Páginas

lunes, 7 de octubre de 2013

Algunas ideas sobre creación y locura...



Resulta un tópico relacionar genialidad y locura, creación desbordada, pulsional, sin cauces que puedan contener la fuerza titánica de la pasión y de su culto obsesivo. Locura como temerario abordaje de lo oculto, de aquello que permanece en el interior, en ese terreno delimitado por lo inefable, supurando en forma de síntomas, partiendo el lenguaje en un ejercicio constante de subversión a la vida y a la muerte, a los sentimientos, a las conductas y las normas establecidas en su normalizada arbitrariedad. Locura como atlas de lo ignoto, únicamente porque parecería que no alcanza el lenguaje, porque los significantes se transforman y se elevan hacia universos improbables, abandonando la mundana literalidad y despojándose de sus mundanos ropajes en un afán de ser, de trascender, de revelarse absoluto, porque sólo lo absoluto puede asemejarse con ciertas formas de sufrir.

En este campo, el del sufrimiento, todos los seres humanos tenemos experiencia. El sufrimiento suele ser la asignatura principal en la universidad de la vida, aquello que nos hace aprender de la peor forma y madurar, en ocasiones, hasta pudrirnos. Frente a este hecho se han elaborado las metáforas más peregrinas, al rededor de las cuales se han establecido las disciplinas psicoterapéuticas.

Durante la segunda mitad del siglo XX, abandonadas las metáforas terapeúticas de corriente más psicoanáliticas como la que presentaba al ser humano (con el hombre como modelo) siendo éste producto de una dinámica de fuerzas, que luchaban por la expresión de los impulsos frente a la represión de los mismos, y, superado el mecanicismo cibernético que comparaba el cerebro humano con la CPU de un ordenador, una computadora reprogramable, nos encontramos con el apogeo de una corriente constructivista, donde la realidad es modificada constantemente por el observador y su forma de mirar. Una mirada sobre el sufrimiento que pone el foco en el individuo y en la construcción de su soledad, en las diversas formas de sobrellevar la soledad y el duelo ante las perdidas que conlleva estar vivo y proyectarnos en nuestros deseos.

Obviando el hecho indiscutible de que la injusticia y la desigualdad social-por desgracia cada vez más generalizadas- influyen y en demasiadas ocasiones determinan el desarrollo de los seres humanos, lastrando sus posibilidades de cambio y de evolución según unos cánones de bienestar económico, sanitario y educativo, es en este territorio donde los hombres y las mujeres construyen su soledad donde el lenguaje y su uso literario ejercen de puentes que exorcizan el aislamiento y fijan aquello que nos atora y sacude fuera del campo de lo inefable.

Es por esto que se empezaron a establecer talleres de creación literaria terapéutica, donde se invitaba a los usuarios de los mismos a estructurar narrativas al rededor de su sufrimiento y las causas del mismo. Talleres surcados por una ideología de la enfermedad, que miraban el sufrimiento mental como aquello que había que curar, y que como por arte de magia el acto literario fuera a ayudar a extirpar la úlcera que provocaba la disfunción y el trastorno. Quizás como en la relación que tuvieron el editor Jacques Riviere y el poeta Antolin Artaud, no se trata de curar a la persona, sino de des-enfermarla, de interpelarla, de ubicarla en el lugar de lo normal, de abrazarla, de historizarla, de acompañarla, de cuestionarla, de sufrirla, de generar conjuntamente un espacio que posibilite el pensarse más allá de una identidad exclusivamente enferma. No se trata de curar porque hay formas de ser y estar en el mundo que por mucho que se consideren una enfermedad, no lo son, y si lo son deben ser incurables, como lo son los espíritus irreductibles. Se trata por tanto de salvar a esa persona, de darle nombre y obra, cauce donde contener las mareas de su creatividad. Una identidad que evite la auto-exculpación que conllevan las categorías patológicas, que posibilite un ser, más allá del requiebro y la pirueta, más allá de la fractura, donde reconocerse y ser reconocido en tanto otro, abandonando la perversa deriva del anonimato interior.

No hay comentarios: