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sábado, 30 de octubre de 2010

HUMANOS, SALUD, DERECHOS.

Gandia, Septiembre 2010. En el fulgor de la era del rigor científico, la gestión técnica y pensamiento pragmático. En un estado social y democrático de derecho europeo. Aceptamos, con positivo interés y entusiasmo inquebrantable, la invitación a estas jornadas para hablar de derechos humanos y salud mental. Aparentemente son temas sin relación alguna, pertenecen a ámbitos de discusión distintos. Se dice que el indicador del grado de libertad y democracia de una sociedad se mide por el trato a las minorías y su capacidad para que no queden marginadas en el ejercicio y disfrute de sus derechos y libertades. Este es el nexo, discriminación.

Existe un grupo humano al que se le priva de sus derechos más básicos, una convención social en base a prejuicios, miedos e ignorancia no les reconoce su dignidad como personas, incluso hay una amplia aceptación y justificación del abuso para someterlos sin su consentimiento. Diríase que la actitud social reinante es que son subhumanos: más inútiles. sucios, peligrosos, fríos, insinceros, imprevisibles, y débiles que el resto de las personas. Incomodan, se les rechaza y evita en el trato. Sin relaciones personales afectivas, ni de apoyo, incompetencia laboral, sin ingresos, sin acceso a vivienda, a la cultura...pierden toda oportunidad importante en la vida, pues no son dignos de vivirla, por ser como son, como somos, unos enfermos mentales Es la parte oscura de lo social condenarlos, por mecanismos perversos, a la exclusión, que los aísla socialmente aumentando la desventaja socioeconómica, agravando así sus problemas hasta la pobreza, considerado éste un determinante de los trastornos mentales y viceversa. Una sanción social cruel y abusiva, si es por cuestión de salud. Y ¿quién garantiza los derechos civiles de estos enfermos ante la discriminación manifiesta que les impide una vida digna y los recursos para vivirla? Legislativamente sólo loables recomendaciones decorativas de organismos internacionales, sin valor normativo, sólo buenas intenciones aún no reguladas legalmente para reconocer y así exigir, con instrumentos y procedimientos jurídicos. Los derechos conculcados. Judicialmente sólo se trata la incapacitación y el ingreso involuntario, refrendando la actitud social. Parece bastante lógico puesto que un individuo con la mente enferma da pavor. Pero estos sobrecogedores dementes peligrosos, de mentes criminales, son loados y elevados a ocupar despachos, consejos de administración y de estado, por su idoneidad para tomar dolorosas decisiones para las vidas ajenas, que ejecutarán unos psicópatas con igual empatía con el sufrimiento ajeno. Pero yerran el tiro. Los enfermos mentales, que reciben el trato como tales, son en su mayoría víctimas. Personas que sufren los problemas de una vida en medios familiares o sociales abusivos. Cuando no puede aguantar una vida inaguantable, sin cohesión interna, el ser en precario solo ante el mundo, sufre la desintegración del ego, el pánico y la locura. Loco, la gran palabra políticamente incorrecta, el diferente, el inadaptado, el disidente a un determinado orden, a la norma, el anormal. Su lugar: el manicomio, la otra gran palabra incorrecta. En un cosmético intento de proteger al socialmente alienado, se introdujo el termino políticamente correcto del enfermo mental, patologizando así el malestar subjetivo, y justificando toda anormalidad como ajena a los problemas familiares, sociales, económicos o existenciales. Se introdujo el principio humanitario de la no responsabilidad que, lejos de proteger, trae nuevas penalidades: menoscaba la autoestima, desacredita lo hecho o dicho, pues son divagaciones de un demente, la negación práctica de sus libertades cívicas, no tener un juicio justo por la eximente legal, la reclusión involuntaria,...

No comparto el entusiasmo de quienes creen que las connotaciones negativas, el famoso estigma, del concepto enfermo mental, desaparecerán con costosísimas campañas publicitarias y mejorando la educación, menos aún equiparándola a otras enfermedades como sida o diabetes. La negatividad devaluadora, inherente al término mismo, deriva de la convicción general de que tales sujetos no son responsables. Más que definir la patología que sufre una persona, resume una categoría de persona., la calificación más desacreditadora que puede imponérsele a una persona en la actualidad. Un término estigmatizante que cumple su verdadero objetivo, es infamante.

La inclusión de la locura en el campo de la medicina conllevó paradójicamente su alejamiento de ésta, y su conversión en una prestación de carácter especial, marcada por sus aspectos represivos y de defensa social. Compete al estado cuidar de los enfermos mentales, pues es la única enfermedad cuyo tratamiento es obligatorio, un deber político, pues son una carga para la comunidad, o representan un peligro público.

La normalidad organizada otorga al psiquiatra el poder para decidir lo que no es normal, etiquetarlo y castigarlo. Como el enfermo no está en condiciones de darse cuenta de que tiene un problema, el experto científico oficial del estado lo tratará con esmero, para beneficiar al paciente contra su voluntad. A la sociedad le viene muy bien el uso de la psiquiatría para desacreditar a ciertas personas.

Mientras sea posible llamar enfermo a todo aquel que no esté de acuerdo, siempre se podrá hacer caso omiso de lo que diga, no tendrá importancia, ya que la etiqueta que lleva tranquiliza al probar quién está en lo cierto. Evidentemente quien piensa de otra manera tiene algo en el cerebro que le impide razonar normalmente.

Una espada de doble filo que puede esgrimirse en nombre de cualquier filosofía política, pone en duda su cientificismo, pues en su nombre se cometen los abusos más atroces. La complicidad de la psiquiatría con la autoridad es un metodo de represión política, aún más eficaz que la tortura o la cárcel, ya que, además de poner a los disidentes fuera de circulación, desacredita todo lo que hayan dicho y hecho. Ya que el psiquiatra impunemente tiene el poder para: encarcelar a ciudadanos, sin un juicio justo, que pueden ,o no, haber cometido actos delictivos; el empleo de la retención y el aislamiento, causa de trauma emocional grave, humillación, daño físico, e incluso la muerte; tratamiento obligatorio con métodos de contención radicalmente represivos, deshumanizantes, con resultados clínicos insatisfactorios y efectos secundarios importantes induciendo al daño neurológico, con pérdida de la memoria, la psicomotricidad, o la imaginación. Con el poder del ingreso forzoso en un hospital psiquiátrico, poco hospitalario más parece cárcel: con el ingreso registro y fiscalización de pertenencias y enseres personales, cacheo, etc., a cambio de un pijama, pérdida de identidad; enfermeros, que parecen carceleros, reciben con la advertencia de cumplir unas normas bajo amenazas, coacciones, chantajes, cambios sin aviso, ingesta forzosa de drogas sin información, que no curan sólo vegetalizan, electroshock si esto falla, psicocirugía, separados de la sociedad un tiempo, en ambiente cerrado, hipervigilado, de vida monótona, sin acompañantes, las visitas restringidas a la autorización expresa del psiquiatra, al igual que las comunicaciones con el exterior telefónicas o postales son filtradas e intervenidas, ausencia de intimidad, de vida sentimental, de expresión sexual, familiar, control del cuerpo, del pensamiento, económico, del espacio y del tiempo....sin honor, sin capacidad para decidir, sentir,....Llamarlo hospital seria una parodia de la realidad, centro de reclusión para intervención involuntaria, donde atentan contra la soberanía individual. Si es por orden judicial, que se prive de libertad en el lugar adecuado por problemas con la justicia, por salud es incompatible con los principios de una sociedad democrática y libre. El extremo es la consecuencia del principio de irresponsabilidad, la inimputabilidad judicial. Cuando se tiene que resolver judicialmente alguna situación que concierne a un enfermo mental, no se celebra juicio justo con todas sus garantías procesales y derecho a defensa, directamente se le puede encarcelar indefinidamente, al criterio arbitrario del psiquiatra, sin derecho a la presunción de inocencia.

Esta es la gran propuesta terapéutica: el manicomio, fuera de los muros de éste parece no existir tratamiento posible. Para la sociedad, es evidente, si tras una intervención médico-judicial son ingresados, despojados de sus derechos, y apartados de la sociedad, es que entrañan un peligro patológico-criminal, real o potencial, para la especie humana. Y los medios de comunicación fomentan el mito relacionando enfermo mental y criminalidad, que la medicación lo mantiene dócil, y su ausencia se manifiesta irremediablemente con violencia sádica, la versión ibérica del cuchillo jamonero es para dar pánico, sobre todo a la familia sus víctimas preferidas.

Pura falacia, estadísticamente es público que el índice porcentual de delitos con violencia es mucho menor entre la población diagnosticada comparada con la de la mayoría normópata. Es una forma habitual de manipulación por parte del poder que siempre le funciona, ante la injusticia social, las carencias, la insatisfacción, la explotación que sufre la ciudadanía, dirige la ira social contra aquellos que puede despreciar.

De igual forma los medios hacen popularmente creíble que la psiquiatría es científica, garante de la paz social es útil para detectar y desactivar locos asesinos, que tiene muchos psicofármacos eficaces, que se avanza hacia una psicofarmacología más específica, que está demostrado el fundamento genético de la esquizofrenia, etc. Abonan la creencia popular en la Psiquiatría como ciencia médica que trata las enfermedades mentales.

