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miércoles, 29 de diciembre de 2010

ESPERANDO A GODARD.

La mañana del 31 de diciembre del 2012 Vicente Díaz Catalán recibió un correo electrónico que llevaba años esperando. Éste parecía remitírlo la directora de la revista Cahiers du cinema y consistía en una invitación al re-estreno de la película de Jean-Luc Godard: Pierrot, el loco. Breve y conciso decía así:

Cher Vincent:

Nous sommes heureux de vous inviter à re-création de Jean-Luc Godard Pierrot le fou ce soir dans la bibliothèque de Paris. En attente de votre assistance a pris fin, avec soin:

Laetitia Masson

Cuando Vicente, con la inestimable ayuda del traductor de Google, entendió que significaba el mensaje, casi se desmaya encima del teclado. Durante años había soñado con algo así. La ilusión era tan grande que no pensó en como había llegado dicho correo hasta su cuenta, cuando por no haber, ni siquiera había comprado nunca dicha revista, ni hablaba más francés que el típico “güí se muá” que había aprendido de un anuncio de perfume que repetían cada navidad.

Vicente se había formado como actor, director, guionista, productor, escenógrafo y hasta se sacó un máster para trepas-lameculos por correo. La realidad era que nunca había ejercido más allá de las prácticas de las distintas escuelas, pero al tipo conocimiento teórico no le faltaba. En arranques de extrema agudeza era capaz de diferenciar una escena de Dreyer de una de Ed Wood. Mientras tanto servía palomitas a los clientes del cine Callao.

Después de dos años enviando currículos a distintas productoras de cine y televisión de España y el extranjero y no recibir más respuesta que los acuses de recibo, su fe en sí mismo no había disminuido. Los grandes artistas, se consolaba, debían esperar su gran oportunidad. Lo que se traducía en que para poder montar algún día en limusina, prefería no subirse al metro para no mezclarse con la plebe. Mientras tanto, un tono de constante apatía le acompañaba a todos lados, cual fiel escudero, protegiéndolo de los ataques insensibles de un entorno cada vez más cansado de sus aires de grandeza.

Quizás su peor defecto residía en esa actitud de perezosa egolatría que le impedía comprometerse en algunos proyectos menores, como participar en los cortos de algunos compañeros, que a diferencia de él, preferían ir tirando e ir haciendo para adquirir experiencia de campo. Vicente siempre se negaba, se justificaba por estar muy quemado de todo este mundo, aunque la realidad que ocultaba eran sus sueños de trabajar con los grandes. Así fue perdiendo oportunidades de colaborar en trabajos bastante resultones y que, incluso en los menos elaborados, eran mejores que quedarse en casa visitando páginas pornográficas de internet.

Imaginaos el shock brutal que supuso encontrarse con aquel breve mensaje. Aquella era ni más ni menos la oportunidad que esperaba, el pasaporte de su entrada hacia el estrellato, el argumento definitivo de que lo suyo no eran delirios de grandeza, sino verdadero talento, oculto y virgen, como una isla anónima perdida en el Pacífico, esperando a que fueran descubiertos todos los tesoros naturales que poseía. Igual que si lo hubiera poseído el espíritu de Belén Esteban después de la enésima operación de estética, se dispuso a comunicar la buena nueva a todos aquellos que le habían criticado por ganso, petardo e inconsciente. Les reenvió a todos y cada uno de sus ex-compañeros de escuela el mensaje-invitación anunciando en el asunto que iba a conocer a Godard. Después llamó a todas sus ex-novias a las que les soltó la noticia, en un tono más impostado que el de Jaime de Peñafiel tras varias copas de Soberano, para que se hicieran a la idea de lo que se estaban perdiendo. Sólo Maika, una preciosa colombiana con la que había compartido su pasión desmedida por el cine porno, le escuchó hasta el final. Cuando éste acabó de pavonearse, para que veas la mismísima Laetitia Masson, Maika fue implacable, mira creo que hace tanto que no echas un buen polvo que “se te está acumulando lechita en la cabeza, mi amol”. Él se ofendió de tal manera que rechazó la invitación de ella a descargarle de toda aquella presión craneal.

Tras cumplir con las obligaciones de su ego herido entró en todas y cada una de las páginas donde ofrecían vuelos a París. Pensaba comprar el primero que saliera. Pero al parecer el aeropuerto Charles de Gaulle estaba cerrado a causa de los fuertes temporales de nieve que estaban sacudiendo media Europa. Cuando estaba a punto de derrumbarse toda su plan vio un anuncio de última hora en el que abrían el aeropuerto de Orly. El billete en turista costaba la friolera de 650 euros, que era poco menos que su sueldo mensual como palomitero en el cine, y justo la cantidad que tenía reservada para pagar el alquiler y comprarle un bote de colonia a su madre y una corbata a su padre para el día de reyes. La cosa, por así decirlo, estaba más difícil que ganarle un pulso a Iñaki Perunena.

Vicente estaba hecho un lío. Deseaba asistir a aquel evento, pero como hacerlo. No se atrevía a llamar a sus padres y pedirles dinero, era demasiado y no estaba la economía familiar como para grandes dispendios, así que su sueño, su pasaporte al estrellato desaparecía como arena entre los dedos. Si al menos, en un arranque de estupidez, no hubiera mandado a la preciosa Maika a cazar anapurnis... Tendría alguien con quien consolarse aquella noche.

Lo que Maika no le había dicho, al menos de forma textual, es que todo aquel embrollo olía a chamusquina. Laetitia Masson era una actriz porno, sí, francesa, pero nada más. Ni mucho menos era la directora de la revista Cahiers du cinema. Aquello no dejaba de ser una broma de mal gusto de alguien cercano a Vicente. De todas formas pensó si no se ha dado cuenta por él mismo, que se joda, por malcogido.

En un plis plas las horas habían pasado sin que Vicente se diera cuenta. Hacía media hora que comenzaba turno en el cine y él todavía estaba en su casa esperando a Godard. Para su desgracia tuvo que tomar el metro y viajar con toda aquella gente, que a él le pareció que desconocían la existencia del desodorante. Con todo llegó una hora tarde y el dueño estaba furioso. Vicente eres un irresponsable de cojones, ¡siempre soñando!, ¿qué haces ahí como un pasmarote? Ponte el delantal de una puñetera vez.

Mientras llenaba el palomitero de granos de maíz su compañera de turno, una muchacha que estaba a punto de acabar de rodar su primer cortometraje, se le acercó y le dijo:

-Vicente, ¿quieres venir esta noche a la filmoteca? Me han dicho que dan un ciclo de Godard.
-¿Godard? No sé, ¿cuál ponen?
-Se llama Pierrot, el loco.
-¿Pierrot, el loco? No, no la he visto.
-Bueno, si quieres ya sabes... Me avisas, ¿vale, guapo?
-Vale.

El plop-plop de las palomitas interrumpió la conversación. Vicente seguía sin sospechar nada de la broma, prefería creer que la invitación era real, que él tenía talento para algo más que servir refrescos y palomitas tamaño jumbo. Al final, pensó, este año iba acabar igual que otros, quizás su destino se reducía a esperar a Godard, por negarse a esperar la muerte.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Quiero mas!!!
ALMU.

Raúl Velasco Nikosia dijo...

Que te has quedado tu tambien esperando a Godard? jejejeje es broma.