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viernes, 25 de marzo de 2011

ESCOHOTADO A ESCOTE.

HISTORIA GENERAL DE LAS DROGAS

FENOMENOLOGÍA DE LAS DROGAS
Tranquilizantes «mayores»
Posología
Efectos subjetivos
Principales usos


Dentro de esta rúbrica se incluyen unos doce grupos de sustancias consideradas útiles para tratar la depresión, la manía y, en general, lo que hoy es denominado psicosis por contraste con neurosis. Como han sido sometidos a fiscalización internacional, y se venden a veces sin receta en la mayoría de las farmacias, resulta imposible calcular siquiera sea de modo aproximado la enorme producción mundial contemporánea. Sí debe indicarse, con todo, que el coste de su elaboración es mínimo, y que se emplean también como adulterante o «corte» de drogas ilícitas. Entre los más conocidos están las fenotiazinas (reconocibles por la terminación zina), el haloperidol y la reserpina, comercializados con docenas de nombres distintos en cada país, como Largactil, Meleril, Eskazine, Deanxit, Modecate, Decentan, Thorazine, etc.
 
Posología
El principio general de estos fármacos es inducir una reacción que en altas dosis constituye catalepsia, por reducir el consumo de oxígeno en el tejido cerebral. Con frecuencia requieren varios días de administración para desplegar su potencia. El margen de seguridad varía considerablemente entre grupo y grupo, aunque suele ser inferior al de los opiáceos y sus sucedáneos sintéticos. Bloquean o destruyen algunos de los principales neurotransmisores (dopamina, norepinefrina, serotonina).
La entidad de los efectos secundarios aconseja a menudo la hospitalización inicial del paciente. Entre ellos están: parkinsonismo, destrucción de células en la sangre (agranulocitosis), obstrucción hepática con ictericia, anemia, excitación paradójica, vértigos, visión borrosa, retención urinaria, estreñimiento, irregularidad menstrual, atrofia testicular, alergias cutáneas, arritmias cardíacas, congestión nasal, sequedad de boca, bruscos ataques de parálisis muscular, trastornos de peso (desde una marcada obesidad a pérdida de masa muscular), discinesia (movimientos rítmicos involuntarios de boca, lengua o mandíbula), síndrome maligno con hipertermia y muerte repentina inesperada.
Como no es necesario administrar dosis altas para que tales efectos se produzcan, y la tolerancia se establece con rapidez, los llamados tranquilizantes mayores pueden alinearse entre las drogas muy peligrosas. Ningún grupo de psicofármacos crea en clínicas tantas intoxicaciones agudas y letales por prescripción del propio personal terapéutico. Agravando esos peligros, durante las últimas décadas se han generalizado tranquilizantes de acción prolongada -inyectados por vía muscular cada una o dos semanas-, que cuando producen reacciones adversas sumen al individuo en una situación crítica, pues resulta imposible interrumpir la impregnación del organismo.
 
Efectos secundarios
Orgullo de la psicofarmacología antieufórica, estas drogas se presentan como sustancias que producen un estado de indiferencia emocional sin trastornos perceptivos ni alteración de las funciones intelectuales. De ahí que se conozcan como neurolépticos (del griego neuro o nervio, y lepto o atar).
Pero una indiferencia emocional sin modificación perceptiva intelectual equivale a un círculo cuadrado, y tal pretensión es contradicha inmediatamente por los hechos. H. Laborit, que fue el primero en experimentar con neurolépticos, tuvo la honradez de llamarlos «lobotomizadores químicos», ya en 1952.
Es insostenible no considerar estupefacientes en el más alto grado a sustancias que producen una petrificación o «siderismo» en las emociones, bloqueando la iniciativa de la persona y hasta haciendo que se comporte a veces como un catatónico, incapaz de realizar el más mínimo movimiento aunque se encuentre en la más absurda de las posturas, o forzado a tics compulsivos de la cabeza y al parkinsonismo.
Por otra parte, esas rigideces, temblores o muecas no son sino la superfície de algo más atentatorio aún para la dignidad humana. El individuo sometido a neurolepsia está expuesto a trastornos radicales en potencia sexual y capacidad afectiva; no sólo sufre frigidez o inhibiciones en la eyaculación, sino una degradación en el deseo erótico que algunos psiquiatras consideran irreversible cuando los tratamientos han sido prolongados o frecuentes. Una de las consecuencias inmediatas de la administración es aumento del apetito, que se interpreta como una reorganización de la libido y el intelecto: la petrificación afectiva hace que la libido del sujeto abandone la genitalidad para centrarse en la deglución, tal como su curiosidad e iniciativa intelectual se transforman en actitudes flemáticas y robotizadas.
Como el espíritu humano no se presta con facilidad a esa degradación, uno de los efectos secundarios más conocidos es la llamada acatisia, un estado de inquietud extrema descrito como «sensación de querer saltar fuera de la propia piel», que en formas menos agudas se manifiesta como incapacidad para estarse quieto, aunque los movimientos carezcan de objeto alguno. No en vano la principal eficacia terapéutica atribuida a los neurolépticos es el sentimiento de alivio posterios a la suspensión del empleo, cuando el cuerpo logra librarse de la intoxicación, y el psiquismo abandona su desplazamiento al estómago y la deglución como centros básicos. Suena a burla que este cuadro de efectos somáticos y mentales se describa como neutralidad emocional sin trastornos de conciencia, como afirman los manuales de psicofarmacología al uso.
Años antes de conocer los datos recién expuestos, y sin sentir prejuicio alguno ante este tipo de fármacos, quise comprobar la naturaleza de su intoxicación e ingerí unas gotas de haloperidol. Dejé papel y pluma al alcance de la mano y sólo acerté a escribir: «inconcreta desdicha». Dos gotas más borraron cualquier rastro de autoconciencia. No he tenido coraje científico suficiente para repetir el experimento.

