luis Sampedro para el diario El país:


No nos oye llegar. Está de espaldas frente al ventanal. Es mediodía, la luz entra a chorro y su figura se recorta contra el azul intenso del mar al otro lado del cristal. Un claroscuro perfecto: los pelos de punta, las orejas despegadas, la espalda recta, la diestra arañando un folio con un bolígrafo. La viva imagen de la introspección. José Luis Sampedro no es un hombre de acción. Al menos en sentido estricto. El pensamiento, la reflexión y la contemplación han sido a la vez su alimento y su legado. A sus 94 años, sordo y aquejado, que no quejoso, de diversos males de su edad, escribe todos los días. Así, a mano, con el papel apoyado sobre una tabla, compuso el prólogo del célebre Indignaos -de Stéphane Hessel y un capítulo de Reacciona, los ensayos que han espoleado el Movimiento 15-M.

Nos encontramos en su apartamento alquilado en la misma arena de la playa de Mijas (Málaga) días antes de que los indignados tomaran la Puerta del Sol. Se le veía frágil. Un gigante de metro noventa todo piel y huesos y ojos transparentes clavándose en los del prójimo. Un místico. Pero un místico lúcido. Y enamorado. Su esposa, la escritora Olga Lucas, 30 años menor, le sostiene en todos los sentidos. Ella es sus oídos, sus ojos y sus antenas. Pero el que piensa -y el que actúa pensando- es él. Juntos firman Cuarteto para un solista (Plaza y Janés), la "novela de ideas o ensayo novelado" que publica ahora y que constituye su testamento intelectual. Quisimos verle de nuevo para saber cómo saludaba, por fin, la reacción de los jóvenes. No fue posible. El celo de Olga le protege del mundo. Quizá de más. Pero gracias a ella está vivo, o eso dice él.

¿Cómo ve el mundo desde aquí? Nuestro tiempo es para mí, esencialmente, un tiempo de barbarie. Y no me refiero solo a violencia, sino a una civilización que ha degradado los valores que integraban su naturaleza. Un valor era la justicia. Dígame si Guantánamo o lo que pasa en China es justicia. Se juzga a la gente en virtud de la presunción de culpabilidad. Todo eso del ataque preventivo, un nombre eufónico para hablar de la ley de la selva. En 2000 años, la humanidad ha progresado técnicamente de forma fabulosa, pero nos seguimos matando con una codicia y una falta de solidaridad escandalosas. No hemos aprendido a vivir juntos y en paz.

En su libro, los cuatro elementos: tierra, fuego, agua y aire, se reúnen para lograr la supervivencia de los humanos. Sí, porque el hombre los está olvidando. Los cuatro se preocupan porque, al alejarse de ellos, se aleja de su naturaleza. Se ha creído más de lo que es, se piensa por encima del cosmos. Los cuatro dicen: mientras crean en nosotros, serán humanos. Si no, peligran.

Dice que el hombre es al universo lo que la neurona al hombre: una célula pensante, pero una más. Dentro de mí hay millones de células como dentro del cosmos hay millones de seres. El hombre tiene dos peculiaridades: la palabra, y con ella el pensamiento, las ideologías y las creencias. Y la sensación de superioridad, pensar que es inmortal. Eso es lo que los cuatro no reconocen. Una cosa es la vida espiritual, incluso el sentimiento de que hay más allá, y otra las religiones con funcionarios que las explotan. Cuando el hombre se cree por encima de la naturaleza, piensa que puede transformarla, iluso.

¿Qué le sugiere que en el siglo XXI se declare santo a Juan Pablo II, fallecido hace cinco años? Hay una gran diferencia entre verdad y creencia. La verdad es la que podemos comprobar, y las creencias pertenecen a la zona imaginaria.

Pero esa creencia articula la vida de millones de personas. Y conduce a la idea de que hace falta una administración para entretener las almas, repararlas si se deforman, asegurarles si hacen todo bien un asiento en el paraíso. Para determinar nuestra conducta, las creencias son más importantes que la verdad. Y los que creen en esa inmortalidad hacen bien en comportarse según ella. Lo que hacen mal es exigir que los demás lo hagan.

Obviamente, no es creyente. Yo no puedo decir si hay Dios o no. Creo que no, pero no tengo seguridad. Ahora, tengo la seguridad de que el Dios que nos vende el Vaticano es falso, y lo compruebo leyendo la Biblia con la razón y no con la fe. Cuando creemos lo que no vemos, acabamos por no ver lo que tenemos delante.

En su vida habrá habido gozo y sufrimiento. ¿No envidia la paz de los creyentes? Esa es una de las razones por las que existen religiones, hay quien se cree a los dioses porque se ve inseguro ante el mundo. Además, todos tenemos necesidad de afecto, y pensar que hay alguien que nos protege es consolador. Pero mi actitud de no usar ese consuelo también. Mire, yo estoy a punto de morirme y estoy tan tranquilo. Gracias a ella [mira a su esposa], que me da una enorme tranquilidad y a la que le debo la vida. Si no fuera por ella, yo estaba muerto hace tiempo.

