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martes, 5 de abril de 2011

EL ÚLTIMO CIGARRO.


¿Cómo definir a una mujer? Esta pregunta no me dejaba en paz. Ese día volvía más temprano a mi casa, pero ni la alegría liliácea del final de la tarde, ni la oportunidad de descansar una hora más, como tampoco el Bolero de Ravel que escuchaba sola, en medio de una multitud de gente, que parecían marcar el compás con sus pasos, me aliviaban.
En medio de una discusión sobre violencia de género con un colega de trabajo, que con arrogancia planteaba toda una suerte de tonterías sobre el papel femenino en la sociedad, que no vale la pena repetir aquí, yo, es decir Ana, exaltada, le desafié con la siguiente frase::
- ¿Qué sabes tu de las mujeres, Pablo? Quizás piensas que son ese par de pobres insatisfechas con quien te acostaste en tu vida... que tristes representantes arrumaste..., o tal vez tu madre, que todavía te prepara el desayuno como se lo preparaba a tu padre hace cincuenta años... eres un ser patético. ¡Tú no tienes ni idea de lo que puede ser una mujer! No sabes cómo definir a una mujer...
- Bueno, entonces, dímelo tú -contestó el sin disfrazar una cínica sonrisa.
La cosa iba mal y solamente no terminó de forma violenta, por cuenta de la intervención del jefe de redacción que, calmando los dos lados, nos envió a cada uno a casa para enfriar la cabeza y escribir por separado un texto sobre el eterno femenino.
Llegué a casa cargada de un odio mortal hacia Pablo y Ravel después de media hora de caminata rabiosa.
Fui a mirar el ordenador y la pregunta zumbando. Mientras preparaba una tila la pregunta continuaba zumbando. Miré un poco la tele, el peor programa que encontré para no tener que pensar, un culebrón venezolano y, parecía que me estuvieran leyendo el pensamiento cuando escuché las frases de los actores:
- José Felipe (lágrimas), ¿como puedes... (más lágrimas) definir así a una mujer?
- No lo sé Marta Cristina... dímelo tu...
Esto ya pasaba de los límites. Estaba a punto de enloquecer. Al punto fui sorprendida por el sonido del timbre. Me levanté del sofá como una fiera para abrir la puerta cuando me di cuenta que era mi vecina de rellano, Elisenda; venía, como de costumbre, a invitarme a una taza de café y un rato de charla. Casi siempre resultaba un monólogo acompañado atentamente por mi.
Aunque a veces dudase de las aventuras que escuchaba de esta señora a sus setenta años bien vividos, no podía negar que tenía cierto talento variable para mantener la atención del oyente.
Hija de buena familia, Elisenda se casó a los veinte años con un pianista famoso, uno de los mejores interpretes de Chopin de su época, pero que, poco tiempo después del matrimonio, murió en un accidente en la carretera camino de un concierto en Viena. Él, como solía explicar Elisenda, tenía pánico al avión. Lo primero que hizo después de donar sus prendas de ropa negra, que llevó no más que algunos meses, lo que causó un verdadero escándalo en la familia, fue comprar un billete de vuelo directo a Australia. Quería volar sola hasta lo desconocido. Y así fue. Nunca tuvo hijos, por lo que yo sabía. Tuvo unos cuantos novios que dejaba sin pena siempre que le entraban ganas de otra viaje.
- Hola, cariño. ¡Si que has llegado temprano! -dijo la señora mientras me abrazaba y besaba. -¿Pero qué te pasa hoy, reina? -cerrando la puerta, tomándome por el brazo y llevándome hasta la cocina.
- Ay, querida, perdona, hoy no tengo ganas de charlar, es que...
- Te engañas, cariño, finalmente estás para charlar.
- No, Elisenda, lo siento, pero...
- No, no, no... ¿Qué pasa, guapa? ¿Piensas que te dejaré sola con esta mala cara que calzas? Tu siempre me escuchas con tanto mimo, ahora es mi turno. No voy a perder la oportunidad de escuchar el relato de lo que te atenaza.
