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sábado, 2 de agosto de 2008

El último pitillo





¿Como definir a una mujer? Esta pregunta no la dejaba en paz. Ese día volvía más temprano a su casa, pero ni la alegría lilacea del final de la tarde, ni la oportunidad de descansar una hora más, como tampoco el Bolero de Ravel que escuchaba sola, en medio de una multitud de gente, que parecían marcar el compás con sus pasos la aliviaban. Y eso que era una melodía que justamente había elegido para quitarle al menos por un rato sus inquietudes, pero nada le permitía olvidar.
En medio de una discusión sobre violencia de género con un colega de trabajo, que con arrogancia planteaba toda una suerte de tonterías sobre el papel femenino en la sociedad, que no vale la pena repetir aquí, ella, es decir Ana, exaltada, lo desafió con la siguiente frase::
- ¿Qué sabes tu de las mujeres, Pablo? Quizás piensas que son ese par de pobres insatisfechas con quien te acostaste en tu vida... que tristes representantes arrumaste..., o tal vez tu madre que todavía te prepara el desayuno como se lo preparaba a tu padre hace cincuenta años... eres un ser patético. ¡Tú no tienes idea de lo que puede ser una mujer! ¿Y aun tienes la pretensión de escribir un artículo conmigo sobre este tema? Tú no sabes como definir a una mujer...
- Bueno, dímelo tu entonces -contestó el sin disfrazar una cínica sonrisa.
La cosa iba mal y sólo no terminó en confrontación corporal por cuenta de la intervención del jefe de redacción que, calmando los dos lados, les envió a cada cual a casa para enfriar la cabeza y escribir cada uno su texto sobre el eterno femenino.
Llegó a casa cargada de un odio mortal hacia Pablo y Ravel después de media hora de caminata rabiosa.
Fue a mirar el ordenador y la pregunta zumbando. Mientras preparaba una tila la pregunta continuaba zumbando. Miró un poco la tele, el peor programa que encontró para no tener que pensar, un culebrón venezolano y, parecía que le estuvieran leyendo el pensamiento cuando escuchó las frases de los actores:
- José Felipe (lágrimas), ¿como puedes... (más lágrimas) definir así a una mujer?
- No lo sé Marta Cristina... dímelo tu...
Esto ya pasaba de los límites. Estaba a punto de enloquecer, cuando fue sorprendida por el sonido del timbre. Se levantó de sofá como una fiera para abrir la puerta y ya iba a continuar la discusión con Pablo cuando se dio cuenta que era su vecina de rellano, Elisenda; venía probablemente a invitarla, como de costumbre, a un poco de café y charla. Casi siempre un monólogo acompañado atentamente por Ana. Aunque que a veces dudase de las aventuras que escuchaba de esta señora de sus setenta años bien vividos, -la verdad es que nadie sabía su edad con exactitud y ni bajo amenaza de muerte Doña Elisenda la decía y que ella no la escuchara llamarle doña- no podía negar que tenía cierto talento variable para llamar la atención del oyente.
Hija de una familia bien, Elisenda se casó a los veinte con un pianista famoso, uno de los mejores interpretes de Chopin de su época, pero que poco tiempo después del matrimonio murió en un accidente en la carretera camino de un concierto en Viena. Él, como solía explicar Elisenda, tenía pánico al avión. Ella, lo primero que hizo después de donar sus prendas de ropa negra, que llevó no más que algunos meses, lo que causó un verdadero escándalo en la familia, fue comprar un billete de vuelo directo a Australia. Quería volar sola hasta lo desconocido. Y así fue. Nunca tuvo hijos, por lo que Ana sabía. Tuvo unos cuantos novios que dejaba sin pena siempre que le daba ganas de otra viaje.
- Hola, cariño. ¡Que temprano que llegaste! -dice la señora mientras me abrazaba y besaba. ¿Pero que tienes tu hoy, reina? -cerrando la puerta, tomándome por el brazo y llevándome hasta la cocina.
- Ay, querida, perdona, hoy no estoy para charla, es que...
- Te engañas, cariño, finalmente estás para charla.
- No, Elisenda, lo siento, pero...
