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lunes, 12 de mayo de 2008


Fue en la arena de la playa

de aquel mar que se perdía

en el infinito horizonte

donde se fundían la noche y el día.

Yo te miré

borracho de palabras

que se perdían en mi mente

en cuanto llegaban.

Tu me dijiste "acércate,

no tengas miedo,

mirame a los ojos y observa

cuanto se puede decir con un silencio...

...Quiero navegar en tu mirada,

ver reflejadas las estrellas,

beber de tu boca nacarada

el agua que fluye cuando me besas,

no quiero que la urgencia

quiebre este dulce momento,

sólo deseo que el relog de arena

se detenga en este instante eterno."

Yo leía en tus ojos que ya eran los míos

versos esbozados con canela y nata

la suerte infinita de mi destino.

Yo te dije "ven,

entra en mi castillo,

armada con la claridad

de tu sincero cariño;

no pienses en el final,

queda lejos,

ahora estás aquí,

estamos juntos,

hablándonos con la mirada,

íntimos y ajenos al mundo."

Así llegó la noche

y perdida la vergüenza

unimos nuestros cuerpos

en una danza rebozada de arena,

arrullados por la música de las olas

que acariciaban nuestros pies.

Y solamente la luna

sólo la luna

fue testigo de la entrega mutua

de nuestras almas desnudas.

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