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martes, 14 de febrero de 2012

DE VEZ EN CUANDO LA VIDA...


Mientras el tiempo pasa y corre sin dejarse atrapar nos consolamos con aferrar un instante, un momento, y alzarlo en un altar en nuestro corazón como si éste fuera eterno o más divino que humano. Miramos aquellas viejas fotografías (recuerdos de una infancia hecha jirones), contemplamos el amanecer de un nuevo día o miramos dormir a nuestra pareja -con esa paz acompasada en su pecho- y pensamos que todo está bien, que la vida continúa de momento su paso impávido e indiferente.

Como en una suerte impropia de los tiempos que corren -tan ruines, tan desalmados, tan grises y desangelados- nos permitimos el lujo de ser optimistas, que viene a ser lo mismo que ser ingenuamente positivos, y la esperanza nos embarga, porque hipotecamos en el banco del tiempo nuestra lucha al amor y la convivencia. Nuestra vida se asemeja en esas ocasiones a un lago cristalino de aguas tranquilas como un espejo donde se reflejan el mundo al revés. Y nos engañamos, y nos sugestionamos, y nos convencemos como si no acabáramos de creer en aquellas verdades que pensamos que nos pueden salvar del vértigo y el abismo. Como si todo nuestro imaginario no fuera nada más que una representación simbólica y fatua, incompleta e irreal, como un sueño que vivimos intensamente y que olvidamos al despertar.

Pero uno se toma un café o dos o los que hagan falta para enfrentar este mundo con una sonrisa, porque dicen que la actitud es fundamental. Esa máscara engarzada de palabras y discursos, de miradas, recuerdos y experiencias que nos ponemos todos y que manipulamos como un químico manipula las moléculas de un fármaco o más bien como un cocinero prepara una vieja receta -de esas que no fallan nunca o casi nunca.

Porque vivir es una historia en la que nos vemos sacudidos por el azar y sus incógnitas, yendo de un lado para otro, como la bola de una máquina del millón, con el único objetivo de mantenerse en la partida, de seguir jugando y seguir disfrutando de ese tiempo que nos robaron hace ya mucho, cuando aún creíamos en hadas y en dragones, y enfrentábamos el mundo con verdadera y sincera inocencia, sin saber que esa forma natural de vivir se le llamaría optimismo e ingenuidad.

La juventud no existe
al otro lado del espejo.
El gato aparece y desaparece
muestra sus garras
¡interrogantes!

El conocimiento nos vuelve adultos
y con la edad
nos volvemos ignorantes.


Y mientras tanto, sin otra posibilidad que cambiar esta máscara abierta a las mareas, observo como cada vez me resulta más difícil definir la realidad. La vida como la verdad es un misterio, que cuanto más cerca creemos estar de su solución, más lejos estamos en realidad. Hay pocas verdades en este mundo que se puedan apresar con estas manos tan pequeñas, hay pocas realidades -oceánicas como son- que quepan en vasos tan diminutos. Y en la tribulación y en la duda avanzamos dando tumbos, sin dirección consciente, porque la vida es un viaje que no lleva a ninguna parte. Por tanto, quizás, lo único que importa de la vida, es que tengamos la suerte de tener una serena travesía, y que nuestro álgido espíritu nos guíe lejos de tantos monstruos que esperan al acecho de nuestras debilidades. 

Para despedirme os dejo una canción:

 

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