- No, no, no... ¿Qué pasa, guapa? ¿Piensas que te dejaré sola con esta mala cara que llevas? Sin embargo, tu siempre me escuchas con tanto mimo y alegría, ahora es mi turno. No voy a perder la oportunidad de oírte hablar.
- Ay, Elisenda, es que me ha peleado con mi colega de trabajo y...
- No, no, no... Creo que no me has comprendido. No estamos aquí para lamentaciones. En un momento como este, en este estado lastimable en que te encuentras, es tu oportunidad de hablar de ti.
- ¿Cómo? - dice Ana aturdida.
- Si, es sencillo, habla de ti. No necesitas comprender ahora. Esto lo comprenderás con el tiempo. Ahora solo tienes que confiar en mis años de experiencia, tomar un trago de este café, si quieres, para que te de un poco de coraje y, ya que la boca está caliente, empezar a hablar.
Siguió las imperiosas instrucciones de Elisenda. Pero llevaba dos cafés para calentar la boca, bajo la mirada paciente y acogedora de su vecina, y no articulaba palabra.
Entonces Elisenda la sorprendió. Le dijo algo que Ana nunca se hubiera imaginado, le pregunto si podía liarse un cigarro de marihuana. Ana quedó estupefacta. Pero en ese momento le dijo <>.
Ella saco la hierba de un bote y se lió el cigarro con una destreza profesional, lo encendió, dio una larga calada y se lo pasó con la coletilla de -fúmatelo tú, esta poco cargado y es de una hierba especial, no te producirá paranoias.
Ana fumó en silencio, hacía años que no se fumaba un porro, y lo que no se explicaba era de donde habría conseguido la hierba su vecina. Lo que tenía claro es que en esos instantes de tensión contenida fue como una válvula de salida para toda su ansiedad.
-Mira Elisenda,- dijo relajadamente y con una media sonrisa que se empezaba a esbozar en sus labios- lo que me preocupa, lo que me atenaza, es simple. ¿Qué es una mujer? Y supongo que si no se responder es porque o no soy una mujer o no me conozco a mi misma.
-Tu si que tienes la respuesta, te lo aseguro, eres una joven gran mujer. Tienes trabajo, pareja cuando te apetece, y los hijos… Bueno no son necesarios, sólo antiguamente la mujer estaba destinada a engendrar y cuidar de las labores del hogar, pero eso ha cambiado.
-Mira yo de niña soñaba con casarme con un principe, como los de los cuentos, en una gran boda fastuosa y que impresionara a toda la ciudad. Pero mientras iba creciendo me di cuenta que los cuentos de hadas no existían, o que eran metáforas en muchos casos machistas y crueles, que proporcionaban una imagen de la mujer degradada. Hoy en día ser mujer es creer en una misma, hacerte valer por tu inteligencia, sensibilidad y generosidad. Los hombres a diferencia de nosotras son seres primitivos, no se en que artículo de biología leí que el sexo masculino era una deformación parasitaria del ADN. No sé si será eso verdad, pero lo cierto es que en los inicios de la vida los seres se reproducían por sí mismos, todos pertenecían al género femenino. Hoy en día ya no necesitamos a los hombres, y no se puede comparar la capacidad de lucha, de sufrimiento, la entereza de una mujer con la de un hombre. Ellos han gobernado la sociedad porque era necesario que trajeran la comida a la casa. Pero los hombres, y no quiero generalizar, pero la mayoría, son seres soberbios, en el peor sentido de la palabra. ¿Con qué es feliz un hombre? Le das fútbol, comida, y sexo cada semana y ya se siente realizado. Los que necesitan algo más suelen ser gays. Las mujeres somos mas complejas, necesitamos reafirmarnos desde nuestra segunda línea de poder, que nos den cariño, que nos hagan sentir seguras. Necesitamos que nos den confianza como para poder compartir nuestro amor. Los hombres se enamoran igual que las mujeres, pero nosotras tenemos más tendencia a demostrarlo, a entregarnos.
