Esta es la primera de dos entregas de La contra de La vanguardia. A la espera de que mañana se publique la entrevista que Víctor-M Amela le hizo a nuestra querisíma Princesa Inca, os dejamos esta que tampoco tiene desperdicio.
Javier Peteiro, doctor en Medicina y bioquímico
Victor-M Amela, Ima Sanchís, Lluís Amiguet
"Caminamos hacia una sociedad de enfermos"
 
    Foto: Kim Manresa
Sentido común
Lo más estimulante para un entrevistador es  encontrar gente que piense por sí misma, que cuestione, que nos regale  material sobre el que pensar... Peteiro reivindica el papel de la  ciencia como búsqueda de conocimiento y descree de esa moda de dar a  todo acto humano una explicación hormonal. Nos recuerda la importancia  de la relación médico- paciente por encima de los protocolos, y nos  advierte de la tendencia a medicalizarlo todo. Le entristece el  ombliguismo de muchos hospitales, esa idea de que si algo no se cura  aquí, no se cura en ningún sitio: "Hay que relacionarse con otros  hospitales del mundo". De todo ello ha hablado en la Biblioteca del Camp  Freudià de Barcelona.
El cientificismo es la nueva fe atea?
Vamos hacia ahí. Todo empezó con el código genético y la  transformación de la materia viva, que nos llevó a creer que una vez que  tenemos un gen y sabemos lo que hace podremos corregirlo.
¿Falso?
En el ADN no hay una relación causa-efecto como se creía hace años;  las partes influyen en el todo y el todo en las partes. Su complejidad  es fabulosa, y mantener frente a eso un reduccionismo ingenuo es  absurdo; por ejemplo, cuando nos dicen que se ha descubierto el gen de  la homosexualidad.
O el gen de Dios.
Una cosa es divulgar ciencia y otra, ciencia y creencia. Decir que  nos enamoramos porque la dopamina sube es una estupidez. Enamorarse es  más complejo que un subidón de dopamina. Afirmarlo es una tontería con  consecuencias trágicas porque se asume, por ejemplo, que la depresión es  una carencia de determinados neurotransmisores cuando eso es una mera  hipótesis.
Entiendo.
Entonces a la gente le recetan antidepresivos para dar y tomar, cuando su eficacia es altamente dudosa.
Tranquiliza saber que no todas nuestras decisiones las toman las hormonas.
Parece que si pudiéramos medir los niveles de dopamina, serotonina y  vasopresina, podríamos saber si una persona va a tener una estabilidad  de pareja determinada.
Pero hay un correlato.
Una cosa es que, a la vez que uno vive, haya cambios en los  neurotransmisores y las hormonas, y otra, ver ahí la clave de todo, un  reduccionismo molecular de lo propiamente humano que es ingenuo y  dañino.
En EE.UU. ya se hacen entrevistas de trabajo con parámetros de este tipo.
La obsesión por medirlo todo conduce a los test psicométricos, y  recientemente, al análisis de imagen cerebral. Ya ha habido casos en  juicios en los que se han presentado mapas de imagen cerebral para  esgrimir que la persona no ha sido responsable de sus actos o al revés.  Hay una tendencia a biologizar.
Hay genes que se han asociado a un comportamiento violento.
Sí, y es muy peligroso, si yo tengo unos genes de riesgo físico o  psíquico, nadie me va a contratar. Además, son teorías que años después  se desmontan, como vimos con la de los cromosomas XYY de los asesinos.
¿Cuál es el problema de la medicina?
Ha avanzado mucho en técnica, sobre todo diagnóstica. El poder de la  imagen es extraordinario, pero la relación médico-paciente no puede ser  sustituida por una robotización. Y hay algo que puede ser nefasto.
Cuénteme.
Caminamos hacia una medicina por protocolos y hacia una sociedad de  enfermos, porque lo que antes era normal –ahora siguiendo el esquema de  salud que auspició la OMS–, ha pasado a ser enfermedad. Según ese  esquema, nadie está sano: un adolescente por ser adolescente, una  persona mayor, por ser mayor; algo absurdo.
…
Es decir, lo estamos medicalizando todo. Si no estamos enfermos,  estamos en riesgo de estarlo, con lo cual hay que tratar ese riesgo, sea  el colesterol, el azúcar, la tensión, el sol, o lo que sea. Vivimos en  un mundo en el que parece que sea casi milagroso que vivamos, ¿y eso qué  lo favorece?
El negocio.
Evidentemente, hay un peso de las farmacéuticas, pero también la  medicina está dirigida por las grandes empresas diagnósticas, de imagen,  de análisis, que son necesarias, pero hay asociado a ese carácter  técnico una obsesión por cuantificarlo todo.
¿A qué se refiere?
No es que un niño tenga un carácter u otro, hay que hacer test. Si te  encuentras en plena forma, no importa, hay que medir el colesterol, y  si está por debajo de una cifra –que cada vez ponen más baja–, hay que  tomar un medicamento de por vida.
¿Qué ocurre con la investigación?
Antes los científicos buscaban conocer, ¿pero qué es hoy en día un  científico?... Un profesional de la ciencia, lo que significa vivir de  eso, es decir, publicar o patentar, ser un productor, no un buscador.
No apartarte del camino.
No se premia la originalidad, los proyectos son memorias finales,  pero sin los resultados. Para que un proyecto se financie tiene que ser  realizable, pero eso no es ciencia.
La ciencia es partir de una incógnita.
Sí. Hemos pasado de la investigación revolucionaria, como fue la de  Einstein, que buscaba el conocimiento por el conocimiento –y  precisamente por no buscar nada a veces encontraban grandes cosas–, a  una investigación de tipo incremental, es decir, paso a paso,  publicación tras publicación.
¿Ahora hay menos sabiduría?
Sabe más un científico actual de lo que sabía Aristóteles, pero no es más sabio.
¿Qué ha aprendido humanamente en el ejercicio de su profesión?
He visto que cada vez la gente importa menos, con la apariencia de  que importamos. Vivimos un higienismo estúpido, ahora los fumadores son  como leprosos a la vez que coexisten con el botellón, que está  destruyendo y enajenando a la juventud, de manera que es cómoda para  este sistema básicamente mercantil. Esencialmente, he visto el desprecio  a la persona, al ser humano.
 
 
 
2 comentarios:
Un pedazo de aplauso....
Un abrazo.
Me ha encantado. Eso del "reduccionismo molecular ingenuo y dañino" es fabuloso. Ya se sabe que la ingenuidad no implica ausencia de riesgo. Pocas cosas tan peligrosas como un mono con una pistola o un ignorante crédulo con un talonario de recetas.
Un abrazo.
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