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miércoles, 28 de septiembre de 2011

TERTULIA SOBRE LA LOCURA EN TV2

El pasado lunes en los estudios de RTVE de Sant Cugat tuve la oportunidad de participar junto a tres compañeros (entre ellos dos buenos amigos) en una tertulia sobre la realidad de la locura desde la perspectiva del loco. Tienen curiosidad? clickad en el enlace y avancen el cursor de reproducción hasta el minuto 38.


Después del video con la Presi nikosiana (también conocida como Maruja la cachonda y a veces como Dolors) y Xavi "El niño del frenopático" salimos a escena Vicente, Edgard, Ricard y el que suscribe. Espero que les guste!!


martes, 13 de septiembre de 2011

ENTREVISTA A EMILIO POL DE INSTITUTO PSICOFARMACOLOGICO.



Emilio Pol es el jefe del Servicio de Farmacia del Hospital Psiquiátrico Provincial de Alicante. Aunque define a los farmacéuticos como personas discretas a las que no les gusta destacar, lo cierto es que su trabajo es digno de hacerse público y notorio. Y es que su llegada al hospital supuso un giro de 365 grados en la forma de prescribir, administrar y usar los psicofármacos.
  • "En salud mental la asistencia sanitaria está cubierta, pero no las necesidades sociales"
Gracias a él, el pequeño cuarto con cajas de medicamentos sin fechas de caducidad ni clasificación se convirtió en un departamento perfectamente organizado; llevó a cabo un formulario con todos los medicamentos e hizo una selección para que no hubiera excesos de unos grupos y carencias de otros, lo que supuso un ahorro del 50 por ciento del gasto del centro en tan sólo unos meses. También elaboró una hoja de prescripción y administración de dosis e introdujo las dosis unitarias en las fórmulas líquidas orales de pequeño volumen. "Cuando vi cómo daban las gotas... -se lleva las manos a la cabeza-. Había veces que el enfermero tenía que dar hasta cien gotas. ¿Te imaginas en una sala con treinta pacientes y el enfermero contando cien gotas?". Además, introdujo la formulación magistral.
En este empeño por garantizar el correcto uso de los psicofármacos, Pol ha creado, junto al farmacéutico Francisco Martínez Granados, un blog donde se analizan casos clínicos reales, se cuelgan artículos científicos de interés y se comenta información relevante sobre psicofarmacología de interés para profesionales sanitarios y pacientes. El blog se ha convertido en un referente para el colectivo sanitario y para los enfermos y recibe una media de cien visitas al día.
Estas muestras del trabajo bien hecho reflejan su carácter tenaz y proactivo, y su colaboración con asociaciones de pacientes con patología mental y su implicación en ONG, como Médicos del Mundo, dan fe, además, de su valor humano.
  • "A los enfermos hay que explicarles qué les pasa y mirarles a los ojos, como personas que son"
PREGUNTA.- Cuénteme cómo fue la primera vez que llegó al hospital psiquiátrico. Fue de chiste...
RESPUESTA.-
Cuando llegué al hospital para entrevistarme con José Luis Montolla, director de los Servicios Psiquiátricos de la Diputación de Alicante, me encontré a un chico que estudiaba Filosofía con mi hermano y estaba ingresado por un trastorno bipolar. Me quedé un rato hablando con él sin darme cuenta de que el director se había marchado. Cuando me percaté fui a buscarle y, claro, la puerta estaba cerrada. Buqué a la enfermera para que me abriera y ella empezó a preguntarme que cuándo había llegado y con quién y yo le respondí: "He llegado esta mañana con el doctor Montolla". Al final le dije: "Anda, ábreme que soy el farmacéutico". Y ella me dijo: "¡Mira qué gracioso! Hemos tenido de todo, hasta un Napoleón y psiquiatras, pero nunca un farmacéutico".
P.- Ahora más serios. ¿Cree que se tiene en cuenta al farmacéutico a la hora de estructurar los planes y equipos de salud mental?
R.-
No. Hay trabajadores sociales, psicólogos, psiquiatras, enfermeros, pero el farmacéutico no aparece, cuando la herramienta principal de los tratamientos de estos pacientes son los fármacos; es más, creo que esto no debería ser así.
P.- ¿Cómo debería ser, entonces, el abordaje de estos pacientes?
R.-
Los medicamentos ayudan, pero los problemas personales hay que trabajarlos: el desajuste social que genera la enfermedad, el desempleo, la falta de recursos económicos, agravada por terapias farmacológicos carísimas...
P.- ¿Está fallando, por tanto, el abordaje social?
R.-
La asistencia sanitaria está cubierta, pero los aspectos sociales no. Se están financiando tratamientos farmacológicos muy caros que están consumiendo muchos recursos públicos.
P.- ¿El concepto de uso racional del medicamento se está realmente aplicando en la psiquiatría?
R.-
Hace falta mucho trabajo. Hay pacientes tratados con varios fármacos de la misma familia y con el mismo mecanismos de acción, enfermos con dosis por encima del máximo recomendado o que toman fármacos que no están para la indicación adecuada.
P.- ¿Cree que ha habido un aumento del consumo de psicofármacos en los últimos años en España?
R.-
Ha habido un aumento de la complejidad de los tratamientos. Actualmente estoy llevando a cabo un estudio sobre cómo están evolucionando las dosis de fármacos administradas durante veinte años y ha ido en aumento. Mi hipótesis es que los antipsicóticos generan el uso de más antipsicóticos, pero con un matiz: que el paciente no busca tomarlos, como ocurre con otros medicamentos que generan dependencia.
P.- ¿Cómo se pueden eliminar los estigmas de la patología mental?
R.-
Tratando de normalizar la enfermedad y explicarla, implicando al paciente en la toma de decisiones terapéuticas. Hay que darle voz para que participe.
P.- Pero entender la enfermedad mental es muy difícil...
R.-
Sí, sobre todo porque suele afectar a personas que antes estaban bien. Muchas de ellas son muy capaces, pero hacen cosas raras, y sufren porque ven cosas o escuchan voces que nadie ve ni oye. No entienden qué les pasa y eso genera mucho sufrimiento. Además, hay un rechazo de la enfermedad por esa imposibilidad de comprender qué ocurre.
P.- ¿Ha tenido alguna vez miedo de trabajar en un psiquiátrico?
R.-
Nunca. He visto pacientes con brotes violentos, pero hasta cierto punto lo entiendo: llegan engañadas, sujetadas contra su voluntad... No es de recibo aplicar la violencia con ellas. Hay que explicarles las cosas y respetarles; hay que mirarles a los ojos. Me gusta hablar con ellos.
P.- ¿Recuerda a algún paciente en especial?
R.-
A muchos, sobre todo a aquéllos con los que haces verdaderos esfuerzos por que se recuperen y cuando ya están bien y vuelven a casa y se encuentran con el rechazo de la familia el desenlace es fatal. Eso me ocurrió con una paciente, cuya madre la rechazó y se suicidó. Eso me partió el alma. Tampoco hay que echarle la culpa a la madre, que, probablemente, llevara veinte años de sufrimiento y cuando vuelve a descansar, el problema retorna. Hay que ser comprensivos.
P.- Al margen de su trabajo en el hospital. ¿Qué hace un farmacéutico en una ONG de médicos?
R.-
Fue a raíz de un máster de Medicina Humanitaria que hice y me ofrecieron la representación de Médicos del Mundo de Valencia y acepté. Hemos llevado a cabo programas de reducción de daños en drogodependencias y prostitución y asistencia a inmigrantes y personas sin recursos.