El complejo mundo de la psiquiatría es el heredero directo de las casas de confinamiento para marginados, donde bajo tortura se cultivaba la disciplina y el amor al trabajo, de locos y anormales, que sin empleo vivían de la mendicidad en la ociosidad, fuentes de todos los desordenes (disorders, ¿os suena?) indeseables en las ciudades burguesas europeas. Los ideales humanistas de la revolución francesa llevó a cambiar a los controladores sociales, los sádicos, por médicos para encubrir mejor la tortura, ahora tratamiento, en los asilos, ahora hospitales para marginados, ahora pacientes. Por éllo debían tratar enfermedades, y no pecados o defectos ético-morales. La enfermedad mental sólo es una metáfora de la insensatez. La psiquiatría, como nueva profesión, se fundó sobre la suposición del origen orgánico de las perturbaciones mentales. Admitido sin pruebas, este postulado se elevó a axioma, hasta el dogma, que evitó que se introdujera la subjetividad en su estudio Busca el origen del malestar emocional en lo objetivo, en lo somático, es el absurdo cognitivo de reducir una persona a su cuerpo. Para el biorreduccionismo, la familia, la historia, el abuso, la guerra, el maltrato, los derechos humanos y el trauma psicológico, pasan a un segundo plano, y lo único que le interesa al hombre de ciencia es descubrir el gen anómalo, el neurotransmisor equívoco, el equilibrio bioquímico. Si la ansiedad, el pánico, la depresión, las adicciones, las fobias, las manías, las obsesiones, las compulsiones,...son resultado de una biología anormal, el contenido humano y existencial de estas experiencias se vuelve irrelevante. Tu biología es tu destino.

Presentan esta doctrina con toda su sofisticación científica, como un asunto aparentemente complicado, con todo su armamento de genética, neurología y taxonomía nosológica, inversiones millonarias en los últimos 50 años, y la misma psiquiatría reconoce que en la actualidad las investigaciones aún tienen que identificar causas biológicas específicas para cualquiera de estos trastornos, son entidades biomédicas de etiología desconocida. Por ello se clasifican en base a síntomas al no existir pruebas de laboratorio, ni signos biológicos. Es lo que pasa cuando se quiere literalizar una metáfora..

Es un hecho, no reconocido, que los psiquiatras son los únicos médicos que tratan trastornos que, por definición, ni tienen causas ni curas conocidas. Las enfermedades mentales, objeto de estudio, ¿existen?, ¿qué es la mente?, ¿dónde está? ¿¡Cómo puede enfermar!? Al no ser la mente un órgano anatómico sólo puede enfermar en sentido figurado. Todavía es un concepto sin coherencia, carece de unidad cognitiva y profesional al respecto, científicamente imprecisa, con diversas clasificaciones de trastornos y diversas psiquiatrías, modelos, terapias,...la misma psiquiatría parece desorientada. Todavía es una construcción sociológica, un paradigma artificial arbitrario, basado en suposiciones justificadas por una lógica inadecuada. Aún así, como el loco no tiene conciencia de la enfermedad, involuntariamente, por su propio bien, estos cuerdos tan racionalmente científicos le aplicarán su psicoterapia, su farmacoterapia y su electroterapia, que funcionan más o menos, sin saber muy bien ni cómo ni por qué, en base a un amplio espectro de suposiciones bioquímicas, no confirmadas. La gran farsa de la psiquiatría, parodia la medicina, pero su objetivo no es curar, sino normalizar, insertar, al orden social de referencia, a quien señala como anormal, por su dificultad para adaptarse a los valores políticos, familiares, sociales, morales,..de la conducta mayoritaria aceptable. Patologiza la diferencia, la vida cotidiana, psiquiatriza el malestar. Fuente de poder, prestigio e ingresos, sin pensamiento crítico, menosprecia la dignidad del enfermo entre los muros del manicomio y el estigma social, con criterios psicopatológicos construidos hace 200 años, que desprecia la reflexión, con una praxis indiscutible por su autoridad superior, receta indiscriminadamente píldoras para el agobio inespecífico, y consejos para alcanzar esa bienaventuranza llamada salud mental o, al menos te controlará enseñándote la forma correcta de vivir con tal salud.

Extraños médicos, que dicen ejercer la medicina, aunque de modo curioso, pues jamás tocan a sus pacientes, ni aquejados de algo físico los examinarán, recurrirán a un médico no psiquiatra. Irresponsables ante su juramento de no hacer daño.

Todos los tratamientos causan daño, lesivos directa o indirectamente por los efectos secundarios, tanto física como psicológicamente. Desde su inicio, con los apologistas de la violencia, maestros de la tortura, nunca se ha correspondido el concepto terapéutico con tratamiento psiquiátrico. La privación de libertad ¿es terapéutica? y ¿la tortura?¿la lesión cerebral?..En general, suele ser peor el remedio que la enfermedad. En medicina se usan medicaciones, compuestos farmacéuticos, para solucionar un problema de salud y restituirla, en psiquiatría no curan, ni producen un efecto específico .Sólo se pretende inducir una conducta pasiva y dócil, a través de neurotóxicos psicofármacos castrantes altamente estupefacientes y adictivos; eficaces para doblegar voluntades se usan para el control social, como forma de castigo, medida de contención y coacción en instituciones para retrasados, manicomios, asilos, centros de menores, prisiones... para amansar animales, por su incapacitación neurológica generalizada que detiene las conductas o emociones que disgustan a los otros e incapacitan a la persona para sentir.

Afirman que poseen eficacia probada al mejorar diversos trastornos mentales, avalando sus hipótesis dopaminérgicas, serotoninérgicas, etc. Sólo reducen la excesiva actividad electroquímica por parte de la amígdala del cerebro, con igual eficacia que hacer deporte, etc. Aunque niños y ancianos son más obedientes y sumisos. Antipsicóticos, antidepresivos, ansiolíticos, estabilizadores del ánimo, sólo son paradigmas de la psiquiatría, que le dan valor a términos que no lo tienen. Cada uno ineficaz en lo que pretende: ni psicosis, ni depresión, ni ansiedad, los últimos son antiepilépticos de los que no hay ninguna evidencia para estabilizar el ánimo. Sorprendentemente, los psiquiatras, muy pocos lo saben. Pero lo peor, incluso cuando se muestran los datos se niegan a aceptarlo, tomando decisiones inapropiadas que no promueven el beneficio de sus pacientes. Sólo empeora el estado físico y mental del paciente al descompensar la química de su organismo y producir fármacodependencia. Esto no es curación.

Sin duda, la mayoría de psiquiatras lo hacen con las mejores intenciones, convencidos de que es un procedimiento médico para tratar una enfermedad, como el electroshock, las pruebas que aportan las investigaciones realizadas, es un ejemplo actual de un proceso histórico de las teorías simplistas que se utilizan para presentar unos tratamientos punitivos y perjudiciales como beneficiosos para los dementes. Otro inútil y erróneo intento del pasado por intimidar y producir un shock en los pacientes angustiados, y de este modo devolverles la cordura. Para quienes prescriben tratamiento reconocer el riesgo de muerte, o el verdadero alcance de los daños cerebrales es prácticamente imposible, ya que expondría a la condena moral y a graves consecuencias legales. En otras ramas de la medicina, cualquier tratamiento con un desequilibrio tan abrumador entre los riesgos y los beneficios que comporta, se consideraría que no es ético, y sí los profesionales implicados se negaran a regularlo, se convertiría en ilegal. No niego la buena intención, no saben más, lo hacen lo mejor que pueden, pero...la diferencia entre un asesinato y un homicidio, es la intención, pero a la víctima le da lo mismo.

Sufrir tanto riesgo, injusticia, y crueldad, en el tratamiento con el enfoque científico adecuado en base a un diagnóstico, de lo que supuestamente son síntomas objetivos de una enfermedad crónica e incurable, que el paciente cree identificada con precisión, y perderá su rol en la vida, trágicamente, separado de su papel social condicionando el resto de su existencia. En las actuales circunstancias se hace un uso insensible de las categorías diagnósticas, insultos psiquiátricos, que enturbian aún más la situación. Sí la llamada terapia ayudara bastante, ¿podría merecer la pena la pérdida de la dignidad, los problemas creados por el estigma a todos los niveles, para toda la vida, por un diagnóstico psiquiátrico?.

Los diagnósticos médicos, en general, son definitivos. En psiquiatría son descriptivos, al no tener una patología objetiva. ¿Siempre es el diagnóstico correcto? ¿Tiene validez uno diferencial? El psiquiatra encuentra lo que se ajusta a su creacionismo, su simulacro de enfermedad mental, no realidades. Medicaliza las reacciones humanas de la persona ante situaciones altamente traumáticas, para enmascarar los síntomas con la medicación, invalidando sus capacidades y recursos de salud, y su potencialidad creadora ante el conflicto y el sufrimiento, neutralizando las diferencias y particularidades. Reduce la complejidad de los problemas vitales a cuestiones de orden médico o psicológico, centralizando en la persona la causa y el tratamiento del malestar, desestimando los determinantes sociales de la salud mental, y la intervención política y comunitaria sobre los mismos.

Al insistir en crear la enfermedad mental, la psiquiatría debe ajustarse al modelo médico, el contrato paciente-sociedad, que da por sentado que el paciente no es responsable de su enfermedad, una vez contraída ésta no es responsable de sus consecuencias. En el proceso patológico, los síntomas quedan fuera del control del paciente, hasta su remisión. Por esto, el concepto de la enfermedad mental incluye, obligatoriamente, la no responsabilidad de los síntomas, como parte de la enfermedad, al igual que una física. El diagnóstico médico es el que atribuye la irresponsabilidad al paciente, el que etiqueta a una persona como enfermo mental sin remisión, al considerarlo incurable y, por lo tanto, crónico. Más que médica, es retórica del rechazo justificatoria, vocabulario pseudomédico que fabrica estigmas, y en sus pseudohospitales crea enfermos mentales incapaces de valerse por sí mismos.