- Ay, Elisenda, es que me ha peleado con un colega en el trabajo y...
- No, no, no... Creo que no me has comprendido. No estamos aquí para lamentaciones. En un momento como este, en el estado lastimoso en que te encuentras, es tu oportunidad para hablar de ti.
- ¿Cómo? - pregunté aturdida.
- Sí, es sencillo, habla de ti. No necesitas comprender ahora. Esto lo comprenderás con el tiempo. Ahora solo tienes que confiar en mis años de experiencia, tomar un trago de este café, si quieres, para que te de un poco de coraje y, cuando la boca esté caliente, empezar a hablar.
Seguí las imperiosas instrucciones de Elisenda. Pero llevaba dos cafés, bajo la mirada paciente y acogedora de mi vecina, y no articulaba palabra.
Entonces Elisenda me sorprendió, me dijo algo que nunca me hubiera imaginado, me preguntó si podía liarse un cigarro de marihuana. Yo me quedé estupefacta. Pero en ese momento le dije: claro cielo, aunque sólo si me dejas darle un par de caladas.
Ella saco la hierba de un bote y se lió el cigarro con una destreza profesional, lo encendió, dio una larga calada y me lo pasó con la coletilla de fúmatelo tú, está poco cargado y es de una hierba especial, no te producirá paranoias.
Yo fumé en silencio, hacía años que no me fumaba un porro, y lo que no me explicaba era de donde habría conseguido la hierba mi vecina. Lo que tengo claro es que en esos instantes de tensión contenida fue como una válvula de salida para toda mi ansiedad.
-Mira Elisenda,- le dije relajadamente y con una media sonrisa que se empezaba a esbozar en mis labios- lo que me preocupa es simple. ¿Qué es una mujer? Y supongo que si no se responder es porque o no soy una mujer o no termino de conocerme a mi misma.
-Tú si que tienes la respuesta, te lo aseguro, eres una joven gran mujer. Tienes trabajo, pareja cuando te apetece, y los hijos… Bueno no son necesarios, sólo antiguamente la mujer estaba destinada a engendrar y cuidar de las labores del hogar, pero eso ha cambiado.
-Mira yo de niña soñaba con casarme con un príncipe, como los de los cuentos, en una gran boda fastuosa y que impresionara a toda la ciudad. Pero mientras iba creciendo me di cuenta que los cuentos de hadas no existían, o que eran metáforas en muchos casos machistas y crueles, que proporcionaban una imagen de la mujer degradada. Hoy en día ser mujer es creer en una misma, hacerte valer por tu inteligencia, sensibilidad y generosidad. Los hombres a diferencia de nosotras son seres más primarios, no sé en que artículo de biología leí que el sexo masculino era una deformación parasitaria del A.D.N.. No sé si será eso verdad. Hoy en día ya no necesitamos a los hombres, y no se puede comparar la capacidad de lucha, de sufrimiento, la entereza de una mujer con la de un hombre. Ellos han gobernado la sociedad por la fuerza. Pero los hombres, y no quiero generalizar, la mayoría de ellos, son seres soberbios, en el peor sentido de la palabra. ¿Con qué es feliz un hombre? Le das fútbol, comida, y sexo cada semana y la mayoría ya se siente realizado. Las mujeres somos más complejas, necesitamos reafirmarnos desde nuestra segunda línea de poder, que nos den cariño, que nos hagan sentir seguras. Necesitamos que nos den confianza como para poder compartir nuestro amor. Los hombres se enamoran igual que las mujeres, pero nosotras tenemos más tendencia a demostrarlo, a entregarnos.
