Páginas

miércoles, 15 de junio de 2011

CAPÍTULO VI.


No me gusta el trabajo, a nadie le gusta; pero me gusta que, en el trabajo, tenga la ocasión de  
descubrirme a mí mismo.”

Joseph Conrad



A la mañana siguiente desperté ante los insistentes rugidos de mi estómago. Estaba hambriento, no había comido nada desde el día antes de mi salida del hospital y de eso hacía dos días. Ni siquiera me molesté en mirar a ver si encontraba algo en la cocina. Estaba cansado, muy cansado, como cuando se te va la mano con ciertas drogas. Una especie de nube tóxica o un denso telón se había aposentado en mi cabeza, en la sección del cerebro que hay tras la parte de cráneo que cubre la frente. Esta sensación de agotamiento me acompañaba desde que había comenzado el tratamiento farmacológico para lo que llamaban mis problemas mentales. Si os digo la verdad, no es que cambiaran mucho mis pensamientos, en realidad seguía pensando como siempre, en lo único que habían cambiado era en comprender que no quería volver a ingresar, y que del mismo modo que el darles la razón en todo a los médicos me había ayudado a salir de aquel lugar, temía que al deshacerme del tratamiento, que era lo que realmente deseaba, acabara con mis huesos de nuevo en el psiquiátrico.

Me levanté de la cama con mucho esfuerzo y me dirigí al lavabo. Me lavé la cara con cuidado, tenía un ojo hinchado por los golpes recibidos en la víspera. No tenía demasiadas ganas de moverme, si por mi fuera me hubiera quedado todo el día tumbado en la penumbra de mi habitación, pero mi estómago no me daba tregua.

Salí de casa con la misma ropa del día anterior, la misma ropa arrugada con la que había dormido, en dirección a mi antiguo trabajo en la copistería. Pensé que Ricardo ya habría preparado mi finiquito y con el dinero que consiguiera podría comer un plato caliente.

Aquella mañana era especialmente fría, unos negros nubarrones amenazaban con descargar tormenta y un viento gélido levantaba remolinos de hojas secas en las esquinas. Era un día perfecto para quedarse en cama, sobre todo si era en buena compañía, ya fuera de un libro, una buena película o de alguien como Lucía. Pensaba en ella, en la última vez que habíamos estado juntos, hacía unos dos meses. Aquel día tomamos su coche y fuimos a un aldea cercana. Me hizo muchas fotografías, en el bosque, junto al río, con la boina y el garrote que me prestó el dueño de la tasca donde comimos unos judiones. Lucía era una verdadera artista multi-disciplinar. Era capaz de dibujar, pintar, fotografiar, filmar, etc. Su apartamento, en realidad, era un estudio donde pasaba la mayor parte de las horas trabajando. Ella siempre me decía que yo tenía mucho talento, pero que era un bala perdida, que lo que tenía que hacer era crecer de una vez, ponerme a trabajar (en algo creativo como hacía ella), pero es que ella no entendía que yo a mi manera ya era un gran artista. Un genio sin parangón. Muchas veces había pensado que el hecho de que ella no asumiera todo lo que había llegado a hacer a lo largo de mi vida, todas aquellas obras que me habían acabado robando, me separaba de alguna forma de ella. A Lucía le daba igual que me hubieran robado, y eso me molestaba. Aunque por otro lado no podía dejar de quererla.

No tardé mucho en llegar a la copistería. Tras el mostrador estaba Conchi, la mujer de Ricardo, una mujer de armas tomar. Por suerte no había ningún cliente.
-Hola, buenos días Conchi. -Saludé.

-Vaya, ¡una aparición! -Me soltó sin disimular una mueca de sarcasmo. No tardé en intuir que estaba deseando ensañarse conmigo.

-Muy graciosa.

-No pretendía serlo. -Continuo. -Nos tienes contentos. Con todo lo que hemos hecho por ti y nos lo pagas dejándonos colgados en plena campaña de Navidad. ¿Te haces una idea del dinero que hemos llegado a perder?

