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jueves, 14 de noviembre de 2013

Te busco melancolía. Poema.

Te busco melancolía
en los fríos atardeceres
cuando el hueco de tu ausencia
proyecta aroma a chocolate
y tras las ventanas vuelan las hojas
como papeles desprendidos del recuerdo.

Te busco en el desván de mi memoria
donde el polvo y los muebles
donde el tiempo y el olvido
se reparten las letras de tu nombre
en un juego que nunca acabaré de entender
porque siempre o casi siempre
salgo perdiendo.

Te busco en la mirada perdida de un niño
en la caricia de una madre atenta
en el beso del portal de dos adolescentes
y en los gemidos de placer que traspasan mis paredes.

Te busco en la piel arrugada de aquel viejo
o de aquella vieja que sonríe a sus nietos,
en los reflexivos silencios que proyecta la muerte
y en el olor a incienso de las iglesias vacías,

Te busco
y quizás buscarte
ya es tenerte presente
abrazada a mi alma cansada
recordándome con su presencia
que todo pasa y todo queda...

Si al menos... Poema

El cielo en mi isla
desparrama su escala de grises
sobre el calendario.

En el ceniciento continente
de un presente destartalado
busco palabras que pongan nombre
a las sombras que proyecta lo inefable.
Entre sus nubes grises, de un gris presente,
se alza impenetrable
el misterio de lo ignoto, la profundidad
de la herida, la volatilidad del recuerdo,
mi pertinaz insistencia a buscarme
en el titilar de una vela o en
el oscuro graznido del cuervo.

Negros pensamientos como negros pesares
construcciones precarias sobre mares embravecidos.

Si al menos las palabras bastaran...

Si al menos las palabras...

Si al menos...

miércoles, 13 de noviembre de 2013

POEMA: PUERTAS Y MASCARAS



Abro esa puerta. Sabiendo que
El eco y su vacío me mostrarán
las caras oblicuas del atardecer.

Los sonidos de ayer
sus retratos y sus esquinas
sus palabras arrojadas al abismo del deseo
esbozan mi silueta frente al ocaso
en una sinfonía inacabada...

Y sin querer o sin poder evitarlo
me aferro a su partitura
como tabla de salvamento en la deriva
mientras la noche se extiende como un manto de misterio
y la duda se clava en la carne
como los colmillos de un lobo hambriento.

Quizás no hay más verdad que la de esa punzada
que me devuelve a la realidad con su pirueta
deshojando una a una las máscaras de este baile sin fin
en el que nos buscamos en el otro
a falta de un espejo fiel ante el que quedar al fin desnudos.

lunes, 11 de noviembre de 2013

Tenemos que hablar




Ella le envío un whatsapp que decía: <<tenemos que hablar>> y la frase le resonó como el martillear de un revolver que le apuntaba directamente al corazón. Sabía muy bien lo que significaba cuando una pareja te decía algo así. Era el preámbulo de la tormenta, el augurio de un pronto final. Siempre había sido así. Él mismo había utilizado esas famosas últimas palabras con otras exparejas. Así que con la ansiedad de quien está a punto de ser desahuciado de la vida de la persona amada, le contestó que la esperaba en la misma cafetería donde tantas veces habían compartido un rato de vino y risas. Hacia allí se dirigió con ansiedad creciente y el ánimo preparado para lo peor. Era de los que pensaba que mejor no ilusionarse demasiado, que si te esperas lo peor y luego te equivocas la alegría era doble, y, por el contrario, en el caso de acertar el curso del destino, éste resultaba más benévolo con un corazón dispuesto a ser desgajado. Allí sentado, en la misma mesa donde no hacía tanto tiempo se habían estrechado las manos, la miraba entrar decidida, seria, con una frialdad, para él incomprensible. Cuando ella tomó asiento justo en frente de él, le hizo sentir como aquel reo que espera ante el pelotón de fusilamiento. Su vida, tal y como la había vivido en los últimos años, se enfrentaba a un final dramático o eso creía él. Tomó aire y cerró los ojos, no se atrevía a mirarla a la cara.

Para su sorpresa sintió como ella tomaba su mano y le preguntaba si estaba bien. Él abrió los ojos y encontró su rostro preocupado ante él. La fría seriedad que había percibido segundos antes había desaparecido como pasa a veces durante los sueños, sin explicación, ni lógica aparente.

Se habían conocido tres años antes en una fiesta. Ambos salían de sendos desengaños y se podía decir que sintieron el flechazo del deseo al encontrar en el otro alguien que les mostraba interés. Desde entonces habían tomado cafés, habían ido al cine y al teatro, se habían cruzado palabras, mensajes e historias de mutuo deseo y ese mismo deseo había estallado en largas sesiones de amor y sexo. Ninguno de los dos había sido infiel, ni había violentado al otro. Eran como tantas parejas de hoy en día. Parejas que se entregan al culto de la monogamias sucesivas, al amor incondicional mientras dure la fiesta. Amores líquidos, en definitiva, perfectos para una sociedad de consumo. Capaces de hacerte soñar, ilusionarte, pero ligados a la parte más narcisista de cada uno, como si éstos fueran poco más que un objeto consumible y sustituible en cuanto disminuye el interés. Pasiones de puerta giratoria en los que la atracción fluctuaba como si fuera montado en una montaña rusa.

<<Amor>>-Le dijo él, al verla sonreír- <<Me temí lo peor. Pensé que lo nuestro se había acabado>> Ella, le acariciaba la mano y sonreía con ternura. <<¡Que tonto eres! ¡Cómo se va a acabar! Eres mi cabeza de chorlito... >> Él tomó su mano y se atrevió a sonreír. No tardaron en acabarse las consumiciones. Salieron de la cafetería cogidos de la mano. Dieron un paseo por las calles de la ciudad que aquella tarde de otoño lucían una majestuosa alfombra de hojas secas. Ambos hablaban del futuro, de un porvenir que siempre estaba por llegar, pero que podían construir entre los dos, que podían esperar entre los dos. Luego fueron a casa de él y se besaron con pasión nada más cruzar el umbral. Sus manos recorrían el otro cuerpo con apetito insaciable, como ciegos sedientos de anatomía. Hicieron el amor sin respetar horarios ni convenciones. Parecían dos animales que gozaban, sudaban, lamían, arañaban, mordían, empujaban en su búsqueda íntima del placer. El amanecer iluminó sus cuerpos cansados con una luz tenue, velada, etérea, como son las transparencias de un sudario o la materia de la que están hecha los sueños.

<<¡¿Me estás escuchando?! ¡¿Se puede saber donde estás?!>> Él abrió los ojos, no había podido escuchar lo que ella le había dicho. Aunque tampoco hacía falta, la mirada de ella, su fría expresión hablaba por sí sola. Cuentan los pocos supervivientes que cuando te disparan al corazón no escuchas el sonido del disparo, sólo sientes como algo se rompe en tu interior, mientras poco a poco te abandonas a la muerte.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

“Creciendo a través de la palabra” La cultura como herramienta de cambio social.





Creciendo a través de la palabra

RESUMEN

Este texto pretende reflexionar sobre aquello que nos vuelve locos, confrontándolo con aquello que nos salva de enquilosarnos en una identidad enferma, a través de ejemplos del mundo de la creación artística y literaria. La construcción de discursos y relaciones sociales suelen ser la clave que lleva a la recuperación de las personas que padecen un trastorno mental, y en esta recuperación la palabra suele hacer realidad casi todo su potencial curativo. La palabra viva, como puente entre personas, como herramienta saludable, como abanico de significantes y significados simbólicos. La palabra como bisagra que nos permite abrirnos al mundo y entenderlo, como orografía del atlas de nuestro interior.



Creciendo a través de la palabra
La cultura como herramienta de cambio social.


