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domingo, 30 de diciembre de 2012

Habbemus Blog




Ayer le comentaba por teléfono a mi buen amigo Jesús que tenía el blog abandonado. El, desde su nueva faceta cristiano-asceta de postal y amarillo cola pa acompañar, me daba una vez más su bendición y como lo que dice Jesús suele ir a misa y más en navidad con tanto gallo cociéndose por ahí , rápidamente corrí a encender un cigarro como vulgar sustituto de la madera vaticana y me entretuve a mirar las volutas de mi Manitou como si fuera una fumata blanca. Habbemus Blog!! (Como sino lo hubiera habido antes, no os parece?).

Lo cierto es que hay un principal culpable de que tenga abandonado el blog, bueno dos, uno soy yo, el otro es twitter. Lo confieso. Por lo que a mi respecta después de acabar mi tercer libro y antes de que se publique éste, me he quedado plantado en tierra barbechada, como si fuera un personaje de Amanece que no es poco, necesito tiempo y ganas de escribir, cosa que ahora no tengo ni una ni otra. Tres programas de radio, una crisis galopante, algunos problemillas personales que se van solucionando con la ayuda de los mios (como siempre), y un absoluto desencanto y desapego hacia el mundo psi, que cada día me parece más perverso como sistema y del que parece que no puedo huir, porque tengo la extraña creencia de que hacen falta personas como yo para seguir denunciando las barbaridades que se cometen, tienen mucho que ver. 

He pasado tanto tiempo con profesionales del mundo psi que parece que me esté volviendo como ellos, es decir, un jodido neurotico patologizador, que entiende el mundo desde unas perspectiva academico-cientificista, castrante y desnaturalizadora. Todo aquello que antes veía como natural ahora lo veo como síntoma de una historia desgarrada, erosionada por la crisis económica y social, aislada de mottu propio, involucionada hacia derroteros donde la duda es la principal enemiga de la supervivencia (por aquello de que si piensas pierdes) y donde lo habitual es justificar todo a través de narrativas curativas y correlatos de lo más pintureros. Quizás se trate de eso, de justificar, de encontrar las excusas suficientes para seguir viviendo y tirar pa'alante. De no quedarse atrapado en la duda y conseguir respetar la diversidad humana con sus riquezas y sus miserias. Sí, creo que se trata de eso. Pero a gato escaldao no le enseñes el agua, porque digamos que toda esta situación que describo ha acabado por ser angustiosa al haberme tenido que enfrentar a situaciones durísimas, en las que he intentado estar a la altura y en no pocas ocasiones lo he conseguido, aún a riesgo de ir mermando mi capacidad de aguante. Lo que quiero decir es que ha llegado un momento en que me he cansado de escuchar siempre las mismas historias victimizadoras y autocomplacientes, y he mandado a ciertas personas al carajo.  Como dice el chiste: sólo se necesita un psiquiatra para cambiar una bombilla, pero lo importante es que la bombilla quiera cambiar. Yo no soy psiquiatra, of course, pero me enfrento demasiado a menudo a las mismas quejas, a las mismas demandas, a los mismos enredos que ellos y desde la horizontalidad, es decir que si mando a alguien a paseo, lo hago mirandole a los ojos y con todas sus consecuencias. En fin esto es una larga histeria, sobre la cual debería escribir algo en otra ocasión, un relato por ejemplo sobre aquellas personas que piden ayuda y les das ciertas herramientas para liberarse de su condena, y acaban prefieriendo la seguridad y el calorcito endiondo de su mierda, porque no hay mejor compañía que una buena mosca cojonera. 


