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lunes, 2 de abril de 2012

DIARIO DE... DIATÚ.

Diatú es de Senegal, tiene 24 años. Antes de venir a España su vida en África era confortable. Sus mejores recuerdos son las reuniones de familia en la casa de su padre al rededor de una fuente de pescado marinado. Ella se podía considerar afortunada porque trabajaba como camarera y nunca les faltó nada ni a ella ni a los suyos. Pero algo cambio con la muerte de su padre. Aquella misma casa que había sido cuna de tantos dulces momentos pareció ensombrecerse y la familia comenzó a desmembrarse lentamente. Diatú y sus hermanas vendieron la casa familiar, como si quisieran deshacerse del dolor de la perdida, de la angustia ante lo inevitable y sus reuniones se fueron espaciando paulatinamente. De la madre de Diatú no sabemos nada, es alguien que no se nombra, que no se dice, que se borra de la conversación como si no hubiera existido. Entiendo que como en tantas ocasiones para la niña Diatú la figura paterna se erige como bastión de una seguridad y una inocencia perdida y a la vez anhelada, en una especie de salvoconducto hacia lo inefable, aquello que pervive y nos marca desde las raíces de nuestra memoria. Después de pensármelo dos veces, evito insistir en la cuestión materna. 



Estamos sentados bajo los toldos de la terraza de un bar. A poco más de medio metro llueve a borbotones. En medio de una de los inviernos más secos de las últimas décadas estas gotas son un regalo para la tierra.

Le pregunto por qué si alguien es feliz en un lugar acaba marchándose a un país lejano, donde lo incierto es el pan de cada día. Ella sonríe y me mira con ojos encendidos. Su respuesta es sólo una palabra: amor. Me explica que conoció a su marido en el Senegal, que él vivía ya en España y que se enamoró de él porque nadie la había mirado nunca de la forma en que la miraba. Su travesía fue tranquila, esperanzada, hasta aterrizar en Catalunya, en Rubí, donde inició una nueva vida sostenida por el sueldo de él, que en aquellos tiempos trabajaba en una metalurgia.

Los primeros años fueron felices, la nueva familia que Diatú había formado -pues pronto se quedaría embarazada de su primer hijo- no tenía lujos, pero tampoco los necesitaba. Tenían un techo, humilde y acogedor, tenían un plato de Yassa o Mafee en la mesa -platos que acercaban un poco de la vieja África a nuestra joven ciudad- y sobre todo, como tantas parejas jóvenes, iban sobrados de ilusión y esperanza. Cargados de sueños y planes de futuro, de respeto, diálogo y mutua comprensión.

El nacimiento de su primer hijo fue como un regalo. Nada parecía presagiar lo que ocurriría el mes de enero del 2010. Él, como tantas personas durante estos años de crisis económica y social, se quedó sin trabajo y a partir de ese momento empiezan un periplo donde Diatú, embarazada ya de su segundo hijo, ha de dejar la habitación donde reside con su incipiente familia. En un tris pasan a dormir en el viejo coche de un amigo de él. Tumbados los asientos, con el único calor de las mantas, la familia pasa las noches de aquel frío invierno en el que nevó con fuerza en nuestra ciudad. El poco dinero que tienen se lo gastan en comida, priorizando la alimentación de sus pequeños, que al fin y al cabo son depositarios de las pocas esperanzas que les quedan al matrimonio. La lucha de la pareja es la lucha por la supervivencia y la superación ante la adversidad. Sus hijos se lo merecen. Nunca les perdonarían y nunca se perdonarían bajar los brazos y dejar de luchar por ellos.

La idea de volver a Senegal se les pasa por la cabeza en varias ocasiones, Diatú se arrepiente de haber empezado esta aventura, pero... ¿Cómo volver? No tienen dinero para viajar y allí no les espera nada, ni nadie. No les queda otra que buscarse la vida en esta tierra, donde la pobreza y la precariedad se están extendiendo como una lacra social sobre la epidermis de los valores más elementales, sobre aquellos derechos que se consiguieron en tiempos pretéritos y que ahora parecen papel mojado frente al poder de Standar's & Poor.

Acuden a servicios sociales y de allí los derivan a una fundación: Entreveins Rubí. Poco después de que nazca su segundo hijo, Diatú acompañada y asesorada por las integradoras sociales de la fundación, busca trabajo de forma incansable. Antes le han encontrado una habitación tutelada. Me explica con ternura como una vecina, Carmen, ya anciana, les ofrece día si y día también un plato de arroz, de fideos o de lo que hubiera preparado, para que se los de a sus hijos. Diatú aún no lo sabe, pero su suerte está a punto de cambiar. Después de 5 meses de búsqueda la contratan como limpiadora a media jornada y su marido empieza a encontrar trabajos a tiempo parcial. Se mudan a otro piso tutelado un poco más grande, pero Diatú va a visitar a Carmen con la única intención de devolver de alguna manera lo recibido y aliviar un poco la soledad de la mujer.

Hoy en día Diatú y su marido trabajan, su hijo mayor está escolarizado, los dos pequeños crecen sanos y fuertes. Ella mira dormir a su tercer hijo tranquilo en su carrito mientras acaba su relato. Pienso que la serenidad con la que respira, ignorante al esfuerzo y sufrimiento de su madre, da sentido a la vida de Diatú. Al fin y al cabo sus únicos deseos para el futuro son que no les falte nunca la salud y el trabajo, porque ella ya se encargará de mantener a su familia unida.    

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