Resulta
un tópico relacionar genialidad y locura, creación desbordada,
pulsional, sin cauces que puedan contener la fuerza titánica de la
pasión y de su culto obsesivo. Locura como temerario abordaje de lo
oculto, de aquello que permanece en el interior, en ese terreno
delimitado por lo inefable, supurando en forma de síntomas,
partiendo el lenguaje en un ejercicio constante de subversión a la
vida y a la muerte, a los sentimientos, a las conductas y las normas
establecidas en su normalizada arbitrariedad. Locura como atlas de lo
ignoto, únicamente porque parecería que no alcanza el lenguaje,
porque los significantes se transforman y se elevan hacia universos
improbables, abandonando la mundana literalidad y despojándose de
sus mundanos ropajes en un afán de ser, de trascender, de revelarse
absoluto, porque sólo lo absoluto puede asemejarse con ciertas
formas de sufrir.
En
este campo, el del sufrimiento, todos los seres humanos tenemos
experiencia. El sufrimiento suele ser la asignatura principal en la
universidad de la vida, aquello que nos hace aprender de la peor
forma y madurar, en ocasiones, hasta pudrirnos. Frente a este hecho
se han elaborado las metáforas más peregrinas, al rededor de las
cuales se han establecido las disciplinas psicoterapéuticas.
Durante
la segunda mitad del siglo XX, abandonadas las metáforas
terapeúticas de corriente más psicoanáliticas como la que
presentaba al ser humano (con el hombre como modelo) siendo éste
producto de una dinámica de fuerzas, que luchaban por la expresión
de los impulsos frente a la represión de los mismos, y, superado el
mecanicismo cibernético que comparaba el cerebro humano con la CPU
de un ordenador, una computadora reprogramable, nos encontramos con
el apogeo de una corriente constructivista, donde la realidad es
modificada constantemente por el observador y su forma de mirar. Una
mirada sobre el sufrimiento que pone el foco en el individuo y en la
construcción de su soledad, en las diversas formas de sobrellevar la
soledad y el duelo ante las perdidas que conlleva estar vivo y
proyectarnos en nuestros deseos.
Obviando
el hecho indiscutible de que la injusticia y la desigualdad
social-por desgracia cada vez más generalizadas- influyen y en
demasiadas ocasiones determinan el desarrollo de los seres humanos,
lastrando sus posibilidades de cambio y de evolución según unos
cánones de bienestar económico, sanitario y educativo, es en este
territorio donde los hombres y las mujeres construyen su soledad
donde el lenguaje y su uso literario ejercen de puentes que exorcizan
el aislamiento y fijan aquello que nos atora y sacude fuera del campo
de lo inefable.
Es
por esto que se empezaron a establecer talleres de creación
literaria terapéutica, donde se invitaba a los usuarios de los
mismos a estructurar narrativas al rededor de su sufrimiento y las
causas del mismo. Talleres surcados por una ideología de la
enfermedad, que miraban el sufrimiento mental como aquello que había
que curar, y que como por arte de magia el acto literario fuera a
ayudar a extirpar la úlcera que provocaba la disfunción y el
trastorno. Quizás como en la relación que tuvieron el editor
Jacques Riviere y el poeta Antolin Artaud, no se trata de curar a la
persona, sino de des-enfermarla, de interpelarla, de ubicarla en el
lugar de lo normal, de abrazarla, de historizarla, de acompañarla,
de cuestionarla, de sufrirla, de generar conjuntamente un espacio que
posibilite el pensarse más allá de una identidad exclusivamente
enferma. No se trata de curar porque hay formas de ser y estar en el
mundo que por mucho que se consideren una enfermedad, no lo son, y si
lo son deben ser incurables, como lo son los espíritus
irreductibles. Se trata por tanto de salvar a esa persona, de darle
nombre y obra, cauce donde contener las mareas de su creatividad. Una
identidad que evite la auto-exculpación que conllevan las categorías
patológicas, que posibilite un ser, más allá del requiebro y la
pirueta, más allá de la fractura, donde reconocerse y ser
reconocido en tanto otro, abandonando la perversa deriva del
anonimato interior.
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