El perfil

DATOS PERSONALES. Nace en Motril (Granada) el 14 de diciembre de 1955.

FORMACIÓN ACADÉMICA. Cursa Farmacia en la Universidad de Granada (1975-1980). Para la obtención del grado realiza una tesina titulada Reactividad del 6-hidroxi-hexanal, en el Departamento de Química Orgánica. Animado por un artículo de uno de los grandes referentes de la Farmacia Hospitalaria, Joaquín Ronda, se presenta a las pruebas del FIR para hacer esta especialidad. En 2002 realiza un máster en medicina humanitaria.
TRAYECTORIA PROFESIONAL. Acabado el periodo de formación como farmacéutico especialista, ocupa durante seis meses una plaza interina de inspección farmacéutica en la Dirección Provincial del Insalud. En 1984 consigue la plaza de farmacéutico en el Hospital Psiquiátrico de Alicante. Durante dos años regentó una botica. Es profesor asociado de la Facultad de Farmacia de la Miguel Hernández, de Elche.
OTRAS ACTIVIDADES. Durante varios años ha formado parte de la junta directiva de Médicos del Mundo de Valencia y ha representado a esta organización en Alicante. Cogestiona, junto al también farmacéutico Francisco Martínez Granados, un blog, Boletín del Dr. Mateo, sobre farmacia y psicofármacos, donde se pone énfasis en aquellos aspectos de la psicofarmacología y psicofarmacoterapia "que no son promocionados por la industria farmacéutica", según sus impulsores.

jueves, 8 de septiembre de 2011

SALUD MENTAL Y DERECHOS HUMANOS (Octubre 2011, Bilbo)


 



Los locos -que duda cabe- somos personas, es decir seres humanos desde el mismo momento en que nacemos. Esto a lo largo de los años nos convierte en ciudadanos, en padres, en hijos, en hermanos, en colegas, en parejas, en amigos, vamos que por el simple hecho de estar vivo somos más parecidos a aquellos que nos diagnostican, nos etiquetan, nos estigmatizan, nos ningunean, de lo que seguramente ellos se creen. Pienso que esta forma de exclusión (física, simbólica y aterradoramente real) que sufrimos cada día los locos, tiene mucho que ver con las relaciones de poder y su soberbia vertical y prepotente. Es desde esta lógica de la soberbia normalizada y normalizadora desde la única posición en que entiendo como posible la absoluta castración de nuestros derechos. Porque señoras y señores creo que tener derechos no es de locos.

