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viernes, 8 de octubre de 2010

LEVÁNTESE QUIEN PUEDA 2.

Un entristecido Carlos salió del despacho con una idea en la mente: se podía hablar realmente de paz cuando había tantas guerras en el mundo... ya no hablaba de la de Irak o la de Afganistán, sino de otras pequeñas guerras como las que tuvo doña Julia, la vecina del quinto, con Úrsulina Panymedio (la del sexto) para que ésta última dejara de escuchar Reggaeton, cuando la primera estaba intentando rezar el rosario de las siete. Son pequeñas reyertas en las que la sangre no llegaba al río porque hacía tiempo ya que lo habían desecado. Por poner un ejemplo, la respetadísima doña Julia confesó en una ocasión a Carlos que en medio de las letanías se sorprendió rezando Virgen prundentísima... Dame más gasolina. Aquello en palabras de la propia Julia significó la gota que colmó el vaso, como un Pearl Harbor casero que esperaba -todo hay que decirlo- ansiosa de revancha. Así que dispuso lo necesario para luchar con las mismas armas que su vecina de arriba. Compró un equipo de Alta Fidelidad y toda la colección de grandes éxitos gregorianos de su monasterio favorito, los alemanes: Cluster beatificorum. A partir de ese momento el presidente de la comunidad anunció La guerra total.


Fue una guerra cruel que lleno de ruido las 24 horas del día, Una guerra fraticida, en la que muchas familias del bloque de edificios se vieron separadas por algo que normalmente une a las gentes como es la música. Los más jóvenes culpaban a doña Julia de todo lo que estaba ocurriendo, porque habían crecido con el reggeaton y les encantaba perrear; los adultos que no soportaban el reggaeton, pero que conociendo como conocían a doña Julia desde hacía más de 30 años sabían perfectamente que de haber nacido unos siglos antes hubiera sido musa del mismísimo Torquemada, callaban por miedo a posibles represalias; los más mayores simplemente desconectaban los sonotones y observaban como aquello les recordaba a tiempos pretéritos, tiempos de cruentas batallas y ejércitos abanderando el odio y la barbarie, pero tampoco lo comentaban porque ciertamente no les hacía caso ni dios.


Pasadas unas ruidosas semanas el presidente de la comunidad suplicó a Carlos que hiciera de intermediario entre aquellas dos fieras. Carlos intentó negarse, pero cuando le ofrecieron la suspensión del pago de los gastos de la comunidad, incluidas posibles derramas, durante todo un año, aceptó porque le obligaba el juramento hipocrático.


Llamó a la puerta de doña Julia de donde unos salmos aullaban descontrolados. Insistió y volvió a llamar, y así durante media hora. Al final llamó a los bomberos. Cuando estos llegaron al domicilio y abrieron la puerta a hachazos el requiem alejandrino se hizo ensordecedor. Encontraron una casa sucia, desvencijada, repleta de velas semi-apagadas y de estampas de devocionario. Desconectaron el equipo de Alta Fidelidad y en la última habitación encontraron el cuerpo de doña Julia estirado sobre un charco de sangre seca que había salido de sus tímpanos.


-¿Cuál es su diagnóstico doctor? - Le preguntó un bombero a Carlos. Éste se quedó pensando unos momentos hasta que sentenció.

-Brote psicótico paranoico por personalidad Cluster B.

-¿Cómo dice? -Le preguntó el bombero.

-Que llames al forense ¡coño!, que yo soy psiquiatra.

-A mandar.- Concluyó el bombero. Cuando llegó la policía y el forense Carlos pudo marcharse por fin. Su intención dormir ocho horas seguidas, a ser posible sin soñar, pero eso era mucho pedir.

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