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domingo, 27 de febrero de 2011

COLEGA, ¿DÓNDE ESTÁ MI MALETA?

Atenazado, obstruido, paralizado por los nervios. De pequeño era algo que odiaba profundamente, el cambio que se manifestaba en mi padre el día previo a un viaje. No lo podía entender. Años después me encuentro en su misma situación. No es que le tenga miedo a volar. También me pasa cuando tengo que tomar un tren. Sólo me tranquilizo cuando el viaje comienza. Así que obviamente son los preparativos los que me carcomen, unos preparativos que cualquiera diría que acometo como sino fuera a llegar nunca a tiempo. Soy una persona que nunca o casi nunca llega tarde. Me jode la impuntualidad, aunque yo suelo irme al otro extremo y llego diez o quince minutos antes a los sitios. Es una especie de impaciencia, como un constante deseo de que lo mejor esté por llegar. Esa expectativa, esa ilusión casi infantil juega al Enredos en mis entrañas (mano izquierda al instentino delgado, pie derecho al higado y vuelve a tirar). Manías que tiene uno, oiga. Manías que no pienso que me hagan más humano, sino un pelín más insoportable. C'est la vie.

miércoles, 23 de febrero de 2011

INSTALADOS EN LA CERTEZA.

Entiendo que posicionarse, como hacen los ejércitos, es estar en un lugar real o simbólico, con la idea de mantenerlo. Coronel, hemos tomado la colina señor, dijo el sargento. Bien, respondió el coronel, celebremos la victoria cantando el Cumbayá con nuestros enemigos delante de una hoguera. Amigos míos... Si la guerra fuera así... En fin. Me parece que hay otro tipo de guerras, o batallas, mucho más cotidianas, en las que la gente se posiciona como buenamente puede. Dicen que posicionarse en la certeza es síntoma evidente de que estas perdiendo estas pequeñas batallas, porque tu forma desesperada de autodefenderte es enrocarte en tu posición, en tu certeza, hasta el punto de que no dejas entrar en tu castillo ni al repartidor de leche. Esta forma de delirio es algo así como un intento de reacción, una forma torpe (como todas aquellas donde el otro y sus opiniones son expulsados de tu vida) de sostener tu imaginario. Mierda, estoy rodeado, me atacan por todos lados; pues que se jodan, yo corto las comunicaciones, no les voy a dar el gusto de ponérselo fácil. O por el contrario: Esto es así, dijo él, ¿y eso cómo ocurrió? Le preguntaron, ¿Cómo que cómo ocurrió?, es así y punto pelota. Más allá de programas presuntamente deportivos que me parecen aún más demenciales que la discusión de dos señoras estirando de un sostén en el primer día de rebajas, creo que se esconde en este tipo singular de violencia el germen del delirio, el fruto de la sospecha.

Hoy en día cualquiera diría que el diálogo se pisotea constantemente, que estamos tan acostumbrados a nosotros mismos y nuestras paranoias que cuando nos comentan algo que se sale de nuestra percepción de normalidad nos quedamos más rígidos que un pato de madera. En nuestra piso compartimentado y con doble aislamiento, en nuestro puesto de trabajo donde pasamos tantas horas delante de un cursor parpadeante que nos comemos la cabeza magnificando posiblemente todo aquello que nos ocurre, tanto lo bueno como lo malo, porque nuestros compañeros no nos han preguntado por que tenemos más ojeras que el Conde Drácula. Estos son los ingredientes más cotidianos de cualquier problema y desgraciadamente son ingredientes social, cultural y sistémicamente aceptados. Así las cosas, cuando uno peta, la gente se sorprende, como si pensaran: pues yo estoy en sus mismas condiciones y me jodo.

Casi nadie se sitúa en la posición del observador y menos aún son los que dudan de sus percepciones. Creo que esto ocurrió así, que si patatín-patatán, nunca será lo mismo, que acabar la frase con un porque sí, y punto-pelota. En cuanto ofreces tus opiniones en tanto creencias, en realidad estás invitando al otro a responder, a dialogar, a completar tu discurso con sus aportaciones. Le ubicas ante ti -no por debajo-, desde la forma más simple de horizontalidad. Desgraciadamente parece que en la sociedad del individualismo más exacerbado esto no interese, porque la mayoría nos instalamos en la certeza, porque resulta más nutritivo pa' nuestros peazo de egos estar seguros de lo que decimos, como si el disfraz de las palabras pudiera llegar a sustituir aquello que somos cuando sin pensar demasiado en lo que hacemos, compartimos lo que somos y, sin que nos importe demasiado, queda expuesto el como estamos en ese momento. Es como si en esta sociedad tan libre, crezcamos con el miedo  constante hacia los demas, como si tod@s sospecháramos de tod@s, o que nadie quiera conocer a nadie, por miedo a que le pillen en un renuncio. Y es que en realidad, cualquiera puede derrumbar el castillo de naipes que montamos, pensando que será una construcción indestructible.

Otra cosa es que si es de día de día, si es de noche es de noche, y que si algo es de madera está claro que no es de plástico (aunque con los muebles de IKEA siempre me queda la duda). Pero el que exista un acuerdo cultural por medio del lenguaje para definir ciertas situaciones no quiere decir que éstas representen con precisión todo lo que conlleva la vida humana, su constante intercambio y evolución. Es por tanto obvio que en el diálogo -incluso en el monólogo interior- no sólo importa el qué decimos, sino también el cómo, el porqué, el cuando, etc. Conseguir un relato fiel a uno mismo, donde siempre haya un espacio, un lugar para el otro y la posibilidad que éste te plantee. Y si el otro se posiciona en la certeza más absoluta, si el diálogo se hace imposible, se contamina con dios sabe que adherencias pasadas, si se atora ante la imposibilidad de comprender, siempre será mejor callar, escuchar y cambiar de tema. Más allá de discutir por deporte o afición, la confrontación suele tener una consecuencia directa: la perpetuación de un conflicto.

sábado, 19 de febrero de 2011

MI EXPERIENCIA LACANIANA

Hola a tod@s:

Como va el fin de semana? Espero que esteis descansando y disfrutando del tiempo libre, si es que lo teneis, que espero que si.

Bien, os escribo desde Vigo, donde Raul y yo hemos venido a dar una charla despues del pase del docu de Radio Nikosia.

Vereis, yo estaba realmente nerviosa porque la charla tenia lugar en la sede de la Escuela Lacaniana de Vigo. Tengo que admitir, con la cabeza baja por ser estigmaytizadora, que mi cabeza se presentaba llena de prejuicios en relacion a los psicoanalistas los cuales iban a ser el publico de nuestra charla. No podia evitar pensar que analizarian cada gesto que yo hiciese, cada palabra, en fin, mi discurso y eso no hacia mas que ponerme mas nerviosa. Total, que la charla fue un exito, salio bien, Raul y yo estuvimos bien y el docu gusto. Despues de la charla fui realmente consciente de mis prejuicios y desde aqui pido perdon a los psicoanalistas lacanianos por mis pensamientos. No tenia la mas minima intencion de ofender a nadie, "simplemente" no podia evitar pensar de es modo.

El publico y la organizacion quedaron contentos y la gente que me conocia de la pasada vez que estuve por aqui, en diciembre, me decian que habia cambiado mucho y que les habian impresionado mi forma de charlar.

Jony , en cuanto me vio en e aeropuerto, ya me dijo que me veia mas despierta, mas sonriente...parece que esto de bajar la medicacion esta haciendo su efecto. Ya estoy conn un diazepan menos.

Mando un saludo muy especial a Etiquetada y me despido con un buen sabor de boca.

Un abrazo, salud y FUERZA!!

ALMU

viernes, 18 de febrero de 2011

LA SUTIL FRONTERA


 
Somos humanos en una sociedad individualista, competitiva, excluyente. Vivimos una ardua tragicomedia. La salud mental es el largo y tortuoso camino de aprendizaje cotidiano, entorpecido por problemas intrínsecos a la condición humana, cuyo comportamiento no es ciencia exacta. Cuando, en su sociedad de referencia, la vida es inaceptable, el individuo sufre sentimientos de malestar, y expresa la falta de sentido de la propia existencia: dilemas sobre qué decisiones tomar, ahogos en un mar de dudas, dificultades para adaptarse a ciertos valores morales, económicos, sociales, políticos; obstáculos que precipitan o producen angustia, discordia familiar, de pareja, problemas sexuales, fobias, estupidez, desempleo, incultura, inhibiciones. Incapaz de reflexionar en base a conceptos, éticas y hábitos de vida erróneos. Dividido y enfrentado a sí mismo, manifiesta síntomas agresivos de una des-estructuración personal que el organismo inventa para sobrevivir a situaciones insostenibles. El bloqueo afectivo - única defensa en un mundo que no le ama, que no le ve, que no le oye- corta el diálogo, inexistente, con el exterior. Surgen entonces inhibiciones más profundas que reprimen nuestra realización personal.

