Fogonazos en la noche
desfiguraron la noche dormida.
La rosa derramó su silencio de
barro y oro, como sombras,
inquietas, sobre la pared ciega.
Sin querer, o sin poder
evitarlo, el amanecer puso fin a los juegos.
La noche desnuda en su caverna
fue testigo de aquellos disparos y sus llamaradas.
Pero nadie, nadie,
respondió a su grito de auxilio.
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