Al loco (y que quede claro que entiendo como loco a todo aquel -esté o no psiquiatrizado- cuyo comportamiento nos resulta molesto, porque tendemos tanto a diagnosticar de locura, como a vestirnos con el traje de seleccionador nacional cuando un buen partido de fútbol lo requiere) al loco, decía, se le rechaza en el mismo momento en que se le etiqueta, se le presupone incapaz, o estúpido, o vago, o caradura, o que se yo, que seguro que más de uno habrá. Locos, eso si, somos o hemos sido todos en algún momento de nuestras vidas, todos hemos sufrido en algún momento el vacío succionador que nos transmite un entorno que nos rechaza. Todas hemos sentido ese desamparo, esa soledad tan desolada (que diría Mario Benedetti) esa caída infinítupla hacía lo más oscuro de nuestra habitación. Todos hemos enloquecido en algún momento de terror, de desgana, de injusticia, de desamor, de luto, arrasados por la pena, desalmados como los arrabales de una ciudad destruida por el absurdo de una guerra, que en este caso se combate en nuestro interior. Locos somos todos, repito, porque como nos recuerda Caetano Veloso de cerca nadie es normal. Locos somos todos, pero parece que algunos más que otros. Parece que a algunas personas, entre las que me incluyo, en el mismo momento en que sacamos hacia fuera todo el dolor que llevamos guardado, en el mismo momento en que nuestro entorno (demasiado ocupado en mantener el frágil sustento que aguanta sus rutinas) se alarma -porque lo incomprensible está codificado para ser alarmante, peligroso y objeto de temor- ante la imposibilidad de entender de donde vienen estas conductas extrañas, que han erupcionado partiéndolo todo: estructuras, lenguajes, significados, sentimientos, relaciones, cometamos una especie de delito social que exija una pronta condena. Porque los locos explotamos y a la vez implosionamos en una suerte de desgraciada incomprensión social. Es en esos momentos en los que caemos sobre las duras camas del psiquiátrico, donde nos diagnostican con etiquetas terribles con las que no nos reconocemos, donde nos medican con drogas que nos impiden pensar, sentir, razonar como hasta ese momento habíamos hecho. Es en un hospital tan poco hospitalario como el psiquiátrico donde somos separados del resto de enfermos por sendas puertas cerradas a cal y canto, porque aunque digan que ya cayeron los muros de las antiguas instituciones, sigue habiendo otros muros, otras puertas, como fronteras cerradas para que quede bien claro que no somos normales, que estamos locos o lo que resulta más aterrador no estamos locos, somos enfermos con cerebros enfermos, somos enfermos que no tienen en teoría ningún control sobre su vida, su sufrimiento y su dicha.

Mientras que el resto de locos (los que hay más allá de las puertas del psiquiátrico) luchan cada día por sostener los vaivenes emocionales que les provoca los embates de la vida, nosotros, los de aquí adentro, desde el mismo momento en que nos diagnostican y asumimos, como niños buenos y sumisos, que somos y seremos enfermos crónicos, víctimas del ir y venir de ese cajón de sastre “explicatodo” y “describenada” llamado dopamina durante el resto de nuestras vidas, renunciamos a nuestra identidad, a nuestra experiencia, a nuestros valores, a nuestras creencias, a nuestros sueños e ilusiones, y, lo que es peor, renunciamos a todo aquello que seguramente fue causa real y que como real que es resulta dificilísimo, sino casi imposible de explicar a las primeras de cambio.

Así, con la personalidad desestructurada, despersonalizados diagnosticamente, con las emociones aplanadas por la química farmacológica flotamos a la deriva en una sociedad hostil, depredadora, voraz, donde la sutil violencia a la que todos los seres humanos somos sometidos cada día va desmembrando las posibilidades reales de cambio... Las voces, las fantasías, las pesadillas pueden haberse detenido. Pero no se tarda en descubrir que en realidad sólo se ha sustituido una pesadilla por otra, que existe una ley no escrita que nos sitúa a partir de entonces en la marginalidad tanto económica, como social más absoluta. Porque como de los locos nada bueno se espera, nada bueno les queda del pastel. Y mientras no molestemos todo estará bien. Hoy en día no faltan guettos disfrazados de club sociales, centros de día o centros especiales de trabajo donde se garantiza el aislamiento de las personas diagnosticadas del resto de la comunidad y sus potenciales peligros.

A tenor de lo dicho me gustaría recordar la existencia de varios estudios, entre ellos del prestigioso John Read, que afirman que el hecho de considerar a la locura como enfermedad (como pueden ser la diabetes o las cardiopatías) no sólo no han reducido lo que se conoce como estigma sino que lo han aumentado -por eso de que si el loco/a no tiene control sobre su cerebro enfermo lo hace además de impredecible, incontrolable- generalizando la irresponsabilidad y su ganancia. Es a raíz de estás ideas sobre los trastornos mentales que se pueden defender muchas atrocidades en contra de los derechos fundamentales que tenemos los diagnosticados como ciudadanos como son el Tratamiento Ambulatorio Involuntario, la contención mecánica, los ingresos involuntarios, etc. Todo ello defendido por el presunto bienestar del paciente y su derecho a la salud. Me parece muy significativo el hecho de que una persona del credo de los testigos de Jehovà pueda rechazar una imprescindible transfusión de sangre por sus creencias (por muy absurdas que nos parezcan a la mayoría), pero en cambio una persona diagnosticada pueda ser obligada a tomar una medicación en contra de su voluntad. Esta situación me invita a pensar que nuestra constitución defiende a capa y espada la libertad política y religiosa (siempre, claro está, que no resultes molesto a tu comunidad). Porque suelen ser los familiares los que ante el acoso de un entorno molesto y escandalizado por la presión que ejerce sobre ellos los encorsetados cánones de normalidad los que piden e incluso llegan a exigir un tratamiento forzoso e involuntario (y al CERMI y a algunas asociaciones de FEAFES me remito).

Son otros muros, otras murallas, en este caso invisibles las que sitúan al loco en el lugar del discapacitado total, aquel que ni puede, ni debe decidir sobre las cuestiones importantes de su vida. Estas murallas nos separan de los otros y su materia consistiría en un amasijo de falsas creencias, prejuicios, estigmas, miedos y golosa irresponsabilidad. De murallas hay tantas como grupos sociales denostados, ninguneados, anulados cuando se confrontan con un otro social que se cree superior. Es desde esta lógica de las relaciones de poder y la ignorancia desde donde se construyen los prejuicios. En el momento en que alguien piensa que es mejor, más libre, más capaz que otra persona porque ésta última tenga algunas dificultades, y esta idea le impida acercarse a él, de pura soberbia, se levanta un muro invisible. Creo, ya lo he dicho antes, que todos los seres humanos tenemos ciertas dificultades para sobrellevar la vida -sólo que las de algunas personas son más evidentes que las de otras- por lo que todas las personas de este planeta seríamos en cierto modo discapacitados. Desgraciadamente las personas tendemos a pensar que “las taras físicas, emocionales, etc” son exclusivas de los demás, porque nuestro ego nos impide hacer una reflexión autocrítica sobre nuestra conducta, quizás porque de otra forma no seríamos capaces de soportar la carga simbólica que supone admitir nuestra discapacidad. Esto no sería un problema si participáramos socialmente de una lógica donde la horizontalidad, el respeto hacia el otro y su enorme diversidad fueran los valores imperantes, en contra de la uniformidad global que parece que se nos quiere imponer desde los mecanismos de poder.

A parte de esto es desde el contacto directo con la comunidad desde donde se desmontan los estigmas (éste y el que sea). Cuando uno se ve obligado a desinstalar de la categoría social a alguien a quien ha estigmatizado porque no asume el rol que se le presupone es cuando el estigma tiende a desmontarse (a caer por su propio peso). Yo he salido del armario hace mucho, y por todo lo que hago, y donde lo hago, y con quien lo hago nadie me considera ni un enfermo, ni un esquizo, sino un tipo simpático y algo alocado. Desgraciadamente a mí se me coloca en el lugar de la excepción, e incluso, a pesar de los muchos médicos que afirmaban antaño mi absoluta pérdida del juicio, ahora según aquellos psiquiatras que al conocerme no reconocen a un esquizo como manda el DSM o como dios manda, que para su caso son lo mismo, me dicen que mi caso es un claro ejemplo de mal diagnóstico. Lo que sea por no manchar las decisiones de la A.P.A y su bendito consenso.

Pero mejor vuelvo a los derroteros de la locura y sus derrotas civiles. Porque creo que los límites, precisamente por situarse en aquel terreno que casi nadie traspasa, tienen un algo de misterio, como si en sus lindes se escondieran las claves de un equilibrio más soñado que adquirido, una especie de El dorado o de Atlántida sumergida a la que no podemos acercarnos si no es desde el viaje interior. Cuando hablo de límites, hablo también de fronteras, hablo de polos, hablo, como ya hablaba el Tao, del ying i el yang. ¿Qué fue primero la luz o la oscuridad? ¿Qué fue primero la gallina o el huevo? Ya que ninguno de nosotros estábamos allí para comprobar empíricamente lo que sucedió en realidad, mejor pasopalabra.

Todas las personas tenemos unas capacidades y unas limitaciones. Me parece que en muchas ocasiones, nuestras limitaciones las ponemos nosotros mismos, con la inestimable ayuda de nuestro entorno castrador y sentencioso, y esos juicios de valor que frustran tantos sueños de infancia, recordándote constantemente aquello que cantaba el maestro Serrat de niño deja ya de joder con la pelota que eso no se dice, eso no se hace, eso no se toca. Y es que esta sociedad tan exigente limita mucho, nos vendieron hace mucho una libertad ficticia. Y lo que es peor, unos sueños prefabricados que no están a nuestro alcance. La idea de éxito, por ejemplo.. Según donde nazcas, según donde estudies, según donde te muevas, acabarás siendo de una u otra forma. Y ojo, que no me apetece ponerme determinista, pero es que, desgraciadamente, en la mayoría de casos aquel relato de Emile Zola titulado (si la memoria no me falla) «El hombre del barro», sigue estando de rabiosa actualidad. La mayoría de nosotros si nacemos en el barro lo tenemos muy chungo para poder salir de él, porque lo más probable es que un aristócrata llamado por ejemplo Emilio Botín llegue montado a caballo y frustre nuestro esfuerzo por salir de ahí, recordándonos eso de que si nacimos en el barro, moriremos en él.

