La
vergüenza es la sensación de ridículo que se experimenta al ser
sorprendido en falta o embuste relevantes, en acción que conlleva
deshonra o pone de manifiesto actitud hipócrita. El apuro que suscita la
presencia de un yo psicológico y moral más profundo que ha sido
finalmente desvelado y muestra, al desnudo, todos sus defectos e
imperfecciones, antes cubiertos por el ropaje del disimulo. Es el
sentimiento concomitante a lo que interpretamos como la pérdida del
honor, aquello que nos hace acreedores del respeto del prójiimo, por
tanto es también una forma de autohumillación que invita a huir o volver
la mirada al suelo por lo insoportable que resulta el ser observado.
Síntoma
de que el individuo, sea cual sea la falta o el delito cometidos, no se
halla por completo exento de alguna sensibilidad moral, entonces no
resultarán baldíos el esfuerzo y el tiempo empleados en corregirlo y
recuperarlo, pues hay esperanza de no ser un caso perdido para el
aprendizaje moral y el cambio de conducta.
Así
asociada al sentimiento y a la conducta moral, sin la vergüenza sería
imposible la sociedad humana. Es también actividad inteligente, la
esencial capacidad empática de desdoblarnos a nosotros mismos hasta ser
capaces de vernos y pensarnos con el pensamiento y con los ojos con los
que suponemos que nos ven y nos piensan los demás en el preciso momento
en que hemos sido sorprendidos en falta. Así ha terminado por desempeñar
un importante papel en lo relativo a nuestras acciones, no sólo como
indicio de sensibilidad moral, sino como aliado de la conduca honesta
empujados por el temor a la humillación que la vergüenza impone al ser
reprobado o ridiculizado por otros. No es el sentimiento de culpa, sino
el pensamiento de que otros piensan o saben que somos culpables.
Pero
si únicamente nos avergonzamos de nuestras acciones en tanto que éstas
son vistas por otro, desaparecido el público desaparecera también
nuestro recelo a obrar el mal, si es que ningún otro recelo y cortapisa
condicionan nuestra conducta, perder por completo y ensuciar nuestro
honor, siempre, claro está, que no se sepa y que en consecuencia,
nuestra honrada reputación y buen nombre permanezcan a salvo.
Para
el individuo autenticamente honrado aquello que es motivo de vergüenza
ante otro, lo es también para sí mismo, y es capaz de sentir vergüenza
no sólo de uno mismo, sino también ante uno mismo.
Honor,
respeto, honradez, reputación, empatía, honestidad, lealtad, servicio,
convivencia, dignidad, generosidad,...grandees palabras, valores que nos
construye humanos, que orientan y organizan nuestras vidas en su
dimensión personal con lo convivencial social o comunitariamente.
No
queda tan lejos aquella sociedad donde la gente dormía con las puertas
de sus hogares abiertas, que no se atrevía a quedarse con lo que no era
suyo, con una fuerza ética asumida que le obligaba a devolver el dinero
que se encontraba o que le daba de más el tendero, si se equivocaba en
la vuelta, y hacia gala de aquel viejo dicho “pobre pero honrado”. Pero,
ante nuestras narices, todo esto ha desaparecido, hasta en los pueblos
reductos de viejas costumbres y valores.
Tras
la segunda guerra mundial, ante cualquier estrategia de naturaleza
revolucionaria peligrosa para los intereses de la élite capitalista, el
auténtico poder, en occidente se impone un sistema de partidos
adaptativo e integrador en el sistema. Emergidos en una etapa de
prosperidad y estabilidad del capitalismo así como de rápido crecimiento
del poder en los Estados sobre los pueblos y el individuo, en una fase
de optimismo contrarracional, vaciamiento de las mentes, dominio del
credo socialdemócrata y explosión de lo decadente, se ejecutó la
integración de la muy destructiva sociedad de consumo con un Estado de
bienestar reformista que negó a la revolución todo futuro.. Epifenómeno
de una época de consumismo de masas, ya en retirada, ahora esta en
reflujo y descomposición
Desde
finales del siglo XX vivimos, con profundo desengaño, la mediocridad
del mundo de la actual sociedad hiperurbanizada, tecnologizada, y
deshumanizada. Todo obedece a un plan de ingenieria social fabricado
científicamente en laboratorios, con una finalidad, hacer de este mundo
lo que hoy es . Donde el sujeto es, año tras año, un siervo más
perfecto, más integrado en el sistema, más dócil y sumiso, menos humano.