¿El amor es el consuelo del agnóstico? La gente suele identificar el amor con el hecho de hacer el amor, y piensa que a mi edad no tiene sentido. Claro que lo tiene. La compenetración, el afecto, el saberse sin hablar. Para mí, eso es más que siete Nobel. El goce de la vida no es cuestión de cantidad, sino de sensibilidad, intensidad, compenetración. La ternura da una intensidad profundísima. Y para eso no necesito el alma, tengo la mente. El cerebro, a base de combinar ideas como hace, peor, un ordenador, construye un mundo mental que da las sensaciones que se atribuyen al alma. Yo tengo memoria, algún entendimiento y voluntad. El mundo es energía. Todos tenemos una chispa. A lo que llaman alma, yo lo llamo mente.

¿Y frente al miedo a la muerte? Frente al exterior que no podemos conocer del todo hay una actitud de inquietud e indefensión. Eso nos lleva a decir: voy a transformar el mundo, como dicen ahora. Yo no pretendo cambiarlo, sino estar en armonía con él, y eso supone una vida que cursa como un río. El río trisca montaña abajo, luego se remansa, y llega un punto, como estoy yo, en que acaba. Mi ambición es morir como un río, ya noto la sal. Piense en lo bonito de esa muerte. El río es agua dulce y ve que cambia. Pero lo acepta y muere feliz porque cuando se da cuenta ya es mar. Ese es un consuelo. No necesito la esperanza de un personaje que me acoja. Admito que haya más allá, pero no un señor pendiente de José Luis.

Y que lo mande al cielo o al infierno. O que diga, a este lo pongo en coma y lo tengo así seis meses. Eso no es vida humana, eso es ser una coliflor. Pero hay quien dice: Dios es el dueño de la vida, y hay que agradecerle y dedicarle mi sufrimiento. Pero, bueno, ¿qué creencia tiene quien piensa que Dios se regocija con el sufrimiento? Esas ideas me parecen monstruosas. Estar contra la eutanasia, con garantías, me parece de una irracionalidad propia de una mentalidad primitiva.

¿Ha hecho testamento vital? No, pero ella [su esposa] sabe que, llegado el momento, quiero que me dé el potingue. [Interviene ella: "Sí, pero tienes que hacerlo, no quiero ir a la cárcel"]. Lo haremos. Hay que aceptar que acabamos. A mí me han dado la vida, quien fuera, y he procurado hacer lo que debemos hacer todos, vivir. Pero vivir siendo quienes somos, solo así alcanzaremos el máximo nivel. Para mí, el desarrollo de un país no es que se ponga a la altura de Estados Unidos. Es que desarrolle sus posibilidades al máximo. Yo fui una semilla, y he tratado de ser yo al máximo. No sé si mi obra es buena o mala, lo que digo es que la hice lo mejor que pude. Como neurona, he tratado de incorporar la mía a los demás, porque somos todos juntos y un hombre solo no es nada.

Dicen que China está a punto de superar a Estados Unidos en desarrollo. El desarrollo está pensando en la rentabilidad. Lo importante no son esas tres palabras que ahora todo lo mandan: productividad, competitividad e innovación. En vez de productividad, propongo vitalidad; en vez de competitividad, cooperación, y frente a esa innovación que consiste en inventar cosas para venderlas, creación. Esa es otra. El arte es mercancía. Esos artistas como Hirst, que cogen una cabeza de vaca, le ponen un diamante y se forran. Perdonen, pero eso no me parece desarrollo. El desarrollo humano sería el que condujera a que cesaran las luchas y supiéramos tolerarnos. Y ser libres, pero todos, porque la libertad es de todos o no es.

Decía usted: "¿Libertad? Vaya a un supermercado sin dinero y verá lo libre que es". El mercado no da la libertad. La libertad es como una cometa. Vuela porque está atada a la responsabilidad del que maneja. Lo sabían los revolucionarios franceses: libertad, igualdad, fraternidad. Hay que tener el pensamiento libre y crítico. Para ser yo, la poca cosa, la neurona que sea, necesito pensar con libertad. Con la libertad de la cometa. Mire las elecciones. Hay unas campañas fabulosas para inculcar a la gente lo que tiene que votar. Y como el poder tiene unos medios extraordinarios de difusión, que son de persuasión, logra que se vote a quien se vota y pase lo que pasa.

¿Y qué pasa?: ganan unas veces unos y otras otros. Pues mire, usted perdone que me extrañe de que la gente vote a un señor como Berlusconi.