Si bien se mira, todo es narración. Desde la infancia nos vamos configurando al mismo tiempo como emisores y como receptores de historias, y ambas funciones son estrechamente interdependientes, hasta tal punto que nunca un buen narrador creo que deje de tener sus cimientos en un niño curioso, ávido de recoger y de interpretar las historias escuchadas y entrevistas, de completar lo que en ellas hubiera podido quedar confuso, abonándolo con la cosecha de su personal participación. El desarrollo de nuestras aptitudes narrativas depende así, en gran medida, de cómo hayan sabido espolearlas en esa edad primera los buenos narradores de nuestro próximo entorno, encargados de atizar y mantener encendida la llama de la santa curiosidad infantil, y a quienes, de una manera más o menos consciente, hemos envidiado y tomado por modelo". (Carmen Martín Gaite. El cuento de nunca acabar. Del capítulo 8, "El Gato con Botas")

Resulta un tópico relacionar genialidad y locura, creación desbordada, pulsional, sin cauces que puedan contener la fuerza titánica de la pasión y de su culto obsesivo. Locura como temerario abordaje de lo oculto, de aquello que permanece en el interior, en ese terreno delimitado por lo inefable, supurando en forma de síntomas, partiendo el lenguaje en un ejercicio constante de subversión a la vida y a la muerte, a los sentimientos, a las conductas y las normas establecidas en su normalizada arbitrariedad. Locura como atlas de lo ignoto, únicamente porque parecería que no alcanza el lenguaje, porque los significantes se transforman y se elevan hacia universos improbables, abandonando la mundana literalidad y despojándose de sus mundanos ropajes en un afán de ser, de trascender, de revelarse absoluto, porque sólo lo absoluto puede asemejarse con ciertas formas de sufrir.

En este campo, el del sufrimiento, todos los seres humanos tenemos experiencia. El sufrimiento suele ser la asignatura principal en la universidad de la vida, aquello que nos hace aprender de la peor forma y madurar, en ocasiones, hasta pudrirnos. Frente a este hecho se han elaborado las metáforas más peregrinas, al rededor de las cuales se han establecido las disciplinas psicoterapéuticas.

Durante la segunda mitad del siglo XX, abandonadas las metáforas terapeúticas de corriente más psicoanáliticas como la que presentaba al ser humano (con el hombre como modelo) siendo éste producto de una dinámica de fuerzas, que luchaban por la expresión de los impulsos frente a la represión de los mismos, y, superado el mecanicismo cibernético que comparaba el cerebro humano con la CPU de un ordenador, una computadora reprogramable, nos encontramos con el apogeo de una corriente constructivista, donde la realidad es modificada constantemente por el observador y su forma de mirar. Una mirada sobre el sufrimiento que pone el foco en el individuo y en la construcción de su soledad, en las diversas formas de sobrellevar la soledad y el duelo ante las perdidas que conlleva estar vivo y proyectarnos en nuestros deseos.

Obviando el hecho indiscutible de que la injusticia y la desigualdad social-por desgracia cada vez más generalizadas- influyen y en demasiadas ocasiones determinan el desarrollo de los seres humanos, lastrando sus posibilidades de cambio y de evolución según unos cánones de bienestar económico, sanitario y educativo, es en este territorio donde los hombres y las mujeres construyen su soledad donde el lenguaje y su uso literario ejercen de puentes que exorcizan el aislamiento y fijan aquello que nos atora y sacude fuera del campo de lo no-dicho.

Es por esto que se empezaron a establecer talleres de creación literaria terapéutica, donde se invitaba a los usuarios de los mismos a estructurar narrativas al rededor de su sufrimiento y las causas del mismo. Talleres surcados por una ideología de la enfermedad, que miraban el sufrimiento mental como aquello que había que curar, y que como por arte de magia el acto literario fuera a ayudar a extirpar la úlcera que provocaba la disfunción y el trastorno. Quizás como en la relación que tuvieron el editor Jacques Riviere y el poeta Antolin Artaud, (Correa Urquiza, 2010) no se trata de curar a la persona, sino de des-enfermarla, de interpelarla, de ubicarla en el lugar de lo normal, de abrazarla, de historizarla, de acompañarla, de cuestionarla, de sufrirla, de generar conjuntamente un espacio que posibilite el pensarse más allá de una identidad exclusivamente enferma. No se trata de curar porque hay formas de ser y estar en el mundo que por mucho que se consideren una enfermedad, no lo son, y si lo son deben ser incurables, como lo son los espíritus irreductibles. Se trata por tanto de salvar a esa persona, de darle nombre y obra, cauces donde contener las mareas de su creatividad. Una identidad que evite la auto-exculpación que conllevan las categorías patológicas, que posibilite un ser, más allá del requiebro y la pirueta, más allá de la fractura, donde reconocerse y ser reconocido en tanto otro, abandonando la perversa deriva del anonimato interior.

La construcción de narrativas debería huir de cualquier espacio clínico, porque si alejas la literatura de la salud, puedes conseguir salud y verdadera literatura, la que surge del alma de forma pulsional, sin ambages, corsés, ni demás condicionantes que talan la libertad expresiva del escritor. Desgraciadamente se ha confundido en demasiadas ocasiones la construcción de narrativas terapéuticas con la construcción literaria. Las distintas disciplinas y escuelas de la ciencia psi defienden una serie de herramientas como método válido de construir un relato que resulte sanador al hacer consciente lo inconsciente o lograr modificar la conducta en lo real, desde el momento en que da explicación y genera en el paciente un fenomeno de Insight. Me resulta cuanto menos curioso como todos estos métodos, que en no pocos casos resultan contradictorios e incluso antagónicos en un plano teórico entre si, son defendidos como el método legítimo del saber, aquella que permite dar explicación a la condición humana y a sus misterios. En mi opinión si se quiere conocer los recobecos del alma humana uno sale ganando si lee la novela del s. XIX, a Dickens, Balzac, Stendhal, Dostoievsky, Tolstoi, Galdos, por nombrar unos pocos, quizas, los más relevantes.

Los profesionales del mundo Psi llevan casi dos siglos buscando esa ecuación que defina el alma humana, y, olvidan -como están demostrando los últimos avances en neurociencia- que el resultado es indeterminado. Que resulta hasta cierto punto absurdo hablar del ser humano como especie, pues si algo nos caracteriza es la singularidad. Podemos hablar de ciertas personas, y de ciertas formas de mirarse y mirarlos, de las multiples maneras que nos aporta el lenguaje de explicar su historia, una historia que ante todo conoce su protagonista, y que por mucho que se vista al observador con los más académicos ropajes, esto es algo innamovible. Como mucho -que no es poco- la mirada del observador puede llegar a modificar la realidad condicionando desde su punto de vista el relato y su construcción, pero esto es más una prueba de la inconsistencia, del vacío, de la permeabilidad hacia distintos discursos, que poseemos las personas, tan ocupadas en encontrar las palabras y los roles que al fin nos identifiquen. La esencia humana se vasa en esa búsqueda de cierto equilibrio -a veces desequilibrado-, caminante no hay camino se hace camino el andar que decía Antonio Machado. Todas las metas, todos los objetivos que nos marquemos como individuos están motivados por la necesidad que tenemos de sostenernos en el abismo del sinsentido, el absurdo cosmogónico de un universo cruel y caótico en el que estamos suspendidos sin causa conocida. Todas nuestras creencias y todas nuestras certezas sólo son una forma más o menos torpe de poner orden en ese enredo sin fin. Hay poetas como el mismo Artaud (Correa Urquiza, 2010) que al mirar cara a cara al sinsentido del que estoy hablando se quedaron para siempre atrapados en una deriva infinitupla (Pessoa, 1921), aferrándose a las viscosas paredes del lenguaje, como única respuesta al caos que percibía. No hay intención de escapar de la trampa de la duda, desde el mismo momento en que no hay con quien compartirla. Hablo de la trampa de la duda, del conflicto con la incertidumbre, del estallido del desasosiego. Porque existimos desde el momento en que un otro piensa en nosotros y no al revés. El teorema cartesiano del cogito, ergo sum, habría que modificarlo por cogitare nos, ergo sum, nos piensan, luego existimos.