-Me hago cargo. Pero... -Le dije sin atreverme a mirarla a la cara.

-¡Pero nada! -Me interrumpió -No hay excusa que valga Adrián. La has jodido bien.

-Supongo que tampoco vale que diga que lo siento.

-Acertaste. -Sentenció. A cada segundo que pasaba me sentía más incómodo. Sino fuera porque había mucho dinero en juego habría cogido las de villadiego y la hubiera dejado con las ganas de seguir castigándome.

-Vale... ¿Está Ricardo? -Pregunté impaciente.

-No, no está. -Me dijo para mi desgracia. -Ha ido a una E.T.T. para que te busquen un sustituto. Vas a tener que esperar para recoger el finiquito, como te estuvimos esperando nosotros el día de nochebuena. Y suerte tienes que el gerente es Ricardo. Si fuera por mi ibas a cobrar lo que yo me sé.

-Todavía estas a tiempo de contratar a unos matones para que me esperen en la puerta de mi casa. -Le solté pasando al ataque.

-No me des ideas. No me des ideas... -Parecía que Conchi empezaba a recular. -Además, por lo que veo ya te han dado lo tuyo. ¿No te habrás metido en drogas? -Me preguntó con un gesto de preocupada reprobación.

-No, Conchi. Es algo más sencillo. Me atracaron ayer noche.

-La verdad es que hijo... tienes la cara que parece un mapa. De verdad Adrián, -continúo- no sé lo que te ha ocurrido y no sé si quiero saberlo. Siempre fuiste un buen chico y un trabajador modelo. Pero no creo que te perdonemos nunca lo que nos has hecho.

-Lo comprendo. -Le dije, y cómo no iba a comprender su cerrazón. A la locura siempre se la ha vapuleado en este país, sobre todo cuando uno es pobre y no puede permitirse ser excéntrico. Tenía que largarme de allí cuánto antes.-Cuando vuelva Ricardo dile que he venido. La próxima vez llamaré antes de venir.

-Muy bien señorito. Que tenga un buen día. -Se despidió.

-Igualmente. Disculpe las molestias.

Salí de la copistería airado y humillado por igual. Pero lo peor era que seguía sin tener nada con lo que poder permitirme un plato de comida. Podía haberme tragado el orgullo, dejar que Conchi continuara despreciándome y esperar que llegara Ricardo. Pero lo poco que me quedaba de dignidad no me lo había permitido. Si ella hubiera mostrado un mínimo de curiosidad por saber que me había ocurrido le hubiera podido explicar la verdad. Que me habían ingresado a la fuerza. Pero estaba demasiado herida como para querer escuchar. Para ella yo ya no era el mismo. Y tenía razón. No lo era, ni volvería serlo.

La locura para esta sociedad tiene mucho de tabú. Estigma creo que le llaman. Creo que esa forma de entender el sufrimiento mental tiene mucho que ver con lo alienante que puede llegar a ser vivir como vivimos, de casa al trabajo y del trabajo a casa, sin apenas contacto con los demás. Y si me paro a pensar, creo que no he conocido a nadie que no esté algo loco o como dijo el cantante brasileño Caetano Veloso: de cerca nadie es normal. Porque la locura, el loco, si viene del “locus” latino tendría mucho que ver con el lugar que ocupa el otro en tu vida. Es en esto donde la alienación de este individualismo exacerbado rasga lo poco que queda de aquellos valores sociales que movieron durante tantos siglos el mundo. Como si nos hubieran acostumbrado a rechazar todo aquello que incomoda por su diferencia, lo normal es la norma y la ciencia su nueva fe, su nuevo dogma. Porque todo aquello que se considera dentro de los parámetros de la presunta normalidad, no es otra cosa que aquello que está socialmente establecido: que a todas luces se podría reducir lamentablemente a un: nace, crece, consume y perece. Quizás por eso a los locos que no tienen o no quieren seguir esas leyes sociales tan inocuas se les excluye de muy diversas maneras, ya sea encerrándolos o limitando su contacto con la comunidad. He oído que la mayoría de las personas que estando en situaciones parecidas a las mías y desean trabajar lo único que consiguen es lo que llaman un trabajo protegido, que no son otra cosa que guetos, donde dudo si protegen a los locos de la sociedad o a la sociedad del peligro potencial de los locos. La locura se convierte así en una triple condena: personal, social y farmacológica.