Mas que explicar científicamente actitudes y comportamientos personales, que por el motivo que sea se consideran inadecuados, los valora, los justifica, y decide negarle la libertad de actuar, utilizando términos como sano, o enfermo. En lugar de analizar el comportamiento en términos de libertad y responsabilidad, en el ámbito de la elección personal, del ejercicio de los propios derechos y del respeto a los ajenos.

No se reconoce más dignidad a las personas, ni se las trata de forma más humana, por el hecho de negarse a considerarlas responsables de sus actos. Se cuestiona a la persona en su totalidad, su ser, no simplemente un acto concreto, que pasará a ser percibido como un mero síntoma, o señal de la personalidad enferma según un diagnostico la clasifica dentro de un tipo particular de personas anómalas, y las causas de sus actos fuera de su control. Se considera peligrosa a una personalidad, desde presupuestos psiquiátricos, aunque penalmente no sea culpable, al no ser dueña de sus actos, que es lo único punible. Discurso que ha calado hondo.

Desgraciadamente, lo que nunca se cuestiona es ¿porqué la psiquiatría habla de trastornos?, nunca de enfermedades, o no hay evidencia que demuestre claramente su validez como tal, con un examen diagnóstico fiable que lo distinga de la persona sana, neuroquímicamente medido, para restituir la salud mediante la corrección por medios psicofarmacológicos.

Sin rodeos, la enfermedad en abstracto no existe. Una verdadera enfermedad debe detectarse en una autopsia, y cumplir con las definiciones de patología, en lugar de ser decretada por votación o consenso de los miembros de asociaciones profesionales. Si no existe una lesión física, no hay enfermedad que tratar: si no hay paciente voluntario, no hay paciente que tratar. Los tratamientos psiquiátricos, aunque bajo correctos auspicios médicos, no son verdaderos tratamientos. Los psicofármacos, el electroshock, la psicocirugía,.... sólo son castigos, controles sociales, torturas, envenenamientos, mutilaciones cerebrales, encarcelamientos... a personas que, incoherentemente, ¡deben de ser conscientes de esta enfermedad!.

No digo que no haya personas con problemas emocionales o psicológicos, o descalificar toda psicoterapia. Sólo manifiesto que hay que reflexionar sobre el origen de los problemas, su carácter de enfermedad, sobre las opciones legalmente existentes para manejarlos. Hay muchas formas de ayudar a las personas, que experimentan graves crisis mentales y emocionales, etiquetadas con una discapacidad psiquiátrica, que merecen elegir libremente entre otras alternativas para su recuperación.

Empecemos con la aceptación, sin miedo, de palabras malditas, pero más humanas: locura, paranoia, delirio, etc. La locura existe, es humana, puede ser un viaje necesario, o una salida que el organismo inventa para sobrevivir a situaciones inhumanas, o un intento de resolución ante una situación de jaque mate social,...un momento difícil que, antes que aplastado o invalidado, mejor que sea entendido por todos antes de ser atendido. Ni en el mejor de los mundos dejará de haber sufrimiento y dolor. Para que la locura no inflija un castigo superior al necesario, se requiere socialmente un esfuerzo titánico. Primero hay que cambiar la actitud en los agentes protagonistas: el judicial, la familia y, el principal responsable en el proceso, la psiquiatría. Reconocer la ignorancia, no etiquetar, y empezar a ayudarnos, a entender como tratar a la gente con problemas, y a la gente problemática, cuáles son los problemas reales a los que enfrentarse, fuente de sufrimiento. Descartar que el problema emocional surja de uno físico, para luego tratar los problemas personales y emocionales que le agobian, Para un, indispensable, diagnóstico, sin términos raros y técnicos, justo. El sufrimiento de un ser humano no es un estado, sino una relación con el mundo y con los demás. Escuchar. No dejarse guiar acríticamente por los protocolos. Escuchar. Antes de atender, entender. Comprender y aceptar la descripción de la realidad que le da el paciente. Escuchar. Respetar al paciente, evitando y resistiéndose al abandono en favor de la familia o la sociedad. Consensuar el diagnóstico, evitando lo inadecuado o indeseable, respetando el criterio del paciente. Escuchar. Darle al paciente lo que necesita y no lo que pide. Sin paternalismos incapacitantes. Otra psiquiatría humana, humanista y humanizadora. Sólo cuando se deje libertad para enloquecer, desaparecerá el miedo a la locura. Sólo cuando ante conflictos o crisis, el empeño sea ayudar a reconstruir el propio yo, desaparecerá el estigma que genera el buscar ayuda profesional. Buscar un nuevo concepto de locura.

Ante la práctica, altamente compleja que supone, se debe difundir, y facilitar el conocimiento del marco legal. Como medio que asegure una práctica profesional, ética y comprometida con la defensa de los derechos de las personas diagnosticadas.

Por su dignidad, por el respeto a su capacidad de decidir e implicarse en todo aquello que le concierne en el proceso. Cuestionar las medidas restrictivas, no es terapéutico limitar la autonomía, privar el derecho a la libertad, incomunicar, o aislar. Hacer todo lo posible para evitar el ingreso involuntario, de carácter extraordinario velará por la dignidad y el respeto de la persona, con todas las garantías, el tratamiento ha de contar con el consentimiento informado, bien informado, del paciente, no un mero trámite. Cumplir el deber de confidencialidad, incluso del menor, pactar la información necesaria y pertinente que deba transmitirse, los destinatarios y los motivos; por la dignidad que le corresponde como ser humano y por los derechos que de ello se derivan. La incapacitación éticamente correcta, sólo es aquella que realmente puede mejorar la protección de la persona. Aunque pudiera parecer de hipocondríacos, aceptación de las voluntades anticipadas, para los casos en que el tratamiento puede poner en peligro la vida, la integridad física o psíquica de la persona afectada.

Aceptar que, mediante un trato humanitario, gente severamente trastornada puede mejorar, e incluso recuperar la cordura.

Actualmente, ante la inquietante locura, las autoridades sólo nos dan medicamentos que nos desconectan y nos hunden todavía más en la oscuridad, así sólo vemos el lado oscuro del sufrimiento convertidos en zombis extraviados. Vista la trayectoria, métodos y objetivos institucionales en salud mental, respecto a los derechos humanos. Aliémonos por la salud y la felicidad, declaremos que la libertad es terapéutica, la autogestión más. Para el sufrimiento humano lo saludable es abrir un horizonte, y no solo pastillas.

 
AUTOR: JOAN GARCÍA,
COMPAÑERO Y AMIGO.

viernes, 29 de octubre de 2010

UN POCO DE AMBIENTADOR POR FAVOR.

Algo tendría que haberme olido cuando ya subidos en el tren A. me enseñó que había traído, por si le apetecía leer un poquito durante el larguísimo trayecto, la maravillosa obra de Albert Camus “La peste” (maravillosa sobre todo si lo que quieres es perder toda esperanza en el ser humano y ya de paso cortarte un poquito las venas) . Lo cierto es que no hizo falta. A. y yo nos pusimos al día sobre muchísimos temas, así que esa gran obra del existencialismo sólo se usó para guardar los billetes de tren. Entre otras cosas me contó lo bien que le estaba yendo con su nueva psicoanalista, una lacaniana de tomo y lomo, y lo feliz que era al descubrir como las palabras definen nuestra realidad y como estas tienen un lado oscuro, o más que oscuro, oscuramente relativo. Ni que decir tiene que durante el viaje de ida no teníamos la más mínima sospecha de lo que nos esperaba allá. Cargados con la misma ilusión que en cada viaje precedente estábamos dispuestos a dinamitar los cimientos sobre los que se establece la salud mental a día de hoy.

Eso sí, fue bajar del tren, muchas horas después de haber salido de BCN cuando el primer hálito de sospecha ensombreció mi mirada. El hedor en cuestión era el propio de una pocilga, o lo que intuyo que puede oler en una pocilga, ya que siendo yo un urbanita, lo más cercano que tenido una es cuando un camión cargado hasta arriba de gorrinos y gorrinas adelanta al Mercedes de mi padre por la autopista, como si tuvieran prisa por llegar al matadero. Como hace tiempo que no le suelo a hacer caso a mi intuición no dije nada, entre otras cosas porque nos esperaba una mujer de la organización y no suele quedar de recibo decir: Hola, aquí siempre huele así o esto forma parte del recibimiento. Al entrar en el coche el hedor se hizo insoportable, era como si solieran emplear aquel utilitario para el transporte y reciclaje de pañales de críos y que los dueños creyeran que el KH-7 no era más que un satélite de Saturno.

Llegamos al hotel deseando comentar la jugada, la primera impresión fugaz, de aquella ciudad y aquellas gentes era que olían mal, muy mal, como a viejo, apuntó A., como a rancio, sentencié yo y a todos nos pareció bien el adjetivo. Esto se confirmó poco después cuando al pedir en un bar una pinta de cerveza el dueño, que tenía cara de sufrir en silencio, me encomió a hablar en Castellano y bien clarito, que estamos en España ¡ostia!. Por mucho que le explicara que en el bar de en frente había una pizarra donde se leía pintas a 1 euro y medio, el hombre no entraba en razón, así que en vez de decirle que se metiera el surtidor por el culo a ver si se le desinflaban las almorranas le pedí la cerveza más grande que tuviera, la llamara como la llamara él, en su España con Derecho de Admisión. Lo cierto es que no fue el único. En las 24 horas que pasamos en aquel lugar tuvimos la impresión de no ver a nadie sonreir, era como si todo el mundo estuviera cabreado con alguien o, si más no, las sonrisas que veíamos era tan naturales como un bodegón de Murillo.