De todo lo que podemos tener en común aquellas personas que hemos pasado por una experiencia de grave sufrimiento mental es una profunda experiencia de soledad. Una soledad que nos atrapa en la certeza, que nos inocula el germen del aislamiento al saber que no vamos a ser comprendidos, que por mucho que lo intentemos – cuando lo hacemos- sólo recibimos incomprensión y rechazo, segregación del grupo, exclusión. Es en esos casos cuando la búsqueda de un interlocutor ideal (Martin Gaite, 1978) se vuelve perentoria. Como decía la autora salmantina: "Cuando vivimos, las cosas nos pasan, pero cuando contamos las hacemos pasar”. Al contar nuestra historia estiramos del hilo de la madeja de la misma, hilamos el tapiz que le da forma y contenido, re-cordamos, anudando los distintos hechos y sensaciones, porque a la vez que la contamos a un otro atento nos la contamos a nosotros mismos, le damos un orden. “Un antes y un después que la hacen real. Al fin y al cabo, las cosas nunca son de una manera o de otra; sólo son como nos las contamos. Somos en función de nuestro interlocutor”.

Bajo esta premisa queda clara la responsabilidad del observador como puente hacia la salud o hacia la enfermedad. Como según el enfoque que imponga el observador se puede promover una forma naturalizadora de entender el sufrimiento mental como algo propiamente humano o, por el contrario, formar parte de los engranajes de la patologización de la sociedad. No resulta baladí desde el momento en que el sistema de salud actual, focalizando el problema únicamente en la paliación de síntomas y no en la reestructuración de la subjetividad identitaria, parece más una industria de la enfermedad que un sistema generador de salud. Con naturalizar no me refiero a negar, sino a realizar un acto de no segregación, ni destierro de los espacios más comunes y cotidianos de la comunidad, un acto de responsabilización del propio relato. El sufrimiento mental es vivido por todos y cada uno de los seres humanos en algún momento de sus vidas; la culpa, la melancolía, la tristeza, el duelo, la obsesión, la manía, el delirio, son, básicamente, percances de ser humano, y no en pocas ocasiones percances de ser buena gente. Esta sociedad hipernormativizada, hasta el punto de la normopatía, castiga con la exclusión a aquellas personas que muestran ciertas dificultades para integrar una realidad que agrede de forma cruel a sus individuos. ¿Realmente queremos vivir en un mundo sin sentimientos, ni memoria, sin sueños, ni ilusiones?

Con la perspectiva que nos da la crisis actual, donde la pobreza, la desnutrición, el desamparo, la soledad y la desesperación que se desprende de los desahucios, el paro, el no llegar ni a mitad de mes, la falta de perspectivas, etcétera, la cultura debe ser una herramienta que nos invite a imaginar colectivamente un futuro mejor, que acerque el sufrimiento humano a aquellas personas que no lo han vivido con ese grado de intensidad o desestructuración, que universalice la diferencia, las diferentes diferencias que, en ocasiones, somos y que promueva el encuentro y la colectivización de los cuidados.

Del mismo modo que la ciencia psi tuvo que luchar por desinstalar del dogma y de la certeza a una sociedad oscurantista devota de dios y de María, para aportar una nueva mirada más rigurosa sobre los problemas humanos, hoy es desde el humanismo, desde la flexibilidad, desde la escucha y el acompañamiento, desde la empatía y la comprensión, desde el cuestionamiento y la autocrítica desde donde se puede ayudar a desinstalar a una ciencia que se ha convertido en la nueva religión, desacralizarla para poder acercarla así de nuevo al ser humano y a sus angustias y sus heridas. Ni que decir tiene que un antidepresivo o un ansiolítico no le va a devolver su casa a alguien a quien han desahuciado, ni pondrá un plato en la mesa para que sus hijos o ellos mismos puedan comer. Desgraciadamente se lleva demasiado tiempo asociando sufrimiento mental y patología mental, como si una y otra fueran el mismo fenómeno. No se entiende la problemática mental sin una cierta dosis de sufrimiento, pero sufrir no implica necesariamente que exista un trastorno de base. Se lleva demasiado tiempo diagnosticando con etiquetas psiquiátricas problemas de índole social, económico, sentimental, existencial, familiar, laboral, biográfico, etcétera; reduciendo el problema real a sus consecuencias sintomáticas en la persona afectada, de la que poco importa su historia, su entorno, sus circunstancias; una canallada, en definitiva, cuando toda conducta humana es reducible a la categoría de síntoma, que invita a la confusión al trasladar el foco del sufrimiento de una sociedad enferma al cerebro. Estar desamparado es en realidad el síntoma del fracaso de todos como sociedad al no poder generar colectivamente los recursos necesarios para sostener el sufrimiento de nuestros familiares y vecinos. Es el fracaso del individualismo y el consumismo que nos impide acercarnos a los demás de forma altruista. El hecho de que en el tercer mundo gracias a los lógicas que rigen sus comunidades se recupere el doble de afectados de un brote psicótico (O.M.S., 2010) que en Occidente es una prueba palpable del enorme esperpento que sin querer promovemos al patologizar ese desamparo en una pirueta rocambolesca y execrable. En otras palabras:
"Los problemas colectivos del malestar se convierten en un problema de salud personal, en un conflicto privado. El sufrimiento individual, resultado de una contradicción social, aparece oculto en el momento que este sufrimiento es confinado en un espacio técnico-sanitario, aparentemente neutral. Tanto el neoliberalismo como cierta ideología psiquiátrica y psicológica coinciden en esta tendencia a ocultar los problemas sociales detrás de los sufrimientos personales. Se propugna un reduccionismo psicológico o biológico de fenómenos y realidades que son mucho más complejas y se empañan otras perspectivas que explican mejor y de forma más global el sufrimiento de las personas.” (Hacia una psiquiatría crítica Alberto Ortiz Lobo. 2013)

El crecimiento por tanto partiría de la conciencia colectiva y de una re-evolución que lleva retrasándose demasiado tiempo. Es desde el encuentro desde donde podemos transformarnos, desde la movilización activa desde donde podemos cambiar las cosas. No hablo únicamente de manifestaciones callejeras, hablo de que la cultura de la transformación invada las consultas, los hogares, las casas, el trato y las relaciones. De que rescatemos a ese niño ávido de historias que olvidamos en el desván de nuestra memoria, y que le preguntemos si quiere ayudarnos a hacer de este un mundo mejor. Porque la conciencia del problema que se nos supone sólo llega desde el conocimiento ideológico, desde la política, desde la salud.

Es increíble como se ha movilizado en una inmensa y corrosiva marea blanca tantísimos trabajadores en defensa de la sanidad pública, como en algunas ciudades se han abierto consultorios gratuitos para inmigrantes, como se han organizado espontaneamente asambleas donde discutir y repensar el futuro de una forma de entender la salud única en el mundo por su universalidad y calidad. Mientras las instituciones políticas hablan de un sistema de salud enfermo y deficitario, tantísimos profesionales han dado muestras de su salud al asociarse, para defenderlo y defenderse, en un acto de responsabilidad y rebelión. Sería maravilloso que este mismo espíritu de construcción colectiva contagie a los profesionales y a los dispositivos de salud mental, y les ayude a abandonar el paternalismo y la coerción Que se empiece a contar con quien se llama pacientes, sin cosificarlos, desde el mutuo compromiso de colaboración. Quizás para eso sólo haga falta generar esos espacios de libertad donde las historias, los relatos de tantas historias, ocupen el lugar de tanta etiqueta desacreditora. Sólo se me ocurre un motivo para no querer escuchar una buena historia, aunque esta parezca descabalgada y haya que jugar a detectives para recomponer las piezas sueltas que nos regalan, y es el hecho de no haber tenido tampoco nadie que escuchado la nuestra. Contar nuestra propia historia, compartirla con alguien a quien valoramos, muchas veces es la mejor forma de acercarse a lo que realmente somos, limpiar los estantes de nuestra memoria, allá, en la trastienda de los ojos. Como demuestran tantísimas novelas y poemas es necesario conocerse a uno mismo para poder conocer a los demás. Si no nos conocemos, si sólo nos acercamos al otro a través de la teoría no estaremos promoviendo un mundo más humano, sino como diría Aldous Huxley: Un mundo “feliz”.

Lugo, 6 de noviembre de 2013.