Junto a esto. O a pesar de esto, la vida sigue y mis familias (la Velasco-Sanchez y la nikosiana) van superando sus problemas, los baches que indefectiblemente va poniendo la vida intentando que trastavillemos. El relog sigue su curso y yo actualizo el blog un día antes de que acabe el 2012. Del año proximo se espera que vaya a mejor. que Joan vuelva a hablar, que nazca una nueva nikosiana, que vuelvan antiguos compañeros, que se siga reconociendo con más premios como el de Obertament nuestra labor. Que Miret Editorial publique mi nuevo libro, un ensayo novelado titulado El escritofrenico. Que vuelva a Galicia again a ver a mis amigos y amigas, que lloremos las perdidas y nos riamos de los sinsabores en compañía. Que la crisis no nos afecte  tanto como para no poder compartir con los vivos un trozo de pan y un vaso de vino. Que sigamos teniendo perspectivas, sueños, ilusiones, proyectos, ganas y motivos para luchar!! Mientras tengamos eso... La cosa no andará tan mal.

¡¡FELIZ 2013!!

lunes, 10 de diciembre de 2012

Día mundial de los Derechos humanos

Hoy día Mundial de los derechos humanos recuperamos un clásico nikosiano y de este blog, el texto de un buen amigo y compañero, Joan García. Que lo disfruten!!

 

HUMANOS, SALUD, DERECHOS.

Gandia, Septiembre 2010. En el fulgor de la era del rigor científico, la gestión técnica y pensamiento pragmático. En un estado social y democrático de derecho europeo. Aceptamos, con positivo interés y entusiasmo inquebrantable, la invitación a estas jornadas para hablar de derechos humanos y salud mental. Aparentemente son temas sin relación alguna, pertenecen a ámbitos de discusión distintos. Se dice que el indicador del grado de libertad y democracia de una sociedad se mide por el trato a las minorías y su capacidad para que no queden marginadas en el ejercicio y disfrute de sus derechos y libertades. Este es el nexo, discriminación.

Existe un grupo humano al que se le priva de sus derechos más básicos, una convención social en base a prejuicios, miedos e ignorancia no les reconoce su dignidad como personas, incluso hay una amplia aceptación y justificación del abuso para someterlos sin su consentimiento. Diríase que la actitud social reinante es que son subhumanos: más inútiles. sucios, peligrosos, fríos, insinceros, imprevisibles, y débiles que el resto de las personas. Incomodan, se les rechaza y evita en el trato. Sin relaciones personales afectivas, ni de apoyo, incompetencia laboral, sin ingresos, sin acceso a vivienda, a la cultura...pierden toda oportunidad importante en la vida, pues no son dignos de vivirla, por ser como son, como somos, unos enfermos mentales Es la parte oscura de lo social condenarlos, por mecanismos perversos, a la exclusión, que los aísla socialmente aumentando la desventaja socioeconómica, agravando así sus problemas hasta la pobreza, considerado éste un determinante de los trastornos mentales y viceversa. Una sanción social cruel y abusiva, si es por cuestión de salud. Y ¿quién garantiza los derechos civiles de estos enfermos ante la discriminación manifiesta que les impide una vida digna y los recursos para vivirla? Legislativamente sólo loables recomendaciones decorativas de organismos internacionales, sin valor normativo, sólo buenas intenciones aún no reguladas legalmente para reconocer y así exigir, con instrumentos y procedimientos jurídicos. Los derechos conculcados. Judicialmente sólo se trata la incapacitación y el ingreso involuntario, refrendando la actitud social. Parece bastante lógico puesto que un individuo con la mente enferma da pavor. Pero estos sobrecogedores dementes peligrosos, de mentes criminales, son loados y elevados a ocupar despachos, consejos de administración y de estado, por su idoneidad para tomar dolorosas decisiones para las vidas ajenas, que ejecutarán unos psicópatas con igual empatía con el sufrimiento ajeno. Pero yerran el tiro. Los enfermos mentales, que reciben el trato como tales, son en su mayoría víctimas. Personas que sufren los problemas de una vida en medios familiares o sociales abusivos. Cuando no puede aguantar una vida inaguantable, sin cohesión interna, el ser en precario solo ante el mundo, sufre la desintegración del ego, el pánico y la locura. Loco, la gran palabra políticamente incorrecta, el diferente, el inadaptado, el disidente a un determinado orden, a la norma, el anormal. Su lugar: el manicomio, la otra gran palabra incorrecta. En un cosmético intento de proteger al socialmente alienado, se introdujo el termino políticamente correcto del enfermo mental, patologizando así el malestar subjetivo, y justificando toda anormalidad como ajena a los problemas familiares, sociales, económicos o existenciales. Se introdujo el principio humanitario de la no responsabilidad que, lejos de proteger, trae nuevas penalidades: menoscaba la autoestima, desacredita lo hecho o dicho, pues son divagaciones de un demente, la negación práctica de sus libertades cívicas, no tener un juicio justo por la eximente legal, la reclusión involuntaria,...