Al menos nosotros, entre tanto costumbrismo, como profesionales hicimos nuestro trabajo con la precisión que nos acostumbra. La única nota positiva con la que me quedo de toda la gente que conocimos fue Diego y su familia. Un soplo de sinceridad entre tanto descalabro. Ojalá les vaya genial en el futuro. Tras conversar con ellos descubrimos las entrañas de la organización o más bien de la falta de ésta. Nos dejaron más colgados que a una morcilla en una ciudad que no conocíamos de nada y en la cual no nos perdimos, porque parece que en mi cerebro venga un GPS de serie que cariñosamente le llamo el Ton-To.

Encontramos un lugar para cenar y después de un par de copas de vino se nos pasó la sensación de abandono y desatención. Fue curioso como A. y yo rememoramos tiempos mejores, viajes en los que hicimos amigos, que con el tiempo han llegado a ser muy buenos amigos. Fue como si al ritmo del anecdotario de otros viajes pudiéramos por fin deshacernos de aquella sensación de ambigua presión y doble lenguaje que nos atenazaba cuando estábamos con C. , la iluminada que nos había invitado. Ésta tipa, más que psicóloga es una psicoloca, en el peor sentido de la palabra. A mi me pareció una mezcla de Darth Vader y Carmen de Mairena, una posible Jedi que se había pasado con todo su equipo al lado oscuro de la Fuerza, o también, como un personaje de 1984 de George Orwell, una funcionaria del ministerio del AMOR, amante de la VERDAD, cuando ésta significa MENTIRA.

La noche fue tranquila y no demasiado fría. Nos fuimos a dormir entre risas, después de una animada charla no exenta de confesiones entre amigos. Vamos, lo mismo que podríamos haber hecho sin necesidad de cruzar más de media España.

Del día siguiente sólo decir que pudimos hacer un poco de turismo, poco  porque la cosa no daba para más. Durante la comida, que estaba exquisita, apareció C. más feliz que una perdiz, según creía lo único malo de la experiencia de conocer a los nikosianos era no haber alargado un poco la conferencia. Así que ni cortos ni perezosos le comentamos como nos habíamos sentido. La mujer nos dio mil excusas y huelga decir que no nos sirvió ninguna.

Camino de la estación se hizo un silencio más denso que el mercurio. Agotados como estábamos, deseábamos subir al tren y largarnos de allí cuanto antes.

Ya en la estación y antes de que llegaran los refuerzos el aroma a pocilga volvió a invadirnos con inusitada virulencia. C. me pidió que mandara recuerdos a J. que según ella era un amigo común. Lo interesante fue que yo había hablado aquella misma mañana con J., mi lacaniano favorito, y no se acordaba de ella. ¿C.?, ¿Qué C.? Ni idea chico. No dudé ni un instante en decírselo a la tal C., apuntando además que según J. Lo que deberíamos haber hecho es seguir en el tren hasta Vigo o visitar a su hermano en Pucela que seguro nos trataba a cuerpo de rey. Una mueca se delineó en la cara de C. como quien acaba de recibir una puñalada o como aquel que siente un enorme e inesperado retortijón. Te jodes, pensé.

Llegaron los refuerzos en forma de dos mujeres de la organización. La opinión era unánime, la conferencia había sido un éxito. Nunca un piropo recibió tan fría acogida. Fue entonces cuando la más joven se excuso: os quiero pedir disculpas, en serio, sé que no hemos sido los mejores anfitriones, yo lo sé... No lo hemos sido, pero que cada palo aguante su vela, yo sólo soy una mandada.

Por suerte llegó el tren y aún a pesar de nuestro agotamiento corrimos hasta el vagón. Al sentarnos sentimos un absoluto alivio, en seis horas estaríamos en casa. A. buscó los billetes, que esperaban en el interior del libro. Al cerrarlo caímos en la cuenta, Ché, fijate en el título, guardé los billetes en La peste; Nos miramos, sonreímos y dijimos a la vez Lacaaaan... Lacaaaaan...; Entre risas nos acomodamos en nuestros asientos con un  par de certezas, que lo peor de un viaje es no haber aprendido nada en él y que algo olía a podrido en aquella comarca.

martes, 26 de octubre de 2010

LEVÁNTESE QUIEN PUEDA 7.



No recuerdo que gran sabio dijo que el problema no es saber que debes hacer, sino tener los mecanismos suficientes para poder hacerlo. En muchas ocasiones uno se encuentra con obstáculos imposibles, zanjas infinitas, muros invisibles que si se comparan con la Gran Muralla de China, ésta sería algo así como una larga, larguísima barbacana, pero no más que es eso. Los muros de los que hablo son materia de sueños, y en vez de roca, argamasa u hormigón se levantan poderosos sobre el aire desde el paradigma de lo inaccesible. En estas estaba el bueno de Carlos al que todo este tema de su primer paciente le traía por el camino de la amargura. Por un lado su ética profesional, por otro lado su sueldo como profesional; por un lado la certeza de que Máximo era una víctima, por el otro la certeza de que desde el mismo momento en que había hablado con el director del Hospital él también era una víctima. Total, que como no le parecía apropiado fabricar una bomba casera con ácido bórico y dinamitar el centro, lo único que se le ocurrió cuando llegó a su casa fue conectarse a Internet.

Buscar ayuda en la red de redes es como pescar un pez con un yo-yo, pero aún así lo hizo. En un rincón del IRC encontró un chat, llamado Modos de Locura, que quizás, pensó, le podría servir, porque este era el nombre de uno de los mejores libros sobre psicopatología que había leído en los últimos años. Se disfrazó tras el nick Suzzane, en homenaje a la canción de Leonard Cohen, para no tener que comprometerse demasiado y entró en la sala principal. No había leído la primera línea del general cuando 27 ventanitas se abrieron de par en par sobre la pantalla de su ordenador con mensajes como: ¿eres guapa?, ¿cómo te llamas?, ¿de dónde eres?, aunque la mayoría iban al grano y le proponían directamente una sesión se cibersexo. Mientras iba cerrando todas y cada una de las ventanas emergentes dudó seriamente en que este sistema sirviera para algo más que para imaginar las más oscuras perversiones de nuestra cultura en referente al juego de médicos. Pese a todo se dio una última oportunidad y publicó en el general esta frase: hola, soy psiquiatra en una planta de agudos y tengo un grave dilema diagnóstico, me gustaría comentarlo con alguien de mi profesión. Abstenerse adictos al cibersexo; por mis venas no corre sangre, corre bromuro. Unos segundos después una solitaria ventana se abrió en su pantalla con este mensaje: soy psiquiatra y hablaré contigo si me demuestras que no mientes; lo firmaba una tal Lacaniana. No sé pregúntame algo e intentaré demostrarte que digo la verdad, le propuso Carlos. La pregunta no tardó en apararecer. ¿Qué es la forclusión? Carlos, que no las tenía todas consigo al respecto de aquella tipa, tuvo ganas de decirle que era un mono-volumen último modelo, con aire acondicionado, elevalunas eléctricas y cierre centralizado, pero le pudo el respeto hacia uno de esos conceptos que habían cambiado la historia del psicoanálisis y su historia propia, al darse cuenta durante su terapia con Yoda que era incapaz de decir la palabra: gazpacho. Gracias a su verdoso maestro no tuvo más problemas en pedir dicho plato en la tasca de Manolita, donde a día de hoy lo siguen haciendo buenísimo. La forclusión -le explicó a su lacaniana interlocutora- es un concepto elaborado por Jacques Lacan para designar un mecanismo específico de la psicosis por el cual se produce el rechazo de un significante fundamental, expulsado afuera del universo simbólico del sujeto. Cuando se produce este rechazo, el significante está forcluido. No está integrado en el inconsciente, como en la represión, y retorna en forma alucinatoria en lo real del sujeto. ¿He pasado la prueba o vas a hacer que te recite de memoria todo el seminario que dedicó el tipo a la psicosis?
-Vaaaale no te enfades, mujer, en este lugar no se puede estar del todo segura. Empecemos de nuevo... Mi nombre real es Luz y soy psiquiatra y psicoanalista.
-Mi nombre es Carlos.
-A ver ¿qué es lo que te pasa?
Carlos le explicó con pelos y señales, sin ahorrase ninguna coma, aunque cambiando los nombres, todo lo que había vivido durante aquel día. Al acabar el silencioso parpadeo del cursor mostraba que el problema era de difícil solución. Después de casi un minuto lo único que se le ocurrió a aquella Luz Lacaniana fue sugerir un traslado.
-¿Un traslado? ¿has perdido el juicio? No, quien lo perdería sería yo, si traslado sin motivo a ese chico me van a llover más denuncias que al mísmisimo Al capone.
-¿Pero a ti que es lo que te preocupa la vida de ese chico o tu bienestar personal?
-Las dos cosas, joder, no es tan difícil de entender.
-Mira, trabajo para una universidad, estoy elaborando un estudio sobre pacientes con psicosis agudas, puedes enviarme a tu chico y ya me encargaré yo de que sea de los que toman placebo. ¿Te parece?
-¿Harías eso por mí?
-No, por ti no, lo haría por él.
-Gracias de verdad. Durante unas horas había perdido la fe en esta disciplina.
-De nada, sólo hago lo que debo, pero si me permites darte un consejo... Si tenemos que sobrevivir gracias a la fe, estamos más jodidos de lo que nos creemos.