Hablo de una locura que no es genial, sólo sufrimiento y devastación mientras domina el episodio. El loco no es representante de la libertad y la genialidad; es una persona que sufre las fallas de un sistema social alienante que medicaliza el sufrimiento, con la complicidad de una psiquiatría que tapa las fracturas sociales con cemento farmacológico, sin pensamiento crítico, que menosprecia derechos y libertades. Autoridades que nos dan medicamentos, nos desconectan y nos hunden todavía más en la oscuridad. Así sólo vemos el lado negativo del sufrimiento, convirtiéndonos en zombis extraviados. Mudos.

Malditos, condenados sin defensa, sólo por juicios morales, basados en la observación o la opinión. Porque, aunque legalizados, no son hechos médicos o científicos, carecen de leyes o hipótesis que puedan ser sometidas a experimentación. Son sólo dogmas, como el origen genético de la enfermedad mental, patético, cuando la ciencia establece que los genes no determinan nada en sí mismos, solo determinan ciertas cosas en entornos concretos. No tiene sentido hablar de lo que hace un gen, especialmente respecto al comportamiento humano. La psiquiatría parece tener todas las respuestas, pero admite que no puede curar los trastornos que trata, solo incapacita. Soluciones ineficaces que gozan socialmente de amplia aceptación para someter al loco.

La conciencia de sufrir una enfermedad crónica e incurable, lejos de contribuir a una vida mejor, hace sentirse al individuo desdichado e infeliz, inferior, sin futuro, destinado a padecer de por vida el estigma y las variadas formas de sanción social que como pena tiene merecido. Queda condenado a la pobreza, la incomprensión, desamor, locura, suicidio, desolación. Sólo queda la sumisión al sistema terapéutico, que lo ha marcado como esquizofrénico, término que refiere más a una categoría de persona que a una categoría de enfermedad. ¿Quién estigmatiza? Obligado a aceptar el rango inferior, a seguir fielmente el tratamiento hasta aceptar, con desesperanza e impotencia, como propio un estado cronificado ante la vida. Socialmente débil, generador de ira y miedo, incluso de uno mismo; un estado de indefensión que le inmoviliza emocional, mental y físicamente. Surge entonces la automarginación, que añadida a los prejuicios sociales que todos conocemos, desemboca en pobreza, madre de todos los males, que le hace aún más dependiente de los servicios sociales, hasta diluirse como individuo. Éste es el círculo vicioso de la enfermedad.

Por una voz propia


Vivir en libertad para construir nuestra propia experiencia, historia e identidad. Libertad para reflexionar y expresar nuestra realidad, nuestras percepciones y deseos, qué nos preocupa, qué desafiamos, cómo es nuestra relación con el sistema social. Romper los limites establecidos para luchar por nuestro propio desarrollo y expansión, sin conflicto interior-exterior, cuya expresión individual facilite el surgimiento de un carácter con una natural adaptación dinámica de la condición humana a la estructura social en su momento histórico. Apreciamos la independencia y nos disgusta el conformismo, cada vez mayor, que el sistema actual introduce en nuestros conocimientos, valores y actitudes. Luchamos por crear condiciones de aprendizaje capaces de favorecer la confianza en uno mismo. Desde el equilibrio, diario malabarismo interior, para no caer en el pozo negro de la locura. Dignidad para cultivar los propios desacuerdos con los demás, osadía para manifestar un comportamiento individual o antisocial, para pecar de lo distinto. Valor para ver lo que nadie quiere ver. Descubrir y contar lo que nos quita la felicidad. Reivindicar el afectuoso cariño que transmite un cálido abrazo, tan sencillo, tan humano, tan escaso. Entre la salud y la enfermedad, se abre un tercer camino, Radio Nikosia, el de la disponibilidad para uno mismo, el de la acción y el riesgo: somos lo que contamos, sólo una chispa de existencia pero todavía con vida para contarlo. Para formar, informar y deformar lo que transmite la sociedad bienpensante...conversar, conversar... Hay quien habla de la radio terapéutica, sí, pero tiene que curar a esta sociedad normopata enferma de ignorancia, que sin conocerlo, prejuzga y estigmatiza, para el resto de su vida, al diagnosticado de lo que llaman un trastorno mental severo. Porque en un mal momento estaba en el lugar equivocado, con la gente equivocada que, asumiendo el papel de policía de salud mental, dio el primer paso hacia el que será un cambio radical en una biografía personal truncada porque juzgan que tiene una extraña enfermedad crónica, de tratamiento obligatorio con drogas duras. Es el sistema el que nos rompe el curso vital y no nos ofrece ninguna alternativa a cambio. Incapacitado, discapacitado, enfermo, marginado, estigmatizado, rechazado. Hay que reconocer que esto es una problemática diferente. ¿Enfermedad? Si la hay, el remedio es peor que la enfermedad: encierro, tratamientos agresivos, medicación con terribles efectos secundarios, desautorizado como persona, roto el vínculo con el mundo. Viajamos constantemente a un lado y a otro de la frontera, entre razón y locura, y desde este vaivén contamos nuestra historia, que es tan real y legitima como cualquier otra. Tarados por la medicación y el entorno, comunicarnos nos ayuda a coordinar otra vez el mundo desde la palabra a todos los niveles. Las ondas de Radio Nikosia canalizan lo que no se quiere oír, unas voces que aun existiendo no están... ya que su entorno próximo, a causa de un diagnóstico, no las valora como legítima manifestación de unas personas con derecho a expresarse. Nuestra voz se transforma en el puente entre los otros y nuestros mundos interiores. Frente a la angustia de perder para siempre la unión con el mundo, ese puente puede reconstruirse, entrando en una nueva relación con el exterior: activa, responsable y propia. Expuestos en sociedad para que ésta redefina al enfermo mental. Somos como somos. Y no estamos solos. Poner en cuestión tanto la enfermedad mental como la psiquiatría que medicaliza la conducta de aquellos que no se comportan como el grupo. Abrir una brecha en la estrecha cerca del pragmatismo dominante, despertar inquietudes que interpelen el intento tramposo de explicar todo el universo desde un solo lenguaje y un pensamiento único. Porque nadie es normal. Desde fuera del aparato de salud –de la enfermedad mental- se mitifica la locura –romper las cadenas de la razón, creación lírica, marginalidad cultural- como una tentativa extravagante para no adaptarse a las seudo-realidades alienantes. Pero hay que hacer ver que la salud mental es un concepto éticamente dañino, pues no es más que una cortina de humo de problemas económicos, existenciales, morales y políticos, que no requieren terapia médica, sino alternativas económicas, existenciales, morales y políticas.
Joan García
Radio Nikosia

miércoles, 16 de febrero de 2011

CHARLAS SOBRE ESTIGMA.


Ayer durante una charla con miembros de un club social de por aquí cerca me preguntaron cuál era el mayor triunfo de Radio Nikosia en su lucha contra el estigma. Ha habido tantos... Pero más que con la cantidad, me quedo con la calidad. Radio Nikosia se construye fuera de todo ámbito clínico, deja fuera toda identidad surcada por categorías diagnósticas y es gracias a esto que uno puede redefinir la locura y su sufrimiento: increpándola, compartiéndola, cuestionándola y, por que no, refugiándose en ella, expulsándola, ubicándola en el lugar de lo normal, abrazándola, conviviendo con ella y sus vaivenes, padeciéndola. Es una suerte de arqueología personal y colectiva en la que al redefinir nuestro sufrimiento, acabamos por redefinirnos a nosotros mismos. De esta forma, al situarnos en un espacio como el de una radio libre y comunitaria, que trabaja desde la normalidad más cotidiana de la comunidad, reconstruimos nuestro discurso, para así poder reestructurar nuestra personalidad.

