Del vientre marino de tu seno
nace con fuerza la alborada
mano blanca que acaricia las cuerdas
camino del tiempo, tiempo que se congela
cuando escondes ese suspiro maquillado
tras sonrisas y palabras, tras el cristal
fundido y moldeado de experiencia
gafas que sostienes llena de fuerza,
como si realmente nada importara
más que tu virtud en el silencio
tus manos suaves y cálidas,
tu corazón que aletea jugando
un, dos, tres, al escondite inglés, con
la sombra que esparces en soledades
por desgracia, a veces acompañadas.
Tormenta de amores gratuitos
brisa que funde el hielo de mi alma
estrella en el firmamento de mi conciencia
a veces inconsciente, que busca refugio
tras la seguridad de tu nobleza.
Que gran regalo poder cantarle
al café caliente de cada mañana
cariñoso diálogo libre de calorías y azúcar
donde la dulzura esta impresa en cada gesto
sin necesidad de fuegos de artificio
color para el arco iris que brilla tras las lágrimas, que
no derramaremos sino es por el peso de
nuestros párpados cerrados a cal y canto
contra los muros de una realidad que se escapa,
vuelo de gaviota suicida en viaje hacia la nada.
Que mejor nacimiento que el de la risa
inocente mensajera de buenas nuevas
no hay en el mundo nadie más bella que
esa boca que canta desenfadada
las aventuras en las profundidades de la mina,
galería oculta tras la incertidumbre
desasosiego que respiro a tu lado
abierto a tu interior siempre que me busques.
Que mejor manjar que el que se comparte como
alegres y mansas fieras, subidos al árbol de la tradición,
compartiendo sueños e ilusiones, junto a una plato que
nunca ha sido, ni será reflejo de almas,
embrión de canciones, pero... las esporas que se desprenden de
la atmósfera intemporal de viejos libros,
anidan en el vientre marino de tu seno
haciendo de esta fiesta siempre un reencuentro.
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