Donde está más que asumido que la democracia es una tiranía que los
ciudadanos tienen que soportar, aunque no confíen en las indecentes e
inmorales clases dirigentes. Una
ciudadanía, donde apenas existen ciudadanos, impotente ante una
picadora de carne llamada sistema, de pensamiento único: “la realidad es
que el mundo es desigual, injusto, violento, mentiroso y cruel con los
débiles”. Se repite una vez tras otra: “aunque imperfecto vivimos en el
mejor de los sistemas, es el modelo a seguir e imitar de manera
obligatoria, hoy y siempre”. La única alternativa “posible” es que
dócilmente desde dentro del sistema se retoque desde la imitación, el
conformismo, el continuismo. y la no-creatividad. El pueblo, como tal no
existe, es la sólo existe la masa sucia, pasiva y repetitiva,
escasamente creativa, mas bien conservadora y bastante resignada,
meramente preocupada por su supervivencia material, lo “practico” y lo
cotidiano. Así se conforma la sociedad del narcisismo y el victimismo
obligatorios, donde individualizados cada una y cada uno se cree El Bien
mientras coloca la etiqueta de El Mal a sus semejantes, donde la banal
retórica sobre unos derechos, impuestos, como fabulosos “logros” de unas
pretendidas “luchas” que nunca han existido, es el todo y nadie habla
de los deberes, la capacidad de sentirnos responsables y culpables .
Forzados a ser siempre víctimas que las instituciones estatales y sus
agentes sociales “liberan” graciosamente, nunca alcanzamos la plenitud
de pensarnos y concebirnos culpables de algo, en lo que hacemos y en
cómo vivimos.
No
esperemos ningún mesias salvador, ninguna organización surgida de la
nada actual que renuncia a crear un nuevo orden social, con un nuevo
sistema de convicciones y valores, que recupere desde la propia
soberania de hombres y mujeres libres lo único que somos: “homo sapiens
sapiens”: personas con capacidad reflexiva autónoma y creadora,
comprender el mundo y comprenderse a sí mismo . Que cada uno rememore la
propia existencia, cada acontecimiento, lo relea, lo repiense, que ose
contemplar con pesar y dolor la propia perfidia interior, extrayendo
lecciones, juicios positivos y negativo como un autentico aprender de la
vida vivida, no experiencias pasivas exógenas y adoctrinadoras, sino un
autotransformarse desarrolllando la capacidad de sentirse responsable y
cupable del mal pensado y realizado. Detenerse a reflexionar, cuando
todo en el orden actuales activismo descerebrado, enfrentarse a la
angustia de pensar, enfrentarse a la espantosa verdad hasta hacer
chirriar dolorosamente lo más profundo del yo. Y autoconstituir
intuitivamente desde uno, sin importar tanto la perfección como el hecho
mismo, un sistema de valores con unas normas a a vez reflexivas,
convivenciales y éticas. Sólo así es probable que consigamos empezar a
sanarnos de nuestros enormes males como son la irreflexión, la
iresponsablidad, la vida desordenada,la frivolidad, el delegacionismo,
el victimismo, el odio al otro, el narcisismo, la insensibilidad moral,
el zoologismo, la somnolencia mental y la falta de fortaleza
interior....y con cuatro maderos empezar a montar esa guillotina,
símbolo del auténtico poder popular, ante quien sentir vergüenza antes
de ese último instante mientras todo da vueltas, vueltas, y más
vueltas, cuando la última visión sea un cuerpo sin cabeza, muy familiar a
su dueño.
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