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domingo, 8 de julio de 2012

Vigo, ciudad de vacaciones.


Hace cuatro días que aterricé en Vigo, esa ciudad que parece diseñada por un mal jugador de Tetris, precisamente porque carece de cualquier tipo de diseño o plan urbanístico. Es una ciudad que a mi, personalmente, siempre consigue transmitirme unas vibraciones especiales. Obviamente esto es así por la gente que vive en ella, por esos amigos que siempre que me ven me acogen en su grupo como uno más, y así entre cañas y lo que surja, compartimos entre todos la alegría de estar vivos, de ser personitas que hablan y disfrutan estando con otras personitas. No hay más pretexto ni doblez.

En Barcelona también tengo buenos amigos, pero quizás y aunque suene extraño, en los únicos lugares, o, mejor dicho, con las únicas personas que me encuentro realmente a gusto son pocos, poquísimos. Los problemas del día del día, las urgencias que nos atoran, aquellos percances de estar vivo y tener que luchar para mantener lo ya alcanzado, muchas veces me separan de ese sentimiento que recobro con naturalidad en tierras gallegas: una paz natural y expresiva, sin la necesidad de tener que disfrazarme de algo o alguien para proteger dios sabe que neurosis. Al final como hablaba ayer con el bueno de Johnny Benitez estas máscaras, estos disfraces no son más que defensas naturales contra el horror y el vacío de una realidad que en ocasiones, cuando no fijamos nuestra mente en algo concreto como pueden ser tus manos tenaces o tu mirada solicita, como tus palabras fugaces o tus silencios imposibles, como tu sonrisa panorámica o tus lagrimas perladas de sal, todo parece que nos sobrepase, que nos aturda, que nos lleve a la deriva en un abismo de corrientes donde no encontramos asidero. Ya lo decía Lacan:”La realidad es inasible e inabarcable”. No hay asidero ni barca que pueda surcar y mucho menos cartografiar toda su extensión. Pretenderlo es una quimera que roza lo delirante.

Y en cambio a veces parece que que lo urgente no nos permita fijarnos en lo verdaderamente importante y que apremiados por la prisa queramos ir copando etapas en busca de una satisfacción que sólo se logra desde el goce hacia lo sencillo. Unas risas y unas miradas cómplices con esas personas que quiero, mis hermanos nikosianos (quizás el lugar donde más a gusto me siento), unas cañas con mis amigos de toda la vida o con aquellos nuevos que ya ocupan un lugar preferente en mi corazón, una comida con mis viejos libre de sal, pero cargada de buenas intenciones y sobre todo cuando estoy contigo y las ideas y los sentimientos fluyen con libertad. Cuando consigo hablarte, cuando consigo fijar en mi mente aquellas cosas que llevo tanto tiempo queriendo decirte y me lanzo como puedo al vacío de tu blancura intentando sostenerme en el vertigo como si planeara con un parapente, es lo más parecido a volar con mis propias alas que recuerdo. No lo puedo evitar, no lo quiero evitar. Poner cada palabra en su sitio e hilvanar frases, oraciones, párrafos y demás me produce un placer enorme, quizás porque si algo me da miedo, si algo consigue hacerme enloquecer sea el silencio, pero no el silencio exterior, sino el interior. Ya mataron mi voz a base de pastillazos hace mucho, y os aseguro que es la peor sensación, la angustia más intensa que he vivido. La absoluta incapacidad para poder compartir con los amigos y los compañeros, con la familia y contigo mismo nada más que tenues y languidos balbuceos. Esa experiencia fue en definitiva lo más parecido a estar muerto.

1 comentario:

Miguel dijo...

¡Qué bien escrito! Disfrutad mucho de Vigo. Una ciudad maravillosa.