¿Eso es porque la gente no piensa? Porque la gente no hace crítica, porque acepta la creencia que le proponen a base de bombardearle con los medios. Los titulares de los periódicos son efímeros, tienen muy poca importancia frente a cosas como Guantánamo, un insulto a la justicia y a la inteligencia. ¿Y de Japón? ¿Y de Haití? Del sida en África, o de la falta de educación, no habla nadie porque no interesa al poder, que es el que dispone de los medios, que dicen lo que al poder le interesa. Contra eso hay que indignarse, reaccionar y decir no.

¿Me está diciendo que los periodistas trabajamos a las órdenes del poder y el mercado? No todos. Los hay que se resisten y reaccionan. Pero incluso los que siguen la corriente lo hacen inconscientemente: eso que llaman la información es una parte de lo que pasa, ocultando todo lo demás. Como cuando en una biblioteca hay libros delante y no dejan ver lo de atrás. Lo hacen inconscientemente porque saben que eso es lo que vende.
Ahora se sabe la audiencia exacta de cada noticia y existe la tentación de ofrecer lo que se pide. Claro, a mí me hacen muchas veces el elogio del ordenador. Estoy de acuerdo, pero si usted se acostumbra a consultar el ordenador en vez de pensar, acabará pensando lo que le diga el ordenador. Esto es parecido. El periodista sabe que o hace lo que conviene o se arriesga, y se lo piensa.

Su protagonista es un viejo profesor internado en un sanatorio. Su psiquiatra dice que antes sus pacientes eran los deprimidos, y ahora, los ansiosos. ¿Eso tiene que ver con el progreso que nos arrolla? Eso me lo dijo mi amigo el doctor Valentín Fuster. Algo de eso hay. Fíjese en que cada vez dependemos más de las creaciones mecánicas y científicas. Piense cuánto tiempo dedicamos a usar máquinas. Yo no sé ni hablar por el móvil, no me interesa. Gracias a mi mujer, que se entera de lo que hay y me lo cuenta.

Pero el mundo es el que es. ¿La alternativa es volver al pasado? Otra cosa que decía Fuster: vamos a parar y hablar del asunto. Pero no son capaces. Los que tienen poder quieren más poder; los que tienen dinero, más dinero; los banqueros que están forrados quieren sueldos más altos, y a la vez le dicen al obrero que hay que trabajar más y cobrar menos, ¡pero bueno! ¿Por qué no se para un rato la rueda y se reflexiona? Porque a los que mandan no les conviene, por eso no favorecen el pensamiento crítico, sino el transmitido por sus medios y por la educación, porque eso empieza en la niñez. Ahora lo de Bolonia es entregar la Universidad a los financieros e industriales. Y se estudiará lo que convenga para producir más.

Algunos piensan que hay que estudiar lo que se precisa. Que de la pasión no se vive. Yo aconsejo que el chico haga lo que le guste, porque rendirá más y vivirá más feliz, aunque gane menos. Una razón por la que hay tanto paro es que nuestro boom estaba montado en esto [señala las torres de la playa]. Era especulación. Además se atrajo a una mano de obra que no está capacitada para nada más. Ahora cómo la trasladas. Fíjese que la productividad se consigue con máquinas, todo elimina mano de obra. El músculo no encuentra trabajo. Yo mismo ahora no sería capaz de dar clases porque no manejo el ordenador. Si hubiera sensatez, si nos educaran para ello, reaccionaríamos y diríamos: alto, paremos a pensar. Racionalicemos el crecimiento demográfico.

En España somos los menos prolíficos del mundo. La reflexión la ha de hacer el mundo entero. Vamos a redistribuir la producción. El poder no quiere reflexionar porque no le interesa cambiar. Mientras, se corrompe todo, el sistema se hunde, entramos en esta barbarie. Como pasó al final de Roma. Ahora viene otra sociedad. El sistema capitalista se ha terminado: ya no funciona.

¿Cuánto de vida le da? ¿Llegará a verlo? No se lo puedo decir, pero estoy seguro de que en este siglo se empezará a notar la imposibilidad de mantener el desarrollo y las políticas autoritarias de esta manera, que encuentran cada vez más resistencia, y habrá cambios profundos. Quizá la primera reacción del poder sea el autoritarismo y entraremos en un despotismo científico. En el siglo XVIII hubo un despotismo ilustrado, ahora habrá una situación en la que unos ricos selectos dispongan de todo el progreso mientras en África y Asia hay lo que hay.

¿La brecha científica separará a ricos y pobres? La ciencia está en manos del dinero. Pero las creaciones científicas se hacen con un propósito y luego tienen otras consecuencias. Internet ha permitido lo que llaman globalización: pasar el poder de los políticos a los financieros. Pero la globalización, al tiempo que ha permitido a los ricos dominar más el mercado, ha creado los foros sociales que pueden minarles.