-Todo eso está muy bien. – Me dijo Elisenda, que me había escuchado con una sonrisa.- Pero si te das cuenta somos nosotras quienes elegimos nuestras parejas, por mi experiencia te digo que no es necesario nada más que: mirarse al espejo, sentirte guapa por dentro y por fuera, echarle ovarios a la vida, y seguir el rumbo que te dicte el corazón. Nosotras somos más inteligentes que los hombres, no sé el porqué, a parte del ya trillado sexto sentido femenino. No necesitamos gran cosa para sentirnos a gusto siempre que estemos en el lugar que queremos y actuando legítimamente. Por eso se quemaban a tantas brujas, porque eran mujeres que pensaban por sí mismas, porque eran precursoras, pioneras, mártires por la libertad que disfrutamos en este siglo. Mira un hombre lo mas bello que ve en su vida es el cuerpo desnudo de una mujer, una mujer, en cambio, lo mas sublime que ven sus ojos es la sonrisa de su primer hijo.
-Pero tú nunca tuviste hijos o no me has hablado de ello.
Elisenda suspiró, se quedó con la mirada fija en el infinito y sus ojos se irritaron como si estuviera conteniendo una lágrima, que finalmente brotó junto a su relato.
-Mira Ana, cariño, sí que alumbré una vez a una preciosa niña. Estaba en la India, junto a Nashid, un hombre del que me enamoré. Me dejó embarazada y pude sentir esa sensación única de ser madre de un ser maravilloso, como son todos los niños cuando nacen. El problema fue que el riesgo de mortalidad en la India era altísimo, y a los seis meses mi pequeña Esmeralda falleció del tifus. Yo no me quedé para llorarla, mientras su cuerpo se quemaba en las piras de Bangladesh, yo volvía a Europa jurándome que nunca más tendría una criatura.
-Joder, lo siento.- dije abrazándola con emoción.- Siento haberte traído ese episodio a la memoria.
-No pasa nada cariño, algún día te lo tenía que explicar, ¿no?
-Tienes razón, no pienso tirar la toalla, las mujeres somos como una buena novela o una sinfonía, que si te fijas ambas son palabras femeninas. Hoy en día, podemos elegir nuestro camino, si la salud no nos falta; ya se acabó la tiranía del cristianismo, la era machista que nos envolvía. Ni te imaginas lo que me has llegado a ayudar. Aun queda mucho por hacer, abrir los ojos a mi compañero de redacción, abrir los ojos a esa minoría que no le da la importancia que tiene al ser mujer. Si quieres quédate pero pienso escribir mi artículo ahora mismo.
-Claro que me quedo, nunca te he visto trabajar y te admiro, sabes que no me pierdo ningún de tus artículos.
Yo me senté frente al ordenador, abrí el procesador de textos y comencé:


Dedicado a Elisenda:

Ella ya no está en segundo plano, ha dejado de ser la caperucita de los cuentos, salvada por un leñador sin licencia. De ser la cenicienta maltratada que tiene que huir antes de las doce para que no se descubra su identidad. Ella esta agotada de no ser ella misma, bajo el yugo masculino que la maniata y la infravalora, que la encierra en una campana de cristal para que nadie la toque, teniendo el hombre únicamente la llave de su libertad.
Ella, por fin da un portazo al pasado, vuela hacia las estrellas en sueños donde nadie la coarta y pisa, al aterrizar, con pies seguros, caminando sobre la tormenta, como un verdadero avatar.
La mujer, hoy en día, tiene la libertad de ser quien quiera ser, de trabajar, de tener hijos, de viajar, de quedarse después de un divorcio con el piso. Nadie puede impedirle que viva desde su sensibilidad acogedora, y que en ella, en esa casita de papel con deseos escritos en las paredes, haga realidad su voluntad como ser único, individual y capaz.
La belleza de la mujer está en su interior, en la capacidad de limpiar su interior de telarañas y adhesiones, que pueden, si no se sanean, atorar el torrente de emociones que fluyen en la vida.
La mujer es un ser divino para el hombre, y por tanto desconocido y temido. Por eso un hombre no suele vivir sin una mujer a su lado. Pero , desgraciadamente, cuando ya la ha conseguido, cual lobo feroz, puede devorar su ánimo, desarmarla, invalidarla, hasta extremos que, cuando ella se da cuenta de la situación lamentable en que se han convertido sus sueños de niña, quiere huir, y él actúa de la peor manera, llegando incluso a matar, porque en la mente de muchos hombres enajenados de alcohol y rutina, es mejor ser verdugo que víctima.