La única norma que preside Radio Nikosia es el respeto a las personas, a sus vivencias, sus experiencias, sus emociones, sus narrativas. A partir de que uno empieza a ser considerado un redactor, un productor, un pintor, un poeta, un escritor, un músico, de alguna manera se atenúa la carga de un sufrimiento que viene de regalo con cada diagnóstico. Por tanto es desde la reivindicación de nuestro lugar en el mundo, en la lucha por conseguir un papel no impuesto y que nos satisfaga en esta tragicomedia de la vida, en definitiva, desde la defensa irreductible de los valores que asimilamos y compartimos en grupo que se nos hace más soportable nuestra condena.

Todos somos víctimas en mayor o menor grado. Víctimas de la sociedad y sus prejuicios, víctimas de la “ciencia” y sus normativas, víctimas de familias desestruturadas o de nosotros mismos. Víctimas al fin y al cabo del poder y su soberbia, de sus imposiciones castradroras, de sus mordazas químicas, de su negativa constante a integrar la diferencia en pro de un ideal de sociedad inalcanzable. No hay sólo motivaciones económicas, hay verdadera xenofobia hacia nuestro colectivo, como lo hay hacia los inmigrantes, hacia las mujeres, hacia los niños, hacia los enfermos, hacia todo aquel que no puede o no quiere ocultar su debilidad o su diferencia.

Hoy en día todos debemos ser altos, guapos, jóvenes, emprendedores, inteligentes, triunfadores, etc. Es curioso que cuando uno cumple estos requisitos sociales es casi siempre aceptado, admirado, encumbrado a los altares del proselitismo mediático. Existe por tanto una xenofobia clasista, estética, moral. Donde lo feo, lo pobre, lo viejo, no tiene cabida en esta sociedad de usar y tirar. Estas son las reglas del juego y ante esto nos revelamos desde nuestra sensibilidad, seguramente lo más valioso que tenemos como individuos.

Cada nueva charla, cada nuevo paso es un triunfo, agridulce al comprobar que la mayoría de los que nos escuchan, admirados, al salir del auditorio se encontraran de nuevo con los mismos recursos paternalistas, donde ellos no son más que un expediente, un diagnóstico, un usuario o un enfermo mental.

Al acabar la charla de ayer un hombre de unos cuarenta y pico con la mirada fugada de tanto fármaco me abrió la puerta y me dijo:

-No estamos locos, somos enfermos mentales.

Le miré un instante y le dije:

-Eso lo serás tú. Yo prefiero estar loco y ser responsable de lo que pase en mi vida.

-Eso te quería decir. Que soy un enfermo. -Añadió ya fuera del recinto antes de exclamar.- !Uy¡ Está lloviendo.

Encendí un cigarro bajo el txiri miri, pensando que para él la vida era como aquella tarde de lluvia, algo que nunca se espera, algo que nunca se puede controlar, seguramente porque nunca le habían dado la oportunidad de ser dueño de su vida, y me entristeció vislumbrar aquella perspectiva, en la cual podría haber acabado yo mismo. Le di la mano, le deseé ánimo y fuerza y me despedí con un simple: “Adeu”. Sé que hay gente que nunca bajará a las barricadas.

15 mg

Hola a tod@s!!

Como va la semana? Espero que os vaya lo mejor posible.

Ayer empecé con una pastilla menos de Diazepan, es decir, ahora he pasado de 20 a 15 miligramos. He dormido bien y me encuentro también bien. El dia 8 de marzo me visita la Dra. e imagino que seguiremos con la pauta porque todo está yendo viento en popa a toda vela...No tengo queja alguna. Me gustaría que la cosa fuera más rápida pero ya se que no puede ser, así que lo tengo asumido y estoy preparada para lo que venga.

Gracias por leerme,os ire informando...no escribo más porque aun me quedan cosas que hacer de la radio y el tiempo se acaba.

Un abrazo, salud y FUERZA!!

ALMU.

lunes, 14 de febrero de 2011

INGRESO (IN)-VOLUNTARIO.





A Doski nunca le gustó el verano. Demasiado calor, demasiada humedad. Claro que “nunca” es una palabra demasiado taxativa, en realidad, de pequeño, cuando iba junto a su familia a disfrutar de unos días en la playa, las tardes de verano se convertían en un regalo que dilataba su disfrute junto a las horas de luz. De todas formas aquellos tiempos quedaban muy lejos, formaban parte de un pasado en el que Doski atesoraba sus más felices recuerdos y sus ilusiones de infancia, cuando soñaba con crecer y ser un adulto de provecho, un escritor o un juez, por ejemplo. Quizás fue por sus ansias de crecer demasiado deprisa o por la severa educación a la que fue sometido durante largos años, la cuestión era que ahora que por fin se había hecho adulto, Doski no era más que el loco del pueblo. Un ser repudiado por una mayoría desconfiada, que cambiaba de acera o aceleraba el paso al cruzarse con él por las calles de aquella pequeña ciudad. Él hacia mucho que se había percatado de dicha situación, pero le daba igual. Cuando el sentimiento de culpa, la frustración, el dolor, la pena, la agonía o el miedo le consumían, él iba a ver a un viejo amigo con quien le unía un lazo mercantil difícil de deshacer.

-¿Cuánto quieres? -Le preguntaba Mico a su viejo amigo.
-Lo de siempre: doski. -Contestaba él, que se había ganado el sobrenombre de Dosky porque siempre compraba la misma cantidad de hachis: dos mil quinientas pesetas.
-¿Tienes la pasta? Sino hay pasta, mejor que llames a otra puerta. -Le amenazaba Mico.
-Sí. Ten. -Le respondía alargándole el dinero, como tantas veces, como si fuera el comienzo de un viejo ritual.
-Bien... Amigo mío, te va a gustar este nuevo material, me lo trajeron hace nada de Marruecos, casi nunca llega chocolate de tan buena calidad por estas tierras.
-Suena muy bien.
-Pues sabe mejor.

El primer canuto se lo liaba allí mismo, en casa de Mico. Y fuera como fuese, siempre le agradecía la venta, como si el camello, al hacer su negocio, le estuviera haciendo un favor. Porque Doski fumaba mucho. Su relación con el cannabis había empezado como una huida hacia lo desconocido, motivada por el afán de experimentar nuevas sensaciones, nuevos territorios de su alma sin necesidad de demasiados esfuerzos. Pronto los motivos o las excusas para fumar se multiplicaron exponencialmente. Estaba enganchado a ese humo y sus ensoñaciones, de forma que un día, sin quererlo, acabo encerrado para siempre entre los muros irreales que él mismo había levantado. Allí, sin apenas contacto con el exterior, sin apenas contacto con el niño que fue en otros tiempos, miro cara a cara al abismo, y se arrojó a él como un acto desesperado de autocuración.

Una tarde húmeda y asfixiante de agosto, Doski se dirigía a casa de Mico, aún le quedaba un poco de chocolate en el bolsillo, pero no quería quedarse sin nada. Ya casi había llegado a su oasis particular, cuando el coche de sus padres se detuvo a su lado. Su padre le indicó que debía subir. Doski se negó. Su padre y su madre le suplicaron que subiera y una vez más se negó. Finalmente el padre le amenazó con llamar a la policía si no les acompañaba al hospital y Dosky supo que hablaba en serio. Subió y el coche salió de aquel pequeño pueblo una tarde de agosto, en la que Dosky no supo que le angustiaba más si la pegajosa calor del verano o el silencio mortuorio que les acompañó durante todo el trayecto.

En urgencias del hospital comarcal les estaban esperando. Al parecer, los padres de Dosky habían movido cielo y tierra en busca de un ingreso para su hijo. Querían salvarle, querían curarle, querían que fuera un hombre de provecho. Pensar que si a ellos les pasaba alguna desgracia, su hijo acabaría muerto en cualquier esquina les aterraba, aunque les aterraba aún más el que alguien se lo encontrara muerto mientras ellos vivieran todavía. Después de hablar con el médico de familia, con la policía y con el juez del distrito, decidieron darle una oportunidad de ingresar voluntariamente. Si ellos fracasaban, las fuerzas del orden público se encargarían de ejecutar el protocolo de ingreso involuntario, bajo el amparo de la ley pública de sanidad. Esto claro está no fue necesario, algo le dijo a Doski que no valía la pena discutir, que era momento de recular, que más le valía someterse con el fin de evitar males mayores.