De alguna extraña manera tanto límite ha creado un orden. Un orden establecido e impuesto. Es dentro de ese orden social donde nos movemos todos y no tiene porque ser algo tan horrible, siempre que no se piense demasiado, siempre que no intentes cambiar su estructura y asumas tu lugar dócilmente. Siempre que nos movamos con respeto hacia el otro, caminando con cuidado de no herir a los demás con las aristas de nuestra personalidad y vigilando no ser herido por las afiladas cuchillas con la que se defienden algunos, esta sociedad nos brindará sus infinitamente limitadas posibilidades. El equilibrio -así nos lo han vendido- por paradójico que resulte está en estos límites. Límites que su génesis se reducirían a aquello que decía Freud más o menos así: el primer hombre que insultó a su enemigo en vez de romperle la cabeza a pedradas fue el fundador de la civilización. Sinceramente... ¡Ojalá la civilización fuera sólo cosa de «civismo»!

Hoy me resulta algo extraño imaginarme a una tribu acostumbrada a solucionar los problemas a pedradas aplaudiendo admirados ante el descubrimiento del insulto. Es más, algo me dice que Freud se equivocaba, que lo más seguro es que el primero que se cagó en las muelas del otro en vez de romperle la cabeza acabó pocos segundos después con la cabeza abierta cual sandía. Creo que si la gente acabó eligiendo el insulto debió ser por motivos más prácticos, como que se acabaran las piedras o se acabaran las personas. Son estas pequeñas cosas las que mueven a la mayoría a razonar. En fin... Una vez más. Pasopalabra.

¿Pero qué pasa cuando en esta sociedad nuestra tan limitada y equilibrada alguien decide usar la violencia de forma indiscriminada? Desgraciadamente, a este tipo de individuos se les justifica diciendo que están locos, que se les ha ido la olla, que no estaban bien de la cabeza y ese largo rosario de absurdos argumentos que relacionan locura y violencia. ¿Dónde están los límites? ¿Cómo justificar algo injustificable? ¿Cómo razonar algo teóricamente irracional como la violencia y que no pocas veces resulta algo tan racional, tan bien racionalizado, tan milimétricamente dispuesto y ordenado? Supongo que eso que llaman pulsión de muerte debe tener algo que ver, pero como esa pulsión la sentimos todos y todas ha de haber pasado algo más. Dicen los psicoanalistas -si es que los he entendido bien- que las personas nos movemos entre pulsiones de eros y de thanatos, entre arranques de amor y de destrucción. De alguna manera esos dos motores polarizan nuestros deseos y es cosa nuestra y de nuestro entorno, reprimir o limitar dichos deseos, para poder convivir en sociedad sin necesidad de liarse a pedradas. Hoy en día todos sabemos que agredir es malo, sí, malo, moral y éticamente reprochable, sobre todo cuando a quien agredes no es el culpable de tus males. Porque siendo sincero a pesar de que me considero un tipo éticamente aceptable, si por mi fuera -y me consta que no soy el único- pillaría a más de uno (banqueros, políticos, militares, empresarios sin escrúpulos, especuladores, etc) y como decía el gran actor galaico-catalán Pepe Rubianes les colgaba de los cojones. Yo a este sentimiento lo llamo el orgullo del pobre y supongo que para algún psiquiatra fascista también sería de esas cosas que se arreglan con un poquito de Haloperidol. Mientras que los poderosos simplemente logran serenar a la masa renovando periódicamente la parrilla de televisión.

Bueno retomando esto de la maldad y sus necesarios límites. La inmensa mayoría de actos violentos son causados por personas conscientes, a sabiendas, quizás desconociendo las consecuencias de sus actos, pero sin duda alguna sabiendo que aquello que están haciendo es un atentado contra el necesario respeto hacia los demás y sus vidas. Por tanto me gustaría finalizar mi intervención haciendo un alegato en contra de la inimputabilidad. Conozco a personas tan o más psicóticas que yo, y que como yo nunca, ni más brotados que un almendro en primavera, ni más bebidos que los peces de aquel villancico, han, hemos, hecho daño a nadie. Con la actual legislación esta mayoría inofensiva nos vemos legalmente anulados, somos individuos legalmente irresponsables. De esta forma es muy difícil tomar las riendas de nuestras vidas y ser considerados ciudadanos de pleno derecho. De esta forma la legislación refuerza la creencia de la peligrosidad del loco y los medios se nutren de dichas evidencias. De esta forma muchos violentos se justifican, se escudan, se esconden en su “locura” por la perversa ganancia que adquieren con su rol. De esta forma pagamos justos por pecadores, no se separa el grano de la paja y muchos verdugos quedan impunes. De esta forma no se favorece al débil, sino al delicuente.

Quizás el resumen sea lo que me dijo un día esta buena amiga con quien tengo el gusto de compartir una vez más mesa de debate: pase que la locura sirva como atenuante, pero jamás, JAMÁS debe servir como coartada. Gracias.



viernes, 2 de septiembre de 2011

¿ES POSIBLE DESTERRAR LA VIOLENCIA DEL MUNDO?