No comparto el entusiasmo de quienes creen que las connotaciones negativas, el famoso estigma, del concepto enfermo mental, desaparecerán con costosísimas campañas publicitarias y mejorando la educación, menos aún equiparándola a otras enfermedades como sida o diabetes. La negatividad devaluadora, inherente al término mismo, deriva de la convicción general de que tales sujetos no son responsables. Más que definir la patología que sufre una persona, resume una categoría de persona., la calificación más desacreditadora que puede imponérsele a una persona en la actualidad. Un término estigmatizante que cumple su verdadero objetivo, es infamante.

La inclusión de la locura en el campo de la medicina conllevó paradójicamente su alejamiento de ésta, y su conversión en una prestación de carácter especial, marcada por sus aspectos represivos y de defensa social. Compete al estado cuidar de los enfermos mentales, pues es la única enfermedad cuyo tratamiento es obligatorio, un deber político, pues son una carga para la comunidad, o representan un peligro público.

La normalidad organizada otorga al psiquiatra el poder para decidir lo que no es normal, etiquetarlo y castigarlo. Como el enfermo no está en condiciones de darse cuenta de que tiene un problema, el experto científico oficial del estado lo tratará con esmero, para beneficiar al paciente contra su voluntad. A la sociedad le viene muy bien el uso de la psiquiatría para desacreditar a ciertas personas.

Mientras sea posible llamar enfermo a todo aquel que no esté de acuerdo, siempre se podrá hacer caso omiso de lo que diga, no tendrá importancia, ya que la etiqueta que lleva tranquiliza al probar quién está en lo cierto. Evidentemente quien piensa de otra manera tiene algo en el cerebro que le impide razonar normalmente.

Una espada de doble filo que puede esgrimirse en nombre de cualquier filosofía política, pone en duda su cientificismo, pues en su nombre se cometen los abusos más atroces. La complicidad de la psiquiatría con la autoridad es un metodo de represión política, aún más eficaz que la tortura o la cárcel, ya que, además de poner a los disidentes fuera de circulación, desacredita todo lo que hayan dicho y hecho. Ya que el psiquiatra impunemente tiene el poder para: encarcelar a ciudadanos, sin un juicio justo, que pueden ,o no, haber cometido actos delictivos; el empleo de la retención y el aislamiento, causa de trauma emocional grave, humillación, daño físico, e incluso la muerte; tratamiento obligatorio con métodos de contención radicalmente represivos, deshumanizantes, con resultados clínicos insatisfactorios y efectos secundarios importantes induciendo al daño neurológico, con pérdida de la memoria, la psicomotricidad, o la imaginación. Con el poder del ingreso forzoso en un hospital psiquiátrico, poco hospitalario más parece cárcel: con el ingreso registro y fiscalización de pertenencias y enseres personales, cacheo, etc., a cambio de un pijama, pérdida de identidad; enfermeros, que parecen carceleros, reciben con la advertencia de cumplir unas normas bajo amenazas, coacciones, chantajes, cambios sin aviso, ingesta forzosa de drogas sin información, que no curan sólo vegetalizan, electroshock si esto falla, psicocirugía, separados de la sociedad un tiempo, en ambiente cerrado, hipervigilado, de vida monótona, sin acompañantes, las visitas restringidas a la autorización expresa del psiquiatra, al igual que las comunicaciones con el exterior telefónicas o postales son filtradas e intervenidas, ausencia de intimidad, de vida sentimental, de expresión sexual, familiar, control del cuerpo, del pensamiento, económico, del espacio y del tiempo....sin honor, sin capacidad para decidir, sentir,....Llamarlo hospital seria una parodia de la realidad, centro de reclusión para intervención involuntaria, donde atentan contra la soberanía individual. Si es por orden judicial, que se prive de libertad en el lugar adecuado por problemas con la justicia, por salud es incompatible con los principios de una sociedad democrática y libre. El extremo es la consecuencia del principio de irresponsabilidad, la inimputabilidad judicial. Cuando se tiene que resolver judicialmente alguna situación que concierne a un enfermo mental, no se celebra juicio justo con todas sus garantías procesales y derecho a defensa, directamente se le puede encarcelar indefinidamente, al criterio arbitrario del psiquiatra, sin derecho a la presunción de inocencia.