Después de una breve exploración verbal y dos analíticas, Dosky fue subido a planta. Lo primero que le dijeron era que debía desnudarse y ponerse una bata que sólo le cubría la parte delantera del cuerpo. Él no pudo reprimir pensar en las películas carcelarias, donde de lo primero que le despojan al reo es de su ropa, como si el acto de desvestirse y tomar un nuevo uniforme representara el abandono de una vida pasada, de una libertad muchas veces desaprovechada, y, tras esto, la aceptación de un nuevo rol donde, al menos en aquella planta de psiquiatría, se quedaba uno con el culo al aire.

Doski era de ese tipo de drogadictos que le tienen pavor a las medicinas psicoactivas. Se contaban verdaderas calamidades de aquellos fármacos capaces de someter al espíritu más fuerte. En su caso no tardó mucho en comprobarlo. La noche siguiente de su llegada le dieron una pastilla que le hizo dormir durante 14 horas seguidas. Al ser despertado por un médico que lo zarandeó como a un niño holgazán, no supo como reaccionar. El médico le hacía muchas preguntas, que él contestaba como buenamente podía, con la cabeza embotada, el paladar reseco, la mirada perdida y su alma y sus creencias convertidas en una especie de sabana colgada sacudida por el viento. Dosky se puso furioso. No comprendía como un médico hacia preguntas tan personales, cuando todo indicaba que sus respuestas le importaban menos que nada. No había verdadero diálogo, era más bien una especie de monólogo inaccesible, donde Doski dejaba de ser él, con la misma velocidad que sus respuestas se desintegraban ante la más absoluta indiferencia.

-Tío, ¡Que soy una persona! ¡¡JODER!! Pa que preguntas si te la pela lo que te diga.
-Más vale que se tranquilice, señor Corrientes.
-Manda huevos... Y si no me tranquilizo qué, ¿me vas a drogar?

El médico miro el busca y se despidió con un escueto hasta mañana. Poco después de que éste saliera de la habitación entraron tres fornidos enfermeros y una enfermera con una inyección en una bandeja. Invitaron a Dosky a que se tumbara en la cama y Dosky obedeció desconcertado. Al ver que lo iban a atar intentó mediar, les dijo que aquello no era necesario, que él era pacifista. No le hicieron caso. Pocos segundos después caía en un estado de inconsciencia farmacológica.

Cuando abrió los ojos, tuvo la sensación de haberse despertado de un coma. Estaba hambriento y muy sucio, no sabía cuanto tiempo había pasado allí dormido, pero las heces acumuladas en la cama indicaban que por lo menos había pasado dos o tres días más muerto que vivo. Seguía atado así que gritó, o lo intentó, porque casi se ahoga con sus propias babas que salían a raduales de su boca. No podía moverse, no podía hablar, no sabía que habían hecho con él, pero sí que sabía que aquello en lo que le habían convertido no era él. Forcejeó con las correas hasta lastimarse los brazos. Cuando llegaron dos enfermeras para limpiarlo todo síntoma de rebeldía había desaparecido. Doski ya no era doski, era la sombra de una sombra, un jirón de nube deshecho por el viento, un astro condenado a un eclipse perpetuo.

El médico volvió aquella misma mañana y continuó con el interrogatorio. Su paciente debía escribir las respuestas como podía, ya que era incapaz de articular más de dos sílabas juntas. El médico le informó de que sus padres querían ver como estaba, pero él, en un arranque de amor hacia ellos le escribió estas cuatro palabras: No pueden verme así. Si sus padres veían el despojo en que lo habían convertido jamás se lo perdonarían. Ningún padre está preparado para ver a un hijo así, pensó. ¡Eso jamás!

Con el paso de los días el paciente de la 704 parecía estar mejor. Dormía mucho, pero no volvieron a atarlo. La primera visita que recibió fue la de su madre. Su padre no estaba seguro de querer verlo en aquel lugar. Su madre le trajo ropa, no el pijama que le habían exigido desde control de enfermería, sino varios prendas de ropa deportiva que había comprado expresamente para aquella ocasión. Desde que su hijo se negara a dejarse ver, entendió que la humillación a una persona ha de tener sus límites y que si ellos como padres no los ponían, nadie libraría a su hijo de un trágico final. Pero por otro lado, a pesar de ese proteccionismo, la madre no podía evitar sentirse dañada y ultrajada por la conducta que había llevado su hijo durante años. La vergüenza, que sentía cada vez que una vecina chismosa le contaba algún rumor delictivo o le preguntaba con sorna qué era de aquel hijo suyo que no se parecía en nada a ella, la había estado carcomiendo durante casi un lustro. Esto se traducía en una especie de acoso maternal, como un cariño frío, como un desconfiado interés o un goce perverso con toda aquella situación. Ella más que nadie deseaba anular todo atisbo de aquel a quien llamaban Doski. Su hijo se llamaba Alberto Corrientes Menta y no pararía hasta recuperarlo. A Alberto le consumía la culpa durante el tiempo que pasaba con su madre. Lo único que le pidió fue una libreta y un bolígrafo para poder escribir.

Pasaban dos semanas de su ingreso cuando le visitó un médico nuevo. Éste no parecía muy interesado en lo que decía Alberto, pero en cambio mostraba mucho interés por aquello que escribía. Ese pequeño reconocimiento, esas breves conversaciones sobre literatura que sostenían entre los dos fue la salvación de Alberto. Durante una visita de su madre en la que había acabado discutiendo con su hijo, ésta buscó al doctor y le pidió que medicaran más a su hijo, ella no tenía porque aguantar aquella conducta, con todo lo que ya había sufrido en el pueblo. El medico se la llevo a su despacho y le dijo algo que aquella madre nunca olvidaría.

-Como médico de su hijo, tengo el poder de anularlo farmacológicamente. Su hijo jamás volverá a discutir con usted, jamás volverá a discutir con nadie. Si le subo la medicación a Alberto no se diferenciaría mucho de una ameba o de una piedra de río a la que la vida la supera. Así que no pienso hacerlo. Prefiero que su hijo discuta o incluso delire si así puedo asegurar que siga escribiendo. Sus poemas, sus escritos aunque usted no lo sepa, es aquello que une a su hijo a este mundo. Sino fuera por la literatura, su hijo haría mucho que habría muerto.

Alberto se enteró de esta conversación por ambas partes. Era la primera vez en mucho tiempo que apostaban por él y por su obra. Después de sentir la más absoluta desestructuración mental y diagnóstica, le habían dado la oportunidad o la prueba inequívoca de que su curación, si es que se puede de hablar de curación en un mundo arrasado por la locura, pasaba irremediablemente por la palabra y su lenguaje. La literatura, al menos para él, sería la mejor de las medicinas.




viernes, 11 de febrero de 2011

NUBES Y ESPEJOS 6.


El mar.




Beto escribía. En un despacho forrado de estanterías repletas escribía como si le fuera la vida en ello. No tenía más intención que acabar, pero el final se dilataba, escapaba de las redes que extendía como un pez escurridizo.
Sumido en su trabajo, pasaban las horas, los días; el tiempo que no se paraba a contar, como los relojes de Dalí, fundidos, irreales, habitantes de un mundo onírico, donde la realidad y la fantasía se funden. ¿Quién sabe, quién puede afirmar qué es real y qué no lo es? Las historias se componen de personajes y los personajes se nutren de historias. La lógica de este bucle infinito sucumbe hasta ser derribada por el azar. Su mordaz ironía se basa en mostrarnos constantemente un atlas de calles, esquinas, sonidos, voces, rostros propios y ajenos, ante la ventana de nuestra alma, de nuestro pueblo, de nuestra pequeña o gran ciudad. Creemos encerrarlos dentro del espejo de los sentidos pero en realidad se desvanecen en el olvido, se escapan de la frágil memoria del tiempo.
Beto escribía. Ignoraba a donde quería llegar. Perdido en el mar de palabras donde había sido arrojado no encontraba una tabla a la que asirse, ni siquiera una bolla que le indicara con esperanzas que se acercaba a la costa. Iba a la deriva, como si estuviera en medio de una pesadilla, daba brazadas sin dirección, con el único fin de no perecer, no, aún no, mientras le quedara un atisbo de energía no bajaría los brazos. No le quedaba otra que nadar hasta la extenuación, hasta la muerte, si la perseverancia es igual a victoria él perseveraría hasta morir. Puede que la victoria sea pobre, Itaca no te engañó, Itaca te dio el viaje soñado. ¿Pero de qué materia están hechos los sueños? ¿Era ese el problema? ¿Era eso lo que buscaba? Cumplir sus sueños, volver a ser el de antes, el de otros tiempos, absurdo deseo que le pesaba como un plomo hundiendo su línea de flotación, haciéndole tragar agua, conduciéndole sin remedio hasta las profundidades. Cansado, agotado, exhausto, no se resignaba. No supo de donde pero extrajo fuerzas cuando creían que se le habían acabado. No, el no quería ser el de antes. Él simplemente deseaba ser. Poder vivir, poder subsistir, poder sobrevivir.
Beto escribía, nadaba, soñaba. Una barca, el sonido de una barca llegó hasta él con claridad. ¿Le verían, recogerían su cuerpo arrugado, salvarían su vida, salvarían su voz? Los sentidos nos engañan, son traicioneros, según el terreno que pisemos se hace más evidente. Pero de repente la vio. La barca, pequeña, se acercaba. Quiso gritar de alegría, mover los brazos señalando su posición, pero de su garganta no brotó más que un quejido como el de un gato al que se pisa sin querer. Volvió a intentarlo. No podía dejar escapar esta oportunidad, porque era muy posible que fuera la única. Perseverancia, alimento de campeones. Perseverancia incluso para saber pedir ayuda. No le parecía paradójico seguir vivo gracias a su orgullo de luchador y no poner ninguna objeción en pedir ayuda. Es estúpido no pedirla cuando la vida está en juego. Quizás ya no quedaban ideales por los que morir, quizás él nunca los tuvo. La igualdad, la justicia, la fraternidad ya no parecían revolucionarias, aunque quizás lo fueran. Resulta tan difícil hacer planes de futuro cuando no tienes perspectivas de futuro. El truco podía residir en mantener viva la ilusión, una ilusión que alimentara la imaginación, que se reencarnara en utopía. ¿Nada es imposible? En el mundo de los sueños no, nada es imposible.
Beto escribía cuando la barca llegó hasta su posición. Tenía frío, la mirada borrosa, no pudo distinguir a su salvador, sólo supo que alguien le agarró del pelo, después de los brazos y que su cuerpo era arrancado de la muerte y depositado sobre la sólida superficie de la barca. ¿Dentro o fuera de la ballena?,¿vida o muerte?,¿sueño o realidad...?
Beto escribía. Enajenado. Los relojes de Dalí goteaban lágrimas por el tiempo perdido, gemían los gatos en la calle, tan solitarios, tan independientes en su manada. En la barca sólo se escuchaba el runrun del motor, tan monótono como el tic-tac de un viejo carillón. Abrió los ojos, pero no vio a nadie, estaba abandonado a su suerte, pero al menos no moriría ahogado. Volvió a cerrar los ojos y soñó que la barca avanzaba, que alguien la conducía y deseó que esa persona fuera Almudena; deseó estar en sus brazos, protegido durante toda la eternidad, pero sabía que no era ella, él no había estado a la altura. ¿Pero quien está a la altura? Más allá de una medida física ¿cuál es la altura de un hombre? Abrió los ojos, vio a un hombre joven, un marinero. Supo que llegaba el fin de aquella pesadilla, le llevaban a puerto. El marinero mantenía la mirada fija en el horizonte, indiferente a la captura de aquel día, como si fuera una red de merluzas. Beto intentó incorporarse, pero no tenía fuerzas; deseaba estar escribiendo, tomando un café en el Kampen, cocinando un plato original para sus amigos, riendo, viajando, respirando; entonces cayó en la cuenta que quizás estuviera haciendo eso, pero que no era capaz de disfrutarlo. Nada es imposible.
Abrió los ojos y miró al marinero que sigue mirando al frente como una estatua. Le habló, ¿cómo te llamas marinero? Consiguió balbucear. El marinero le observó en silencio. Es la primera vez que se miran a los ojos, ya no parece tan joven, tiene una mirada viva y profunda. Beto deseó ser él. Soy tú. Siempre he sido tú, dice el marinero. ¿Tú y yo somos el mismo? No, yo soy tú, porque tú no existes, sentencia el marinero. Beto se ofendió, quiso discutirle, sabía o creía saber que sí existía, que era algo más que una quimera; sus recuerdos, sus vivencias, sus ilusiones no le engañaban, aún siendo reduccionista podía considerarse un digno náufrago. Sé lo que estás pensando, continúa el marinero, pero te equivocas, tu vida me pertenece, siempre me ha pertenecido.
Beto escribía o creía escribir. Ha llegado a un punto muerto, al que se llega a veces en la literatura y en la vida; un punto a donde no llega la luz y las sombras se desparraman como un café volcado sobre una hoja en blanco. La duda, el tiempo, los errores, la muerte, el amor, parecían poca cosa cuando uno intentaba desvelar los enigmas clásicos: ¿quien soy? ¿de dónde vengo? ¿a donde voy? ¿Quien puede responder a estas preguntas? Cada persona, cada personaje es diferente y parecido, una vida sucede a otra, generación tras generación, la búsqueda de respuestas se parecía a la eterna escalada del pobre Sísifo. Beto tenía miedo, sabía o creía saber que había llegado su final. Le hubiera gustado saber como iba a ser. Sin premoniciones, a él, que la astrología siempre le pareció un engañabobos, una forma de condicionar voluntades, un timo que se lucraba de la inseguridad de la gente, no le hubiera importado pedir una hipoteca por saber como iba a ser su final. Mira al marinero, le pregunta su nombre, pero éste no responde, vuelve a parecer una estatua al que le importan un pimiento las dudas de Beto. No es así, le ha recogido del mar, le ha salvado la vida, no era mala persona, tenía una mirada limpia, concentrada, le recordó la mirada de alguien pero no supo de quién. Estamos llegando, dijo de repente el marinero. ¿Dónde? Preguntó Beto que seguía sin poder levantarse. El marinero bajó la velocidad de la barca hasta que ésta fue llevada por las olas hasta la costa. ¿Dónde estamos? Responde por favor, suplicó Beto. Pero la única respuesta que escuchó fue el chillido de las gaviotas.
En ese instante Beto supo que no obtendría respuestas, por lo que dejó de escribir.

miércoles, 9 de febrero de 2011

NUBES Y ESPEJOS 5.


Los golpes.


