Hay momentos que te
asaltan
como un timbrazo a media
noche
o un fuerte estallido
durante la verbena de San Juan.
Momentos en los que el
estupor, deja sitio a la sorpresa
ésta hace hueco a la
perplejidad, para que después inevitablemente
se instale el alivio o el
miedo, en forma de incertidumbre magmática,
como reflejo fiel de
nuestra tremenda fragilidad.
Hay momentos en los que el
vacío viste de oscuro la mirada
y pareciera que no existe
asidero ni balsa a la que aferrarse en
la desolada deriva por las
ruinas de nuestra soledad.
Y uno se mira en el espejo
y no se ve, y si se ve no se reconoce, y si se reconoce
llora como un niño
perdido en medio de la multitud, reclamando una compasión
suplicando una clemencia,
que los adultos no tenemos ni con nosotros mismos.
Hay momentos en cambio que
la rueda de la vida
-o ese destino en el que
me niego a creer-
nos reserva otras
sorpresas mucho mas agradables. Y tras la cortina de
humo de un dialogo
improvisado una mirada nos atraviesa
y se fija en la boca del
estomago haciéndonos cosquillas con cada parpadeo.
Momentos en los que el
deseo aviva un fuego que se creía extinguido
y hacia él arrojamos el
miedo, la duda, la inseguridad neurótica, el desaliento
para ver si así dejan de
joder de una vez. Tras ellas van las ilusiones
las fantasías y los
sueños, para que con estos ingredientes juntos -y a fuego lento-
se vaya cocinando la
esperanza.
Son situaciones, en
definitiva, en las que todos los seres con corazón
nos reducimos a la cárcel
de un animal sediento de palabras y anatomía,
porque más allá de un
fin en si mismo, lo mejor del amor, como en el caso del arte,
es que es un camino que
sólo existe mientras lo vas caminando.
2 comentarios:
Se te nota inspirado Raúl, diría que vas bien encaminado ...
abrazote,
Gracias crack. No me olvido de ese proyecto que tenemos que empezar. Abrazaco!!!
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