En el sistema está el germen de la disidencia. Claro, crea armas para otros, son consecuencias no deseadas de la técnica creada a demanda del poder. Ocurrirán cosas que no puedo prever, pero que conducirán a una situación distinta.

En su libro parece que tenía previsto el terremoto, el tsunami y el desastre nuclear de Japón. Hombre, es que tiene que pasar. Lo que me sorprende del tsunami es que una técnica como la nuclear, avanzadísima y todo lo que quiera, sabe poner en marcha una central, pero no sabe pararla. Y pasa no solo en la técnica. El Gobierno americano es capaz de montar Guantánamo, y resulta que no es capaz de desmantelarlo. Que no se les suban tanto las campanillas a los líderes científicos y políticos. Tienen puntos débiles.

¿Qué le pareció la reacción del pueblo japonés ante la catástrofe, o los islandeses que han emplumado a los financieros? En Islandia ha ocurrido esto porque es un país pequeño donde hay la posibilidad de unirse, aquí no. Estamos divididos deliberadamente para que seamos menos eficaces. La civilización moderna trata de individualizarnos y decirnos: usted es un individuo, usted es el rey de la creación, usted elija, usted tiene derecho, usted tiene libertad. Si aquí se reunieran todos los jóvenes, pero todos, podrían hacerse grandes cambios. Pero no se harán, porque los del PP harán lo que les dicen, y los del PSOE harán lo mismo.

¿No hay también apatía y conformismo de la mayoría? Sí, porque al mismo tiempo que nos dividen y nos mantienen en la ignorancia, nos ofrecen otros alicientes: el espectáculo, los festivales, el fútbol, y se desahogan por ese lado. Está todo montado también para ocultar lo que pasa detrás de la cortina. En cambio, nadie parece darse cuenta de que el señor Rajoy es el primer aliado de los que nos causan los problemas de crédito, porque dice en todos los foros que España está muy mal. La gente no reflexiona sobre eso, porque esa es una razón para no votar a esas personas que denigran a su país solo porque no son ellos los que gobiernan.

Llevamos ocho años de Gobierno socialista. ¿No han estado a la altura? No, por una razón muy sencilla: no son socialistas. Es un Gobierno capitalista que pasa por socialdemócrata. El socialismo no habría privatizado Telefónica. Ahora anuncia que va a despedir a 8.000 obreros; si fuera del Estado, no lo haría. Y dirán: la empresa pública es menos rentable. Pero ¿para quién? Las empresas privadas dan más dinero para el director, no para los obreros. Y si viene otro Gobierno, será más capitalista aún. Los Gobiernos no evitaron la crisis financiera y los pueblos siguen votando a quien ha hecho las cosas mal. ¿Quiénes provocaron la crisis?: los banqueros. ¿Quiénes salieron antes?: los banqueros. ¿Quiénes siguen ganando mientras el resto está parado?: los banqueros. ¿Quiénes les manda?: el capital.

Hablando de los trabajadores que 'sobran', la gente tendrá que trabajar para sobrevivir. Claro, pero si trabajan todos, tendría que ser en producciones de más baja rentabilidad. Y al poder, eso le tiene sin cuidado. Mientras mande el capital, esto no tiene arreglo, pero entretanto se está erosionando el sistema por dentro. Habrá una gran reacción si sigue la cosa así, esto no puede continuar.

¿Esto va a explotar? Sí, esto se acaba. No le puedo decir cómo, pero lo estoy viendo, y además por degradación ética y moral, porque se han olvidado de la solidaridad, de la justicia, de la dignidad. La corrupción es que los hombres que han de gobernar se ofrecen en venta. El capitalismo lo convierte todo en mercancía. Somos naturaleza, y poner al dinero como bien supremo nos conduce a la catástrofe.

¿Este libro es una especie de testamento intelectual? Bueno, aún estoy aquí y escribo cada día. Ahora estoy tomando notas pensando en hacer una cosa breve, porque no puedo hacer planes para una novela. Quisiera hacer un librito sobre mi visión del mundo originado en el vacío, y en el vacío surge la energía.

Siempre tiene las mismas obsesiones. Sí, sobre todo desde que empecé a despejar cosas que me habían enseñado y a ver al hombre como especie biológica, como un ser privilegiado, pero natural.