Aviso para navegantes esta entrada es muy larga. Aviso más que nada por si alguien quiere rebotar... que no se diga que no cuento con aquellos lectores perezosos.

¿Qué tendrán los crímenes que ponen tan cachondos a algunos profesionales de salud mental? Desde tiempos inmemoriales a ese tipo de profesionales incapaces de ver personas (con vidas, es decir biografías concretas en espacios socio-culturales atravesados por diversas ideologías y sus respectivas barbaridades) sino cerebros defectuosos les resulta una incógnita de lo más atractiva pensar en la posibilidad de hallar en un laboratorio lo que se llamaría la neurona del mal. Confieso que esta expresión la he robado de un capítulo de la serie El mentalista, la cual las pocas veces que la he visto me ha acompañado hasta la hora de dormir con una sonrisa como la de su protagonista: sagaz, simpática, intuitiva, etcétera. En fin este no es un post sobre series de televisión, es sabido que la realidad supera a la ficción. Para muestras dos botones: uno de La vanguardia y otro del diario ABC. Clicken, clicken; clicken y lean, aunque ya aviso que por mi parte he necesito plimparme dos botellas de Primperan para evitar estucar el monitor con los restos no digeridos de la pizza de la cena.

No se ustedes señoras y señoras, pero el contenido de ambos artículos me parece tan absurdo como terrorífico. Así que como buen nikosiano y exhortado indirectamente por el gran “Marfi” (amigo de la casa y gran profesional) voy a intentar desmontar algunas de las cosas que en ellos se afirman y ya de paso apuntar hacia donde creo que van los tiros de estos cowboys de bata blanca, de los que se dice que son de los más rápidos recetando antipsicóticos a este lado del salvaje Ebro.

Empiezo por el artículo del ABC. Bien “Científicos descifran cómo funciona el cerebro de un psicópata” el periodista se ha quedado a gusto. Me imagino que una vez puesto este titular se ha recostado sobre la silla y ha pensado “joder, que bueno soy, ¡coño! Fijo que después de esto la peña se lee el artículo entero, que últimamente me tocan unos temas que no importan a casi nadie y así no se puede medrar joder. Como vuelvan a subir los tipos de interés y pierda este trabajo ya me veo de redactor de La farola...”; personalmente no me extrañaría nada que la gente dejara de leerse el artículo antes de acabar el primer párrafo donde se descubre el pastel de bárbaro sensacionalismo barato: “Investigadores de la Universidad de Vanderbilt (¿esto no era una marca de colonia?) en Nashville (Tennessee, EE.UU.) apuntan una nueva clave poco estudiada hasta el momento...” ¿Qué? ¿Cómo que apuntan? ¿Apuntan o disparan? ¿Le dan? ¿Donde le dan? “La válvula que abre esta energía obcecada es un «chorro» enorme de los centros de dopamina en el cerebro, un neurotransmisor relacionado con la satisfacción y la felicidad.” ¿La dopamina? ¿Un chorro de dopamina? ¿Y ésta está relacionada con la satisfacción y la felicidad? ¿Quiere decir esto que llevo años tomando pastillas antidopaminérgicas que me alejan de mi felicidad? Pues hay que ser un rato cabrón para privar a tanta gente de su felicidad porque hoy en día la dopamina se ha convertido en el comodín psiquiátrico por excelencia ya que es la llave que explica todos o casi todos los trastornos mentales. O dicho con otras palabras, si la dopamina tiene relación con la felicidad... ¿quiere decir esto que aquella persona que para ser feliz en una sociedad tan alienante y agresiva como la nuestra se niega a pasar por el aro merece ser infeliz como castigo por su desobediencia...? Como diría Joaquín Reyes ¿De qué mierda estamos hablando?

Sigamos pa'lante porque la cosa se vuelve cada vez más retorcida. “Según apunta, este sistema puede ser el impulsor de algunos de los comportamientos más problemáticos relacionados con la psicopatía, como la delincuencia violenta, la reincidencia y el abuso de sustancias” Ya está, no he acabado de leer el segundo párrafo y la incerteza de la teoría sale a la luz de forma transparente en contraposición con el titular. Pero lo divertido está aún por llegar: “La nueva investigación, sin embargo, examina lo que tienen en abundancia: la impulsividad, la atracción hacia las recompensas y la asunción de riesgos, rasgos que, al parecer, revelan con más facilidad una futura conducta criminal que los primeros.” Esto justo al lado de un anuncio con la foto de Vettel y Webber los dos pílotos de red bull que hacen las delicias del campeonato de F-1 (y ya de paso desquiciando a todos los alonsistas) y a los cuales diría que no les falta impulsividad, atracción hacia las recompensas y suficiente asunción de riesgos como para llegar a ser campeones. Curioso ¿No os parece? Bueno dejo el artículo del ABC, porque después de leer el sistema utilizado en el experimento me pregunto cuántos españoles se centrarían en hacer bien el ejercicio para conseguir el dinero prometido -pase lo que pase- con la que está cayendo en los últimos años, y me pongo con el de La vanguardia que me parece del todo demencial.

