La Navidad. La gris Navidad. Entre tanta sopa de galets, tanto canalón de rustido, tanto vino Gran Reserva, tanto cava fresquito, ¿qué queda, a parte de la imperiosa necesidad de visitar un dietista? Poca cosa, migajas de tradiciones, que como decía aquel no son más que la ilusión por lo permanente...
Jesús era un joven que pasaba de la treintena. Había nacido en una familia humilde, del barrio de la mina. Su padre, José, que durante la mayor parte de su vida se había dedicado a la recogida y venta de chatarra, se había tenido que jubilar por culpa de las incipientes áreas de reciclaje gubernamentales. Su madre, María, hacía poco que había dejado de hacer la calle, porque, a su edad, lo primero que sentía al quitarse el sujetador ante un cliente era lo frío que estaba el suelo. Los tres habían montado un negocio bastante lucrativo de venta de palomas mensajeras, donde además podías conseguir todo tipo de drogas a precio de mercado. Se podía decir, sin caer en errores, que aunque no nevara en Barcelona, ellos se tomaban muy en serio lo de blanca navidad.
El 25 de diciembre Jesús cumplía 33 años. A la comida de celebración, que cariñosamente había organizado su madre, estaban invitados sus clientes más especiales: 5 yonkis solitarios y pacíficos (siempre que no tuvieran el mono), 2 ex-compañeras de turno y esquina de María, a las que Jesús llamaba “titas”, y tres proveedores de mercancía, que llegaron enjoyados como si fueran los reyes magos.
Durante la degustación de latas de calamares en salsa americana, pollos a l'ast del Bon Área acompañadas de patatas chips y turrones El Lobo, se respiró en todo momento un buen ambiente de cálida concordia y armonía. Entre otras cosas porque era Navidad y Jesús había preparado como aperitivo unos chinos de opio vietnamita.
Al acabar cada uno le dio su regalo a Jesús. Los yonkis le dieron prendas de ropa de marca que aseguraron se habían encontrado tiradas en la calle, las putas le hicieron pasar a su habitación y le hicieron una limpieza de bajos, a fondo y en estéreo, mientras los tres proveedores le dejaron un poco de oro, un poco de incienso y un poco de mirra en la mesa, antes de felicitar a la cocinera y marcharse a seguir con sus negocios. Cuando Jesús salió de la habitación acompañado de sus dos corderas se preguntó pa que carajo servía la mirra esa.
El consumo de substancias legales e ilegales les acompañó durante horas. Antes de las nueve Jesús se había quedado dormido felizmente en el sofá. Todos los invitados se fueron marchando. Cuando María le fue a decir a su hijo que se fuera a la cama, lo notó pálido y frío. Llamó a su marido y ambos se quedaron observando el cadáver de su único hijo en silencio. Luego se miraron el uno al otro y sin reproches, ni lágrimas, decidieron arrojarlo por la ventana. Era la única forma de que la policía no descubriera la tapadera, que tantos años y esfuerzo les había costado construir.
Cuando el cuerpo de Jesús se quebró contra el asfalto, unos copos de nieve empezaron a descender con lentitud y densidad creciente. Antes de que llegaran la policía y las ambulancias, su cuerpo quedó sepultado por una fina capa blanca manchada de sangre.
3 comentarios:
Que bueno......
Un abrazo
jesus, dios mio........viregen santisima....
Me ha gustado mucho.
Un abrazo.
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