LA MUJER SIN NOMBRE:
Ella no tenía nombre. Podría haber sido Anna, Esmeralda o Magdalena. Sus piernas, cubiertas con redes, eran cantos de sirena en medio del arrecife del Raval. Ignoro cuánto tiempo estuve allí, un segundo, un minuto, una hora mirando: su estudiada indiferencia, sus pechos operados, su maquillaje que no acababa de ocultar ni la edad, ni la experiencia.
Desde aquella vieja cafetería, con el deseo de quien ha sido atrapado, imaginando que mi soledad era similar a la suya soñé que la conocía. Y encendí un cigarro, ella encendió otro, y la miré, escudado detrás de una cortina de humo. Mientras contaba palabras le dije, en silencio, que yo no era mejor que ella, que detrás de los libros o los sueños, yo también me prostituía a mi manera, que esta sociedad sobrevive parasitariamente de tantísima gente como nosotros.
Desde aquella vieja cafetería, con el deseo de quien ha sido atrapado, imaginando que mi soledad era similar a la suya soñé que la conocía. Y encendí un cigarro, ella encendió otro, y la miré, escudado detrás de una cortina de humo. Mientras contaba palabras le dije, en silencio, que yo no era mejor que ella, que detrás de los libros o los sueños, yo también me prostituía a mi manera, que esta sociedad sobrevive parasitariamente de tantísima gente como nosotros.
LA NORIA:
Las lágrimas quebraron su mirada como luces de neón. Rastro de sales, restos de vida. En medio de la noche, aquella multitud no era nada, sólo sombras, como fantasmas. Él la miraba; ella, temblorosa, le rehuía. La noria giraba y regiraba su incontrolable vaivén de emociones. Pero sus miradas se encontraron como en medio de un túnel. Se escrutaron en silencio, se reconocieron entre la bruma. Él quiso saber si ella estaba mareada. Ella le hizo prometer que sus lágrimas no serían en vano.
HUMO:
Disfrazada de sombra, caminas con pesadez elefantina, vueltas las enormes pupilas hacia un desván polvoriento, harapienta y sucia, tu alma desprende a cada paso jirones de borrasca y óxido dibujados en tu cabello...
Me sorprendo saludándote, pero tu mirada quebradiza traspasa los cimientos de mi cuerpo al pedirme temblorosa un cigarrillo para una “buena causa”... Una tristeza infinita inunda mi pecho al seguir hacia delante, sólo dura un momento, tiempo en que miro el paquete de Lucky y recuerdo que los fantasmas no fuman.
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