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martes, 19 de febrero de 2013

Sobre suicidios y crisis.

Ayer, a raíz de compartir en mi facebook un artículo de El periodico firmado por Risto Mejide, inicié un debate con mi amigo Tomás de la Asociación Hierbabuena. Que sí, que sí, que está muy bien que se escriba sobre esto, me decía él, pero parece que sólo se hable porque las víctimas no tienen nada que ver con esto de la salud mental. Y tenía razón. 

Los datos son los que siguen: al menos en Catalunya se han doblado las víctimas de suicidios desde el año 2008, de éstos un 90 % se considera que tenían algún tipo de trastorno mental, y (manda huevos) según el Instituto de medicina legal de Catalunya no se considera que haya ningún rasgo causal directo con el marco de crisis económica actual. 

Los médicos, como siempre, a lo suyo. Según otras disciplinas académicas como pueden ser la Antropología médica, la sociología o incluso la psicología, estos aumento alarmante si que puede tener algo que ver de forma directísima con la crisis, la pobreza, la desnutrición, el desamparo, la soledad y la desesperación que se desprende de los desahucios, el paro, el no llegar ni a mitad de mes (llegar al fin parece una utopía), la falta de persperctivas, etc. 

Los periodistas, que hasta hace no tanto tiempo, obviaban todo esto del suicidio por evitar aquello llamado efecto llamada, como si el suicidio fuera contagioso, y en cambio no lo fueran otras lacras como la violencia de género de la cual hemos tenido información detalladísima durante la última década, parecen haberse puesto las pilas y empezar a hablar de este fenómeno tabú. El porqué esta claro, creo, ya que es una forma de visibilizar y concienciar sobre una realidad social cada vez más dura e injusta. En este país la injusticia está vestida con trajes pagados por la trama gurtel y perfumada barrocamente de impunidad por un lado y, por el otro, de una masa social cada vez más grande que no tiene con qué alimentar a su familia, ni donde pasar la noche. 







 Mientras tanto las víctimas son siempre las mismas. Como decía Mario Benedetti:

Todo sigue en su sitio
 lo de arriba allá arriba
 lo de abajo aquí abajo
ay qué monotonía. 

Volviendo al tema de los suicidios un día José Valdecasas o Amaia Vispe (que como no firman uno ya no sabé quien es quien) dijo más o menos que: no elegimos el día en que nacemos, por tanto no estaría mal poder elegir el día en que morimos. Desgraciadamente, para la medicina, suicidarse es cosa de neurotransmisores, seguramente de esa traviesa serotonina, y el hecho de que de la noche a la mañana te quedes sin  trabajo, sin casa (porque se la ha quedado el banco) y que aún le debas al banco la deuda de la misma, por lo que sigues hipotecado, por no decir condenado, tenga algo que ver. Porque hay que decir que de todos los mecanismos de exclusión que existen en esta sociedad, la pobreza quizás sea el más hiriente, el más naturalizado y el más extendido.

Hablo de nuestros vecinos, aquellos a los que en ocasiones esquivamos a la hora de subir en el ascensor o que rehuimos mirar en la calle, como si estuviesen gravemente enfermos y sólo con cruzar nuestra mirada con la suya nos pudieran contagiar su pobreza. Porque en este mundo nuestro el peor paciente o al menos el más grave es nuestra sociedad. Una sociedad que adolece de prepotencia, de falta de empatía, de soberbios prejuicios, de un individualismo exacerbado que nos prometieron como la mayor de las libertades y que ha acabado encerrándonos en nuestros pisos con doble aislamiento, inoculado de forma parasitaria el germen de la indiferencia, enganchados a la desinformación que nos transmiten desde la mayoría de medios de masas y destruyendo -de esta manera tan sutil- muchos de los vínculos sociales que nos ayudaban a las comunidades a sostenernos en situaciones de angustia, soledad y sufrimiento.  Hablo de una humanidad deshumanizada, erosionada por los problemas del día a día, en los que sobrevivir se ha convertido en un objetivo desesperadamente habitual para demasiadas personas.  

En el sustento de todo este tinglado los periodistas tienen una gran responsabilidad. Y hablar del suicidio, aunque lo hagan tarde, es una forma de intentar abrir los ojos a justos e injustos sobre todo esto. Obviamente, y ya para acabar, por si no ha quedado clara mi postura. No creo que suicidarse o intentarlo sea siempre o casi siempre síntoma de estar loco. Ni siquiera teniendo más diagnósticos en la mochila que el mismo DSM, aceptaría esa circunstancia. Porque asumirla, tal y como la presenta la medicina o la psiquiatría sería deshistorizar al sujeto en cuestión, reducir su vida al juicio de una decisión (acertada o equivocada, porque seguro que razonada si que lo es), patologizar en definitiva la vida y la muerte, sin pensar que pueden haber rasgos causales directos con unas circunstacias que obviamente la medicina desconoce, porque a la mayoría de médicos no les importa un pimiento el qué, el cómo, el cuándo, el dónde y el por qué.     



1 comentario:

Paula dijo...

Muy bien Raúl, y yo añadiría algo a lo de los neurotransmisores, para que no nos acusen de negar la realidad de los mismos: que existan neurotransmisores no implica que actúen por libre, sin retroalimentación ninguna con los impactos del exterior, es decir, sociales.

En estado de alarma, de enamoramiento, de tristeza profunda, de euforia (todo ello provocado por "cosas" que nos pasan en la vida), los neurotransmisores, la química, la digestión, las hormonas, etc, todo es susceptible de alterarse por los efectos del ambiente. Así que la próxima vez que nos hablen de la influencia de la biología, que no se olviden hablarnos de la biología inluenciable. De lo contrario, estarán contando sólamente una tendenciosa versión de los hechos, la que permite negar toda responsabilidad social a cualquier conducta humana, sea individual o colectiva.

Un abrazo grande, y hasta muy prontito.