Después de esta sentencia continuaron hablando durante más de tres horas. Pasado ese tiempo no sólo compartieron dudas y certezas, sino que además se habían hecho amigos. Quedaron para charlar al día siguiente a la misma hora, pero esta vez por el chat del correo electrónico. Carlos estaba exultante, su último pensamiento antes de irse a dormir fue que para pescar en río revuelto no había nada como tener una buena red.


sábado, 23 de octubre de 2010

Congreso Nacional de Pesadillas

He pasado la prueba. Después de una semana de Congreso Nacional de Psiquiatría puedo afirmar (muy a modo de Obelix) que están locos estos psiquiatras. Aunque bueno, cuando les he mirado a los ojos no he visto atisbo de locura, sino más bien de una mezquina e intencionada ambición, como aquellos políticos que a falta de bases solidas en su discurso, estiran el buenrollismo como si fuera un chicle y se encierran en su elástica campana para no contestar preguntas incómodas. Yo por suerte debo ser bastante tonto. Sí, lo digo en serio y no me importa que a los 14 años en los test de C.I. me saliera una puntuación cercana a los 160, se muy bien que años de tratamiento farmacológico han dejado a mi cerebro más seco que la mojama.

A aquellos profesionales del mundo de la salud mental que después de leer estas últimas palabras sospechen que estoy en el umbral de una crisis depresiva por mi falta de autoestima les invito a seguir leyendo.

Me he servido mi segundo vodka con naranja de la noche, la cual se presenta larga e impredecible, tanto como el futuro de ese psiquiatra sobre el que estoy escribiendo en la serie Levántese quien puede. La prueba de que algo pasa con mi inteligencia, de que mi cerebro se debe encogido o por contra ( preparen las tomografías de rigor ) que se hayan abiertos más galerías en mi cerebro que bajo los cimientos de la Sagrada Familia, es que no entiendo las conclusiones de algunos estudios a los que he tenido acceso.

Vosotros, Jose, Joohny, Jesús y los que me dejo, os suplico una explicación médica razonable a estudios como el realizado por el Complejo hospitalario de Pontevedra sobre los suicidios consumados en dicha provincia. Con una muestra de 56 cadáveres, de los cuales el 78% eran hombres y el 22% mujeres, que de los mismos un 52% pertenecía a un ámbito rural y un 48% al ámbito urbano, consiguieron averiguar que el 64% de dichos fiambres habían tenido contacto con servicios de Salud mental y el resto, un pobre 36%, sólo había tenido contacto con Campofrío si eran de ámbito rural y con fiambres Hacendado si eran de ámbito urbano. Ironías a parte, lo que me provocó más arcadas que un café con sal salteado con una dosis extra de amoníaco fue que la conclusión era que las personas que usaban los servicios de salud mental se suicidaban menos. “no tengo duda” de que un antiguo profesor mío, un freak de los rosarios y devocionarios (estudie en colegio del opus pa'quien no lo sepa) que había sacado matrícula en exactas, me dijo que dos mas dos eran cuatro pero según distintas ecuaciones podía resultar que dicha suma cediera su resultado universal a 3, a 5 o incluso a infinito. Manda huevos que diría Trillo. Para mí el problema se reduce a que como afirma el doctor Berrios en “El Comentario que no pude colgar en Postpsiquiatría”, las estadísticas se basan en un arbitrario y si el arbitro no pita penalty por mucho que Sergio Ramos le haya roto la tibía, el perone y hasta los escafoides, el trapecio y el martillo a Messi en medio del área chica, pos ya se sabe, sino lo ha pitado es que no es.

Força Barça y buenas noches.

jueves, 21 de octubre de 2010

Comentario que no pude colgar en Postpsiquiatria.

El pasado 26 de mayo la Universidad Autónoma de Barcelona invistió Doctor Honoris Causa al profesor Germán Elías Berríos (1940), Catedrático de Epistemología Psiquiátrica de la Universidad de Cambridge y Consultor en Neuropsiquiatría. El profesor Berríos se doctoró en Medicina en la Universidad de San Marcos de Lima. Es Doctor en Filosofía y Humanidades por las Universidades de Oxford y Cambridge. Es Licenciado en Letras y Humanidades por la Universidad de Oxford, Diplomado en Historia y Filosofía de la Ciencia por la misma Universidad y en Medicina Psicológica por el Real Colegio de Médicos de Londres. Igualmente es Profesor de Psiquiatría del Departamento de Psiquiatría de la Universidad de Cambridge. Es autor de más de doscientos trabajos científicos sobre psiquiatría clínica, neuropsicología e historia de la psiquiatría. Su trabajo: Historia de los síntomas de los trastornos mentales: la psicopatología descriptiva desde el siglo XIX fue declarado, en 1997, el mejor libro de Salud Mental por la Asociación Médica Británica El Dr. Berríos tiene responsabilidades de gestión y de asesoría en importantes instituciones internacionales. Actualmente ocupa el cargo de Secretario de la Sección de Historia de la Asociación Psiquiátrica Mundial y de la Sociedad Europea para la Historia de la Psiquiatría y es miembro de varias Sociedades Científicas Europeas, además de Asociaciones Médicas de su especialidad en el Reino Unido. Comprometido con la Ética en la investigación médica, ha sido en los últimos 18 años presidente del Comité de Ética de la investigación humana de la Universidad de Cambridge y del condado de Cambrigeshire.

A diferencia de lo que sostienen quienes le premian, el Dr. Berríos no cree que pueda hablarse de una definición consensuada de la tan cacareada evidencia científica, ni de la neuropsiquiatría. Más bien nos plantea que la línea divisoria entre la evidencia la in-videncia, cada vez es más lábil. Y ya que el discurso oficial catalán en Salud Mental ordena y manda seguir los pasos del Reino Unido en cuanto al tratamiento único (a pesar de que la gestión del riesgo que inició Tony Blair acaba de perder las elecciones y que aquí están al caer), hará bien en tomar nota de lo que nos dice el Dr. Barríos: «Actualmente, el término neuropsiquiatría se refiere fundamentalmente a disciplinas clínicas que se entrecruzan al compartir la creencia de que los síntomas psíquicos se producen en zonas cerebrales alteradas. También se utiliza para dejar sentada una posición profesional con relación a puntos de vista diferentes sobre los trastornos mentales, tales como el psicoanálisis. Finalmente, crea un espacio social y económico donde investigadores que piensan de una manera similar se congregan, sin peligro, para usufructuar sus ideas a la moda. (…) Mi propia definición es más restrictiva: disciplina que se ocupa de las complicaciones psiquiátricas de las enfermedades neurológicas. Por otro lado, el uso norteamericano es más amplio y equivale a psiquiatría biológica. (...) En la década de 1970 la neuropsiquiatría tuvo que ser reinventada. No sorprende en absoluto que quienes estuvimos involucrados en tal re-creación tuviéramos entrenamiento tanto neurológico cuanto psiquiátrico. Esto también explica por qué hasta el día de hoy no tenemos una definición unificada de neuropsiquiatría en el Reino Unido. La definición norteamericana se ha hecho popular y esto ha alentado a los psiquiatras con orientación biológica a ultranza a llamarse a sí mismos neuropsiquiatras. Otros (como es mi caso) continúan definiendo a la neuropsiquiatría de una manera restrictiva». Así pues, haremos bien en no confundir la velocidad con el tocino, porque, no es lo mismo decir que los síntomas psíquicos tienen causalidad neurológica, que decir que las enfermedades neurológicas (Parkinson, Esclerosis Múltiple, etc.) tienen síntomas orgánicos, cerebrales, que no psíquicos. Las alucinaciones musicales y estados de irritabilidad, pongamos por caso, tanto pueden darse en casos de psicosis, locura histérica, por estar hasta las cejas de marihuana, como en pacientes con la enfermedad neurológica de Huntington, también conocida como mal de San Vito.

El Dr. Berríos también es presidente de honor de Psicoevidencias (www.psicoevidencias.es) Portal de gestión del conocimiento del Programa de Salud Mental de Andalucía. El 27 de Febrero pasado este autor escribió un potente editorial que Otras lecturas reproduce en su totalidad por ser otra lectura crítica del uso y abuso de la evidencia científica. ¡Sapere aude!

«Me gustaría agradecer a psicoevidencias la posibilidad de escribir esta editorial. La medicina basada en la evidencia (MBE) es un área que me ha preocupado durante años. La MBE aunque de buena voluntad y aparentemente de forma inocente se ha convertido en una trampa destructora de confianza y precisa una crítica seria antes de ser adoptada por los países en desarrollo. El daño causado por la MBE a la práctica de la psiquiatría (y de la Psicología) en un mundo en desarrollo podría ser irreparable.

Desde que la MBE entró en escena, su propio concepto ha sido objeto de análisis. Se ha adoptado sin reservas por aquellos que creen que para ser científica, y ética, la práctica clínica, debe gobernarse exclusivamente por guías clínicas. Desde las perspectivas etimológica y semántica su estudio demuestra que el significante evidencia remite a un significado ambiguo, convirtiéndola en una moda confusa y confundente.

Esta crítica es útil pero no suficiente. El talón de Aquiles de la MBE es más profundo y ubicuo, ligado al concepto de ciencia como tráfico de información y asociado con la subcultura del mercado que ha sido su motor desde el principio. No es sólo que la MEB afecte negativamente la calidad de la relación clínico-paciente sino que la reduce a una táctica neocapitalista para hacer negocios.

Las raíces del problema

Existe poca evidencia disponible que demuestre que la medicina (y la Psicología) regida por los principios de la evidencia tenga ventajas estadísticamente significativas sobre el sistema al que pretende sustituir, basado en la experiencia médica, la autoridad, y el efecto placebo generado en el seno de la relación clínico - paciente. Después de todo, la evidencia solo se podría obtener con un ensayo clínico que comparase los dos sistemas y la mayoría de los estudiosos considera que dicho ensayo sería prácticamente imposible de llevar a cabo. Nos enfrentamos con una situación paradójica en la que se les pide a los clínicos que acepten un cambio radical en la forma de desarrollar su labor, (ej. abandonar los consejos de su propia experiencia y seguir los dictados de datos estadísticos impersonales) cuando en realidad, las bases actuales de la evidencia no son otras que lo que dicen los estadísticos, los teóricos, los gestores, las empresas (como el instituto Cochrane) y los inversores capitalistas, que son precisamente aquellos que dicen donde se pone el dinero.