Bibliografía:



  • El cuento de nunca acabar. Carmen Martín Gaite. Ed. Anagrama. Madrid,
  • La rebelión de los saberes profanos. Martín Correa-Urquiza. Textos U.R.V. ,Tarragona 2010.
  • Hacia una psiquiatria crítica. Manuel Lobo Ortiz. Grupo 5. Madrid, 2013.
  • El estigma. La identidad deteriorada. Erving Goffman. Buenos Aires, Amorrortu, 1988.
  • La arqueología del saber. Michael Foucault. Buenos Aires. Amorrortu, 2003.
  • El libro del desasosiego. Alberto Pessoa. Madrid, Acantilado, 2007.
  • El Antiedipo. Capitalismo y esquizofrenia. Deleuze, G.; Guattari, F.: Barcelona, Paidós, 1998.




domingo, 27 de octubre de 2013

POEMA...

Negarse las lagrimas y
Abrazarse a la esperanza
Porque no queda nada mas.

Las heridas que pastaron
Las llamas del incendio
Llevaban tu nombre inscrito
En mil lenguas anonimas.

Las cenizas fueron testigos mudos
De todas y cada una de mis derrotas
Grises nubarrones que gritaron
La cruda redencion de mi miseria

Y asi. Vueltos los ojos hacia dentro
Veo el vacio extenderse en el invierno
Congelados los dedos y la memoria
Quebrados al fin los sueños y
El vuelo de la mariposa...

miércoles, 23 de octubre de 2013

BRILLANTE ARTÍCULO DE El País.

Nuestra pequeña mano


¿Qué hemos hecho de la psicología? Aquella delicada ciencia que exploraba el alma humana y se preguntaba por el significado de nuestros sueños hoy día apenas es otra cosa que un conjunto de obviedades y recetarios apresurados. Atrás parecen haber quedado la insondable obra de Freud y su pregunta acerca de por qué nos perturban nuestros deseos, las divagaciones de C. G. Jung sobre el poder liberador de los símbolos, las delicadas fantasías de Melanie Klein sobre el mundo de los niños, o las reflexiones de Lacan sobre el poder creador del lenguaje. La psicología ya no trata de responder a la pregunta eterna de quién somos, sino de encontrar fórmulas que nos permitan lograr mejor nuestros objetivos de acomodación a lo que hay. Pero ¿el mundo tiene que ser necesariamente como es? Aun más ¿no radica en esa necesidad de preguntarnos si podría ser de otra forma una parte esencial de nuestra humanidad? Perceval visitó un extraño reino donde todo estaba muerto, y contempló a su rey herido y el lúgubre cortejo de la copa de oro y, al evitar preguntar por lo que pasaba, los condenó sin saberlo a que continuaran eternamente igual. El tema de las preguntas que por no plantearse conducen a la esterilidad y a la muerte del pensamiento es un tema muy repetido en el folklore, y me temo que algo así está empezando a pasar entre nosotros, y tal vez por eso, porque no pensamos, dimanamos autosatisfacción. Pero ¿de verdad tenemos motivos para estar tan contentos? Es cierto que el mundo que nos ofrecen las oficinas de viaje y las promociones de la banca poco o nada tiene que ver con el mudo oscuro de los cuentos de hadas, pero a cambio, como diría Chesterton, es mucho menos interesante. Un mundo sin sentimientos ni memoria, un mundo sin desatinos ni sueños puede que fuera menos perturbador que el nuestro, pero ¿de verdad merecería la pena vivir en él?
Pero la pregunta acerca de quiénes somos sólo puede formularse a través de la contemplación del mundo en que nos ha tocado vivir. La realidad es nuestra máxima construcción colectiva: el terreno de lo común, de las percepciones y normas compartidas, el gran escenario de un juego en el que todos participamos, y cuyas reglas revelan lo que estamos dispuestos a hacer con la vida. Numerosas voces claman por el trato que damos a la naturaleza, o llaman la atención sobre ese espectáculo grotesco en que hemos transformado la política. Ambas, naturaleza y política, han estado en el corazón de las aspiraciones humanas a lo largo de la historia, pues el mundo es, ante todo, "un lugar para vivir". Pero el hombre posee una asombrosa capacidad para observar el complejo discurrir de sus pensamientos, sentimientos, intuiciones, fantasías, recuerdos y deseos. Todos ellos constituyen un prodigioso mundo interior, sobre el que no hemos dejado de interrogarnos desde los albores de la humanidad, gracias al fabuloso misterio de la conciencia. Y desde hace más o menos dos siglos ha sido la psicología la ciencia encargada de llevar a cabo esa apasionante tarea.
Y puede que en ningún otro momento de la historia esta joven disciplina haya estado tan presente en nuestras vidas. Las Facultades rebosan de estudiantes, equipos de profesionales intervienen en las tragedias colectivas, seleccionan personal en las empresas o participan en "reality shows" televisivos, y muchos psicólogos y psiquiatras expresan sus opiniones y consejos en los medios de comunicación o escriben libros con indicaciones terapéuticas o de auto-ayuda. A pesar de que el acceso a la psicología en la Sanidad Pública sigue siendo precario, proliferan los artículos y revistas que divulgan un supuesto saber científico en torno a las profundidades de la mente humana. Uno de ellos, titulado "Autoestima española", de un prestigioso psiquiatra, ha llamado poderosamente mi atención por la manera en que ejemplifica el trato que suele darse a estas cuestiones en los medios de comunicación.
Las consideraciones que se vierten en ese artículo en torno a la autoestima nada aportan de original y adolecen de la misma formulación autosuficiente que suele imperar en los actuales escritos sobre psicología: son la expresión de la obviedad elevada al rango de ciencia. Las hipótesis (en este caso, que los españoles gozamos de una excelente autoestima) no necesitan ser demostradas a través de la reflexión o la argumentación, sino de numerosas encuestas en las que se ha preguntado directamente a miles de personas sobre su nivel de satisfacción consigo mismas. A partir de aquí, cualquier cuestionamiento sobra:
también cualquier explicación. La estadística por sí sola ha comprobado lo que, a los ojos de cualquier simple mortal, sería imposible de medir: el nivel de satisfacción subjetiva de un pueblo. El propio autor reconoce la dificultad y afirma que la autoestima "no podemos medirla como el pulso o la temperatura del cuerpo. El único método para estudiarla es preguntar". Todo se juega, pues, en las preguntas. La calidad de las respuestas depende de ellas: por eso los grandes filósofos se han distinguido siempre por la manera singular en que interrogan a la realidad.
La psicología hegemónica actual, en su empeño por alcanzar el estatus de una ciencia empírica (cuando su objeto de estudio, la subjetividad humana, no puede ser más inasible a través de mediciones estadísticas), ha hecho un tristísimo uso de las preguntas: planteando sólo las más previsibles, limitando al máximo las respuestas, eliminando por completo todo género de matices y detalles. Los resultados obtenidos son tan pobres como la herramienta utilizada, pero se vuelven incuestionables tras haber pasado por el filtro de las matemáticas y la estadística. Nuestro psiquiatra acaba su artículo sugiriendo que quizá los españoles tengan una percepción equivocada de sí mismos. Aún no nos hemos dado cuenta de la magnífica verdad que describen por nosotros las encuestas: "los pensamientos automáticos derrotistas nos roban continuamente la conciencia de nuestro alto y saludable bienestar emocional".
Este mismo esquema se aplica a diario en el terreno de la psicología clínica. Muchas terapias se basan en el aprendizaje de técnicas y ejercicios conducentes al control de los síntomas, renunciando a plantear los interrogantes básicos acerca de su origen o sentido. Y tales métodos se presentan como científicamente probados a través de experimentos empíricos, basados, en su inicio, en la comparación de la conducta humana con la que se puede observar en los ratones. El mensaje surge con claridad: "la psique es mucho más simple de lo que se ha podido pensar o intuir, responde a sencillos mecanismos de estímulo-respuesta, el hombre es un animal previsible".
La psicología, como disciplina dedicada al estudio de la mente humana, y en su vertiente terapéutica, da cuenta de la manera en que nos vemos a nosotros mismos, del modo en que nos acercamos a los demás y de la idea de bienestar y curación que proyectamos en quienes sufren. Su estado no hace más que demostrarnos la pobreza de nuestras aspiraciones, la poca importancia acordada a la creatividad y al juego, la profunda limitación de nuestra concepción del ser humano. Las llamadas estrategias de distracción proponen desviar la atención de la angustia para centrarla en banalidades cotidianas: el número de personas que llevan una prenda roja en un vagón de metro o la suma de las matrículas de los coches. ¿Por qué aspirar a que una persona disfrute del arte o encuentre un refugio en su imaginación? ¿Por qué tratar de ahondar en sus desdichas y reflexionar sobre ellas? ¿Por qué escuchar, con el compromiso que exige la verdadera escucha, sus sueños, temores y esperanzas: adentrarse en el terreno de lo no vivido? Es más sencillo y eficaz hacer un vacío en el pensamiento, desconfiar del poder de la palabra. Las terapias, lejos de tratar de conducir a las personas a la máxima realización de sus posibilidades, se convierten en la negación de lo específicamente humano: renuncia al vuelo del pensamiento y a la radical función del lenguaje. Como si a un pájaro atemorizado se le convenciera de que la vida es hermosa sobre una rama y no es conveniente que se lance a volar. A pesar de haber nacido con alas, se le recomienda que no las utilice, pues entrañan peligros. ¿Para qué arriesgarse? Uno puede perderse o caerse en las alturas, errar el camino de vuelta, ser atacado o sentirse inseguro. Nada le garantiza el bienestar. Del mismo modo la psicología, en su progresivo empobrecimiento, desea convencernos de que no merece la pena adentrarse en los oscuros caminos del pensamiento, la imaginación y la memoria. Se afana en disfrazar su complejidad, reforzar sus engaños, no descubrir sus potenciales. Parece ignorar que, como dijo Hölderlin, en "el peligro puede estar, también, la salvación".
Una arriesgada reflexión resulta imprescindible: ¿Qué hemos hecho del estudio de la mente humana, ese lugar fascinante y enigmático, para que haya derivado en tal cantidad de despropósitos? Toda la responsabilidad es nuestra. La vida y el mundo dependen del sentido que queramos otorgarles: de la medida en que estemos dispuestos a implicarnos, del compromiso que adquiramos con ellos. Un cuento proveniente de la tradición de los judíos jasidim, puesto en boca del Baal Shem Tov, llama la atención sobre el enorme potencial de nuestras realidades, pero también sobre la incesante tentación de apartar e ignorar sus maravillas: "¡Ay! ¡El mundo está lleno de brillantes resplandores y de misterios y el hombre los aleja de sí con una pequeña mano!". La psicología puede ser el terreno privilegiado de la imaginación, la memoria, la reflexión y el juego; también el de la obviedad, la simplificación y el conformismo. La elección sólo recae en nuestra pequeña mano.

