No os voy a mentir, llevo días inquieto, medio descabalgado por la impaciencia que siento ante la (espero, deseo y confío) inminente llegada de los primeros ejemplares de mi libro: Levántese quien pueda y otros relatos. Ante esta situación me he visto asaltado por ideas delirantes que he ido devolviendo a su status de irrealidad a lo Rafa Nadal, tanto con drives como con algún que otro revés. Una enorme inseguridad se había instalado en mi mente e incluso, ante las maravillas que he ido leyendo por esta blogosfera, había llegado a dudar de mi capacidad para articular un discurso firme y bien estructurado. Sólo me sentía bien cuando interactuaba con otras personas: familiares, amigos, colegas, vecinos, etc. De alguna forma cuando surgía el diálogo, cuando compartía un ratico con aquellas personas volvía a ser el de siempre (alguien atento y divertido, con un punto zalamero y dos orejas dispuestas a escuchar). En soledad, he llegado a sentir envidia al leer algunos textos como este, este, este, este o este otro. Y como no pretendo andarme con rodeos os explicaré que esa envidia era de lo más incómoda, porque lo único que me mostraba era mi limitación actual.
En fin, a lo que iba, que un gran amigo me ha enviado esta mañana una entrevista a Guillermo Rendueles de la que aconsejo su lectura y debate. En ella trata, a parte de alguno de sus clásicos (como su opinión sobre la fibromialgia), también otros temas de los que quiero destacar la necesidad de reivindicar los vínculos que existían en los grupos naturales o tradicionales, basados en la solidaridad, en el respeto, incluso – a pesar de autoconsiderarse libertario – si estos grupos pertenecen al ámbito religioso; porque tras el individualismo que institucionalizó sistémicamente la postmodernidad, va siendo hora de plantearse recobrar una cierta moral o una cierta ética social, colectiva y humanitaria.
Afirma el tipo: La cantera en que se forja esa gran clientela de los centros de salud mental es el trabajo precario y el entramado de un moderno intimismo que rompe con la antigua pertenencia a grupos naturales. Antes se sabía que al trabajo se iba a sufrir, quiero decir que, aunque había algunas cosas buenas, como el trato con los compañeros, se asumía que el trabajo producía malestar por la explotación en que se basaba, pero a nadie se le ocurría pensar que el gerente o el capataz, además de explotar, te iba a perseguir.
Los nuevos espacios de trabajo, esos panópticos donde no hay barreras visuales, han individualizado al trabajador y reducido su mundo, haciendo desaparecer cualquier concepto del nosotros grupal. El sufrimiento laboral se ha convertido en un malestar íntimo y se ha reinterpretado en términos subjetivos: “Es la encargada que me quiere joder”, “es el jefe”, “son los compañeros”...
Y creo que este proceso se ha producido en todos los ámbitos: en la vida con la pareja, en la vida de la barriada ciudadana….Al no tener una narración colectiva, se percibe la realidad desde una especie de narcisismo de las pequeñas diferencias, se piensa: “Solo a mí me pasa esto”. En esa insociabilidad intimista solo se puede expresar el dolor psíquico en términos de enfermedad mental, considerarte depresivo, distímico. Pues la única identidad que te posibilita entender ese sufrimiento fuera del sentimiento del nosotros obrero es la de frágil y enfermo individual.
Por otra parte, los medios imponen un estándar muy alto de felicidad. Ves la televisión y todo el mundo parece feliz, puedes pensar que el único que está por la mañana hecho un Cristo eres tú, que el único que ha dormido mal eres tú o que el único que tiene mal sexo eres tú. La sociedad del espectáculo promete y fomenta felicidades. Viene a decir: “Si tu vida es una mierda y los que muestra la televisión están tan contentos y viven tan bien, algo está pasando en tu interior que te impide gozar, quizá el médico te pueda ayudar”.
Y un poco más adelante continúa: Vivir sin vínculos es la receta que da el individualismo. Individuos que floten en esa sociedad líquida de la que habla Bauman, como barcos que anclan una temporada en una ciudad o en una relación de amistad, sabiendo que pronto han de navegar a la búsqueda de otro puerto, y que por ello no conviene atarse a ningún amor o compromiso duradero. ¿Cómo se recrean los vínculos? Esa es la pregunta del millón.