-Todo eso esta muy bien. – ME dijo Elisenda, que me había escuchado con una sonrisa.- Pero si te das cuenta somos nosotras quienes elegimos nuestras parejas, por mi experiencia te digo que no es necesario nada más, que mirarse al espejo, sentirte guapa por dentro y por fuera, echarle ovarios a la vida, y seguir el rumbo que te dicte tu corazón. Nosotras somos más inteligentes que los hombres, no sé el porqué, a parte del ya trillado sexto sentido femenino. No necesitamos gran cosa para sentirnos a gusto siempre que estemos en el lugar que queremos y actuando legítimamente. Por eso se quemaban a tantas brujas, porque eran mujeres que pensaban por sí mismas, porque eran precursoras, pioneras, mártires por la libertad que disfrutamos en este siglo. Mira un hombre lo mas bello que ve en su vida es el cuerpo desnudo de una mujer, una mujer, en cambio, lo mas sublime que ven sus ojos es la sonrisa de su primer hijo.
-Pero tú nunca tuviste hijos o no me has hablado de ello.
Elisenda suspiró, se quedó con la mirada fija en el infinito y sus ojos se irritaron como si estuviera conteniendo una lagrima, que finalmente brotó junto a su relato.
-Mira Ana, cariño, si que alumbré una vez a una preciosa niña. Estaba en la India, junto a Nashid, un hombre del que me enamoré. ME dejó embarazada y pude sentir esa sensación única de ser madre de un ser maravilloso, como son todos los niños cuando nacen. El problema fue que el riesgo de mortalidad en la India era altísimo, y a los seis meses mi pequeña Esmeralda falleció del tifus. Yo no me quedé para llorarla, mientras su cuerpo se quemaba en las piras de Bangladesh, yo volvía a Europa jurándome que nunca más tendría una criatura.
-Joder, lo siento.- dije abrazándola con emoción.- Siento haberte traído ese episodio a la memoria.
-No pasa nada cariño, algún día te lo tenía que explicar, no?
-Tienes razón, no pienso tirar la toalla, las mujeres somos como una buena novela o una sinfonía, que si te fijas ambas son palabras femeninas. Hoy en día, podemos elegir nuestro camino, si la salud no nos falta, ya se acabó la tiranía del cristianismo, la era machista que nos envolvía. Ni te imaginas lo que me has llegado a ayudar. Aun queda mucho por hacer, abrir los ojos a mi compañero de redacción, abrir los ojos a esa minoría que no le da la importancia que tiene el ser mujer. Si quieres quédate pero pienso escribir mi artículo ahora mismo.
-Claro que me quedo, nunca te he visto trabajar y te admiro, sabes que no me pierdo ningún artículo tuyo.
Ana abrió el procesador de textos y comenzó:


Dedicado a Elisenda:

Ella se ha cansado de estar en segundo plano, de ser la caperucita de los cuentos, salvada por un leñador sin licencia. De ser la cenicienta maltratada que tiene que huir antes de las doce para que no se descubra su pobreza. Ella esta agotada de no ser ella misma, bajo el yugo masculino que la maniata y la infravalora, que la encierra en una campana de cristal para que nadie la toque, teniendo el hombre únicamente la llave de su libertad.
Ella por fin da un portazo al pasado, vuela hacia las estrellas en sueños donde nadie la coarta y pisa al aterrizar con los pies seguros, caminando sobre la tormenta, como un verdadero avatar.
La mujer hoy en día tiene la libertad de ser quien quiera ser, de trabajar, de tener hijos, de viajar, de quedarse después del divorcio con el piso. Nadie puede impedirle que viva desde su sensibilidad acogedora, y que en ella, en esa casita de papel con deseos escritos en las paredes, haga realidad su voluntad como ser único, individual y capaz.
La belleza de la mujer esta en su interior, en su capacidad de limpiar el cuarto de atrás, ese que se sitúa en la trastienda de los ojos, de telarañas y adhesiones porque han dejado de interesarle.
La mujer es un ser divino para el hombre, y por tanto desconocido y temido. Por eso un hombre no suele vivir sin una mujer a su lado. Pero en el primer caso desgraciadamente cuando ya la ha conseguido, cual lobo feroz, le devora el ánimo, la desarma, la invalida. Hasta extremos que cuando ella se ha dado cuenta de la situación lamentable en que se han convertido sus sueños de niña, quiere huir, y él actúa de la peor manera, llegando incluso a matar, porque en la mente de muchos hombres enajenados de alcohol y rutina, es mejor ser el verdugo que la víctima.
