LA
LLAMADA TELEFONICA
Si
la vida de un hombre vale lo que valen sus afectos, Peter era un
hombre afortunado. Aquellos vínculos, complicidades, encuentros,
experiencias compartidas que nos permiten salir de la soledad más
absoluta, de la isla permanente de la incomunicación y el
solipsismo, de ese infierno de paredes de hielo y silencio, donde
acaban encerrados aquellos que carecen de aquella persona amiga que
le acoja y lo sostenga, manteniendo a flote la estructura vital,
incluso aquellas veces en que la vida ha golpeado tan duro que más
de uno sentiría que lo más fácil sería derrumbarse y ceder ante
la angustia. Esos momentos en que el dolor se agolpa y se extiende
como una carcoma ácida y desoladora, royendo los interiores de la
mente y el espíritu, abriendo huecos y vacios insondables que la
palabra no alcanza a tapar porque lo real se ha vuelto demasiado
terrible, demasiado horroroso para enfrentarlo -aunque quizás
siempre fue así-, abriendo un extenso páramo en el campo de lo
inefable. Como he dicho si esto fuera realmente así, Peter debía
ser un hombre afortunado, un gran hombre, a juzgar por como se
relacionaba con los demás. Una forma afectuosa y honesta, amigable y
leal, que le retornaba en forma de aprecio, cariño, sincera compañía
y amor incondicional por parte de sus muchos amigos y sobre todo por
parte de Julia, la mujer que había conocido en la universidad,
aquella con quien compartía lo bueno y lo malo desde entonces, la
que le salvaba de su lado más oscuro.
Se
habían graduado en el año 2005, él de Filosofía y Letras, ella de
ingeniería industrial. Como tantos otros jóvenes tuvieron serias
dificultades para empezar a ejercer, él tuvo que aceptar varios
trabajos precarios de manipulación o transporte, hasta que consiguió
una beca completa para realizar un doctorado, aunque tuvo que seguir
con trabajos temporales como camarero y profesor particular para
poder ayudar con el alquiler. Ella había entrado a hacer practicas
en una empresa farmaceútica y después de un año como becaria,
convenció a sus jefes para que la contrataran como miembro del
equipo de logística e innovación. Cuando los dos estaban asentados
llegó el primer golpe duro con la muerte de Marta, la madre de
Peter, en un accidente de coche cuando se dirigía a la fiesta de
cumpleaños de su hijo. El padre de Peter había fallecido cuando
éste aún era niño y su madre se había encargado de que no le
faltara nada y de que llegara hasta donde pudiera soñarse. La
policia llamó al piso de Peter y Julia para informar del accidente.
Fue Julia quien respondió al teléfono, la cual no pudo contener las
lágrimas. Fue el llanto de ella lo que le avisó a él de que algo
terrible había sucedido. Durante los días siguientes tuvieron que
hacer frente a todo el papeleo y burocracia pertinentes: la elección
del féretro, las flores, las llamadas a seres queridos, la herencia
y todo aquello que envuelve, para bien o para mal, el negocio de la
muerte. Un auténtico proceso de desnaturalización de los padeceres
donde no pudieron permitirse ningún momento de dolor íntimo, ya que
estuvieron más ocupados enfrentando el dolor de todas aquellas
personas que se quisieron despedir de la difunta, que de compartir el
suyo propio. Una vez incinerado el cuerpo de Marta y esparcidas sus
cenizas entre los rosales del jardín botánico, la pareja pudo
abrazarse al fin y llorar unidos en el dolor del duelo.
La
herencia que Marta le había legado permitió a Peter dejar sus
trabajos eventuales y centrarse en su tesis doctoral. Un ensayo que
pretendía reflexionar sobre las lógicas institucionales y las
relaciones de poder. En su opinión las estructuras verticales que
regían las instituciones, ya fueran políticas, sanitarias,
educativas o familiares, cimentaban un tipo de relación perversa,
que acababa vulnerando en no pocas ocasiones los derechos humanos del
sujeto institucionalizado. La vejación, el maltrato, el abuso,
siendo protocolizados se disfrazaban de medidas paliativas por el
bien de la comunidad y del orden social. Con lo que se garantizaban
que aquellos que poseían una cuota de poder, pudieran mantenerla
pasara lo que pasase.
Esta
forma más intelectual de rebelarse contra lo establecido había
encontrado su contrapunto en lo real de la mano de movimientos como
el 15 M que había sacado a las calles a cientos de miles de personas
por todo el país, reclamando una democracia más participativa y
promoviendo otra forma de relacionarse política y socialmente entre
los ciudadanos. El respeto por la diversidad, los valores
postmodernos, se habían convertido en ejes de un movimiento de
masas, que desde el gobierno se intentaba criminalizar con las dos
armas que tenía: acusando injustamente a sus miembros de terrorismo
o diagnosticandolos de enfermos mentales.
Una
noche, el viejo teléfono de Peter graznó los acordes de su melodia,
a altas horas de la madrugada, despertándole asustado ante lo
insólito, pensó que podría tratarse de Julia, la cual estaba de
viajeen casa de sus padres y podía estar en apuros. Se levantó de
un salto y fue hasta la cómoda donde dejaba siempre su celular, pero
no reconoció el número. Pensó que quién fuera debía de haberse
equivocado y volvió a enrocarse bajo las mantas.
Soñó
que la ciudad se convertía en un laberinto del que no había salida,
un amasijo de calles y avenidas, donde nada era lo que parecía,
donde las ventanas estaban cerradas porque escondían algún secreto.
Soñó que andaba por ellas y que un peligro desconocido le acechaba
en su deambular, por lo que comenzaba a correr huyendo de su
fantasma. Al entrar en un parque arbolado la sensación de angustia
se hizo más extensa, pero, por suerte -creyó en ese momento-
después de acelerar su carrera encontró un edificio de paredes de
cristal, al que pudo acceder porque la puerta estaba abierta. En su
interior otro laberinto de pasillos blancos y angostos, como si
fueran los intestinos de una enorme bestia, le condujeron hasta una
enorme sala blanca donde sólo había una cama vacía. Si aquella
cama era su final no lo supo jamás, quizás lo era y no lo era,
porque la vida está llena de paradojas y en muchas ocasiones las
cosas son como son y a la vez su contrario, como si las palabras,
fuera de la literatura y de sus reglas, no sirvieran para fijar a
aquello que las debiera representar, porque la realidad es innasible
en esencia, y esta vida solo fuera un sueño del que no sabemos
cuando vamos a despertar.
Continuara...
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