Me miras y...
leo en tus ojos,
más profundos que todos
los libros de metafísica del mundo
y a la vez, tan sencillos,
tan sumamente trasparentes.
Me miras
sin maquillajes,
sin más disfraz que la prudencia,
desnudos de hipocresía, que
el niño que vive en mi interior
entiende y conoce tu mirada,
como conoce o cree conocer que
uno más uno
es igual a dos.
Lo absoluto, si existe, se esconde
dentro del espejo con el que me miras
crece con exponencialidad matemática
nutriéndose de palabras y gestos
de momentos que se esfuerzan
por sobrevivir a la debilidad de nuestra memoria.
Porque me miras y todo está bien
y sino lo está
es el mejor de los principios
para la búsqueda de una solución.
Ahora mírame, así,
permíteme la entrada al salón donde
tu fuerza espanta los fantasmas y
dame cobijo al calor de tu seguridad.
Porque, al fin y al cabo,
en el libro de tu mirada
está la clave de mi paz y mi descanso,
mi despertar inquieto, mi alegría y
la incertidumbre de mis quebrantos.
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