Beto se aburría. Sus amigos le habían dejado solo y no sabía que hacer en aquella casa. Le apetecía tomarse una copa de coñac, pero la licorera estaba vacía. Se sentó en un sofá y encendió el televisor. Solamente emitían programas del corazón y alguna vieja teleserie. Detuvo el barrido de canales al reconocer una muy antigua donde una escritora de novelas de misterio iba por el mundo resolviendo los más enredados crímenes. Como si la policía fuera tonta.
Desde la creación por Conan Doyle de su famoso detective habían proliferado personajes con el don de descubrir a los criminales, pese a las coartadas de éstos. El genero se convirtió en poco tiempo en una método bastante lucrativo de ganarse la vida para algunos escritores. En el fondo, a la gente les atraía la invitación a investigar y jugaban, leyendo, a los detectives. Ha sido el mayordomo, con el candelabro, en la biblioteca. Porque yo lo valgo.
Beto apagó el televisor antes de que acabara la serie. No le interesaba lo más mínimo saber quien era el asesino. Estaba más preocupado por saber como estarían sus amigos.
Fue a la cocina y buscó en la nevera algo que le refrescara. Hacía mucho calor y una cerveza hubiera sido ideal. Al no encontrar ninguna pensó que sus amigos no bebían. Se tomó un gran vaso de leche y se dirigió la despacho. Allí la CPU del ordenador zumbaba como una mosca. Al mover el ratón la pantalla cobró vida. Estuvo jugando a las cartas, a un solitario virtual y se le dio bastante bien. Logró seis plenos de siete partidas. Cuando cerró la ventana del juego dudó entre ponerse a leer, intentar escribir o ir a por otro vaso de leche. Se decidió por esto último. Con el vaso de leche en la mano ojeó las estanterías repletas de libros. Se sentó ante la pantalla y volvió a darle vida con un click. Inspeccionó con detenimiento todas las carpetas. Recordaba que Manuel le había contado que andaba escribiendo un libro. Al abrir el archivo titulado un extraño caso supo que había encontrado lo que buscaba. Devoró ávidamente las pocas páginas que lo formaban y se quedó paralizado al llegar a la descripción de su encuentro con el pepsicolo y su posterior accidente. No existía ninguna explicación lógica para que aquello estuviera allí. Era como si el relato se estuviera escribiendo solo, armándose mágicamente, por obra y gracia de una mano negra, oculta, que hacía y deshacía a su antojo. Aquello era inverosímil, una vuelta de tuerca que se giraba en torno al más retorcido de los presentes. Pensó en la posibilidad de que no fuera más que un macabro juego, una broma pesada de su amigo. Pero aquella narrativa era suya, era de Beto, no había otra posibilidad. Enajenado, confundido, se vio a sí mismo en peligro, reconoció el coche azul de la novela con el coche azul que les había seguido a ella y a Marta al salir del hospital. Entonces lo supo, él no estab en peligro, eran sus amigos, e intuyó que algo grave estaba a punto de suceder.
Decidido buscó en la casa un objeto contundente que blandir. Estaba dispuesto a bajar a la puerta y defender el castillo, Por algo se llamaba Beto Castillo, era su deber desde que había nacido. Encontró una madera para jugar al golf de Manuel. A falta de un bate de beisbol era lo mejor que tenía.
La adrenalina le rebotaba en las sienes como pistones de locomotora. Vació la botella de leche. Estaba dispuesto y decidido, como nunca lo había estado sobre ningún tema, a matar si era necesario.
Salió del apartamento y en el ascensor pensó que aquel descenso era el preludio de su última vista a los infiernos. En la calle anochecía. Los faroles proyectaban unas sombras alargadas sobre el pavimento. Sombras de árboles, sombras de peatones, sombras de sombras. Beto se agazapó detrás de un coche, en la esquina, como un ladrón que espera el momento preciso para actuar. Vio aparcar un coche, vio girar un taxi. Del coche descendió una cara oscura, reconocible para él. Era irónicamente triste, pensó, que su memoria recordara a aquel individuo tétrico y en cambio no pudiera recuperar la imagen de Almudena, la profesora del relato, que a estas alturas ya estaría cansada de esperar a su inexperto amante.
Beto vio que el pepsicolo doblaba la esquina en dirección al portal de sus amigos. Como si de un gato se tratase, le siguió sin hacer ruido, escondiéndose tras los coches, con el firme propósito de romperle el cráneo. Aún pudo escuchar la voz del pepsicolo una vez más.
-¿Marta Ferrer? -Preguntó el matón.
-¡Cuidado, lleva un arma! -Dijo Manuel, arrojándose sobre su mujer, cubriendo con su cuerpo la posible trayectoria de una bala y sin pensar que aquel asesino no estaba dispuesto a dejar con vida a ningún testigo.
El pepsicolo se acercó lentamente a sus víctimas, que lloraban en el suelo. Ya había hecho esto muchas veces y sentía, cada vez más, un placer indescifrable y oscuro, morboso y cruel al sentir como él, un hombre del que nunca se había esperado nada, ni bueno ni malo, se situaba en una posición invulnerable, como un ángel exterminador. El pepsicolo sonreía, levantó el arma y apuntó a Manuel, en un minuto todo habría acabado. Fue entonces cuando algo parecido a un fuerte agijonazo le sacudió la cabeza. Se llevó la mano a la nuca y aturdido por el golpe contemplo con ira la sangre en su mano derecha. Al girarse para ver quien lo había golpeado escucho la voz de Beto. Sí, nos hemos vuelto a ver. Justo antes de asestarle dos golpes más con la madera. El pepsicolo, con la cabeza abierta como una sandía, ni siquiera sintió dolor, se desplomó, moribundo sobre la acera.
Beto ayudó a levantarse a sus amigos, demasiado asustados para dejar de llorar. Habían mirado a la muerte cara a cara, y la muerte sonreía. Beto le quito el arma al asesino. Todo había acabado.
Pasados unos minutos llegó la policía y dos ambulancias. El inspector Ipoca también vino y reconoció al pepsicolo, que increíblemente seguía vivo. Los servicios de urgencia administraron unos ansiolíticos al matrimonio, mientras Ipoca tomaba declaración a Beto. Tras una eternidad de preguntas sin respuesta, las ambulancias se marcharon escoltadas por la policía.
El escritor, el editor y la periodista se quedaron solos en la casa. Manuel necesitaba algó más fuerte que el comprimido de clonazepam que le habían dado y, sin pensar en el alcoholismo de Beto y si lo hizo no le dio la importancia que se merecía, sirvió tres copas de whisky.
Beto tomó la suya. La hizo girar en círculos, haciendo tintinear los cubos de hielo. Sus amigos bebían en silencio.
Beto miraba el contenido del vaso y pensaba en todo el sufrimiento que le había causado el alcoholismo, le apetecía acabarse la copa, pero tenía miedo, no lo tuvo cuando casi mata al pepsicolo, pero sí lo tenía y ese miedo tintineaba como cubos de hielo dentro de su cabeza.
Finalmente dejó la copa sobre la mesa y le pidió a Marta la dirección de Almudena. Marta lo miró extrañada, como sino supiera de quien estaba hablando. Tras un trago largo que vació el vaso, se llenó la copa y se la dio.


viernes, 4 de febrero de 2011

NUBES Y ESPEJOS 5.


Gritos en la noche.