Muchas mujeres han aprendido a estar solas para saber estar en compañía, son afectivas, atentas, sensitivas, predispuestas a la premonición, al cariño, al apoyo sin excusas, pero no pueden venderse baratas, tienen que hacerse valer por sus características innatas.
Con todo esto no quiero decir que la mujer sea perfecta, puede en su afán individualista dejar perder a hombres que realmente valgan la pena, que no son lobos, ni diablos, ni inquisidores, sino mujeres con pene. De estos hombres se puede esperar comprensión apoyo y cariño recíproco. Son hombres que adoran a la mujer y que de ese modo la imitan y se convierten en adorables. Sin la obsesiva búsqueda del sexo tras cada frase.
No necesitamos ayuda si no la pedimos, y si a veces no la pedimos no es porque no la necesitemos sino porque sabemos que la respuesta esta en nuestro interior, volando en el viento que sopla en el jardín de nuestro corazón.
Una mujer puede perder el sentido por amor, porque se entrega y teme a la soledad, pero estas no es que sean débiles, es que sus sentimientos son más intensos que una hoguera y ocurre a veces que en las llamas de la pira quieren dejar atrás razón y vida.
En definitiva que una mujer puede hacer todo lo que hace un hombre, de forma diferente; lo mas seguro que utilizando su inteligencia, pero hay cosas que no puede hacer un hombre y si una mujer. Por supuesto hablo de engendrar en su seno un bebé. De esa relación entre madre e hijo nace una complicidad, llena de ternura, de mutuo conocimiento. Y esta precisamente es la relación especial que une a una mujer con lo que la rodea y hace que llore de emoción, ría de ansiedad y defienda a los suyos de cualquier mal.
Hoy en día la violencia de género es una lacra, igual de nefasta que la anulación de los derechos de la mujer durante dictaduras de extrema-derecha; la diferencia es que en la teórica democracia en que vivimos, en la red de comunicaciones que nos une a todo el mundo, cuando el ser humano debería sentirse mas libre y más sabio, es también cuando se siente mas solo, desesperado y se agarra al clavo ardiente del sacrificio, por un amor carente de sentido., Porque el verdadero amor no es el que dura para siempre, ni el que vale un diamante, el verdadero amor, es precisamente esa mirada de respeto, esa sensibilidad natural que te hace conseguir que la pareja sea mejor persona, y no destruirla; y si el tiempo separa el camino de los enamorados, no mirar atrás con rencor, sino seguir tu camino hacia la verdadera sabiduría, que no es otra que la certeza de conocerse a sí misma, sin cerrar la puertas de la curiosidad.


-Bueno acabé – exclamó estirando los brazos y haciendo crujir sus dedos. Elisenda no le contestaba, pensé que se había dormido así que accionó el corrector. Al acabar con el ordenador, guardó el archivo y fue a cubrirla con una manta. Fue entonces cuando se percató que no estaba dormida. Había dejado de respirar. Rápidamente, como elevada por un soporte cogió el teléfono y llamó a una ambulancia.
Cuando llegó la dijeron que estaba débil pero que aun había una esperanza, una semana, dos, poco más.
Resultó que tenía un cáncer con metástasis en el páncreas y que por su avanzada edad no era posible darle quimioterapia, de ahí que tuviera marihuana terapéutica. La llevaron a terminales.
Al día siguiente, después de entregar su artículo y convencer al jefe de redacción, para envidia de su añejo compañero, fue a visitarla. No podía abrir los ojos a causa de la morfina, pero reconoció la voz de Ana.
-Ánimo Elisenda saldrás de esta.- Dijo sin demasiada convicción.
-Hija mía, Ana… -Empezó a decir con voz queda pero no terminó la frase.
Fui a decir algo pero ya no me escuchaba, se había parado su corazón, ese músculo, caprichoso, que bombeó seguramente un último deseo en su mente, como ese pitillo del reo al que la vida está a punto de fusilar.

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