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miércoles, 19 de marzo de 2014

¿Por qué te gusta escribir?


Los compis de Activament me han pedido que colabore con ellos en un proyecto redactando unos pocos artículos para un E-book. Me parece una buena forma de reemprender la actividad en el blog. Espero que os guste.

¿Por qué te gusta escribir?


Interrogar a un escritor sobre el porqué escribe es una de esas cosas que no tienen respuesta fácil si uno pretende no caer en tópicos. Podría ponerme poético y responder que es mi particular forma de volar, religioso y explicaros que al enfrentarme al folio en blanco me gusta jugar a ser dios, biólogo y confesaros que vivo de la palabra de forma parasitaria, analista y contaros como al escribir doy rienda suelta a lo que reprime mi inconsciente, y un largo etcétera. Lo cierto es que si he llegado a ser escritor es porque estoy enganchado desde hace mucho al antiguo arte de contar historias. Esto es así porque desde hace mucho, mucho tiempo, he tenido el privilegio de ser receptor de pequeñas y grandes historias que me han ido moldeando tal y como soy hoy en día.

De niño, mientras devoraba fascinado casi todos los libros, cómics y películas que caían entre mis manos, soñaba que algún día pudiera generar en alguien las mismas inquietudes que conseguían mantenerme atrapado a la historia, hasta el punto de retar -con el riesgo de ser reprendido duramente- las ordenes maternas de apagar la luz e ir a dormir; hasta que acabara el capítulo aquí no se apagaba nada, ni la luz ni mi mirada. Mi obstinación estaba justificada. Aquellas historias de supervivientes en islas desiertas, de héroes que se enfrentaban a la muerte por conseguir un beso de su amada, de personas que se transformaban en insecto de la noche a la mañana, por poner sólo unos pocos ejemplos, eran la compañía más fiel y el consejero más preciso para un chico solitario como yo, con la cabeza llena de sueños y preguntas sobre lo que le rodeaba. Para mí, desear ser escritor era la forma más natural de devolverle a los libros una pequeña parte de aquello que me habían regalado desde bien pequeño.

Ahora mediando la treintena puedo afirmar que el tiempo y tantas lecturas me han aportado oficio, que a falta de un mayor talento o inspiración, me permite resolver ciertos obstáculos que se presentan cuando el flujo de la narración se atora y a uno le entran ganas de abandonar. Como pasa también en la vida uno se las tiene que ingeniar para no dejarse arrastrar por el desánimo, respirar hondo, fumarse un cigarro o tomar un té, dar un paseo, echar un polvo, para distraer a ese mal consejero que todos llevamos dentro y que pretende disuadirnos con dudas y miedos de que persigamos nuestros sueños, mientras decidimos qué camino nos sacara de este entuerto: ¿a la izquierda o a la derecha de esa vieja fuente?

En realidad no hay nada que pase en la vida que no pueda ser narrado, que no pueda adquirir la dimensión epopéyica de una Odisea. Recuerdo que con 4 años un día que mi abuela estaba enferma me envió a comprar una barra de pan solo. Estábamos en un pueblo muy pequeño y todos me conocían, por lo que se podía decir que tenía tantos cuidadores como vecinos. Pero lo cierto es que todo eso a mi me importaba más bien poco. Era un niño confiado y me habían asignado una misión. Por lo que allí fui a la aventura, con mi capa de superman y mi espada de madera en una misión que veía digna del mismísimo Llanero Solitario. Me enfrenté a moscas como aviones, a un perro con fauces infernales y a la mirada sanguinolenta de una hechicera que vivía justo al lado de la panadería y que quiso invitarme a un dulce. Cuando regresé a casa de mi abuela con la barra de pan era un niño feliz. Aquel día comprendí la importancia de tener una misión en la vida, algo que guíe nuestros pasos, una ilusión que nos motive a seguir adelante sin temor.

Este aprendizaje se volvió imprescindible en algunos momentos de mi vida en los que el sufrimiento mental parecía que fuera a hacer zozobrar todo aquello que me había sostenido en el mundo, aunque fuera sujetandome a la fantasía y la imaginación. Curiosamente, ahora que todas aquellas experiencias quedan tan atrás, puedo decir que quizás me ayudó a superar aquellas circunstancias el hecho de que jamás perdí la esperanza de alcanzar mis sueños. Porque incluso cuando la presión de las camisas de fuerza químicas me ahogaban y no me permitían hilar cuatro ideas seguidas, la literatura, el acto ritual de ponerme escribir me permitía reconciliarme con quien realmente era. Alguien que tenía mucho que contar.

En medio de un sistema de salud castrador de voluntades y discursos, la complicidad del folio en blanco me permitía interrogarme con honestidad, a desnudarme ante el espejo de la palabra sin miedos ni ambages. Lo que tenga que salir saldrá. Lo importante, lo verdaderamente importante era y es conseguir detener ese run-run que a veces se me instala en la mente, como si ésta se viera sacudida por una tempestad capaz de hacer naufragar al marinero más experto. En esos momentos el hecho de fijar con palabras, fuera del campo de lo inefable, aquellas emociones que me sacuden consiguen un efecto balsámico. En demasiadas ocasiones lo que realmente nos hace sufrir no es tanto la emoción en sí misma, sino la narración que la acompaña. Por eso es tan importante ser fiel a uno mismo a la hora de construir cualquier relato, y más si se pretende que éste sea leído por terceros y cuartos. Al fin y al cabo en toda narración o poema se esconde la personalidad de una persona que necesita compartir aquello que le ha hecho emocionar. Es esa emoción la que nos hace empatizar con aquello que leemos, es esa emoción la que hace que empaticen con aquello que escribimos. Porque más allá de la validez de una narrativa concreta, todas y cada una de ellas sirven para lo mismo, para sentirnos menos solos, para comprendernos, para consolarnos, para como escribí con 16 años:

Dejarse llevar,
en torrente imaginario,
es sentir el latido
que muestra el mapa de los sentidos,
bucear en el alma
hasta encontrar la huella del pasado,
enmascarada en imágenes que flotan en el vacío de lo infinito...
Encerrarse entre letras
para liberarse, para pasar y que pasen el rato,
para ser, para mostrarse, para comunicarse, para escapar,
y aprender en el camino...
Para sembrar futuro,
intentar enseñar quien eres,
como es el mundo, como es un mundo,
al niño que un día fuimos.