¿Cómo ve su vida desde sus 94 años? Yo me considero un inmigrante en esta España. La manera de ser se construye en la adolescencia. Yo me construí en la España de los años treinta. En el 36 tenía 19 años, empezaba a vivir. Y entonces vino la catástrofe. Soy un inmigrante que no puede volver a su país porque ha desaparecido. En la Guerra Civil estuve en los dos campos, pero la dictadura fue una monstruosidad, aún hay quien dice que se vivía con placidez, serían ellos. La Universidad fue decisiva, dar clase es para mí tan importante como la literatura y la economía. Luego vino la etapa de padre de familia. Tuve la desgracia de perder a mi mujer, y no pensaba casarme, pero quién se resiste [mira a su esposa]. Nos encontramos en el balneario de Alhama. Yo iba cada año porque tenía lumbago. Ella se fue a su sitio, yo al mío, nos escribimos y hasta hoy.
¿Uno se enamora de forma distinta a los 80 años que a los 30? En el fondo se enamora uno igual, los dioses cambian de ropa, pero así son los dioses. Y las diosas. Tuve esa suerte, y aquí estoy, feliz.
¿Cuáles han sido los placeres de su vida? Placeres sencillos: la lectura ha sido extraordinario. Con la música he disfrutado muchísimo, he tocado un poco el piano y el violín, pero sobre todo he escuchado, y ahora la sordera me priva de esto. La contemplación ha sido importante. Hablo muchísimo conmigo, me trato mucho.
¿Y discuten? A veces. La felicidad en gran parte es llevarse bien con uno, y luego con los que están cerca.

Dice que esta casa frente al mar es su sanatorio de reposo mental. ¿Qué encuentra aquí? He comprado todo lo que se ve desde la terraza, sí, es mío. Usted se ríe, pero imagine que soy archimillonario y he adquirido ese trozo de mar, ¿qué haría con él? Pues lo mismo que ahora, porque no tengo la obsesión de ser propietario, que es lo que hace que los ricos compren la vaca de Hirst. Lo contemplaría, pasearía y dejaría que la gente se moje, porque no me perjudica. Pero la gente quiere ser propietaria, porque quiere mandar, y quien posee una cosa quiere otra. Hace falta menos para vivir bien.

¿Qué es lo imprescindible? El afecto. Y quien no lo tenga, afecto hacia sí mismo, hacia la naturaleza, hacia un perro. Fuster, a los estresados les decía: cómprese un animal de compañía, aunque sea un loro, y hable con él. No se precisa mucho más.

En este siglo de tantos inventos, ¿de cuál disfruta más? De los libros y la música.

Me refería a algo de la modernidad. El ascensor es un gran invento.

Si no tiene propiedades, ¿cuál es su patrimonio? Mis ideas, mi memoria, lo que tengo en la cabeza, lo que soy. Aprendiz de mí mismo, eso he sido toda mi vida.

En el libro dice: "Me pueden apartar, me pueden jubilar, pero no me pueden jubilar de mí mismo".
Mientras me rija la cabeza y pueda ir al baño solo, estoy aquí tan campante. Ya lo he dicho: mi única ambición es morirme sin molestar.

Pero no le veo triste. Por qué voy a estarlo, no puedo estar mejor para mi edad.

Me refiero a ese Apocalipsis del que habla. Hasta hace poco pensaba que esta barbarie era una tragedia. Ahora creo que es una crisis de evolución de un sistema a otro. El cosmos no para de cambiar. Y lo mismo que ha inventado la vida y la cultura humana, inventará lo nuevo, el sistema que sustituirá al capitalismo. Yo tengo mi consuelo en mi manera de pensar, y acepto lo que se me viene encima. Por qué voy a estar triste, si estamos rodeados de milagros. Piense en un huevo. Un gran invento sin técnicos, sin científicos, sin nada. El huevo es una maravilla.

jueves, 9 de junio de 2011

CAPÍTULO V.




La amistad es un alma que habita en dos cuerpos; un corazón que habita en dos almas.”

Aristóteles

El bar donde Miguel era cliente habitual se llamaba El pasillo. Era un lugar pequeño, con apenas cinco mesitas de madera con sus respectivas parejas de taburetes. Parecía una pequeña taberna portuaria (sino fuera porque en la ciudad no había puerto), con las paredes forradas de madera, un cuadro con las diferentes señales de banderas e incluso un timón colgado en una de ellas. El lugar invitaba a imaginar con viejos lobos de mar ataviados con chaqueta de paño cruzada y su gorra calada hasta las cejas, bebiendo lentamente una jarra de cerveza que les dejaba el bigote lleno de espesa espuma, después de un día duro en alta mar.

Aquella noche sólo estábamos el dueño, un hombre enjuto y servicial, que parecía cansado y con ganas de cerrar, y nosotros dos como representación de generaciones en muchos casos opuestas. De todas formas la conversación fluyó, como no solía fluir con otras personas.

-¿Seguro qué estás bien? -Me preguntó Miguel al ver que me llevaba la mano a la mandíbula.

-Sí, un poco dolorido, había uno que parecía El Potro de Vallecas. ¡Que manera de pegar! -Exclamé.

-Tú tranquilo, a todo potro le llega su San Martín. -Me dijo sonriendo. Yo también sonreí, pensando que este viejito además de agallas tenía sentido del humor.

-Y si no le llega a la próxima, ya me encargaré de empotrarle contra la pared. Te aseguro que le empotro. -Le dije en tono amenazador, haciéndome el duro, cuando yo sabía que nunca había sido capaz de pegar a nadie, que desde siempre me había dado miedo la violencia.

-Para que luego digan que no hay momentos en que el otro anda cabrón. -Reflexionó. Yo no supe a que se refería.

-¿Otro? ¿Qué otro?

-No, en general... -Contestó sorprendido de que no le entendiera. Nos sondeamos las miradas. La suya, detrás de las gafas, parecía buscar con sus ojos pequeños y marrones un resquicio desde donde entrar en mi interior. La mía, en cambio, era la de un niño perdido que solicita a un desconocido el camino de regreso a su casa. Tardé unos segundos en comprender quienes era aquellos otros (que bien podían ser mis atracadores como el dueño del bar) y me avergonzó pensar como no había caído en una obviedad tan lógica.

-Ah sí, claro. Que burro. -Dije bajando la cabeza, rehuyendo su mirada curiosa. Le di un pequeño trago a la cerveza.

-Y ¿a qué te dedicas? -Me preguntó, cambiando de tema.

-Estoy en paro, desde hoy mismo. -Le expliqué. -Supongo que me lo he ganado a pulso.

-¿Por qué dices eso?

-Tuve que ausentarme unos días y no avisé. Resultado: despido procedente.

-¿Qué te pasó? -Me interrogó.

-Prefiero no recordarlo, sino te importa. -Le contesté un poco azorado ante tanta pregunta.

-No, en absoluto. -Me dijo con naturalidad.

-¿Y tú a qué te dedicas a parte de asustar a ladrones callejeros?-Pregunté con menos ganas de saber, que de cambiar los papeles y pasar a ser yo la persona que preguntase.

-Estoy jubilado. Mi mujer está muy enferma y me retiré para poder cuidar de ella. -Me dijo con tristeza.

-¿Qué le pasa?

-Fibromialgia. ¿Sabes qué es? -Yo no sabía que era.

-Es algo de las fibras supongo.

-Algo así... No, en realidad es una enfermedad de la que se desconocen sus causas. Hay muchas teorías, algunas la relacionan con la intolerancia química, otras con un fallo neurológico, otras afirman que es una nueva forma de histeria. En fin, la cuestión, es que es una enfermedad que produce un dolor terrible en todo el cuerpo y de forma inexplicable.

-Joder, lo siento... Debe ser muy chungo ver sufrir así a la persona que amas.

-La vida es así chico. -Me dijo con resignación. -Los jóvenes como tú vivís sin miedos, o eso parece, y eso está bien. La cuestión es que el tiempo pasa y la vida en ocasiones pega duro. Pero no puede servir de excusa. Hay que levantarse y seguir luchando.

El dueño de la tasca salió de la barra, nos miró cansado y empiezó a barrer.

-¿Y qué pasa cuando has perdido las ganas de luchar, porque te das cuenta que esta vida no tiene sentido? -Le pregunté contrariado.

-¿Te pasa a ti eso?

-No, a mi no. -Mentí- Pero tengo un amigo, Juan, que está pasando por algo así. Como si a pesar de su juventud tuviera miedo, mucho miedo. Miedo a vivir y miedo a morir. Miedo a todo y a todos.

-¡Ya! -Exclamó con una media sonrisa, como sino se tragara la vieja historia del amigo.- Y tú quieres ayudarle, ¿no?

-Sí, claro. Aunque no sé cómo.

-Me parece bien. Cuando los seres queridos sufren todo el entorno debe hacer piña a su al rededor. ¿Que le ocurrió a Juan para que piense así? Si no es mucho preguntar.

-Pues cosas de la vida... Un día te levantas y resulta que nada en lo que creías sirve de nada. Como si el suelo que pisas se hundiera bajo tus pies y no sé... comprendieras... que la vida humana tiene menos valor que la fotocopia de un billete de seis euros.

-La vida humana tiene el valor que cada uno le quiere dar, ¿no te parece?

-No, no me lo parece. La vida humana no vale la pena. Un día estás aquí y todo va bien, estás tomando una cerveza con alguien que te ha salvado y al día siguiente... Nadie sabe con exactitud que será de él.

Sin darme cuenta nos habíamos acabado las cervezas y ahora que la conversación había entrado en un terreno que me gustaba el dueño nos invitaba a salir.

-Señores, disculpen, pero voy a cerrar.

-Sí, no se preocupe. Ya nos vamos. -Contestó Miguel.

Nos levantamos y salimos a la calle después de que pagara las consumiciones.

-Adrián, -Me dijo ya en la calle. -Dile a tu amigo de mi parte que: en ese misterio, en esa incertidumbre, puede estar la gracia de la vida. La certeza de que algún día dejaremos de estar aquí nos debe obligar a aprovechar el momento. ¿De acuerdo?

