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lunes, 11 de octubre de 2010

LEVÁNTESE QUIEN PUEDA 3.

Carlos era un hombre de rutinas. Cada mañana se levantaba media hora antes de que le sonara el despertador, encendía la cafetera, se lavaba la cara y se volvía a la cama con la esperanza de recuperar el sueño perdido. Para un psicoanalista como él, resultaba muy duro no recordar casi nunca los mensajes que le transmitía su inconsciente. Lo había probado todo: dejar una libreta en la mesita para anotar en medio de la noche lo que le pareciera importante, colgar un atrapa-sueños indígena (aunque fabricado en Alcorcón) sobre la cabecera de la cama e incluso un día que llegó a su casa haciendo el pino decidió regarse con un penúltimo whisky con hielo. A la mañana siguiente lo único que llamó seriamente su atención era un estucado bilioso en las paredes que le recordaron a un famoso cuadro de Jackson Pollock llamado: Náusea.

Mientras tomaban un café, Leandro Cienfuegos, un amigo de Carlos muy aficionado al esoterismo y lo paranormal le explicó que la causa de esta incapacidad sensorial residía en un espíritu travieso que había okupado su piso de forma ilegal. El problema, claro está, era que no podía denunciar dicha okupación a la policía; según su amigo, lo único que podía hacer Carlos era hacer amistad con el espíritu.

-Leandro, ¿estás seguro de que no te iría bien hacer una visita a mi consulta? -Preguntó Carlos con la mejor de las intenciones.
-¿Crees que también allí pueden haber espíritus?
-No, lo decía porque... en fin, no se como decirte... Me resulta muy extraño todo esto que me estás comentando.
-¿Extraño? Claro que es extraño, por eso me dedico a las ciencias ocultas, si no fueran ocultas no tendrían gracia. Tendría que buscarme una nueva afición como el adiestrando de Unicornios o el pilotaje de Aves Fénix, que últimamente hay mucha demanda.

Carlos no aguantaba más, así que en un momento en el que su amigo se quedó con los ojos en blanco y susurrando palabras en lenguas muertas, se levantó sin hacer ruido y se largó de allí sin pagar la consumición.

El resto del día lo pasó deambulando por las calles, pensando en como hacer las paces con su inconsciente. Si Yoda aún estuviera vivo, seguro que tendría en un cajón, junto a su oxidada espada láser, alguna pregunta o comentario clarificador. La verdad es que el psicoanálisis no era lo mismo sin él... Con estos melancólicos pensamientos, sus pasos le habían llevado hasta un parque donde los niños jugaban, los ancianos daban de comer a las palomas y un grupo de jóvenes practicaban el botellón de forma ruidosa. Cansado se sentó en un banco frente a un estanque donde algunos patos disfrutaban de un baño al atardecer. Fue entonces cuando sucedió. Para asombro de Carlos unos nubarrones cubrieron rápidamente el cielo, de forma que sólo un rayo de luz que caía sobre el estanque las conseguía atravesar. Allí, en medio de unos patos nadando en círculos, apareció el fantasma de Yoda, acompañado del fantasma de Freud, que iba cogido del brazo de dos teutonas explosivas.

-Maestro, ¿cómo me has encontrado? -Preguntó un sorprendido Carlos, mientras desnudaba mentalmente a las compañeras de Freud.
-Yo recibir tu llamada, joven padawan. Mi ayuda tú necesitar.
-Es cierto maestro, no consigo comunicarme con mi inconsciente y eso me preocupa. No noto La Fuerza.
-¿Cuánto tiempo hace que no practicas el geschlecht? -Preguntó Freud mientras una de las rubias le susurraba graciosa en el oído.
-¿Te refieres al sexo, oh maestro de maestros?
-No, me refiero a la caza de patos, joven inconsciente. ¡Claro que me refiero al sexo!
-Hace mucho, mucho tiempo.
-¿Y Dónde fue?
-En un galaxia muy, muy lejana.
-Pues comienza por recuperar el tiempo perdido. Sino tienes pareja, en la Almeja Caliente aceptan tarjetas de crédito y hacen ofertas para grupos.
-Ir podríamos alguna vez, querido Sigmund. -Sugirió Yoda.
-Sí, ya he quedado con Adler y Jons para el viernes por la noche, Jung dice para variar que prefiere quedarse haciendo punto de cruz.
-Saber tú ya, joven padawan, el condón no deber olvidar nunca.

Dicho esto desaparecieron los espíritus y las nubes, y el sol de media tarde volvió a brillar en el parque. Para Carlos fue como si despertara de un sueño terriblemente real. Mientras los niños jugaban, los ancianos seguían dando migas de pan a las palomas y los jóvenes ya comenzaban a cantar el último éxito de Carmen de Mairena, Carlos se marchó a satisfacer sus más ocultos deseos, al módico precio de 100 euros la hora.

4 comentarios:

Jose Valdecasas dijo...

Brillantísimas, las aventuras y desventuras del joven Carlos.
Un saludo.

Raúl Velasco Nikosia dijo...

Muchas gracias, a ver qué es lo próximo que le sucede.
Un saludo!!

Jony Benitez dijo...

osea que es el famosos carlos el de los cojones largos!!!

of course cada vez mejor.

Raúl Velasco Nikosia dijo...

Gracias querido Jony el de los cojones del tamaño de un pequeño pony.
Gracias en serio perraka!!! Espero tu carta im-paciente ;-D