Rosario
tiene 46 años. Yo conozco su existencia por el programa de Radio
Nacional: Carne Cruda. Es madre y abuela y hasta hace unas semanas
era la esposa de Antonio. No hace ni un mes que Antonio se quitó la
vida cansado de luchar contra la precariedad, vencido por la enorme
frustración que le suponía no tener trabajo (por ser demasiado
viejo para trabajar, le decían, con apenas 47 años recién
cumplidos). Este relato pretende ser un pequeño boceto de su
historia, la viñeta ficticia de una familia rota por la precariedad
y la marginación, por la falta de expectativas, el drama en carne
viva del paro y la crisis con el peor de los finales posibles, una
reflexión sobre la desesperanza y sus consecuencias, un ensayo
mínimo sobre el infinito dolor que nos causa ser apartados del mundo
cuando la sociedad deja de contar con nosotros y nos impide de alguna
forma ser nosotros mismos, realizarnos, y también sobre el
imprescindible espíritu de lucha colectiva que parece haberse
perdido entre marasmos de pánico al decir y al hacer.
Por último pretendo que sirva como homenaje a una familia desgajada
y deshecha por una situación de la que únicamente han sido víctimas
y a su vez que nos sirva a todos de acicate, de exhortación activa a
la reivindicación de nuestros derechos y el compromiso firme con
nuestras obligaciones.
Antonio
llevaba más de cuatro de años sin encontrar trabajo. Cuando le
despidieron en el 2008 de la fábrica donde había trabajado durante
casi 20 años se despidió de sus compañeros con deseos de mutuo
bienestar y promesas de encuentros en el futuro. Ignoraba que aquel
despido supondría una impuesta jubilación de la vida. Imaginaba,
eso sí, que no le sería fácil encontrar de nuevo un puesto de
trabajo, más que nada porque a las personas de su edad, a pesar de
haber demostrado sobradamente su valía con experiencia y madurez, y
conservar de forma viva el instinto que alimenta la curiosidad y las
ganas de aprender, los empresarios suelen ignorarlos a bien de
ahorrar contratando aprendices y ninguneando a los maestros.
Los
meses siguientes pasaron más rápido de lo que esperado. Como si
fueran impulsados por una veloz y a la vez pesada máquina del
tiempo, Antonio dejaba atrás las colas del Inem, los cursos de
formación, los subsidios del paro, etc. En muy poco tiempo la
familia se encontró sin apenas ingresos y una vida hipotecada por
ciertas políticas ajenas y enajenantes dirigidas a priori a tantos
ciudadanos como ellos, pero que sólo agravaban el desolador y
descarnado panorama de tantas familias inocentes.
Según
datos de la plataforma ATTAC con el dinero que se ha prestado a la
banca en toda Europa desde el año 2008 hasta nuestros días, se
podría haber extirpado el hambre en el mundo durante los próximos
600 años. La cruel realidad de este dato revela la permisividad de
un genocidio a escala mundial, un genocidio del que Antonio es una
víctima más, un número en una estadística, una cifra que forcluye
como todas las cifras la existencia de una biografía y todas las
vivencias, las situaciones, anécdotas, alegrías y tristezas que
ésta conlleva. Mientras tanto la mayoría de españoles parecen más
preocupados por la despedida de Pep Guardiola o las salidas de tono
de Mourinho que de ponerse en el lugar del otro, como si por el
simple hecho de desconocer a tantos Antonios que hay en el mundo
pudieran impermeabilizarse contra el sufrimiento ajeno.
Ignoro
si fue Rosario o alguna de sus hijas quien encontró el cádaver
inerte de su marido. Quiero imaginarme su rostro frío como el de
alguien que ha logrado por fin estar en paz. Alguien que no sufrirá
ante la injusticia, alguien que no sentirá hambre, ni dolor, ni
angustia ante el enorme absurdo de un mundo dirigido por una pandilla
se psicópatas soberbios y egoístas. Quiero imaginarme a Antonio
como la víctima visible de un atentado contra aquello que nos ha
hecho evolucionar a lo largo de los siglos: la comunicación, la
empatía, la solidaridad, etcétera.
Hace
pocos días Rosario relataba en un programa de radio en directo sus
emociones ante lo sucedido. Sus últimas palabras iban dirigidas a
todas aquellas familias que estuvieran en una situación parecida a
la suya:
<<Yo
sé que no me pueden ayudar, ni me pueden hacer nada. Llamo
simplemente para que la gente sepa que como yo hay mucha gente, que
me gustaría que alguien hiciera algo para evitar todas estas cosas.
Porque yo me he quedado sin mi marido y mis hijas sin su padre. Yo no
puedo superar esto, a mi me cuesta mucho seguir delante. Me cuesta
mucho seguir delante... Yo no pido ayuda económica, no me hace falta
ya... Lo que yo tenía ya no lo tengo que era mi marido. Sólo quiero
que aquellas familias que estén en la misma situación que mi marido
y yo... que sigan luchando, que sigan teniendo fuerzas... las que no
tuvo mi marido, porque yo sé que hay mucha gente como yo.>>
Descansa
en paz, Antonio.
1 comentario:
Ya sabes que me cuesta atribuir, por improductivo (llámalo deformación profesional) determinados hechos a el contexto.
Hecha esta aclaración, SI, cada uno de nosotros (incluido este señor) hemos generado y aceptado un estado de cosas lamentable. Estamos sentados en una gigantesca bolsa de mierda que está reventando.
Cuidado con los ventiladores....
Abrazos.
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