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lunes, 11 de noviembre de 2013

Tenemos que hablar




Ella le envío un whatsapp que decía: <<tenemos que hablar>> y la frase le resonó como el martillear de un revolver que le apuntaba directamente al corazón. Sabía muy bien lo que significaba cuando una pareja te decía algo así. Era el preámbulo de la tormenta, el augurio de un pronto final. Siempre había sido así. Él mismo había utilizado esas famosas últimas palabras con otras exparejas. Así que con la ansiedad de quien está a punto de ser desahuciado de la vida de la persona amada, le contestó que la esperaba en la misma cafetería donde tantas veces habían compartido un rato de vino y risas. Hacia allí se dirigió con ansiedad creciente y el ánimo preparado para lo peor. Era de los que pensaba que mejor no ilusionarse demasiado, que si te esperas lo peor y luego te equivocas la alegría era doble, y, por el contrario, en el caso de acertar el curso del destino, éste resultaba más benévolo con un corazón dispuesto a ser desgajado. Allí sentado, en la misma mesa donde no hacía tanto tiempo se habían estrechado las manos, la miraba entrar decidida, seria, con una frialdad, para él incomprensible. Cuando ella tomó asiento justo en frente de él, le hizo sentir como aquel reo que espera ante el pelotón de fusilamiento. Su vida, tal y como la había vivido en los últimos años, se enfrentaba a un final dramático o eso creía él. Tomó aire y cerró los ojos, no se atrevía a mirarla a la cara.

Para su sorpresa sintió como ella tomaba su mano y le preguntaba si estaba bien. Él abrió los ojos y encontró su rostro preocupado ante él. La fría seriedad que había percibido segundos antes había desaparecido como pasa a veces durante los sueños, sin explicación, ni lógica aparente.

Se habían conocido tres años antes en una fiesta. Ambos salían de sendos desengaños y se podía decir que sintieron el flechazo del deseo al encontrar en el otro alguien que les mostraba interés. Desde entonces habían tomado cafés, habían ido al cine y al teatro, se habían cruzado palabras, mensajes e historias de mutuo deseo y ese mismo deseo había estallado en largas sesiones de amor y sexo. Ninguno de los dos había sido infiel, ni había violentado al otro. Eran como tantas parejas de hoy en día. Parejas que se entregan al culto de la monogamias sucesivas, al amor incondicional mientras dure la fiesta. Amores líquidos, en definitiva, perfectos para una sociedad de consumo. Capaces de hacerte soñar, ilusionarte, pero ligados a la parte más narcisista de cada uno, como si éstos fueran poco más que un objeto consumible y sustituible en cuanto disminuye el interés. Pasiones de puerta giratoria en los que la atracción fluctuaba como si fuera montado en una montaña rusa.

<<Amor>>-Le dijo él, al verla sonreír- <<Me temí lo peor. Pensé que lo nuestro se había acabado>> Ella, le acariciaba la mano y sonreía con ternura. <<¡Que tonto eres! ¡Cómo se va a acabar! Eres mi cabeza de chorlito... >> Él tomó su mano y se atrevió a sonreír. No tardaron en acabarse las consumiciones. Salieron de la cafetería cogidos de la mano. Dieron un paseo por las calles de la ciudad que aquella tarde de otoño lucían una majestuosa alfombra de hojas secas. Ambos hablaban del futuro, de un porvenir que siempre estaba por llegar, pero que podían construir entre los dos, que podían esperar entre los dos. Luego fueron a casa de él y se besaron con pasión nada más cruzar el umbral. Sus manos recorrían el otro cuerpo con apetito insaciable, como ciegos sedientos de anatomía. Hicieron el amor sin respetar horarios ni convenciones. Parecían dos animales que gozaban, sudaban, lamían, arañaban, mordían, empujaban en su búsqueda íntima del placer. El amanecer iluminó sus cuerpos cansados con una luz tenue, velada, etérea, como son las transparencias de un sudario o la materia de la que están hecha los sueños.

<<¡¿Me estás escuchando?! ¡¿Se puede saber donde estás?!>> Él abrió los ojos, no había podido escuchar lo que ella le había dicho. Aunque tampoco hacía falta, la mirada de ella, su fría expresión hablaba por sí sola. Cuentan los pocos supervivientes que cuando te disparan al corazón no escuchas el sonido del disparo, sólo sientes como algo se rompe en tu interior, mientras poco a poco te abandonas a la muerte.

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