Aquella mañana Carlos se despertó media hora antes de que sonara el despertador, pero con una sonrisa estúpida en la cara, la misma que se descolgaba de su rostro cuando soñaba -aunque no se acordara después- con Eulalia Montes, una antigua compañera de universidad. Seguramente esta Eulalia había sido el único amor verdadero en la vida de Carlos. Un año menor que él, en la facultad de Medicina era conocida con varios motes como “La niña probeta” (la de las grandes tetas), “La mujer perdiz” (que siempre te deja feliz), “La doctora Coca-cola” (que cuando te toca te engorda la titola) y un largo etc. La cosa es que todos estos motes se los había ganado a pulso según sus compañeras de clase, porque durante los cinco años de carrera se había acostado (según decían para despedirse) hasta con el Bedel, el día antes de que éste se jubilara. No es de extrañar por tanto, que el hombre le llorara al rector el día siguiente pidiendo que le prorrogara un año más su contrato. La cuestión es que con lo que le gustaba variar de compañeros de cama nunca se acostó con Carlos, el cual la miraba embobado durante las interminables clases de anatomía y rezaba a la Virgen del milagro inútil para que pudiera hacer con ella las prácticas. La última noticia que había recibido de Eulalia era que recién acabada la carrera había conseguido entrar a trabajar en una clínica privada como adjunta al director. Carlos siempre se preguntó si se adjuntarían en el despacho de él o en el de ella.
Como cada mañana se levantó, encendió la cafetera, se lavó la cara y volvió a la cama con la intención de recuperar el sueño perdido, pero algo le detuvo. La cama no estaba vacía. Una mujer rubia de unos treinta-y-pocos yacía desnuda bajo las sabanas. Carlos intentó recordar los pasos que le habían llevado hasta su casa, pero lo último que recordaba era que había entrado en un local oscuro y se había escurrido hasta la barra, donde se detuvo a tomar una copa; el resto de la noche permanecía entre brumas. Rápidamente concluyó que en aquel local lo que servían era garrafón, pero visto que gracias a aquella bebida espirituosa había conseguido compañía femenina no les denunciaría por esta vez. Lo que realmente le preocupaba era qué iba a hacer a partir de ese momento. La despertaba y le decía que ya podía irse, que su casa no era ninguna pensión, con lo que arruinaba una posible segunda cita, a ser posible, libre de amnesia. La despertaba y le decía que el desayuno estaba listo, que había preparado café, huevos y salchichas; claro que en realidad como no le preparara un café sin azúcar y un bol de cereales integrales, su despensa no daba para más. Se desnudaba y se metía en la cama, a ver si así echaba el primer mañanero de su vida, pensamiento que le generó simultáneamente una sonrisa horizontal y otra vertical, un poco más abajo. Lo cierto es que Carlos estaba más alterado que el marqués de Sade en un Sex-shop. Aquella tía estaba buenísima y él, por no recordar, no recordaba ni su nombre.
Finalmente desistió en despertarla. Se preparó un café bien cargado y vestido únicamente con unos calzoncillos se puso a ordenar las quince estanterías repletas con sus libros de medicina por orden alfabético primero, cronológicamente después y, finalmente, por colores, intentado lograr una especie de variedad cromática que resultara agradable a la vista. Cuando acabó repitió la acción con los cubiertos de la cocina y con el botiquín, donde consiguió un efecto muy itálico, en su opinión, al combinar el blanco del Fortasec, el naranja del Yodo y el verde del Paracetamol genérico. Desesperado porque aquella bella dona no despertaba de su letargo maldijo al garrafón y se sirvió una copa de escocés de marca blanca. De todo lo que se le pudo ocurrir fue la peor de las ideas. El efecto narcótico del whisky (sobre todo a esas horas de la mañana) contrarrestó el efecto de la caféína como si fuera Andy Murray contra Rafa Nadal en el Open de Australia. Carlos prácticamente se desmayó, cayendo tras el costado del sofà y quebrando el vaso contra el suelo. El ruido de cristales rotos despertó a la mujer, que se levantó asustada. Al ver que no había señales de vida en el piso, ya que el sofà ocultaba el cuerpo semidesnudo de Carlos, pensó que una vez más se habían aprovechado de ella. Definitivamente, sentenció, lo hombres no eran de fiar ¡y muchos menos los médicos! Más cabreada que Eva Bolena con Enrique VIII, se largó del edificio para no perder la cabeza.
4 comentarios:
Hola a los dos. Daros mi enhorabuena por este magnífico blog y especialmente por estos relatos con los que estoy disfrutando un montón. Ya os he enlazado en Saltando Muros y espero seguir en contacto con vosotros, entre otras cosas, para conseguir el documental del Revés del tapiz de la locura, pues me encantaría, además de verlo, ponerlo periódicamente a usuarios y familiares de las unidades donde trabajo ( subagudos y rehabilitación ).
Saludos desde Tenerife.
Esther.
Hola Esther:
Te agradecemos los elogios hacia el blog. Respecto al docu. te explico.
No tenemos ningún problema en enviarte una copia del mismo, eso sí, su difusión la realizamos por regla general acompañando el pase del docu (el cual hemos realizado en congresos, asociaciones de usuarios y familiares, televisiones e incluso psiquiàtricos como el Pere Mata o el de Tohén) junto a una tertulia, coloquio, debate o conferencia con alguno de sus protagonistas. Estaría bueno poder hablarle a tus chicos en persona, porque se personifican todas las ideas que suscita y remueve la película. Dicho esto, como productor del docu, si me envías una dirección física te puedo hacer llegar una copia, teniendo presente lo que ya te he dicho.
Saludos desde Barcelona.
Raúl.
Hola Raúl. Si te parece nos podemos comunicar vía mail (blogsmtenerife@gmail.com)para así enviarte una dirección donde recibir la copia del documental. En cuanto a la posibilidad de que alguno de los protagonistas estuviese en el pase de la película, me parece estupendo. El único pero que le encuentro es el tema de la distancia y de que no contamos con ningún fondo para poderos facilitar el viaje y la estancia en la isla. Aparte de un ordenador y bastantes ganas, nuestro proyecto no cuenta con recurso económico alguno.
Saludos.
Esther.
Hola Raúl y Almu, me está gustando mucho vuestro relato y sigo cada una de vuestras entradas. Igual que a Esther me encantaría poder ver el documental. En el caso de que consiguiéramos financiación (no de la industria) estarías dispuestos a venir a enseñarnos vuestro documental? Puede que haya una posibilidad pero antes tengo que conocer vuestra disponibilidad. Para más privacidad os mando mi email, amaia_vispe@hotmail.com.
Seguimos en contacto. Un saludo.
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