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martes, 18 de enero de 2011

DÍAS DE CINE.



Johnny y yo llevamos días peleándonos con el guión de un largometraje. La cosa creo que pinta bien. Si hay suerte lo acabaremos en breve y en tiempo récord. Mientras tanto ayer estuvo en casa un amigo que está en el último curso de una escuela de cine. César, que así se llama, es un tipo intuitivo, que pelea por un sueño y que se la metido en su extremeña cabeza lograr financiación para un docu-mental sobre el que suscribe.

Después de cenar y darle un par de vueltas a la idea, no sé si por el cansancio (llevo noches sin dormir demasiado bien) o por la compañía, acabé resumiendo mi vida y mi locura en este breve relato:

Quizás lo que me haga diferente de tanta gente que ha pasado por esto ha sido una obstinada capacidad por sostener la psicosis (aunque fuera en tanto síntoma) durante la mayor parte de mi vida. Tengo la suerte de recordar mi primera alucinación, la cual viví a los dos o tres años de edad, una de esas vivencias que te marcan de forma implacable y que sabes desde el mismo momento en que la vives que es de esas cosas que más vale no explicar (ya que fulminaba con mis superpoderes de niño cabreado a toda mi familia y a varios medicos del Hospital San Juan de Dios de Barcelona a base de rayos salidos de la nada). El resto de mi infancia y de mi juventud se podría reducir a un esfuerzo por sacar provecho a esa vivencia, que me marcó de forma inevitable; es decir un esfuerzo dirigido a sacar provecho de lo que yo identifiqué como mi portentosa imaginación. Tenía que ser escritor, eso lo sabía desde pequeño. Así que el aprendizaje literario y su juego fueron la muleta o el andamio que sostuvieron durante más de veinte años mi mente, evitando que la psicosis desmoronara mi imaginario. Ahora, estos días, al volver la vista atrás me doy cuenta de que muchos errores que cometí, no sólo fueron causados por la inexperiencia o la estupidez, sino que eran una especie de decisiones desesperadas dirigidas a salvaguardar aquello que sostenía y soportaba mi estructura mental. Eran síntomas que se generaban en un intento de sanar o al menos justificar mi trayectoria vital, truncada desde bien pequeño por el delirio y su misteriosa opacidad. La religión, las drogas, las malas compañías e incluso y ante todo la literatura fue una forma de darle salida a aquella comezón que me corroía desde pequeño. Fue como la búsqueda de un significante que me ubicara de una manera satisfactoria de estar en el mundo, o lo que es lo mismo, un rol que me aportara estabilidad, autocontrol y libertad.

Con la enfermedad de mi madre todo se vino abajo. No quería, no estaba dispuesto, a seguir esforzándome por sostener algo como mi vida que carecía en absoluto de sentido. Fue una pataleta, llena de rabia, llena de dolor, llena de frustración, llena de miedo y soledad, en la que aparté al Otro social de mi vida. ¿Dónde estaba mi premio por haber sufrido tanto? Fue un cerrarse en banda, una negación de todo aquello que me había ayudado, posiblemente porque perdí la ilusión, las ganas de seguir sosteniendo una carga vital que se me hacía demasiado pesada. Mi primer contacto con un psiquiátrico estaba planeado precisamente para descansar de todo aquello. Pretendía (en mi ignorancia) tomarme unas vacaciones para poder regresar más tarde con las pilas cargadas. Ahora sé que me hubiera ido mejor marchándome a un balneario. La medicación supuso una especie de telón de acero que no dejaba entrar ni salir nada. Esto se tradujo en una absoluta incapacidad para gestionar como había hecho durante dos décadas mi psicosis, y anulados los sustentos, el derrumbe fue total. Anulada mi capacidad de razonar y de sentir (aunque fuera en forma de síntoma), castrada de la forma más absoluta lo que Etiquetada llamaría la razón delirante, perdí el control de mi mente, que se fue a refugiar en el delirio más perverso. Significantes, que desde pequeño, desde aquella primera alucinación criminal, habían sido expulsados de mi imaginario, en búsqueda de una representación de mi mismo carente de todo rasgo perverso, regresaron a mi vida en forma alucinatoria, llenando mis días y mis noches de una auténtica batalla contra la culpa. Las pulsiones del eros y el tanathos, del amor y la muerte, de la creación y la destrucción se representaban en imágenes, en historias, en “recuerdos” donde a parte de ser el nuevo Rimbaud era peor que el mismísimo Bin Laden. Como dos caras de una misma moneda cada día y cada noche “creaba” nuevas historias y “mataba” a nuevas víctimas sin salir de mi habitación. Ante la imposibilidad de tocar con los pies en el suelo, ante la incapacidad de sentir y relacionarme con el entorno, que es lo mismo que la incapacidad de ser, caí en un abismo, donde nada era lo que parecía y todo lo que parecía no era en realidad. Las drogas (cocaína y cannabis) a las que volví, no ayudaban, pero eran mejores que la medicación extra seca y sin hielo, al menos me creaban la ilusión de que no todo estaba perdido. De que aún seguía existiendo en mi interior eso que llaman alma.

Fue una elección regresar de ese mundo. Pasada la época del pánico más inmovilizador, se puso ante mí un dilema: pasar el resto de mi vida encerrado en un hospicio privado o volver a sostener mi locura, volver a ser -como diría mi madre- el Raúl de antes. Así que elegí luchar, elegí tirar p'alante, elegí empezar a cuidarme que era lo mismo que dejar las drogas, elegí cambiar mi vida y situarla en el rol de enfermo mental. Decidí dejar de soñar con grandes obras pasadas y pensar en las pequeñas obras del día a día, decidí aprender o re-aprender ( en la maravillosa escuela nikosiana ) que no estaba solo, que sólo lo estaría si me encerraba en mi mismo. En Nikosia volvía a valorar al Otro social, en una suerte de de-construcción y con la incomiable ayuda de Almudena y Martín, fui desprendiéndome de casi todo rasgo de prepotencia. A caminar se aprende andando. Y cayendo. Y levantándose para volver a caminar.

Hoy en día sigo delirando ( a pesar de la medicación que tomo periódicamente ) pero al evolucionar mi forma de relacionarme con el mundo y con el Otro ha cambiado mi forma de relacionarme con mi locura. Almu ocupa en este apartado un papel importantísimo, como imagino ocupo yo en su vida, ya que es mi nuevo sustento, mi nueva muleta, es la ventana que me abre hacia los demás y que me recuerda a diario que la verdad está allí afuera. El amor, a pesar de mi locura, y sus rutinas, son las mejores medicinas. Junto a ella, la literatura vuelve a formar parte indisoluble de mi día a día, ayudándome a espantar los fantasmas, después de bucear en mi imaginario en busca del germen de una buena historia. Todo el trabajo, todo el esfuerzo realizado durante esos 22 primeros años de vida se han convertido en la base de mi corpus de escritor, una base firme, bien cimentada por años de lecturas, donde construyo cada día mi futuro desde la tranquilidad que supone que al acabar ese Otro amigo juzgará mi esfuerzo y mi inspiración. La fantasía de los relatos, no sólo huye de cualquier categoría diagnóstica, sino que desde el delirio que supone en sí misma me ayuda a comprender y a soportar nuevamente mi vida, dando respuestas a los enigmas que ella misma plantea en su estructura etérea.