Mientras caminaba de vuelta a mi casa me paré delante de un restaurante. Una camarera estaba escribiendo el menú en la pizarra que tenían colgada en la fachada y aunque no tenía dinero para permitirme entrar, me detuve al leer en ella la oración: Hoy menú solidario, paga lo que puedas. Me pregunté si en el contenido de ese lo que puedas también incluían la nada como posibilidad. Pero ni siquiera tuve que preguntar. Una voz familiar iba a resolver otra vez mis carencias:

-Hombre Adrián, ¡Qué agradable coincidencia! -Era Miguel, junto a una mujer en silla de ruedas que pensé que debía ser su esposa.

-Hola Miguel. Sí, que alegría vernos.

-Mira cariño, te presento a Adrián, le conocí ayer. Le ayude cuando le estaban atracando unos impresentables. Adrián, ella es Inés, mi mujer. -Nos presentó.

-Encantado señora. -Le dije al darle dos besos.

-Igualmente Adrián. -Me dijo ella. -Ojalá no me doliera tanto el cuerpo y pudiera conocer a chicos tan guapos como tú.

-Gracias señora, -Le dije agradeciendo el cumplido -pero le aseguro que no se pierde gran cosa, Miguel es mucho más interesante que yo.

-¡Como se nota que lo acabas de conocer! -Exclamó divertida.

-Ella tiene razón, te lo aseguro. Casi todos los viejos somos unos cantamañanas. ¿Y tú?, ¿qué haces por aquí? -Me preguntó. -Vas a comer en este restaurante.

-Que va... He venido a buscar el finiquito. Pero mi jefe no estaba. -Le dije torciendo la boca en señal de resignación.

-¿Y ahora que vas a hacer?

-Nada en concreto, supongo que perderme por las calles.

-Chico, vengase con nosotros, por favor. -Soltó Inés que me miraba con dulzura. -Hace mucho tiempo que no charlo con ningún buen mozo.

-Gracias, pero no quiero molestar.

-No digas tonterías. -Saltó Miguel. -No molestas en absoluto. Inés tiene razón. Vente a comer con nosotros, vivimos aquí al lado.

-Bueno, de acuerdo. Pero sino te importa Miguel, déjame que empuje yo de la silla de esta preciosa damisela. -Me ofrecí.

-Aprende Miguel. Así se habla a una mujer. -Le dijo Inés.

-Cómo tu dices cariño, como se nota que te acaba de conocer. -Le dijo Miguel devolviéndole la pulla con simpatía.

El edificio donde vivían Miguel e Inés era una construcción con más de 40 años de antigüedad. Con ocho plantas contando entresuelo y ático, un mostrador a la entrada señalaba que en otro tiempo habían tenido portero, una costumbre que está cada vez más en desuso. El ascensor subía desde el aparcamiento, cuya entrada estaba en otra calle adyacente, hasta el último piso. Cada planta estaba distribuida en dos largos pasillos en forma de “L” a un lado y otro de la puerta del ascensor y en cada una de sus esquinas una puerta (hasta llegar a 8) de entrada a las viviendas. La suya me pareció de alguna forma atrapada en el tiempo. Tras pasar por un pequeño recibidor, un pasillo comunicaba con cada una de las habitaciones (cocina a la derecha, despacho a la izquierda, lavabo a la derecha, habitación individual a la izquierda, hasta llegar al comedor, en el cual estaba la puerta que daba acceso a la habitación del matrimonio, que era amplia y con baño -lo que hoy en día se conoce como suite- y perfectamente iluminada).