La verdad sobre el término evidencia

Entre las críticas previas están los significados múltiples del término evidencia que convierten a la MEB en algo complejo de trabajar. Su estudio es como un paquete que es preciso desliar. En Inglés evidencia posee dos significados centrales. El uso ontológico (el más antiguo) remite a Energeia, uno de los términos griegos utilizados para referirse a Verdad y objetividad. Energeia hacía referencia a aquellas situaciones donde un objeto se presenta de forma plena y ostensible a la percepción del observador. Dada la metafísica de la percepción predominante en esa época, esto significaba un contacto físico entre el objeto y la persona, constituyendo una evidencia primaria y no mediatizada de la existencia del objeto en cuestión.
El segundo significado en Inglés es epistemológico y se relaciona con las razones para creer en algo. Es decir, lo que realmente constituye tener bases para decir esto y esto…, nunca ha sido parte de la definición de evidencia. La razón es obvia: a través de la historia las causas han sido negociadas y han dependido de la moda epistemológica de la época. De modo que, en relación a su etimología no es tanto que el término evidencia sea confuso, sino que su correcta aplicación requiere un aparato epistemológico cuya especificación varía a lo largo de los años.

Esto es aplicable en algunos contextos (ej. un tribunal de justicia), donde el uso epistemológico se basa en un significado ontológico putativo (el hecho de que un testigo vea a X realizando una acción puede llevarse al campo de la evidencia y creer que X es un asesino). En el caso de la MBE esto no se asume. Las razones necesarias para creer que el tratamiento T funciona (uso epistemológico) no se basa en ninguna percepción objetiva (significado ontológico) sino en un juego de manos numérico. Por ejemplo, cuando se alcanza un nivel de significación estadística (digamos 5%) que se ha elegido de forma arbitraria, este hecho se convierte en un objeto definido como real o verdadero.


El talón de Aquiles de la MEB

Para lidiar con estas dificultades es necesario tener suficiente información sobre la historia de la MEB. Comenzó en la década de 1920 cuando la vieja definición de objetividad científica (basada en la corriente filosófica liderada por Bacon en el siglo XVII y por el positivismo de Comte en el siglo XIX) entró en crisis. Ambas corrientes se basaron en distintas formas de inductivismo y experimentalismo, (e.j. las dos plantean que la naturaleza puede ser preguntada o incluso engañada para dar respuestas). Galileo, Newton, y el movimiento de la ilustración al completo apoyaron esta tendencia. Finalmente, en la década de 1840, John Stuart Mill concretó todos estos aspectos en un texto inductivista que enumeró las leyes de la lógica por las que podría obtenerse el conocimiento general a partir del estudio de una muestra. En realidad, lo que Mill hizo fue redefinir la forma en que la mente de cualquier experto (bien sea médico, fontanero, abogado o ingeniero) funciona para extraer información general de su experiencia.

A finales del siglo XIX, todo lo que Mill desarrolló comenzó a ser atacado. Para la nueva filosofía de la ciencia (desarrollada por Frege, Russell, etc.) la idea de que el conocimiento pudiera basarse en la experiencia personal (concepto psicológico) resultaba imposible y en su lugar se proponía que la lógica y las matemáticas fueran los nuevos cimientos del conocimiento. Esto marcó el final del psicologismo y el positivismo de Comte y condujo directamente al desarrollo del positivismo lógico del circulo de Viena, que sustentó la idea de que una conclusión sólo es verdad cuando puede ser verificada, es decir el verdadero valor está en el conjunto de operaciones especificas que permiten realizar dicha verificación.

Pronto quedó claro que las verificaciones operativas sistemáticas eran impracticables y obligó a introducir modificaciones para poder hacerlas factibles mediante definiciones más suaves de verdad, prueba y conocimiento. Surgió una nueva oportunidad con el desarrollo de las técnicas estadísticas, la mayoría de las cuales fueron desarrolladas en Inglaterra por hombres como Fisher, Pearson, y Kendall. Lo que dio en llamarse revolución probabilística describe la importación del pensamiento probabilístico a la biología y las ciencias sociales. El cambio se apoyó en la crisis del paradigma newtoniano donde el tiempo y el espacio eran consideradas dimensiones fijas y objetivas. A partir de los trabajos de Einstein, Heisenberg y Gödel la definición de realidad necesitaba ser corregida o completada por la perspectiva del observador o por la información que no estaba contenida en dichas definiciones. Al final de este periodo la objetividad y la verdad habían sido redefinidas como conceptos probabilísticos capturables mediante análisis estadístico y eran determinadas por un (arbitrario) nivel de significancia estadística.

La probabilidad llega a la Psiquiatría (y a la
Psicología)

Las propuestas probabilísticas fueron rápidamente aceptadas por todos sin apreciar las importantes repercusiones epistemológicas y éticas que iba a tener este cambio en el Weltanschauung científico. Una consecuencia inmediata de este cambio fue que los derechos y deberes epistemológicos fundamentales (el sentido de la responsabilidad que todo científico debe tener en relación con sus narrativas) fueron anulados. De alguna manera, el conocimiento ahora estaba determinado por mecanismos matemáticos impersonales, era neutro, y la ciencia se constituía como el único generador de conocimiento. La experiencia personal y la sabiduría, el noble concepto de Sophia (sabiduría), se obviaba por ser considerada como un fuente de sesgo y distorsión de la verdad.

Primero la probabilidad llegó a las ciencias naturales básicas, y posteriormente alcanzó a la medicina y a las disciplinas sociales y humanas tras la Segunda Guerra Mundial. La psiquiatría se resistió hasta la década de los 60 pero a través del caballo de Troya de los ensayos clínicos con fármacos se permitió la entrada del análisis estadístico. Recuerdo vividamente que este cambio sucedió mientras que yo era ayudante del Profesor Max Hamilton de la Universidad de Leeds, el hombre que introdujo la estadística médica en la psiquiatría. Inicialmente, dicho análisis fue solamente utilizado para los ensayos con fármacos y la mayoría de los psiquiatras eran lo suficientemente sensatos para creer que una vez se obtenían los resultados del ensayo, Sophia (sabiduría) y Empeiria (experiencia) tomaban el timón y el psiquiatra podía negociar libremente en la intimidad de la relación médico-paciente lo que era mejor para esa persona.

Pero como sucede siempre, ganó la codicia. Los grupos de investigación y las Instituciones que originalmente se habían creado para recopilar información sobre ensayos clínicos en cáncer creyeron que su actividad podía extenderse a todas las áreas de la medicina incluida la psiquiatría (y la Psicología). Para hacer esto se necesitaba una nueva justificación filosófica. El Meta-análisis, una técnica estadística vieja y débil fue elegido como el mejor candidato para ser el patrón standard y toda su debilidad matemática y estadística fue minimizada al compararse con su maravillosa capacidad de síntesis. La palabra mágica evidencia fue desempolvada e importada a la medicina con un desinterés escandaloso por su significado y su utilidad, y la medicina basada en la evidencia nació como una justificación conceptual post-hoc para el nuevo negocio de crear y vender información clínica.

No resulta sorprendente que la industria farmacéutica apoyara estas maniobras ya que pronto advirtieron que las drogas que pudieran pasar el examen del metanálisis adquirirían una nueva fuerza legal y ética, particularmente si los gobiernos eran persuadidos sobre la cuestión de las guías de prescripción. Vieron claramente que dichas guías en la práctica destruirían la espontaneidad terapéutica de la psiquiatría y cambiaría el antiguo arte de prescribir, de creativo y flexible a mecánico y uniformado. Con el tiempo ni siquiera requeriría que los prescriptores psiquiátricos estuvieran médicamente cualificados.

Para empezar, es una perversión epistemológica que se proponga una visión donde la actividad médica resulte inapropiada y perjudicial. Este punto de vista se relaciona con el verificacionismo, ya pasado de moda, y que es un abordaje epistemológico abandonado incluso por la física, madre de las ciencias naturales básicas.
Dado que no se sabe casi nada de las causas del trastorno mental, la idea de que es posible crear un sistema de evaluación basado en etiologías especulativas es ridículo, peligroso y carente de ética. A través de la historia todos los tratamientos propuestos en psiquiatría parecen funcionar según la ley de los tercios de Black, (un tercio se recupera, un tercio se recupera parcialmente y otro no se recupera, un buen porcentaje del 66% en tasa de recuperación –lo mismo que conseguimos hoy en día–). Aún hoy sabemos poco de la naturaleza y del papel del efecto placebo en estos resultados. Sería irresponsable ocultar todas estas dudas detrás de los meta-análisis y las técnicas relacionadas que tienen escasa sensibilidad matemática para detectar detalles en los niveles más bajos (e.j. al nivel en el que la gente toma realmente las pastillas).

Resumiendo

Para resumir, las tonterías de, y el daño causado por, la MBE no se derivan de las ambigüedades semánticas de la palabra en cuestión ni del hecho de que la corte de filósofos que la construyeron no observaran sus peculiaridades históricas. Su problema deriva de una perversión epistemológica mucho más profunda, resultante de la cosificación del hecho de prescribir y cuidar de las personas que sufren un trastorno mental. Esta identificación está estrechamente relacionada con las demandas de una economía neo-capitalista que precisa abrir nuevos mercados y crear nuevas necesidades consumistas.

También es una parodia epistemológica que se pida a los psiquiatras (y psicólogos) que acepten la MEB sin más evidencia que el chantaje moral creado por aquellos que afirman que las matemáticas son la forma más elevada de ciencia y por lo tanto que lo que es matemáticamente demostrable supera todo lo demás. Ningún defensor de la MBE ha explicado por qué nunca se ha diseñado un ensayo a gran escala para demostrar que prescribir y tomar decisiones basadas en la MEB es significativamente mejor que la toma de decisiones basadas en el conocimiento y en la experiencia de los profesionales.

Es una perversión moral que para cuantificar, determinar los costes y gobernar la prescripción (que debería considerarse como un componente menor en la relación entre médico paciente) la MEB necesite implantar una modificación completa de la esencia de dicha relación incluidas las profundas negociaciones emocionales y la escurridiza respuesta placebo que contiene elementos inter-subjetivos. En este contexto reificar significa convertir las relaciones humanas en un objeto inanimado, o cosa, desinvistiendola de todo dinamismo, valor personal y significado. Una vez estas relaciones humanas son reificadas no pueden explicar el cambio por si mismas, y cualquier cambio que es medido por estudios prospectivos tiene que ser atribuido al ingrediente activo llámese fármaco en cuestión. Decir que los cambios están perfectamente manejados por el hecho de que los ensayos con fármacos están controlados y son doble ciego, etc, etc, no es suficiente ya que las interacciones entre factores dinámicos y el efecto de la sustancia química puede ocurrir a un nivel no consciente y permanecer más allá del alcance del diseño controlado.

Puede incluso asegurarse que la reificación no es el producto del mal hacer de unos pocos filósofos de moda. Desde los escritos clásicos de Marx y Lukács se sabe que dichos cambios vienen de la profundidad del corazón del sistema económico prevalente en el mundo occidental. Considerar la salud como otro artículo de consumo que puede venderse y comprarse es una parte del proceso. Se ha vendido de forma inteligente al público. Tenemos el derecho a elegir cuando y donde comprar salud con nuestro propio dinero, como testigo de esto está el debate actual en Estados Unidos al intentar crearse un sistema nacional de salud gratuito y mínimamente general. El lenguaje en el que los servicios de salud se venden actualmente imita el lenguaje de los supermercados. Ya no existen pacientes sino compradores de salud, los profesionales venden salud y por lo tanto igual que un par de zapatos los productos deben venir bajo estrictas regulaciones y ser perfectos.

La ilusión de tener un supermercado de la salud ha destruido para siempre la relación medico-paciente. Se ha convertido en un contrato de negocios sujeto a toda la parafernalia legal de una plaza de mercado, y la prensa e Internet se han asegurado de que los consumidores de salud conozcan sus derechos para conseguir el estado de salud perfecto. Partiendo de que la clínica siempre será un arte imperfecto, paralelamente se ha desarrollado una industria defensiva para proteger a los doctores que venden productos defectuosos aumentando con ello el abultado gasto que genera la salud. La MBE medra en este contexto porque vende evidencia para los abogados que trabajan tanto para los consumidores como para los vendedores de salud.

Y en medio de esta locura, donde todo el mundo quiere hacer negocio la vieja relación profesional-paciente, y el paciente que sufre, han desaparecido para siempre. Eso es lo que realmente no está bien en la MEB».

Leído este editorial en paralelo al documento, que el lector interesado puede leer y descargar en el portal de nuestro Departament de Salut: La psicoteràpia a la xarxa pública de salut mental i addiccions, es evidente que podemos pedir públicamente a Cristina Molina Parrilla, Directora Pla director salut mental i addiccions, y la flor y nata de profesionales que lo escribieron, que rectificar es de sabios; pues si sólo quieren utilizar la evidencia científica en la evaluación de las diferentes prácticas terapéuticas, a la luz de la reciente publicación –por la Asociación Americana de Psicología– del trabajo del profesor Jonathan Shedler, sobre La eficacia de la Psicoterapia Psicoanalítica, tendrían que ampliar sus recomendaciones terapéuticas y dejar de entrenar a los profesionales de la red pública de S.M. en el tratamiento único. ¡Qué buenas son las hermanas Ursulinas, que buenas son que nos llevan de excursión... y nos la dan con queso! Freud, en Moisés y la religión monoteísta, nos dijo así: Vivimos un momento particularmente curioso. Descubrimos con sorpresa que el progreso ha firmado un pacto con la barbarie». A fin de no caer en el autoritarismo, tal como dijo Lacan en La ética del psicoanálisis, la autoridad competente «tiene que enfrentarse al problema de saber qué hará con esa ciencia en la que se despliega manifiestamente algo cuya naturaleza se le escapa.




Tecto tomado de la revista del COPC. Sección otras lecturas por Carlos Rey.

miércoles, 20 de octubre de 2010

LEVÁNTESE QUIEN PUEDA 6.

Máximo Escriba era el nombre del primer paciente de Carlos. Había sido ingresado la noche de antes por orden judicial, según rezaba el informe de urgencias, por intento de suicidio. Le habían prescrito 20 gotas de haloperidol, Akinetón 5mg y 10 mg de Olanzapina. Carlos, que desde que había fichado se había puesto una máscara de seria y formal profesionalidad, se encontró a Máximo sentado en el suelo, en un rincón de la estancia, abrazado a sus rodillas, con la mirada fija en la ventana y un hilo de babas licuándose de sus labios.
-¿Máximo? -Le preguntó. Aunque no dudaba de que fuera él, no era un mal comienzo.-Me llamo Carlos y soy tu médico.
-Vete. Yo no estoy enfermo. -Le contestó Máximo sin ni siquiera mirarle a la cara.
-No pienso irme, he venido para conocerte y charlar un poco contigo.-Le argumentó con un tono amable.
-Si quieres hablar con alguien cómprate un loro. -Fue la respuesta tajante de Máximo.
Carlos pensó que debía cambiar de estrategia. Ya se había fijado en detalles como que su primer paciente no tenía vendadas las muñecas y que no llevaba ninguna vía puesta por lo que se descartaba el intento de suicidio auto-lítico y por ingesta.
-¿Sabes por qué estás aquí, Máximo?
-Yo sí, ¿y tú? ¿sabes por qué estoy aquí?
-La verdad es que no, ¿me lo cuentas?
-Para qué, no servirá de nada... -Dijo Máximo de forma enigmática.
-Hombre puede servir para que salgas de aquí. ¿O no quieres salir? - Carlos se sentía como si le tuviera que poner una zanahoria delante de la boca a Máximo, para que la conversación avanzara. Éste miró al médico con una mueca irónica y le dijo:
-Claro que quiero salir de aquí. El problema es que cuando salga de aquí me encontraré con los mismos problemas que me han traído hasta aquí y que esperan allí fuera para volverme a traer aquí. A veces me siento como una pelota de tenis golpeada en un lado por la vida y en este otro por la muerte. Tío, estoy cansado, sólo quiero descansar.
-¿Qué problemas son esos? Cuéntamelos y prometo que te dejaré descansar.
-De acuerdo, aunque ya te aviso de que no servirá de nada. -Accedió Máximo, mientras invitaba con un gesto a que Carlos se sentara.- Tengo 19 años y hasta donde se remonta mi memoria no ha habido un sólo día en que no fuera a participar de la “Santa misa” -Dijo remarcando con los dedos las comillas. -¿Crees en Dios, Carlos?
-A veces.
-Pues mis padres son miembros de una congregación ultra-católica. Yo hace tiempo que dejé de tener fe y justo desde el preciso momento en que deje de creer en Dios mi vida se convirtió en un infierno.
-¿Crees que dios te ha castigado?
-No, no soy tan tonto como para creer que todo el sufrimiento que vivo sea por designio divino, es algo más simple. Mi vida es un engaño, como una comedia de las malas, en las que por amor y respeto a mis padres debo seguir con unas costumbres que me parecen de lo más absurdas.
-¿Has intentado hablar con tus padres sobre tus creencias?
-Sí, en alguna ocasión, y es curioso, pero siempre, después de cada intento, acabo pasando unos días aquí.
-Entonces... ¿no te has intentado suicidar?
-Según se mire, para mis padres soy un suicida...
-Venga Máximo, a la gente no la traen aquí por nada.
-Hace años sí que lo intenté. Mi padre echó literalmente a patadas de mi casa a una buena amiga sólo porque nos estábamos besando. A mí, prefiero no contarte lo que me hizo. Horas después me arrojé al río desde el puente más alto... No sé quien me rescató, pero al despertar estaba aquí. Desde ese día tengo una suite reservada en este hospital, con todos los gastos pagados y unas vistas maravillosas al río y la catedral. Irónico, ¿no te parece?
-Sí, un poco.
-Ahora ¿qué piensas hacer?
-Intentar ayudarte, no sé cómo, pero lo intentaré.
Máximo sonrió con tristeza, como si ya hubiera escuchado esas palabras anteriormente, y volviéndose hacia la ventana guardó silencio. Carlos se levantó y salió de la habitación. Se dirigió hacia el control de enfermería y dejó la orden de que fueran reduciéndole la medicación a Máximo, hasta suprimirla. Tomó el informe de otro paciente y ya se dirigía hacia su habitación cuando le sonó el busca. Exigían su presencia en dirección.