Ojalá alguien supiese cómo y qué recuperar. Pienso que, por malo que sea, cualquier red social tradicional, cualquier vínculo, es mejor que el desierto afectivo posmoderno. Por malos que sean los sindicatos que hay, no los echemos abajo, por malas que sean las redes religiosas, por malas que sean las familias, resistir es la consigna. Porque lo otro es ese proceso de individuación que para ser aguantado desde la fragilidad de los sujetos va a hacer necesarios a médicos, psiquiatras y nuevas servidumbres ante las cuales las antiguas nos van a parecer nimiedades. Quiero decir, que entre la laxitud con la que se tomaba, cuando yo era chaval, lo de irse a confesar —que todo el mundo se lo pasaba por los huevos—, a lo que hacen ahora los que van al psicólogo cada 15 días y viven sus vidas como enfermedades a consultar, hay un abismo radical.
Y después de este “laborioso” corta y pega, la pregunta que me asalta es ¿Y ahora que coño digo yo?
Desgraciadamente cualquiera diría que el panorama está tan negro como se pinta, que no hay colectividad, ni ética, ni moral, más allá de algunas pocas y honrosas excepciones. Pero, qué queréis que os diga, es cierto que la mayoría de las personas viven en una especie de continuo honanismo mental, que como decían en tiempos de Franco les ciega lo suficiente como para no reconocerse en el otro. Es más, si tenemos que hacer caso a los medios de comunicación, esta vida es como un enorme supermercado de posibilidades individuales, en las que traicionar, mentir, falsear, manipular -y demás sinónimos- son herramientas legitimadas para poder llegar a final de mes. Así las cosas, no es que seamos extraterrestres, es que estas cosas son las que caracterizan al ser humano del s. XXI y su terrible soledad, de cuya presunta independencia, sólo se acaba extrayendo más dependencia en todos los ámbitos de la vida...
...Ayer celebramos el 8º aniversario de Radio Nikosia. Fue una cena donde celebramos muchas cosas, pero quizás la más importante sea haber podido llegar hasta aquí, prácticamente sin ayudas, desde hace tres años, precisamente el tiempo que llevamos siendo Asociación sociocultural. En aquella sala, pequeña y acogedora, ténuemente iluminada, con la música del duque blanco acompañando las primeras risas y los primeros diálogos, se respiraba satisfacción, alegría, entrega, solidaridad, respeto. Todos los que estábamos allí habíamos llegado en diferentes momentos de la historia de Nikosia, pero el vínculo que nos había unido con el tiempo, iba más allá de una lucha o una idea. Todos: con nuestras diferencias, con nuestras capacidades y nuestras limitaciones, con nuestros buenos y malos momentos, con nuestras ganas y nuestra desgana, con nuestra alegrías y nuestras penas, sabíamos que podíamos contar los unos con los otros. ¿Para qué? Pues para llamarnos y compartir un rato, unas palabras, y poder así reconocernos en el espejo de ese otro, que sin ser profesional de salud mental, es capaz de entender con precisión aquello por lo que estas pasando y darle la vuelta al delirio con algo tan simple como un abrazo sincero. Nuestros principios morales o éticos son tan antiguos como el hommo sappiens, de nuestra mutua necesidad del otro nace nuestra fortaleza, nuestra identidad colectiva, nuestra sabiduría. Allí, entre tantos amigos, es imposible no sentirse orgulloso, agradecido, en comunión con lo que te rodea. Allí, con mis compañeros -aquellos que como yo se han sentido tantas veces desamparados- es imposible no sentir esperanza.
3 comentarios:
Jopeta. Y eso que no tenias nada que añadir...
¿SAbes porqué te pasa todo lo que te pasa? porque no eres un reloj, y por eso mismo, el estar en compañia de otros hace que los malestares se aminores.
Un abrazo, y coño, que me vas a contar a mi de impaciencia. A mi el libro me viene en una puta galera......
jajajajaja
Sí, lo sé. Pero gracias por recordarmelo. Un abrazo grandote y como decía El último de la fila... A galeras a remar!!
Como un libro, Raúl, como un libro. Eso de la envidia: kaka!!
Un abrazo grande, amigo!
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