Muchas mujeres han aprendido a estar solas para saber estar en compañía, son afectivas, atentas, sensitivas, predispuestas a la premonición, al cariño, al apoyo sin excusas, pero no pueden venderse baratas, tienen que hacerse valer por sus capacidades reales.
Con todo esto no quiero decir que la mujer sea perfecta, puede en su afán individualista dejar perder a hombres que realmente valgan la pena, que no son lobos, ni diablos, ni inquisidores, sino mujeres con pene. De estos hombres se puede esperar comprensión, apoyo y cariño recíproco. Son hombres que adoran a la mujer y que de ese modo la imitan y se convierten en adorables.
No necesitamos ayuda si no la pedimos, y si a veces no la pedimos no es porque no la necesitemos sino porque sabemos que la respuesta está en nosotras mismas, volando en el viento que sopla en el jardín de nuestro corazón.
Una mujer puede perder el sentido por amor, porque se entrega y teme a la soledad, pero éstas no es que sean débiles, es que sus sentimientos son más intensos que una hoguera y ocurre a veces que en las llamas de la pira quieren dejar atrás razón y vida.
En definitiva que una mujer puede hacer todo lo que hace un hombre, de forma diferente; lo mas seguro que utilizando su inteligencia, pero hay cosas que no puede hacer un hombre y si una mujer. Por supuesto hablo de engendrar en su seno una criatura. De esa relación entre madre e hijo nace una complicidad, llena de ternura, de mutuo conocimiento. Y esta precisamente es la relación especial que une a una mujer con lo que la rodea y hace que llore de emoción, ría de ansiedad y defienda a los suyos de cualquier mal.
Hoy en día la violencia de género es una lacra, herencia nefasta de la anulación de los derechos de la mujer durante el pasado; la diferencia es que en la teórica democracia en que vivimos, en la red de comunicaciones que nos une a todo el mundo, cuando el ser humano debería sentirse mas libre y más sabio, es también cuando se siente mas solo, desesperado y se agarra al clavo ardiente del sacrificio, por un amor carente de sentido., Porque el verdadero amor no es el que dura para siempre, ni el que vale un diamante. El verdadero amor es, precisamente, esa mirada de respeto, esa sensibilidad natural que te hace conseguir que la pareja sea mejor persona; si el tiempo separa el camino de los enamorados, no hay que mirar atrás con rencor, sino seguir tu camino hacia la verdadera sabiduría, que es el premio por emprender el viaje hacia lo desconocido, la tarea siempre incompleta de conocerse a una misma, sin cerrar nunca las puertas de la curiosidad.

-Bueno terminé – exclamé, estirando los brazos y haciendo crujir mis nudillos. Elisenda no me contestaba, pensé que se había dormido así que accioné el corrector. Al acabar, guardé el archivo y fui a cubrirla con una manta. Fue entonces cuando me percaté de que no estaba dormida. Respiraba débilmente. Lo más rápido que pude, como elevada por un soporte agarré el teléfono y llamé a una ambulancia.
Cuando llegó me dijeron que la cosa no pintaba bien. Una semana, con suerte dos, poco más.
Resultó que tenía un tumor pancreático con metástasis y, que por su avanzada edad no era posible darle quimioterapia. De ahí que tuviera marihuana terapéutica. La llevaron a terminales.
Al día siguiente, después de entregar mi artículo y convencer al jefe de redacción, para envidia de mi añejo compañero, fui a visitarla. No podía abrir los ojos a causa de la morfina, pero reconoció mi voz.
-Ánimo Elisenda saldrás de ésta.- Le dije sin demasiada convicción.
-Hija mía... Ana… -Empezó a decir con voz queda pero no terminó la frase.
Fui a decir algo pero ya no me escuchaba, se había parado su corazón, ese músculo caprichoso que bombeó, seguramente, un último deseo; como ese pitillo del reo al que la vida está a punto de fusilar.


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