Beto salió del despachó a toda prisa, salió del apartamento a toda prisa, bajó las escaleras a toda prisa y llegó a la calle resoplando como un caballo. Fue entonces cuando entendió que no sabía donde ir. Fastidiado, se dio la vuelta e introdujo la llave en el portal, cuando alguien, una voz de otros tiempos, ronca de cazalla o de tequila, pronunció su nombre imperiosamente. En ese instante Beto supo que habría problemas.
Al girarse e inspeccionar la calle vio en la acera contraria un hombre asomándose por la ventanilla de un coche azul. Era “el pepsicolo”, un delincuente sin escrúpulos. Beto lo conocía por casualidad, recordaba que en alguna ocasión le había vendido material de baja calidad al precio de coca peruana. Poco después dejó de saber de él. Por las calles se comentó que ya no pulía, que se había convertido en el matón de un pez gordo.
-¡Beto! -repitió- Que vengas aquí coño, no me hagas salir del coche.
El escritor tragó saliva y se acercó lentamente.
-¿Qué quieres tío? ¿que haces en este barrio?
-Lo mismo quería preguntarte yo a ti Beto el paleto, ¿ya no te juntas con la gente de tu clase?
-No me jodas vale pepsicolo, ¿qué quieres de mí?
-Ya que tienes tanta prisa te dire que tu amiga periodista se ha metido en problemas. A algunos amigos míos no les ha gustado nada lo que publicó en su periodicucho.
-Me cago en tu puta estampa ¡Cabronazo! Como te acerques a ella no descansaré hasta verte bajo tierra.
-No estás en disposición de amenazar Beto el paleto, no querrás hacer enfadar a mi amiga – Dijo apuntándole con una 38 milímetros.
-¡Baja eso gilipollas! -Gritó Beto sin ningún miedo. No era la primera vez que le apuntaban con una pistola, y sabía que no dispararía, le necesitaba como mensajero. -¡Que te he dicho que bajes la pistola, hijo de la gran puta!
Algunos vecinos, poco acostumbrados a este tipo de escándalos se asomaron por la ventana y al ver la escena amenazaron con llamar a la policía. El pepsicolo arrancó el coche y se despidió de Beto con un escueto nos volveremos a ver antes de acelerar quemando rueda y desaparecer a lo lejos en dirección a la autopista.
Sin pensarlo mucho Beto entró en el edificio y mientras esperaba el ascensor fue consciente del peligro que corrían Marta y Manuel. El miedo hizo presencia de una forma catastrófica, el ataque de pánico y la taquicardia lo fulminaron, haciendo que se desplomara como un saco, desmayado, dándose un fuerte golpe en la cabeza contra un escalón.
Manuel y Marta bajaron a toda prisa, avisados por una vecina que llegó poco después de que Beto se desmayara. Manuel lloraba, Marta, más acostumbrada a contemplar escenas desagradables intentaba calmarlo.
-Beto despierta por favor. ¡Beto despierta! -Suplicaba como si éste pudiera escucharlo desde su inconsciencia y fuera a levantarse.- ¿has llamado a la ambulancia?
-Si cariño estarán a punto de llegar.
Manuel, que la visión de la mancha de sangre le había dejado en estado de shock, sólo se tranquilizó cuando los servicios de urgencia, reanimado Beto, le dieron un comprimido de diazepam. El escritor se mostraba confuso, no reconocía a sus amigos, ni recordaba lo que había sucedido. Se lo llevaron al hospital para hacerle un tac y dejarlo en observación.
Los médicos dijeron que la herida había sido más espectacular que peligrosa. El T.A.C. salió limpio, ni hemorragía interna o una posible ambolia como causa del desmayo, también descartaron un tumor. Preguntaron a Beto si había sufrido alguna situación de fuerte stress en los últimos tiempos, él no supo contestar. Manuel se quedó más tranquilo al saber que no habían quedado ninguna secuela funcional, a escepción de un brote de amnesia enterógrada, la cual parecía haber borrado los últimos meses de su vida de forma indefinida.
Durante la semana que estuvo en observación, pese a los esfuerzos de sus amigos por estimular la memoria de Beto, no hubo ninguna evolución. Ante los envites por hacerle regresar al año 2009 éste les miraba con una expresión atónita, como esos niños que aprenden que una mesa es una mesa o una silla es una silla porque sus padres las llaman así.
La mayor preocupación de Manuel parecía ser que Beto volviera a la mala vida. Parecía que borrados los últimos recuerdos, éste recurriera en actitudes, donde el consumo era el eje sobre el que giraba la dialéctica de Beto. El alcohol y las drogas habían vuelto a escena aunque sólo fuera de forma artificial e impostada, puesto que no consumía.
Al cabo de una semana le dieron el alta médica. Durante el viaje desde el hospital, Marta, que era quien conducía estaba sumida en una inquietud que no pasó desapercibida por el copiloto.
-Qué te pasa Marta? No te encuentras bien?
-Si que me encuentro bien, bueno no, dejalo, es un poco complicado de explicar.
-Más jodida es mi situación y me esfuerzo por volver al presente. Va, anímate y cuéntame esta historia de la forma más sencilla posible.
-Sí, debe ser jodido no recordar nada. -Dijo Marta sonriendo por primera vez en todo el día.
-Sí lo es y será peor sino me lo cuentas.
-De acuerdo. Me resigno. ¿ves ese coche azul que está detrás nuestro en el carril de la derecha?
-Sí.
-Pues o me estoy volviendo paranoica o lleva siguiéndome desde hace varios días.
-Que fuerte... ¿Has ido a la policía?
-No, aún no.
-¿Y por que te persiguen?
-Temo que haya metido las narices donde no debía con mi último reportaje.
-Ah es verdad, eres periodista.
-Si, soy periodista...
Un silencio pegajoso dominó el resto del viaje. Marta demasiado asustada no dejaba de mirar por el retrovisor para encontrase cada vez con el coche azul a una distancia prudencial. Beto también miraba con curiosidad, girándose, intentado distinguir las facciones del conductor, pero estaba demasiado lejos, aunque para Marta seguramente estuviera demasiado cerca.
Marta aparcó su Volvo en la plaza de parking y ella y Beto subieron en ascensor hasta el apartamento. La visión de éste no provocó ninguna milagrosa curación en el escritor. Marta le tuvo que explicar donde estaba su habitación, el despacho, la cocina, los aseos, etc. El día de antes Manuel había guardado todas las bebidas alcohólicas en un armario de su habitación y escondido la llave bajo unas sábanas. Él también había notado que le seguían y sólo les faltaba que Beto se abandonara con la bebida.
Poco después de que estuvieran los tres nuevamente reunidos, se personaron, previa llamada de Marta, dos agentes de las fuerzas de seguridad del Estado. Diligentemente tomaron nota de todo aquello que les relataba la pareja, a los que intentaron calmar, diciéndoles que habían tomado la decisión correcta de avisarles.
Al cabo de poco más de veinte o treinta minutos salieron el matrimonio y los agentes del edificio en dirección a jefatura. Si querían una escolta, les dijeron los agentes, debían ser barajadas las posibilidades reales de peligro, debidamente, por un superior especializado en casos similares.
El inspector Ipoca sería su hombre. Éste hijo de inmigrantes bosnios hablaba un español con poco acento. Era enjuto, cetrino y de mirada profunda. En su despacho, situado en la tercera planta de la comisaría, se habló largo y tendido sobre el miedo.
Según Ipoca lo peligroso del asunto era que con el reportaje no sólo se había molestado a traficantes, sino también a políticos y altos cargos de la policia. Cualquiera de la enorme lista de personas denunciadas podía estar detrás de aquella persecución. El peligro crecía por tanto y con el se multiplicaba el miedo. Pero de todos modos, sentenció para sorpresa del matrimonio, no podía poner una escolta sin que hubiera habido una amenaza directa. Se podía decir que la intimidación sin amenaza no era suficiente motivo para ordenar una protección especial.
Manuel y Marta salieron indignados del despacho, ofendidos hasta la médula de como parecía funcionar el sistema. ¿Hacía falta que hirieran a alguien? El editor enrabietado recriminó a su mujer por haberles metido en ese lío. Sino buscara en la basura de los demás nada de esto estaría sucediendo. Marta se puso a llorar. Manuel la abrazó y le pidió disculpas.
En la calle ya anochecía, pararon a un taxi y, ya dentro, se fueron girando para ver si les seguían. Un coche azul igual que el que había estado siguiendo a Marta a la salida del hospital parecía llevar su misma dirección. El matrimonio respiró aliviado cuando éste les adelantó.
Manuel pagó la carrera y descendieron del taxi. La calle estaba desierta. Sólo un hombre, de aspecto duro, caminaba hacia ellos. Era el pepsicolo.

jueves, 3 de febrero de 2011

NUBES Y ESPEJOS 4.



Lecciones por internet.