Gustavo Martín Garzo es escritor.

lunes, 7 de octubre de 2013

Algunas ideas sobre creación y locura...



Resulta un tópico relacionar genialidad y locura, creación desbordada, pulsional, sin cauces que puedan contener la fuerza titánica de la pasión y de su culto obsesivo. Locura como temerario abordaje de lo oculto, de aquello que permanece en el interior, en ese terreno delimitado por lo inefable, supurando en forma de síntomas, partiendo el lenguaje en un ejercicio constante de subversión a la vida y a la muerte, a los sentimientos, a las conductas y las normas establecidas en su normalizada arbitrariedad. Locura como atlas de lo ignoto, únicamente porque parecería que no alcanza el lenguaje, porque los significantes se transforman y se elevan hacia universos improbables, abandonando la mundana literalidad y despojándose de sus mundanos ropajes en un afán de ser, de trascender, de revelarse absoluto, porque sólo lo absoluto puede asemejarse con ciertas formas de sufrir.

En este campo, el del sufrimiento, todos los seres humanos tenemos experiencia. El sufrimiento suele ser la asignatura principal en la universidad de la vida, aquello que nos hace aprender de la peor forma y madurar, en ocasiones, hasta pudrirnos. Frente a este hecho se han elaborado las metáforas más peregrinas, al rededor de las cuales se han establecido las disciplinas psicoterapéuticas.

Durante la segunda mitad del siglo XX, abandonadas las metáforas terapeúticas de corriente más psicoanáliticas como la que presentaba al ser humano (con el hombre como modelo) siendo éste producto de una dinámica de fuerzas, que luchaban por la expresión de los impulsos frente a la represión de los mismos, y, superado el mecanicismo cibernético que comparaba el cerebro humano con la CPU de un ordenador, una computadora reprogramable, nos encontramos con el apogeo de una corriente constructivista, donde la realidad es modificada constantemente por el observador y su forma de mirar. Una mirada sobre el sufrimiento que pone el foco en el individuo y en la construcción de su soledad, en las diversas formas de sobrellevar la soledad y el duelo ante las perdidas que conlleva estar vivo y proyectarnos en nuestros deseos.

Obviando el hecho indiscutible de que la injusticia y la desigualdad social-por desgracia cada vez más generalizadas- influyen y en demasiadas ocasiones determinan el desarrollo de los seres humanos, lastrando sus posibilidades de cambio y de evolución según unos cánones de bienestar económico, sanitario y educativo, es en este territorio donde los hombres y las mujeres construyen su soledad donde el lenguaje y su uso literario ejercen de puentes que exorcizan el aislamiento y fijan aquello que nos atora y sacude fuera del campo de lo inefable.

Es por esto que se empezaron a establecer talleres de creación literaria terapéutica, donde se invitaba a los usuarios de los mismos a estructurar narrativas al rededor de su sufrimiento y las causas del mismo. Talleres surcados por una ideología de la enfermedad, que miraban el sufrimiento mental como aquello que había que curar, y que como por arte de magia el acto literario fuera a ayudar a extirpar la úlcera que provocaba la disfunción y el trastorno. Quizás como en la relación que tuvieron el editor Jacques Riviere y el poeta Antolin Artaud, no se trata de curar a la persona, sino de des-enfermarla, de interpelarla, de ubicarla en el lugar de lo normal, de abrazarla, de historizarla, de acompañarla, de cuestionarla, de sufrirla, de generar conjuntamente un espacio que posibilite el pensarse más allá de una identidad exclusivamente enferma. No se trata de curar porque hay formas de ser y estar en el mundo que por mucho que se consideren una enfermedad, no lo son, y si lo son deben ser incurables, como lo son los espíritus irreductibles. Se trata por tanto de salvar a esa persona, de darle nombre y obra, cauce donde contener las mareas de su creatividad. Una identidad que evite la auto-exculpación que conllevan las categorías patológicas, que posibilite un ser, más allá del requiebro y la pirueta, más allá de la fractura, donde reconocerse y ser reconocido en tanto otro, abandonando la perversa deriva del anonimato interior.

jueves, 3 de octubre de 2013

JORNADAS SOBRE DIVERSIDAD FUNCIONAL





1) ¿Qué crees que pueden aportar las personas con diversidad funcional a esta sociedad?

Replantearía la pregunta hacia quá pueden aportar las personas a esta sociedad. Qué debe aportar un ciudadano para mejorar esta sociedad. Porque obviamente todos, absolutamente todos los habitantes de este planeta, somos personas con diversidad funcional, desde el momento en que tenemos ciertas dificultades para manejarnos en sociedad. Desgraciadamente se suele asociar esta terminología a aquellos cuya discapacidad es más visible, más evidente: los tarados, los tullidos, los locos, los monstruos sobre los que recaen los estigmas y los prejuicios con toda su carga desacreditadora simplemente por ser como somos: diferentes, -y por tanto- como todos los demás.

Por tanto repito: qué debería aportar un ciudadano para ganarse el respeto de sus vecinos? Porque hablar de deberes me parece más necesario que nunca, en un momento en el que nuestros derechos están siendo pisoteados constantemente por la clase política, generando peligrosas regresiones en las lógicas que rigen las políticas que deben asegurar el bienestar de la población en general y de las personas con más dificultades en particular.