Esta es la gran propuesta terapéutica: el manicomio, fuera de los muros de éste parece no existir tratamiento posible. Para la sociedad, es evidente, si tras una intervención médico-judicial son ingresados, despojados de sus derechos, y apartados de la sociedad, es que entrañan un peligro patológico-criminal, real o potencial, para la especie humana. Y los medios de comunicación fomentan el mito relacionando enfermo mental y criminalidad, que la medicación lo mantiene dócil, y su ausencia se manifiesta irremediablemente con violencia sádica, la versión ibérica del cuchillo jamonero es para dar pánico, sobre todo a la familia sus víctimas preferidas.

Pura falacia, estadísticamente es público que el índice porcentual de delitos con violencia es mucho menor entre la población diagnosticada comparada con la de la mayoría normópata. Es una forma habitual de manipulación por parte del poder que siempre le funciona, ante la injusticia social, las carencias, la insatisfacción, la explotación que sufre la ciudadanía, dirige la ira social contra aquellos que puede despreciar.

De igual forma los medios hacen popularmente creíble que la psiquiatría es científica, garante de la paz social es útil para detectar y desactivar locos asesinos, que tiene muchos psicofármacos eficaces, que se avanza hacia una psicofarmacología más específica, que está demostrado el fundamento genético de la esquizofrenia, etc. Abonan la creencia popular en la Psiquiatría como ciencia médica que trata las enfermedades mentales.

El complejo mundo de la psiquiatría es el heredero directo de las casas de confinamiento para marginados, donde bajo tortura se cultivaba la disciplina y el amor al trabajo, de locos y anormales, que sin empleo vivían de la mendicidad en la ociosidad, fuentes de todos los desordenes (disorders, ¿os suena?) indeseables en las ciudades burguesas europeas. Los ideales humanistas de la revolución francesa llevó a cambiar a los controladores sociales, los sádicos, por médicos para encubrir mejor la tortura, ahora tratamiento, en los asilos, ahora hospitales para marginados, ahora pacientes. Por éllo debían tratar enfermedades, y no pecados o defectos ético-morales. La enfermedad mental sólo es una metáfora de la insensatez. La psiquiatría, como nueva profesión, se fundó sobre la suposición del origen orgánico de las perturbaciones mentales. Admitido sin pruebas, este postulado se elevó a axioma, hasta el dogma, que evitó que se introdujera la subjetividad en su estudio Busca el origen del malestar emocional en lo objetivo, en lo somático, es el absurdo cognitivo de reducir una persona a su cuerpo. Para el biorreduccionismo, la familia, la historia, el abuso, la guerra, el maltrato, los derechos humanos y el trauma psicológico, pasan a un segundo plano, y lo único que le interesa al hombre de ciencia es descubrir el gen anómalo, el neurotransmisor equívoco, el equilibrio bioquímico. Si la ansiedad, el pánico, la depresión, las adicciones, las fobias, las manías, las obsesiones, las compulsiones,...son resultado de una biología anormal, el contenido humano y existencial de estas experiencias se vuelve irrelevante. Tu biología es tu destino.