La literatura científica es sólida al respecto: padecer un trastorno psiquiátrico grave aumenta el riesgo de llevar a cabo crímenes violentos entre 2 y 13 veces” Esto es luchar contra el estigma y lo demás son tonterías. Así se hace, plas, plas, plas, plas. Si lo que querían era destrozar décadas de concienciación social para que la peña deje de pensar que los locos somos peligrosos lo han hecho que ni Vettel el domingo pasado. Lo que me choca es que esa literatura tan sólida contradiga a la literatura y documentación de la Organización Mundial de la Salud cuando afirma que sólo el 3%, es decir 3 de cada 100 -que impacta más- de los delitos cometidos en Europa son cometidos por personas con un trastorno mental. Os pongo un ejemplo más gráfico según el sindicato de prisiones Acaip: mientras que hay más de 70 prisiones para presos comunes -de las cuales casi su totalidad exceden su aforo permitido (sin multa de sanidad, ni mucho menos de Interior) sólo hay dos hospitales psiquiatricos penitenciarios en todo el territorio español (Sevilla y Alicante) los cuales hay que decir que están en condiciones del todo precarias, sobre todo el de Fontcalent en Alicante. Bien prosigo con vuestro permiso...

Ni los aspectos socioeconómicos ni culturales añaden una mayor probabilidad de peligrosidad.” No me explico, de verdad que lo intento, pero no lo consigo, como al final a pesar de las verdades y conocimientos de estos insignes y seguro que adinerados profesionales la mayoría de delitos y crímenes siguen ocurriendo en zonas azotadas por la pobreza, por la precariedad, por el desamparo institucional y estas cosas... Como me dijo un amigo mosso de esquadra una vez: “hay barrios a los que vamos pero en los que es mejor no hacer nada... Si se matan entre ellos al menos no nos matarán a ninguno de nosotros...” Esto lógicamente sólo se puede decir desde una posición de poder, más que desde una posición de servicio a la comunidad. Mi amigo -que lo sigue siendo porque a pesar de todo es un buen tipo- también sabe que muchas veces en esos crímenes se mata a personas que en el peor de los casos el único delito que cometieron fue pasar por ahí en el momento equivocado. Así que allá él y su conciencia. Personalmente opino que en ningún caso se debe dejar continuar una pelea a muerte, ni de personas, ni de gallos, ni de perros, ni de nada ¡joder!

Es curioso como casi a 10000 km de distancia y casi con falso pudor dicen que no quieren jugar a diagnosticar al asesino de Oslo , aunque lo hacen -especulando claro- lo único que indica que si fuera por ellos aprenderían noruego sólo por el morbo de poder diagnosticar a un hijo de puta semejante y poder hacer de “científicos”. La violencia existe desde siempre; violencia para sobrevivir, violencia para controlar el poder, violencia para sublevarse contra la dominación, violencia física y psíquica.

La guerra, que es un producto de la violencia y el deseo de poder, está generada por las pulsiones agresivas de la psicología humana. Ya en julio de 1932, cuando Albert Einstein le preguntó a Sigmund Freud: ¿Qué podría hacerse para evitar a los hombres el desastre de la guerra? El padre del psicoanálisis, en una carta fechada en septiembre de 1932, le respondió: "Usted expresa su asombro por el hecho de que sea tan fácil entusiasmar a los hombres para la guerra, y sospecha que algo, un instinto del odio y de la destrucción, obra en ellos facilitando ese enardecimiento. Una vez más, no puedo sino compartir sin restricciones su opinión. Nosotros creemos en la existencia de semejante instinto, y precisamente durante los últimos años hemos tratado de estudiar sus manifestaciones. Permítame usted que exponga por ello una parte de la teoría de los instintos a la que hemos llegado en el psicoanálisis después de muchos tanteos y vacilaciones. Nosotros aceptamos que los instintos de los hombres no pertenecen más que a dos categorías: o bien son aquellos que tienden a conservar y a unir, o bien son los instintos que tienden a destruir y a matar: los comprendemos en los términos ‘pulsiones de agresión o de destrucción’. Como usted advierte, no se trata más que de una transfiguración teórica de la antítesis entre el amor y el odio, universalmente conocida y quizá relacionada primordialmente con aquella otra, entre atracción y repulsión, que desempeña un papel tan importante en el terreno de su ciencia (...) Con todo, quisiera detenerme un instante más en nuestro instinto de destrucción, cuya popularidad de ningún modo corre pareja con su importancia. Sucede que mediante cierto despliegue de especulación, hemos llegado a concebir que este instinto obra en todo ser viviente, ocasionando la tendencia de llevarlo a su desintegración, de reducir la vida al estado de la materia inanimada. Merece, pues, en todo sentido la designación de instinto de muerte, mientras que los instintos eróticos representan las tendencias hacia la vida. El instinto de muerte se torna instinto de destrucción cuando, con la ayuda de órganos especiales, es dirigido hacia fuera, hacia los objetos. (...) De lo que antecede derivamos para nuestros fines inmediatos la conclusión de que serán inútiles los propósitos para eliminar las tendencias agresivas del hombre. (…) Por otra parte, como usted mismo advierte, no se trata de eliminar del todo las tendencias agresivas, humanas, se puede intentar desviarlas, al punto que no necesiten buscar su expresión en la violencia (...) Pero con toda probabilidad esto es una esperanza utópica. Los restantes caminos para evitar indirectamente la guerra son por cierto más accesibles, pero en cambio no prometen un resultado inmediato que uno se moriría de hambre antes de tener harina" (Freud, S., 1972, pp. 3.210-14).