Recuerdo que un compañero de la comisión de diversidad funcional durante el 15M me contó que el estaba allí para reivindicar sus deberes, porque sino resultaba perverso reclamar sus derechos. Y allí nos quedamos los dos, junto a muchos más compañeros y compañeras, reflexionando colectivamente sobre las necesidades sociales para hacer de este un mundo mejor, mas justo, más igualitario, más respetuoso con la diferencia, mas sensible, más horizontal, más democrático y más humano, en definitiva. Porque como decía la buena de Mafalda: debemos apresurarnos a cambiar el mundo, antes de que el mundo nos cambie a nosotros. Para eso ya se sabe: la revolución empieza en uno mismo, en su casa, en su calle, en su barrio y en su ciudad.

2) Qué barreras o dificultades encuentras en el entorno y en la sociedad en general?

En el caso de mi colectivo, que es el del ámbito en salud mental, nos encontramos un gran rechazo por parte de la sociedad. Se han reproducido una seria de estereotipos (violencia, vagancia, etc) que dificultan constantemente nuestros intentos por reclamar nuestros derechos como ciudadanos, incluso dentro de los servicios de Salud. El psiquiatra Manuel Desviat nos recuerda lo difícil que les resulta articular una ética a profesionales como él con estas palabras: <<Si es aún difícil la introducción de normas y protocolos que garanticen la eticidad de la practica médica en general, es fácil adivinar las resistencias, las trabas, las confusiones en la atención psiquiátrica, donde los pacientes más graves –los psicóticos- han sido considerados, cuando menos, unos menores más ó menos perversos precisados de tutela de por vida, y los menos graves –los neuróticos-, unos inmaduros inestables y de poco fiar>>.

Demasiado a menudo eres silenciado, deshistorizado, castrado física, psíquica y simbólicamente por aquellos que te han de ayudar. Pierdes tu trabajo por el simple hecho de estar en tratamiento psiquiátrico o psicológico. Pierdes amigos, vínculos y relaciones, e incluso algunas familias generan también estigma al convertir en un tema tabú tu sufrimiento, incluso cuando decides "salir del armario".

La gente tiene miedo a lo desconocido, porque lo incomprensible esta codificado para ser alarmante, y en lugar de acercarse lo que hace es rechazar a la persona, segregarla, desterrarla de los territorios comunes de la comunidad, olvidándose que, antes de cualquier etiqueta, es una persona. Parece obvio esto pero para mucha gente no lo es y desde Radio Nikosia llevamos ya una década luchando constantemente para defender nuestra singularidad como seres humanos.




3) Propuestas de mejora y alternativas.

Aunque se está avanzando un poco todavía hay mucho por hacer.... Desde la reforma psiquiátrica iniciada por Basaglia en los años 70 y el cierre de las antiguas instituciones totales los locos nos enfrentamos a un nuevo reto: nuestro reconocimiento como ciudadanos y nuestra integración en la comunidad. Más allá de la torpeza con la que se fueran realizando las distintas reformas psiquiátricas en Europa o la mayor sofisticación de los tratamientos neurolépticos, a los locos se nos inserta dentro de un sistema pseudocomunitario formado por plantas de agudos en hospitales generales, centros de día, residencias, pisos tutelados, etc. Estos dispositivos no solucionan el problema del tránsito constante, ni nuestra necesidad de evasión, sino que en muchos casos lo acrecenta. Las camisas de fuerza físicas han sido sustituidas por camisas de fuerza químicas, que levantan muros mentales, invisibles, que dificultan la comunicación entre otros motivos a causa del aplanamiento emocional que generan. Los locos nos encontramos nuevamente vagando por las calles o encerrados en nuestra habitación, en fuga constante de un mundo que nos agrede y que nos empuja a la evasión. Los síntomas positivos como las alucinaciones o los delirios pueden haber disminuido, pero la agresión de una comunidad que nos rechaza, que desconfía de nosotros y de nuestro deambular, que nos considera peligrosos o vagos, que nos mira a través de nuestra discapacidad, que nos infantiliza en el mejor de los casos y nos ningunea en el peor, hace del proyecto de integración comunitaria un fracaso casi absoluto.

Habría que modificar las lógicas heredadas de tiempos pretéritos y que todavía hoy rigen la mayoría de instituciones y condicionan la mirada social con la que se mira a las personas diagnosticadas, como, por ejemplo, la entronización en un doble rol en tanto pacientes y enfermos crónicos de la que es difícil salir y por tanto mirarse y ser mirado más allá de la identidad enferma. Reclamar el sentido propio de nuestra responsabilidad individual como ciudadanos y dueños de nuestras emociones, desincrustándonos de esa mirada paternalista que nos fosiliza. Tomar conciencia, en definitiva, de nuestra plena singularidad como seres humanos, de nuestras capacidades y nuestras limitaciones, así como las de nuestro entorno, para poder reclamar el respeto deseado y el cumplimiento de nuestros derechos. Sólo desde la promoción de la autogestión de nuestra vida, también de las angustias, es posible hablar de autocuidado, de autonomía, de empoderamiento y de cambio real de paradigma.



viernes, 20 de septiembre de 2013

Pachamama. By Joan García.

Vivimos tiempos extraños. Tiempos paradójicos donde se solapan las verdades y las mentiras. Tiempos de Crisis, donde la económica sólo es la punta del iceberg. Lo llaman también la Era de la información, que por exceso puede ser la de la desinformación. Es por lo que se hace más necesario que nunca dedicar un tiempo a la reflexión, para separar verdades y mentiras, para hacer la digestión y una vez evacuada la mierda sobrante, abrir los ojos y ver con claridad lo que acontece. Lo que acontece con nuestras vidas. Pero ¿son nuestras?.

Lo serian si fuéramos seres libres, pero no podemos porque no tenemos Poder. El Poder es simplemente eso el que puede, es dueño de su vida pues nadie puede sobre él. Quien no tiene libertad para Poder es esclavo y su amo será el que determine su vida toda: sus ideas, opiniones y actuaciones.

Según el Poder, vivimos en el menos malo de los sistemas, pero que desnudo de toda palabrería vemos que su único objetivo es mantener los privilegios de las clases dominantes a costa de la explotación de todo lo que las rodea, personas, animales, recursos naturales, etc. Esto es: el Capitalismo. Sometidos y educados culturalmente en la tradición judeo-cristiana por el poder religioso durante milenios, se ha propagado una concepción del mundo de manera silenciosa que es absorbida incoscientemente por el pueblo y que permite la implantación de un sistema económico basado en la explotación y de un sistema político basado en la concentración de poder, sin mayor resistencia por parte de las clases explotadas y dominadas.

Políticamente, el capitalismo es un sistema patriarcal, representado por el Estado. Que asume las funciones que, según él mismo, las personas no son capaces de realizar por sí mismas, obviando que el Estado está dirigido por personas con las mismas limitaciones. Anula la libertad de las personas, para librarlas del poder de ejercerla. Otorga derechos y libertades varias, pero regulados por infinidad de leyes, previo pago de impuestos. Y para cualquier acción se le debe pedir y pagar permisos, licencias, etc. que el Estado tiene el poder de conceder...o no. Además de someternos tiene el poder de imponernos impuestos. Instaura un sistema representativo para alejar a las personas de nuestro rol como animales sociales, que es la práctica de la política en su concepto más puro. Y su aparato ideológico ha conseguido que renunciemos a nuestras responsabilidades en la construcción del mundo que queremos y que dejemos de pensar por nosotros mismos.

Económicamente clasifica cada elemento del planeta en función de su valor de cambio, de lo que el mercado dice que vale, independientemente de su utilidad para la mejora de las condiciones de vida. Este tipo de relación con los productos y las mercancías aparta del campo visual el proceso productivo, repleto, en la mayoría de los casos, de crímenes contra la naturaleza, los pueblos soberanos y los trabajadores.