-Se lo diré. Adios Miguel. Gracias por todo.

-Adios Juan.

Nos dimos la mano en señal de despedida. Tenía la impresión de que habíamos quedado como amigos. Él me había caído francamente bien. No sólo porque me hubiera salvado de una paliza mayor, era algo más relacionado con como había fluido la conversación. Con casi nadie en mi vida podía hablar de ciertas cosas filosóficas, a la gente de mi edad le parecían un peñazo. Y a los que les gustaba era más por lecturas que por haber vivido verdaderas crisis existenciales y solían hacerlo llenándose la boca de grandes discursos, ante los que me sentía muy insignificante, como excluido. Con Miguel había sido diferente, había existido un verdadero diálogo. Cuando nos fuimos cada uno por direcciones opuestas, me giré un momento para verle marchar. En mi mirada brillaba el cariño y el deseo por volver a verle.

miércoles, 1 de junio de 2011

CAPÍTULO IV.



"Basta un instante para hacer un héroe, y una vida entera para hacer un hombre"

Pierre Brulat



Por lo que supe mucho más tarde, cuando le pregunté para preparar este capítulo, en el momento de mi primer y chocante encuentro con Miguel, este pensó de mí que era como la mayoría de jóvenes. Es decir, egoísta, alocado, pasional y que, usando sus propias palabras, iba a mi puta bola. Aquel choque para lo único que sirvió es para fortalecer un cierto prejuicio suyo hacia la juventud. En fin, no le culpo. Quizás algo de razón no le falte y más si uno mira a la juventud desde la experiencia de años de estudios y luchas varias, como hace él. Son etiquetas recurrentes que de alguna forma, dice de mi generación y de las que suben detrás (los que crecimos con la movida madrileña y con Chimo Bayo, con el consumismo, con la aparición y extensión de la informática, los mass-media, etcétera) que a lo único que aspiramos es a una felicidad instantánea y por tanto efímera y un tanto absurda. Hablo de aquella felicidad que nos asalta sin más esfuerzo que el de tomar una pastilla o fumar un par de caladas, comprar algo que parece que deseemos con toda nuestra alma, encender la televisión o conectarnos a la videoconsola. Muchos jóvenes, por suerte no todos, han dejado de leer, porque requiere mucho menos esfuerzo ver una película, donde el héroe literario armado con una metralleta o con un corta plumas salva al mundo con sus propias manos. Confieso que yo mismo, aunque a día de hoy me avergüence de ello, disfrutaba como el niño que era viendo películas como Rambo, La jungla de cristal, Comando o Desaparecido en combate. Eran películas donde se simplificaba al máximo la humanidad de los personajes, como antiguamente ya se había hecho en el género del western. Por un lado los malos, malísimos, a los que todo el mundo odiaba. Por el otro los buenos, buenísimos a los que todo les estaba permitido. La industria cinematográfica norte-americana lleva muchas décadas sacando un partido tremendo a esta formula en la que el héroe por excelencia, siempre representa los valores del ejército de los Estados Unidos. Es como si desde hace décadas el cine se hubiera convertido en una herramienta más con la que demostrar al mundo de que ellos son los que mandan y que más nos vale al resto estar callados. Sobre todo sino queremos que aparezca Chuck Norris de detrás de un arbusto y nos patee el trasero hasta ponérnoslo por montera. Eso sí, recuerdo con cierta nostalgia la inocencia con la que veía aquellas películas. Cuando a los doce años descubrí que existía otro tipo de cine la inocencia se me esfumó de un plumazo. El culpable no fue otro que Ingmar Bergman y su Séptimo sello. Aquella película, que mi padre se empeñó en que viera con él, representó una especie de tsunami existencial, que arrasó con todo lo que había acumulado durante años en mi imaginario. Recuerdo que pasé varias noches con pesadillas donde mi padre con una túnica negra parecida a la que lleva el actor que representa a la muerte me retaba a jugar con él al ajedrez. Papá, le decía yo, si no se jugar. Mejor para mi, sentenciaba él, que acababa carcajeándose de una forma inquietante.

Pero volvamos a Miguel y a aquel día en el que choqué contra su cuerpito medio-encorbado. Después de que yo me fuera llorando de la escena él subió hasta su casa, que estaba a apenas varios metros del cruce donde mis padres habían perdido la vida. Cuando Lupe una mujer de Ecuador que le ayudaba en el cuidado de su mujer le vio entrar cargado con todas aquellas bolsas le recriminó:

-Miguel, no le conviene ir tan cargado. ¡Como pesan estas bolsas, señor!

-Tienes razón Lupe, -dijo Miguel resoplando como un caballo- pero siempre me olvido el carro. Ya sabes que a mi edad, cuando uno menos se lo espera le visita el “Alemán”.