Cuando entramos en el comedor, Miguel encendió el televisor, que estaba encajado en un antiguo mueble de pared junto a unas estanterías llenas con algunas fotos y libros, de forma casi automática. En él se estaba emitiendo el anuncio de una compañía de seguros con el canon de Pachelbel como sintonía. ¿Qué valor tiene la sonrisa de tus seres queridos? ¿Que importancia le das a tu tranquilidad y la de los tuyos? En Seguros La Española nos preocupamos de que esa sonrisa no deje de brillar, pase lo que pase... Miguel apagó el televisor ante la recriminación de Inés y éste se disculpó.
Mientras mi anciano amigo ponía la mesa estuve chafardeando las fotografías. Me llamaron la atención: una de la pareja en el día de su boda, tan jóvenes, tan guapos, con tanto futuro; otra poco tiempo después pensé, con un niño en brazos, otra de Miguel con bata blanca (como si hubiera sido médico) y otra mucho más reciente de un joven (el hijo de Miguel e Inés).

Poco después Miguel, sirvió una fuente de sopa, una bandeja con carne cocida y garbanzos y una botella de vino tinto. No pude contenerme. Aquel aroma a comida casera hizo las veces de pistoletazo de salida en una carrera por llenar el estómago en la que era el único corredor. El matrimonio me miraba comer con incredulidad. Ya había acabado mi plato cuando ellos lo llevaban aún por la mitad. Inés por su parte se iba achispando con el vino.

-Chico, que manera de engullir. -Me dijo ella. -Si yo comiera a esa velocidad creo que me tendrían que desatascar la garganta con una pértiga.

-Deja al chico que coma. Tú estás acostumbrada a este cocido, pero es normal que la gente devore la excelente cocina de tu marido.

-No te pavonees que seguro que lo ha hecho Lupe.

-La verdad es que está buenísimo. -Dije a modo de justificación.

-Tú si que estás rico. -Me dijo Inés divertida.

-¿Quién es Lupe? -Pregunté.

-Es una preciosa enfermera que viene a cuidarme. -Me explicó Inés.-Pero no te hagas ilusiones; está en Ecuador.

-Si te digo la verdad Inés, en este momento de mi vida, me dan un poco igual las mujeres. En realidad, creo que me da igual casi todo.

-Anda que si yo tuviera tu edad iba a perder el tiempo de semejante forma. Sólo hay dos cosas que valgan la pena en esta vida: el amor y el sexo. Y lo mejor es que se pueden mezclar.

-Bueno el chico tendrá sus razones y a ti cariño -Dijo Miguel que había estado observando la conversación en un segundo plano.- creo que se te ha subido el vino con la medicación.

-Sí, la verdad es que me está entrando un sueñito. ¿Me acompañas al sofá Miguel? -Le preguntó aleando con gracia la cabeza, como si coqueteara con él.

-Claro amor. -Le dijo con cariño.

Miguel la acompañó hasta el sofá, la ayudó a recostarse y le encendió la televisión, después de darle un beso en los labios volvió conmigo. Ella, por lo que sus ronquidos indicaban, se quedó dormida al instante. Nosotros recogimos los platos y los llevamos a la cocina. Mientras llenamos el lavaplatos, Miguel me volvió a interrogar.

-¿Adrián, por qué te tuviste que ausentar del trabajo?

-¿Quieres la verdad o una buena mentira?

-Siempre una buena mentira.

-Pues te contaré... He estado ingresado en un psiquiátrico cuatro semanas. Salí hace dos días y desde hace tres no había probado bocado.

-¿Y eso? ¿Qué sucedió?

-Un pequeño malentendido con mi posición en el mundo y otros avatares, supongo, pero no te quiero rayar con buenas mentiras.

-De acuerdo. Cuéntame entonces la verdad.

-Tú verás tío... Un juez me metió en un psiquiátrico, porque no entienden que soy autor de varias canciones famosas. Así, dicho en corto y clarito. -Le confesé indignado.

-Ya, bueno hombre, pero eso no es razón suficiente, créeme, sé lo que digo. Seguro que hiciste alguna jaimitada.

-No, es básicamente eso. Hay gente que no soporta la verdad.