Principales usos
Los atanervios o neurolépticos se consideran no ya recomendables sino imprescindibles en el tratamiento de esquizofrenia, manía y depresión, en casos de ansiedad y para «farmacodependencias».
Por lo que respecta al tratamiento de esquizofrénicos, maníacos y deprimidos, su utilidad principal es poner una camisa de fuerza invisible pero férrea, permitiendo que el sujeto permanezca en su casa, y hasta acuda en ocasiones a trabajos rutinarios. No puedo pronunciarme sobre las ventajas respectivas que ofrecen camisas de fuerza químicas y camisas de fuerza textiles, ni sopesar aquí las ventajas del trato psiquiátrico clásico (electroshock, coma insulínico, reclusión, lobotomía, etc.) comparado con la terapia basada sobre estos tranquilizantes.
A mi entender, los tratamientos son tan admisibles cuando cuentan con el del sujeto como deplorables cuando se decretan sin consultarle, y sin informar en detalle sobre los efectos aparejados al empleo sistemático. Sea como fuere, las tendencias de la psiquiatría institucional -y diversas normas jurídicas- van por direcciones diametralmente distintas.
Por lo que respecta a casos de ansiedad, aguda o no, y de depresión me parecen más recomendables los opiáceos naturales, aunque ni las leyes ni la práctica médica actual contemplen el empleo de tales drogas para una finalidad semejante.
En cuanto al tratamiento de «farmacodependencia», hay que distinguir episodios críticos (el delirium tremens alcohólico, una experiencia de delirio persecutorio inducida por LSD o fármacos afines), y simplemente el hecho de consumir -crónicamente o no- drogas ilícitas. En el primero de los supuestos, y especialmente cuando hay brotes maníacos o persecutorios, creo que puede estar justificada la administración. El seguno supuesto raya en lo criminal, a mi juicio, pues si alguien no muestra signos de querer atacar a otros o autolesionarse, nadie debería poder administrarle un lobotomizador químico, siquiera sea temporalmente.
Un tema conexo es el de quien no desea seguir viviendo. Considero que el suicidio es un derecho civil, y que cualquier adulto está legitimizado para ponerlo en práctica. Sin embargo, hay casos claros de obnubilación pasajera -por hallarse el individuo intoxicado, o bajo el efecto de alguna desgracia reciente-, y en ellos me parece también un deber de humanidad contribuir a que no dé el paso a la ligera, incluso usando sedantes o neurolépticos algunos días.

BIBLIOGRAFÍA
ESCOHOTADO, A. Historia General de las Drogas. Pág. 1231-1235. Ed. Espasa, 2005

1 comentario:

Paula dijo...

Magnífico, esperamos ansiosos comentarios de psiquiatras negándolo todo, o casi todo.
En mi humilde opinión, siempre pensé que, en cuestión de drogas, Escohotado sabe de lo que habla.
Muy buena idea recuperarlo.
Un abrazo!!