Culturalmente nos han hecho creer que estamos en el zenit de la evolución, que todo es progreso. Venimos de una tradición judeo-cristiana, que se considera superior, por ello asume sus valores y creencias como universales a imponer a toda la humanidad. Para tal fin no ha dudado en aniquilar todo conocimiento antiguo, todo saber tradicional, toda verdad incómoda, manipular la historia con dogmas y creencias...resultando hoy un antropocentrismo prepotente que cree ser el resultado cumbre de una evolución lineal, de unos ancestros cavernícolas salvajes e idiotas. Cuando cada vez hay mas evidencias arqueológicas de que la verdad es otra, y está más que demostrado que hubo civilizaciones antiguas organizada socialmente y avanzadas tecnológicamente que cuestionan toda cronología oficial.

Hoy se cree dogmáticamente en la ciencia como un poder objetivo y neutral, que cuantifica con incontestables números todo. Sin pensar por un momento en los elementos cualitativos esenciales para vivir bien. Para el progreso de la civilización occidental, la Naturaleza sólo es materia muerta, muda, inane. Una creación de dios a nuestro servicio para ser conquistada y explotada, de la cual sólo extraer bienes materiales. Ajena a lo humano.

Así las cosas, las pequeñas brechas en este sistema son reparadas por unos mecanismos de control que forman parte del mismo aparato político-económico-ideológico. Abarcan desde organismos internacionales, pasando por los medios de comunicación y sistemas educativos, hasta las fuerzas armadas y del orden, que no dudan en utilizar cuando fallan los anteriores. La suma de todo esto permite imponer sus reglas de juego basadas en la hegemonía del mercado y la búsqueda de plusvalías al margen del interés social. El valor del capital es mayor que el valor del trabajo y la acumulación es estrictamente necesaria para el mantenimiento del sistema. Sobre esta base es imposible la construcción de una sociedad libre, equitativa y sostenible.

Por eso cualquier iniciativa que busque un cambio hacia una sociedad mejor, a través de una propuesta estructurada, viable y sustentable, debe ser invariablemente anticapitalista o reproducirá los mismos esquemas.

No se trata de idealizar tiempos pasados, pero desde luego hay muchos puntos rescatables de la relación con la naturaleza que mantenían nuestros ancestros. Mirando a nuestro alrededor microscópicamente, hasta ese mundo cuántico de átomos donde hay más vacío que materia, donde el mundo de cosas claramente definidas y delimitadas se desdibuja ¿donde empieza una cosa y termina otra?. Parece ser que los límites de una persona no están en la piel. No hay yo ni tú, ni entre personas ni entre naturaleza y personas. Reflexionando, tomando conciencia sobre la totalidad del mundo se nos hará obvio el debido respeto a la naturaleza y al uso de sus recursos.

Este cambio, evolución, o revolución tendrá que echar la vista atrás y recuperar la cosmovisión del mundo basada en la naturaleza. Explicar la naturaleza a través de la propia naturaleza, aplicando la ciencia para el conocimiento. Construir nuestro planteamiento social, económico y cultural sobre la libertad del ser humano y el principio de igualdad, y sin olvidar que todos somos parte de un todo, de la madre tierra, de la pachamama, de la ñuke mapu, de gaia, de atabey, de mahimata, de gea, de amalur, de anann,..., de nosotros mismos.

jueves, 19 de septiembre de 2013

Poema de amor.



Cuando la conocí
la noche parecía un carrusel
de miradas furtivas,
un escaparate de interrogantes
a resolver al amanecer...
Con ese tira y afloja, ese toma y daca,
de palabras que invitan a explorar,
el deseo venció al miedo
azuzando las bocas y los versos
a buscarse a tientas
entre remolinos de sabanas y besos
que morderían las horas
sedientas de anatomía.

Era mía entonces y no era mía,
como el sol de mediodía
es de todos y de nadie a su vez.
Y así, fascinado, mientras descubría
su mirada atlántica y
su sonrisa sincera, y su alma acuática,
y sus manos obreras, o como
tras su nombre estelar y su presencia tranquila
se escondía el trasfondo de una niña
con ganas de jugar,
me desprendía sin querer evitarlo
de los trajes y los retratos,
de las esquinas, de los estantes vacíos,
de los rostros grises
de un gris pasado...

Porque mientras la sentía
tan cercana y real
su cuerpo y su alma se revelaban ante mi
como la respuesta silenciosa a ese grito
que exclamé desde mi soledad.

miércoles, 7 de agosto de 2013

Con el tiempo...

 
“Después de un tiempo, uno aprende la sutil diferencia
entre sostener una mano
y encadenar un alma;
Y uno aprende que el amor no significa acostarse,
y que una compañía no significa seguridad,
y uno empieza a aprender…
Que los besos no son contratos y los regalos no son promesas,
y uno empieza a aceptar sus derrotas con la cabeza alta
y los ojos abiertos,
y uno aprende a construir todos sus caminos en el hoy,
porque el terreno de mañana es demasiado inseguro para planes…
y los futuros tienen su forma de caerse por la mitad.

Y uno aprende que si es demasiado
hasta el calor del sol puede quemar.

Así que uno planta su propio jardín y decora su propia alma,
en lugar de que alguien le traiga flores.

Y uno aprende que realmente puede aguantar,
que uno es realmente fuerte,
que uno realmente vale,
y uno aprende y aprende… y así cada día.

Con el tiempo aprendes que estar con alguien
porque te ofrece un buen futuro,
significa que tarde o temprano querrás volver a tu pasado.

Con el tiempo comprendes que sólo quién es capaz
de amarte con tus defectos y sin pretender cambiarte
puede brindarte toda la felicidad.

Con el tiempo aprendes que si estás con una persona
sólo por acompañar tu soledad,
irremediablemente acabarás no deseando volver a verla.

Con el tiempo aprendes que los verdaderos amigos son contados
y quién no lucha por ellos, tarde o temprano,
se verá rodeado sólo de falsas amistades.

Con el tiempo aprendes que las palabras dichas en momentos de ira
siguen hiriendo durante toda la vida.

Con el tiempo aprendes que disculpar cualquiera lo hace,
pero perdonar es atributo sólo de almas grandes.

Con el tiempo comprendes que si has herido a un amigo duramente
es muy probable que la amistad nunca sea igual.

Con el tiempo te das cuenta que aún siendo feliz con tus amigos,
lloras por aquellos que dejaste ir.

Con el tiempo te das cuenta de que cada experiencia vivida,
con cada persona, es irrepetible.

Con el tiempo te das cuenta que el que humilla
o desprecia a un ser humano, tarde o temprano
sufrirá multiplicadas las mismas humillaciones o desprecios.

Con el tiempo aprendes a construir todos tus caminos en el hoy,
porque el sendero del mañana no existe.

Con el tiempo comprendes que apresurar las cosas y forzarlas a que pasen
ocasiona que al final no sean como esperabas.

Con el tiempo te das cuenta de que en realidad lo mejor no era el futuro,
sino el momento que estabas viviendo justo en ese instante.

Con el tiempo verás que aunque seas feliz con los que están a tu lado,
añorarás a los que se marcharon.

Con el tiempo aprenderás a perdonar o pedir perdón,
decir que amas, decir que extrañas, decir que necesitas,
decir que quieres ser amigo, pues ante
una tumba, ya no tiene sentido.

Pero desafortunadamente, sólo con el tiempo…”
 
Jorge Luis Borges? 

martes, 6 de agosto de 2013

Marilyn Monroe.


 In memoriam...