-Mire que si le pasa algo a usted tendré que acabar cuidándoles a los dos. -Continúo reprendiendo Lupe dulcemente.

-Bueno, podría ser peor. Podrías casarte, tener hijos y cansarte de este par de viejos cascarrabias.

-¡Que cosas tiene, usted! -Exclamó Lupe. -Aunque me case y tenga tantos hijos como para formar un equipo de fútbol ustedes siempre estarán en mi corazón.

-Cómo tengas todos esos hijos, o te casas con un millonario o no habrá suficientes pacientes en este barrio como para alimentarlos. Desde lo del euro se están poniendo los precios de una manera que yo no sé... -Añadió Miguel con seriedad.

-Aguante Miguel, -Dijo ella. -Hay cosas mucho peores en la vida. Lo malo sería que no tuviera que llevarse a la boca. Conozco a muchos compatriotas que tienen que buscar entre las basuras para no morirse de hambre.

-Sí, la verdad es que nunca creí que viera esto aquí en España. No sé porqué. Pero este mundo está muy enfermo. En fin, -Dijo Miguel al ver que Lupe agarraba su bolso del perchero, -supongo que ha llegado la hora, ¿no?

-Sí, señor Miguel, me voy. La señora Inés ya ha cenado y se ha quedado dormida. Aún tengo que hacer la maleta. Nos vemos a la vuelta.

-Sí, nos vemos a la vuelta. Que tengas un buen viaje Lupe. -Le deseó Miguel.

Se despidieron en la puerta con un fuerte abrazo. Lupe era de Ecuador, había llegado a España hacía más de 15 años y los últimos diez los había pasado trabajando en casa de Miguel e Inés, su mujer. Al día siguiente volaría de regreso a su país natal después de más de 8 años sin visitar a su familia, con la cual hablaba cada semana vía internet o desde un locutorio. Lupe estaba emocionada y un poco asustada, por eso de que la consideraran más de acá, que de allá. Es una sensación confusa, pero muy común entre inmigrantes, cuando a pesar de estar perfectamente integrados en una nueva sociedad, en algunos momentos les asalte la impresión de ser un eterno extranjero, un sin patria, al que ciertos individuos no reconocen sus raíces ni en su país natal, ni tampoco en su nuevo país. Como tantas veces se ha mostrado en la literatura el héroe viajero no siempre es bien recibido al volver a casa y se ve condenado a partir en busca de nuevas aventuras.

A Miguel, por su parte, le invadió un súbito sentimiento de soledad. Su mujer parecía dormir plácidamente, a pesar de los dolores que seguramente sentía, y el silencio que llenaba el comedor se le hacía insoportable. Encendió el televisor, en el que estaban emitiendo la noticia de un asesinato en un programa de sucesos. Cuando Miguel escuchó que según fuentes policiales el asesino podía padecer algún trastorno mental, exclamó:

-Siempre igual. ¿Por qué no dirán nunca que una persona cuerda a matado al que le ha dado la gana? Manda huevos...

Es en ese momento, cuando decide irse a un bar a tomarse una cerveza. Es pronto, pero en la calle ya ha anochecido y hace bastante frío. Miguel camina un par de calles en dirección a un bar donde tiran la cerveza como antiguamente, a golpes y dejándola reposar. En el camino escucha unas voces y distingue como a unos veinte metros bajando una cuesta tres hombres están pateando a otro que está tirado en el suelo, cubriéndose como puede con una mochila. Miguel no se lo piensa dos veces y grita:

-¡¡¡POLICIAAAA, POLICIAAAA!!!

Los tres hombres huyen y nuestro viejo héroe acude en ayuda de la víctima.

-Chico, ¿Estás bien? -Le pregunta al joven, mientras le ayuda a levantarse del suelo.

-Sí, creo que sí. -Le contestó, porque la víctima no era otra que este humilde narrador. -Me han pillado desprevenido los muy cabrones.

-¿Quieres que llame a la policia?

-¿Y qué van a hacer ellos? Todo ha sido tan rápido, que no les he visto ni la cara. -Le explico.

-Vaya, ¿bueno te puedo ayudar en algo?

-Si me invitas a una cerveza estaré en deuda contigo. Aún más en deuda, claro. Gracias por tu valentía. Me llamo Adrián.

-Yo Miguel y cuenta con esa cerveza. Ahora iba a tomarme una, estaré encantado de que me acompañes.

Curiosos los giros del destino. Después de chocar con Miguel había continuado con mi deambular. No tenía ganas de volver a mi casa. Aquellos tres hombres debieron pensar que sería una víctima fácil para un robo y después de acercarse a mí para pedirme un cigarro, se avalanzaron contra mí, intentando quitarme las pocas pertenencias que llevaba. Así fue como conocí a Miguel.