-Ya, pero normalmente lo insoportable es como se presenta esa verdad. Seguro que la liaste.

-Vale, vale, te lo cuento porque estoy en deuda. He interpuesto un par de demandas a Sony y a Virgin y habitualmente visito los periódicos locales para corregir a ciertos escritores de mierda. Al final uno de los redactores llamó a la policía. Entre médicos, jueces y demás han decidido que estoy loco. !Loco yo!, me consuela ligeramente seguir la historia de los grandes escritores incomprendidos, pero la verdad ¡estoy hasta los cojones! Y perdona que me ponga así.

-No hombre, no te preocupes. Pero a propósito del finiquito, ¿dónde trabajabas?

-En una copistería de mierda. Nada interesante, la verdad, casi mejor que me hayan echado.

-Entiendo, -Me dijo riendo-, plagia que te plagia...

-Sí, pero pagamos más cánones que Pachelbel... A mi no me paga nadie. ¿A todo esto, si no te importa, a que te dedicabas antes de retirarte?

-Pues... Te he de decir que soy/era psiquiatra y psicoanalista.

-Joder ya me estáis persiguiendo....

-No hombre no...

-Lo sé. Es broma.

Ambos nos reímos. Pero a mí aquella conversación me había alterado bastante. Estaba deseando largarme de allí.

-Bueno doctor, es la primera vez que voy a decir a un psiquiatra, gracias por todo. Dicho esto me voy, seguramente estés más cómodo así. Ha sido un placer conocerte. Te lo digo en serio.

-Igualmente. Y también te lo digo en serio.

-Gracias de nuevo, ciao.

Ya me dirigía hacia la puerta cuando me detuvo.

-Oye, Adrián, que se me ha ocurrido una cosa... ¿Ahora estás sin trabajo, no?

-Sí, ¿por qué?

-Le has caído muy bien a Inés. Hacía mucho tiempo que no la notaba tan alegre. ¿Podrías pasarte por aquí algún día y salir a pasear con nosotros, al menos hasta que vuelva Lupe?

-¿Lo dices en serio?

-Y tanto que lo digo en serio. Te pagaría, claro está, y así tampoco te aburrirás demasiado, mientras encuentras un trabajo más a tu medida.

Aquella oferta me dejó desconcertado. No sabía lo que se proponía aquel viejo psiquiatra, pero si se proponía algo en concreto no tenía nada que ver con las terapias al uso. Es más, no me había tratado en ningún momento como un loco o un enfermo. Quizás a pesar de que me costara creerlo, sus palabras no escondían ningún pretexto, ni doblez. Simplemente le había caído bien a su mujer y ya está. Si a eso le sumaba el que ellos también me caían muy bien y esta era una pequeña posibilidad de conseguir algo de dinero hasta que cobrara el paro, no sería, pensé, una buena idea denegar aquel ofrecimiento. Así que acepté.

-Hasta mañana entonces, Miguel.

-Hasta mañana.

Nos despedimos en la puerta con un apretón de manos como único contrato mediante. Ninguno de los dos necesitábamos nada más. Era sólo cuestión de tiempo que la vida nos devolviera a cada uno un poco de todo lo que nos había quitado en el pasado.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Te seguimos hacia el VII...
Jesús.
Abrazos.

Raúl Velasco Nikosia dijo...

Pues paciencia (no por el VII) el reto es llegar a los XX.

Abrazos!!

Raúl Velasco Sánchez dijo...

Me encanta la última frase:" Era sólo cuestión de tiempo que la vida nos devolviera a cada uno un poco de todo lo que nos había quitado en el pasado."

Permite una reflexion muy buena a cerca de lo que la vida nos debe.

El capítulo genial, a la espera de leer que mas dira la chistosa Inés.

Raúl Velasco Sánchez dijo...

ME alegro mucho que te guste Almu cariño, es cierto que la vida a veces nos debe más de lo que está dispuesta a dar. Por eso debríamos exprimirla para sacarle su mejor jugo.

Un beso mi amor. Te quiero mucho!!

Raúl.