Por mi parte prefiero pasar la eternidad con Marilyn Monroe que con San Ignacio de Loyola. Con esta grouchesca sentencia mi padre había zanjado una acalorada discusión de sobremesa con su hermano. El tema era de rabiosa actualidad. La visita del Papa a España con motivo de las jornadas mundiales de la juventud. Durante el debate ambos hermanos no se habían ahorrado ninguno de los argumentos que se llevan discutiendo en los medios de comunicación desde que trascendieron las cifras de la visita papal. La misa más cara de la historia de España decían algunos, un absoluto despropósito dada la precaria situación de tantísimas familias que no llegaban a fin de mes, y un absoluto ejercicio de cruel y despiadada hipocresía si se compara con la catastrófica situación de hambruna que están viviendo tantas personas en el cuerno de África. Los argumentos de mi tío, al cual a pesar de su ideología aprecio más que a otras personas de mi familia, se reducían a intentar demostrar la vigencia y necesidad de la fe en una sociedad como la actual tan carente de valores. Entre copas de Soberano y puros la conversación pasó de una gradual y educada propuesta y confrontación de argumentos a un ataque personal y despiadado por ambas partes. Una lucha entre titanes de estar por casa. Por un lado un pequeño y desgarbado diablo como mi padre y por el otro un angelote orondo como mi tío. Cuando éste último profetizó el sufrimiento que indudablemente sufriría su hermano en el infierno, mi padre dio la estocada final. Quién en su sano juicio no preferiría pasar la eternidad con mujeres como la gran Marilyn en vez de pasarla entre santos y querubines. Mi tío se levantó airado de la mesa y se acabó el puro en el balcón mientras mi padre se servía otra copa de brandy sonriendo traviesamente por su victoria.

Las discusiones entre hermanos eran casi un ritual, como si perpetuaran de esta forma las peleas que tuvieran de niños, preocupados aún por competir para ver quien era más fuerte. En un cuerpo a cuerpo con ambos sobrios mi padre solía callar y asentir ante las diatribas de mi tío, pero cuando ambos se tomaban un par de copas mi padre jugaba en casa; no sólo porque literalmente aprovechara las comidas familiares que organizaba en nuestra casa, sino porque siendo como era hombre de bar, estaba más que acostumbrado a lidiar con borrachos y su higado parecía filtrar todo el alcohol que le echara.

Yo estaba convencido que mi tío era de esas personas buenas que eligen el camino que les parece menos malo. De alguna forma, el trabajo que realizaba en los arrabales era más parecido al de un maestro que al de un sacerdote. Entre basuras, jeringuillas, chabolas, precariedad y delincuencia ayudaba como podía a aquellos que se acercaban a él. En su parroquia, había instalado una pequeña biblioteca, tenía banco de alimentos, hacia de psicólogo escuchando con paciencia y aconsejando sin malicia durante el sacramento de la confesión. Nunca había visitado el Vaticano o al menos nunca había hablado de ello conmigo y eso que curioso como soy le había preguntado en alguna ocasión. Para él era la forma que había encontrado de hacer algo por los demás, ya que en esa forma de hacer encontraba -según sus propias palabras- sentido para seguir viviendo. Es por esto que siempre he pensado que algo terrible le debió pasar durante su juventud para hallarse tan solo y desesperado, tan sin rumbo como para aferrarse a algo tan represivo y tan injusto como los votos sacerdotales.

En cambio mi padre leyendo muchos menos libros había conseguido tirar p'alante nuestra familia. Su dios era mujer, mi madre más concretamente, a la cual nunca le vi levantar la voz. La respetaba y la adoraba como a un pequeño ídolo cuyo altar era el mundo entero, o al menos el micromundo donde todos construimos nuestras vidas, creando vínculos con calles y personas, con espacios y sus muebles. Se ayudaban y se sostenían con dulzura y cariño desde hacía más de veinte años. También eran queridos por mucha gente en el barrio. Eran como se dice aquí buena gente.

Pasados unos minutos, como mi tío no entraba a pesar del frío, salí para hablar con él. Estaba apoyado en la baranda, con el gesto medio desencajado y el puro en la mano temblorosa. No debió oír como salía porque dio un salto cuando le puse la mano en el hombro. Al ver que era yo se le relajó el rostro y la mirada. Le sonreí. Me sonrió. Me apoyé a su lado en la barandilla y esperé que dijera algo. Él callaba. Finalmente rompí aquel silencio con aroma a Soberano y Faria.

-Tío, no es para tanto. Hay que tener mucho coraje para vivir la vida que tu has escogido.

-No hay que tener coraje, ¡hay que ser un cobarde! -Me dijo para mi sorpresa.- Hoy en día lo que yo hago lo podría hacer desde otro lugar, con otra profesión, con otros valores. Tu padre tiene razón, la Iglesia agoniza de tanto exceso y fastuosidad. Casi nadie cree en nuestra palabra, porque parece haberse olvidado el voto de pobreza, que la verdadera riqueza de un hombre está en su espíritu, y que sin caridad y fraternidad no hay esperanza para nosotros, ni fe que valga la pena.

Mi tío con sus palabras me había dejado helado. Nunca le había escuchado hablar así. Al parecer la derrota infligida era mayor de lo que suponía. Ambos quedamos en silencio durante un minuto en el que algo se desmoronaba en mi interior. Quizás la imagen que siempre había tenido de mi tío como persona íntegra y buena, se estaba desquebrajando en un arrebato de sincera tribulación. Esperé unos segundos antes de volver a hacer una pregunta, sopesando con calma la necesidad de ésta, paladeando su agrío sabor, su regusto a un pasado secreto que yo ignoraba y que quizás no descubriría nunca.

-¿Por qué dices que hay que ser cobarde? ¿Acaso huyes de algo? -Le pregunté finalmente.

-Todos huimos. La vida es una huida constante y sin retorno. Un camino que se emprende por obligación y en el que tenemos que andar con mucho cuidado para no caer ante los golpes de la vida. Pero todos caemos. Inevitablemente, de una forma u otra caemos, porque la vida pega duro. Y levantarse es una obligación. Todos tomamos en algún momento decisiones desesperadas, nos escondemos en la oscuridad a la espera de esa luz que nos ilumine y nos guíe, nos acoja en su seno y de algún sentido al sinsentido que resulta vivir.

-¿Estás hablando de Dios?

-Estoy hablando de la necesidad humana de pertenecer a un grupo, del sentimiento de arraigo que sostiene nuestras pobres vidas, de identificarse con una idea y un rol que nos aporte estabilidad. Todas las ideas que pasan por nuestra cabeza tienden a moldear nuestra identidad, nuestra máscara, esa que todos llevamos -incluso tú- y con la que nos manejamos en sociedad. De como se equilibren las aristas de nuestra máscara dependerá el como nos movamos. Siguiendo por igual nuestro instinto, nuestra inteligencia y nuestra corazón. Siendo como somos, sin pensar en como somos, siendo y ya está, sin necesidad de otra cosa que vivir el instante, sus alegrías y sus penas. Si eso es Dios, o si Dios nos hizo así lo ignoro. Es más, ignoro si hay un Dios. Yo no trabajo con valores distintos de lo que lo haría un rabino, un imán, un monje budista o un educador social ateo. Cambia la forma, el color de la máscara, cambian incluso las palabras, pero todos hablamos de lo mismo. Hablamos de hacer el bien. Que digo hablamos. Hacemos el bien, porque las palabras sólo son piedras que consiguen hacer aterrizar a las ideas que flotan en nuestra mente, las hacen casi tangibles, pero nunca será lo mismo hablar de amor, que actuar con amor... Nunca será lo mismo que hacer el amor. ¿Me explico chiquillo? ¿O estoy demasiado borracho?

-Te has explicado muy bien, tío. Muy bien. ¿Vamos a dentro?

Él asintió. Nos abrazamos antes de entrar. Se le veía mucho más tranquilo, sonrió y agitó su mano derecha sobre mi cabeza, como si le quitara el polvo. Una vez dentro mi padre hizo como si nada hubiera pasado. Le preguntó si quería otra copa y mi tío asintió. Se sentaron en el sofá, delante del televisor, quedaba poco para que empezara el partido del sábado en la televisión, nada y nada menos que un Barça-Madrid. Eran dos personas tan diferentes y a la vez con tanto en común. Recuerdos, experiencias, sentimientos, ideas... Mi madre que mientras la discusión había preferido mantenerse al margen y recoger la cocina para no escucharles, volvió a la sala de estar y sonrió al verlos allí. Fue entonces cuando distinguí algo extraño en la mirada de mi tío, algo extraño e indefinible en la forma en que mi tío miraba a mi madre, como si le estuviera hablando desde su silencio. Mi madre les preguntó si ya se les había pasado. Mi padre contestó que esto sólo acaba de comenzar. Se refería al partido y al hecho de que mi padre fuera del Barça y mi tío del Real Madrid.