La idea de que personas como Breivik padecen un trastorno psiquiátrico resulta incómoda. (…) La vecina de enfrente, gran cocinera y jugadora de bridge, que sufre crisis de pánico. El socio del Barça, excelente padre y coleccionista de cómics de los 70 que toma litio diariamente para evitar un nuevo episodio de su trastorno bipolar. Winston Churchill (se suicidó). Virginia Woolf (se suicidó). El Nobel John Forbes Nash (dejó la medicación). Guillermo Cabrera Infante. Padecieron o padecen una enfermedad y la tratan, eso es todo.” Las cursivas son cosa mía. Bien señores doctores... Entre ustedes y Freud me quedo con este último, pero seguiré leyendo a ver si averiguo que quieren decir ustedes con tratamiento. Ah, que no hablan de que tipo de tratamiento es el adecuado, así que me imagino que lo de siempre neurolepticos: no por nada la Quetiapina es la droga más buscada en las cárceles estadounidenses, donde se la conoce como “New morphine”. No son pocos los farmacéuticos asesinados por ex-convictos que buscan una dosis.

Todas esas incomodidades no deberían impedir desarrollar políticas de prevención basadas en las auténticas variables de riesgo. Sólo en la medida que en los próximos años dejemos de darle la espalda a las enfermedades psiquiátricas, que afectarán a un número creciente de personas, y que podamos conocer con exactitud qué patologías hacen más probable la violencia y en qué circunstancias, favorecer su detección precoz, tratamiento y desestigmatización y limitar el acceso a armas de fuego y explosivos o el consumo de drogas y alcohol, podremos elaborar planes de prevención eficaces y aspirar a tener una sociedad menos peligrosa.

Mientras tanto, ni la atención de la prensa a las aficiones y accidentes biográficos del agresor, “caldo de cultivo” de opiniones sesgadas hacia los factores socioculturales, ni las consideraciones ideológicas y políticas promoviendo encuentros internacionales para discutir sobre xenofobia, permitirán trazar planes plenamente efectivos de prevención. Tratar de suavizar las aristas ideológicas de la sociedad contribuirá al control de las conductas dañinas, a la conciencia de grupo y hasta a una deseable conciencia de especie, pero no incidirá en el núcleo de la cuestión: el cerebro malfuncionante del homicida en masa.”

Aterrado me he quedado, oigan. Aterradísimo. Así que en busca de ese cerebro malfuncionante que puede tener un trastorno o varios la solución es tratar a los sujetos preventivamente, que por cierto es muy probable que ya hayan sido tratados preventivamente de una posible psicosis potencial, aunque no hayan hecho nada, ni hayan tenido ningún síntoma... Pues nada, dicho esto ni Minority report, ni S.O.M.A, ni leches fritas y migas con sopas, todo el mundo medicado y se acaba antes. Porque si ni las aficiones, ni la biografía, ni los factores socioculturales, ni la ideología importan, sólo nos queda ser borregos y dejarnos guiar por la química y sus efluvios soporíferos. Ya habrá alguien que saque tajada de todo esto.

Me parece de una somera ignorancia sobre el ser humano en toda su globalidad reducir a meras reacciones eléctricas o bioquímicas la vida de una persona, lo he dicho muchas veces, y más si esta ignorancia la defienden aquellos que por el significado etimológico de aquello a lo que se dedican y que han estudiado (psiquiatría= trato de la psique [alma]) deberían mirar, ante la imposibilidad de conocer, e intentar comprender a las personas como sujetos libres, con voluntad, con pulsiones, instintos, sentimientos, ideas, en entornos determinados, en momentos históricos determinados. Con la excusa de conseguir una sociedad menos peligrosa (que no exenta de violenta por si no han pillado antes el matiz) mejor prevenir y tratar, que solucionar los problemas reales de la gente y reconocer que existe aquello que si que resulta del todo incómodo para mucho científicos como es hablar de moral o de ética y de la falta de éstas, o dicho de otro modo del bien y del mal. Simplemente porque es inevitable como ya decía Freud y muchos antes que él. Así que no me toquen las bolas, en serio. Les sugiero dr. Vieta y dr. Colom que hagan directamente un alegato a favor del tratamiento ambulatorio involuntario y se dejen de pretextos y máscaras de carnaval. Sospecho que es lo que realmente desean y me parecería legítimo que lo hicieran sin tapujos, sin recurrir al sensacionalismo, a la demagogia y lo que es peor a la falacia directa e interesada. Seguiría estando en contra del T.A.I., pero al menos me parecerían unos someros ignorantes aunque honestos.

Así que me despido de ustedes deseándoles que algún día un paciente les haga probar su propia medicina. Se lo habrán merecido.