-Toc, toc.
-¿Quién es?
-Buena pregunta... ¿tiene respuesta?
-jejejeje Veo que lo has conseguido.
-Sí, Beto Castillo está en la red.
-Ya verás que cuando le cojas el tranquillo a esto del chat no podrás dejarlo.
-Uy, visto así da miedo.
-No te preocupes. Es adictivo pero no conlleva efectos secundarios.
-Bueno ya te iré contando. Una pregunta ¿tú también eres adictiva?
-Según se mire, después de dos matrimonios fallidos, he acabado pensando que los hombres prefieren desintoxicarse de mí.
-A mi no me pareces tóxica.
-Eso es porque no me conoces todavía.
-Puede ser, no te digo que no, pero lo cierto es que la otra noche me lo pase muy bien. Me sentí muy cómodo.
-Yo también estuve a gusto. Eres un tipo tan extraño, tan raro, que resultas interesante.
-Me lo tomaré como un cumplido. Es lo más bonito que me ha dicho una mujer en muchos años.
-jejejeje No me lo creo.
-Es verdad, te aseguro que la última mujer con la que tuve una cena romántica se enamoró de mi lacia melena.
-jejejeje Pero si estás más calvo que una una bombilla...
-Imagínate si hace tiempo de eso. Si me hubieras visto en aquella época, tenía tanto pelo que podía haberme hecho rico vendiéndolo a peso.
-¡¡Exagerado!!
-Bueno, rico, rico, no sé si tanto, pero para un café con leche seguro que me daban.
-Ya... eso me lo creo más.
-Mira te contaré una anécdota. Hace mucho tiempo, en una galaxia muy lejana... Mejor empiezo de nuevo. Hace mucho tiempo en medio de una ciudad cualquiera, un niño salía de la escuela, tal y como había entrado, leyendo. Era suficientemente atractivo como para conocer chicas, para hablar con ellas, para vivir algún tipo de relación con la inocencia del que está dando los primeros pasos en el apasionado mudo del amor. Pero nada de esto le interesaba. Su vida, a diferencia de la gente de su edad, giraba al rededor de la literatura. Los libros, que desde pequeño habían alimentado su imaginación, se habían convertido en sus mejores amigos, sus más leales consejeros. De esta forma, se podía decir sin faltar a la verdad, que conocía mejor a Julian Sorel o a Gregor Samsa que a sus compañeros y compañeras de curso.
-Este chico era bien parecido. La lozanía de su juventud y la inestimable aportación genética de sus padres, le habían dotado de un hermoso rostro, coronado por una cabellera, que hubiera hecho las delicias de los malvados indios Navajo o Apache; se sabe que la presunta malicia de estos indios, no era sino una consecuencia más de la cruel colonización europea en América del norte, pero las películas de John Ford o Robert Walsh, proyectadas en televisión, no mostraban otra realidad que la tremenda maldad indígena.
-Este chico tan guapo e inteligente, aunque lo mostrara más con sus silencios que con sus comentarios, era el amor secreto de una compañera de colegio. Mariona era un año menor que él, pero como se solía decir antiguamente, hacía poco que se había hecho mujer. Ella lo miraba en el recreo, sentado en el suelo, leyendo sin parar, y se preguntaba si lo que se escondía en aquellas páginas era tan interesante como para mantenerle abstraído de los gritos, carcajadas y carreras que proliferaban a su al rededor, como si el chico fuera una estatua esquinada en el agitado patio de recreo.
-Las mujeres que son mucho más inteligentes que los hombres y, más aún a esas edades, admiran la diferencia, les atrae ese algo que hace especial a una persona, en el fondo, porque les despierta el deseo de que la persona en cuestión les haga sentirse especiales a ellas, únicas, como pasa en los cuentos de príncipes y príncesas.
-¡Que palique tienes!
-¿Te aburro?
-No, continúa por favor, como maestra quiero saber que pasa con el chico de la melena y su joven enamorada.
-Vale, continúo. Un día, después de terminarse su pan con chocolate, Mariona se acercó al chico decidida a hablarle y comprobar que no estaba equivocada, y que ese chico era alguien del que valía la pena enamorarse. Le dijo “hola”. El chico sorprendido levantó la mirada del libro y le respondió educadamente. “¿Es interesante el libro?” le preguntó ella. “Bueno he leído de mejores y peores, pero de momento va bien, se titula La educación sentimental”, fue la respuesta del chico. Mariona que sabía que no podía hablar con él de libros, porque había leído muy pocos, le dijo armándose de ternura: “tienes un pelo muy bonito”; el joven la miró, intuyendo que le gustaba a aquella chica. Le sonrió, se sonrieron, le dijo gracias, tú también tienes un pelo muy bonito; en realidad, dijo sonrojándose, eres preciosa.
-Mariona se ruborizó y le pidió si podía acercarse a él y acariciarle el pelo, ya que parecía muy suave. El chico no supo que contestar y quien calla asiente le habían enseñado a la joven, que se sentó y sintió, al acariciarle el pelo, algo parecido a la electricidad, cuando un escalofrío le recorrió el cuerpo y se le puso la piel de gallina.
-Una profesora, superviviente de la antigua y represiva escuela, al verles, chilló escandalizada y las carreras, las carcajadas, los gritos infantiles se interrumpieron de repente, igual que si se hubiera detenido el tiempo. Aquella profesora se dirigió hacia ellos como un furioso rinoceronte, apartando a envestidas a todo aquel que se cruzaba en su camino. Sin mediar palabra dio una bofetada a Mariona y la mandó al despacho del director. Al chico lo agarró del pelo y lo tiró al suelo.
-A la salida de la escuela, éste con su libro, se encontró a Mariona. Ambos llevaban sendos castigos, pero tal y como se confesaron, no se arrepentían lo más mínimo de nada de lo que habían hecho. Es más, aunque no lo dijeran, aquel incidente los había unido más allá de sus diferencias.
-Fin.
-Ummm. No sé si entiendo la moraleja.
-No tiene porque tenerla, lo de las moralejas son cosas de lector.
-Ah mejor, así no quedo como una ignorante. Pero entiendo algo...
-¿Qué has entendido?
-Que siempre has sido un bicho raro... pero que... ahora eres un bicho calvo como un sapo.
-No esta mal. Es una lectura diferente del relato.
-¿A que sí? Yo quería hacer crítica literaria, pero al final decidí que los verdaderos artistas son los niños, por lo que me hice maestra de primaria.
-Mejor así. Si te dedicaras a la crítica te hubiera tenido que poner laxante en la bebida la otra noche, y la cena hubiera acabado siendo una mierda.
-Seguro que lo pusiste de todos modos.
-No, no, no fui yo. Sería cosa de la compota de ciruelas.
-¿Pero si yo no pedí compota?
-Ah es verdad, la pedí yo, como si no estuviera ya cagado de miedo.
-Si repetimos la cena me encargaré de llevar en el bolso un par de pañales para que no te ensucies.
-Sería todo un detalle.
-Yo soy así de espléndida.
-Ya veo, ya.
-Sí, esta profesora cree que tiene en sus manos el trabajo más difícil de su vida.
-¿Te refieres a re-educar a un niño cuarentón y sin un sólo pelo?
-Visto así suena demasiado duro. Tendría que pedir una subvención, y no podríamos vernos hasta que me la concedieran.
-¿tú como lo dirías?
-Pues... Explorar nuevos caminos en la educación, por medio de técnicas orales, que garanticen la asimilación de los mensajes por parte de mi único alumno, cuarentón y sin un pelo de tonto, buscando en él reacciones que garanticen la superación del curso.
-Resulta sugerente... Muy sugerente.
-¿Me quieres decir que te estoy inspirando un relato erótico?
-Algo así, sí.
-Genial. Veo que eres un niño muy aplicado e inteligente. Si sigues así te tendré que subir de curso.
-Estoy deseando licenciarme.
-Queda mucho para eso pequeñín. Pero con esfuerzo y mi ayuda, se llega hasta el fondo de la materia. Y hasta se disfruta aprendiendo. La educación en sí es un aprendizaje que sirve para explorar todo aquello que nos une.
-Yo quiero explorar.
-¿Llevas contigo una brujula?
-Sí, apunta al norte.
-¿y un chubasquero?
-También.
-Así me gusta
Cuando uno se adentra en zonas tan húmedas debe recordar siempre el chubasquero
No vaya a ser que en un descuido se ponga malito
Yo te espero donde estoy,
tumbada en la cama, medio desnuda
sudada con este calor infernal de finales de julio
Se que lo conseguirás
te estaré animando con el pensamiento
alentando tus pasos para que no te pierdas
¿sabes que puedes confiar en mi, Betito?
Soy de ese tipo de mujer que no se echa atrás
menos cuando ha tomado una decisión tan profunda
Vamos beto, juega conmigo, hazme recordar lo que se siente cuando se traspasan las sedosas fronteras del amor
Sí, estoy enamorada de ti
Me encastaste con tu forma de ser
Me da igual como fueras antes
quiero que esta noche la pasemos juntos.
Que me abraces y me mimes
que llenes el hueco que se extiende en mi interior
que lo llenes con lo mejor y lo peor de ti
¿me lees betito? ¿me lees?
Yo sé que sí, que estás leyendo,
que exploras conmigo
que descubres esas zonas olvidadas en la geografía de tu cuerpo y tu alma
tu silencio me lo muestra pero quiero más
te necesito
quiero sentir como recorres con tus manos la superficie de mi piel
como acaricias con la punta de la lengua
desde mi boca hasta donde sé que quieres llegar
Yo también usaré todas mis armas
soy una mujer experta por si no lo has notado
¿sientes mis labios y mi lengua acariciar tus deseos?
Te quiero todo para mi.
Hago esto por ti
Porque necesito que estés al cien por cien
como ahora
Yo estoy en las nubes
volando con las palabras
atravieso cielos de placer camino de la fantasía
Te siento a mi lado
tan cerca que noto tu respiración agitada
como la mía
Vamos campeón
estás a punto de llegar a la meta
Si escucharas mis gemidos de placer
estoy tan caliente, tan húmeda, tan carnal
Se que te gusta este juego
jugando se aprende mejor
yo juego por ti
porque te he conocido
juego para ti
para que me lo des todo
todo lo que quiero
ese todo que eres tu.

-¿Almudena?
-¿Sí?
-Joder... estoy llorando...
-¿Qué te pasa cielo? ¿Te he hecho sentir incómodo?
-No, tú no, Marta y Manuel han venido corriendo al escuchar como gritaba de emoción y me han pillado con la mano en el ciruelo...
-JAJAJAJAJAJAJA.
-Estoy a cien. A cien y llorando. Tengo que verte esta noche. Por favor, dejame ir a tu casa.
-De acuerdo. Te espero. La profesora te ayudará a aprobar las prácticas. Te espero.
-Ok ahora mismo voy. Sólo quería decirte una cosa, gracias por esta lección no la olvidaré en mi vida.
-Jejejeje. Si la olvidas te daré clases de repaso.
-Allá voy.
-Te espero.
Ahora que lo pienso.
Oye Betito...
Mi dirección
¿Beto?
¿BEEETOOOOO?
La madre que lo parió... Se ha ido y no sabe donde vivo.