Justo Patricio Jesús San José era el rimbombante nombre que brillaba en una placa en la puerta del director. Cuando ésta se abrió un tipo calvo y orondo, con pinta de franciscano, banquero o especulador, invitó a Carlos a pasar.
-Hola, hola, ¡¡¡tú debes ser el nuevo!!!
-Sí, eso parece.
-Bueno pasa, pasa, siéntate.
-Gracias.
-Mira Carlos ¿Te llamas Carlos, no? -Éste afirmó con la cabeza.- Seré breve porque tengo una reunión en el club de Golf con unos accionistas, entre ellos los padres del paciente ese al que acabas de ordenar que reduzcan la medicación, Máximo creo que se llama. Tendrías que conocer a sus padres... Son una pareja extraodinaria, muy comprometidas con las causas sociales de esta ciudad, como este hospital. ¿Sabes a lo que me refiero?
-Sí, de momento le sigo.
-Así me gusta, yo no tengo idea de medicina, pero sé como llevar una empresa, y este hospital es una empresa modélica, que aporta grandes beneficios a aquellos que se comprometen con su causa. Nunca le diré a ninguno de mis empleados como ha de hacer su trabajo, del mismo modo que ellos no se entrometen en el mío. Es lo que yo llamo una relación profesional recíprocamente beneficiosa ¿me sigues?
-Sí, creo que sí.
-Un tipo listo, sí señor, lo tenéis que ser para haberos aprendido todos esos libros. Yo sólo tengo un libro de cabecera, Las Sagradas escrituras. Me lo he tenido que aprender para estar a la altura de la alta sociedad. ¿Me sigues?
-Sí, le sigo.
-Pues nada, ya sabes cómo funciona esto, no te molesto más. Vuelve a tu planta y hazme caso, no le retires la medicación a Máximo, a la larga todos saldremos ganando.
-¿Todos?
-Sí, todos.

Carlos salió del despacho de dirección casi en estado de shock. Se sentía sucio, como si le hubieran violado. Tanto era así, que no subió a la planta de agudos, se dirigió directamente al parking, donde subió a su coche. Tardó 30 largos minutos en reaccionar. Pasado ese tiempo supo que debía hacer.

martes, 19 de octubre de 2010

LEVÁNTESE QUIEN PUEDA 5.

Dicen que cuando algo puede ir a peor es que casi seguro empeorará. Cuando Carlos recobró la consciencia tenía el cuerpo engarrotado, como si hubiera estado metido un par de horas en el congelador. En realidad lo que le hizo despertar fue la llamada de la jefa de recursos humanos de un hospital psiquiátrico donde había dejado su currículo. La conversación fue breve:

-¿Hola? -Contestó Carlos con la voz del que vuelve de entre los muertos.
-¿Carlos Jimeno? -Preguntó la voz metálica de la mujer.
-Sí, creo que sí ¿Quién habla? -Dijo el bueno de Carlos, con el mismo entusiasmo de un reo ante el patíbulo.
-Soy Tirana Molero, jefa de recursos humanos del hospital psiquiátrico Agua del Carmen. ¿Se encuentra usted bien?
-Ejem.-Tosió, tomó aire y tragó saliva, sabía muy bien que había en juego un posible contrato- Sí claro, nada que no se pueda solucionar con un par de analgésicos o una guillotina bien afilada. -Espetó Carlos, intentando recuperar la compostura.
-Ya... Bueno, le llamo por lo del puesto en la planta de agudos. Si le parece venga a mi despacho a las doce en punto y discutimos lo de la guillotina.
-Ahí estaré Tirana.
-Perfecto. No se retrase, por favor. Hasta luego.
-Hasta luego.

Y se acabó. Al colgar el teléfono Carlos se quedó durante unos instantes pensativo, como desazonado, como si para conseguir aquel suculento contrato tuviera que vender su alma al diablo. El rumor de su estómago vacío lo sacó de dichas tribulaciones y la ilusión por comerse un buen filete, a ser posible de ternera, poco hecho, bañado en salsa de pimienta verde y ya puestos todo regado con un buen vino de Valladolid le indicó que lo mejor sería acicalarse un poco para impresionar a aquella mujer.

A las doce en punto Carlos entraba en el despacho de Recursos humanos vistiendo sus prendas más elegantes: unos tejanos rajados, una americana con coderas y una camiseta que rezaba el lema muerte cerebral. Sin duda alguna la mujer quedó impresionada. A las doce y tres minutos Carlos salía del despacho junto a un enfermero. Había firmado su primer contrato. Esteban Cojuelo, que era el nombre del enfermero, un tipo simpático, con pinta de gozar infinitamente cada vez que tenía que practicar con alguna paciente la contención mecánica, le hizo de guía por el hospital.

-Ahí están los enfermos más graves, tenga cuidado con ellos, algunos muerden, le aconsejo que por si acaso se vacune contra la rabia, yo ya lo he hecho seis veces.
-¿Seis? ¿Cuanto tiempo lleva trabajando aquí?
-Un año y medio.
-¿Es que acaso le han mordido?
-No, pero más vale prevenir. También me he vacunado contra la malaria, contra el Dengue y contra la Fiebre Amarilla.
-Ahora entiendo cuando dice que estos locos no son de fiar.
-Por favor doctor. Debería saber que la expresión adecuada es enfermos mentales.
-Ah, claro, que despiste el mío.

Cuando Esteban dio por finalizada la visita por el hospital Carlos, que hasta ese momento se había concentrado en el filete con salsa y el vino, sólo tenía dos cosas claras: la primera es que sus futuros pacientes eran unos pobres locos en manos de auténticos depravados como Esteban y, segundo, que un filete no compensaba la experiencia con la que se había comprometido, así que no dudaría en pedirse un chuletón.



martes, 12 de octubre de 2010

LEVÁNTESE QUIEN PUEDA 4.

Aquella mañana Carlos se despertó media hora antes de que sonara el despertador, pero con una sonrisa estúpida en la cara, la misma que se descolgaba de su rostro cuando soñaba -aunque no se acordara después- con Eulalia Montes, una antigua compañera de universidad. Seguramente esta Eulalia había sido el único amor verdadero en la vida de Carlos. Un año menor que él, en la facultad de Medicina era conocida con varios motes como “La niña probeta” (la de las grandes tetas), “La mujer perdiz” (que siempre te deja feliz), “La doctora Coca-cola” (que cuando te toca te engorda la titola) y un largo etc. La cosa es que todos estos motes se los había ganado a pulso según sus compañeras de clase, porque durante los cinco años de carrera se había acostado (según decían para despedirse) hasta con el Bedel, el día antes de que éste se jubilara. No es de extrañar por tanto, que el hombre le llorara al rector el día siguiente pidiendo que le prorrogara un año más su contrato. La cuestión es que con lo que le gustaba variar de compañeros de cama nunca se acostó con Carlos, el cual la miraba embobado durante las interminables clases de anatomía y rezaba a la Virgen del milagro inútil para que pudiera hacer con ella las prácticas. La última noticia que había recibido de Eulalia era que recién acabada la carrera había conseguido entrar a trabajar en una clínica privada como adjunta al director. Carlos siempre se preguntó si se adjuntarían en el despacho de él o en el de ella.

Como cada mañana se levantó, encendió la cafetera, se lavó la cara y volvió a la cama con la intención de recuperar el sueño perdido, pero algo le detuvo. La cama no estaba vacía. Una mujer rubia de unos treinta-y-pocos yacía desnuda bajo las sabanas. Carlos intentó recordar los pasos que le habían llevado hasta su casa, pero lo último que recordaba era que había entrado en un local oscuro y se había escurrido hasta la barra, donde se detuvo a tomar una copa; el resto de la noche permanecía entre brumas. Rápidamente concluyó que en aquel local lo que servían era garrafón, pero visto que gracias a aquella bebida espirituosa había conseguido compañía femenina no les denunciaría por esta vez. Lo que realmente le preocupaba era qué iba a hacer a partir de ese momento. La despertaba y le decía que ya podía irse, que su casa no era ninguna pensión, con lo que arruinaba una posible segunda cita, a ser posible, libre de amnesia. La despertaba y le decía que el desayuno estaba listo, que había preparado café, huevos y salchichas; claro que en realidad como no le preparara un café sin azúcar y un bol de cereales integrales, su despensa no daba para más. Se desnudaba y se metía en la cama, a ver si así echaba el primer mañanero de su vida, pensamiento que le generó simultáneamente una sonrisa horizontal y otra vertical, un poco más abajo. Lo cierto es que Carlos estaba más alterado que el marqués de Sade en un Sex-shop. Aquella tía estaba buenísima y él, por no recordar, no recordaba ni su nombre.

Finalmente desistió en despertarla. Se preparó un café bien cargado y vestido únicamente con unos calzoncillos se puso a ordenar las quince estanterías repletas con sus libros de medicina por orden alfabético primero, cronológicamente después y, finalmente, por colores, intentado lograr una especie de variedad cromática que resultara agradable a la vista. Cuando acabó repitió la acción con los cubiertos de la cocina y con el botiquín, donde consiguió un efecto muy itálico, en su opinión, al combinar el blanco del Fortasec, el naranja del Yodo y el verde del Paracetamol genérico. Desesperado porque aquella bella dona no despertaba de su letargo maldijo al garrafón y se sirvió una copa de escocés de marca blanca. De todo lo que se le pudo ocurrir fue la peor de las ideas. El efecto narcótico del whisky (sobre todo a esas horas de la mañana) contrarrestó el efecto de la caféína como si fuera Andy Murray contra Rafa Nadal en el Open de Australia. Carlos prácticamente se desmayó, cayendo tras el costado del sofà y quebrando el vaso contra el suelo. El ruido de cristales rotos despertó a la mujer, que se levantó asustada. Al ver que no había señales de vida en el piso, ya que el sofà ocultaba el cuerpo semidesnudo de Carlos, pensó que una vez más se habían aprovechado de ella. Definitivamente, sentenció, lo hombres no eran de fiar ¡y muchos menos los médicos! Más cabreada que Eva Bolena con Enrique VIII, se largó del edificio para no perder la cabeza.