Presentan esta doctrina con toda su sofisticación científica, como un asunto aparentemente complicado, con todo su armamento de genética, neurología y taxonomía nosológica, inversiones millonarias en los últimos 50 años, y la misma psiquiatría reconoce que en la actualidad las investigaciones aún tienen que identificar causas biológicas específicas para cualquiera de estos trastornos, son entidades biomédicas de etiología desconocida. Por ello se clasifican en base a síntomas al no existir pruebas de laboratorio, ni signos biológicos. Es lo que pasa cuando se quiere literalizar una metáfora..

Es un hecho, no reconocido, que los psiquiatras son los únicos médicos que tratan trastornos que, por definición, ni tienen causas ni curas conocidas. Las enfermedades mentales, objeto de estudio, ¿existen?, ¿qué es la mente?, ¿dónde está? ¿¡Cómo puede enfermar!? Al no ser la mente un órgano anatómico sólo puede enfermar en sentido figurado. Todavía es un concepto sin coherencia, carece de unidad cognitiva y profesional al respecto, científicamente imprecisa, con diversas clasificaciones de trastornos y diversas psiquiatrías, modelos, terapias,...la misma psiquiatría parece desorientada. Todavía es una construcción sociológica, un paradigma artificial arbitrario, basado en suposiciones justificadas por una lógica inadecuada. Aún así, como el loco no tiene conciencia de la enfermedad, involuntariamente, por su propio bien, estos cuerdos tan racionalmente científicos le aplicarán su psicoterapia, su farmacoterapia y su electroterapia, que funcionan más o menos, sin saber muy bien ni cómo ni por qué, en base a un amplio espectro de suposiciones bioquímicas, no confirmadas. La gran farsa de la psiquiatría, parodia la medicina, pero su objetivo no es curar, sino normalizar, insertar, al orden social de referencia, a quien señala como anormal, por su dificultad para adaptarse a los valores políticos, familiares, sociales, morales,..de la conducta mayoritaria aceptable. Patologiza la diferencia, la vida cotidiana, psiquiatriza el malestar. Fuente de poder, prestigio e ingresos, sin pensamiento crítico, menosprecia la dignidad del enfermo entre los muros del manicomio y el estigma social, con criterios psicopatológicos construidos hace 200 años, que desprecia la reflexión, con una praxis indiscutible por su autoridad superior, receta indiscriminadamente píldoras para el agobio inespecífico, y consejos para alcanzar esa bienaventuranza llamada salud mental o, al menos te controlará enseñándote la forma correcta de vivir con tal salud.

Extraños médicos, que dicen ejercer la medicina, aunque de modo curioso, pues jamás tocan a sus pacientes, ni aquejados de algo físico los examinarán, recurrirán a un médico no psiquiatra. Irresponsables ante su juramento de no hacer daño.

Todos los tratamientos causan daño, lesivos directa o indirectamente por los efectos secundarios, tanto física como psicológicamente. Desde su inicio, con los apologistas de la violencia, maestros de la tortura, nunca se ha correspondido el concepto terapéutico con tratamiento psiquiátrico. La privación de libertad ¿es terapéutica? y ¿la tortura?¿la lesión cerebral?..En general, suele ser peor el remedio que la enfermedad. En medicina se usan medicaciones, compuestos farmacéuticos, para solucionar un problema de salud y restituirla, en psiquiatría no curan, ni producen un efecto específico .Sólo se pretende inducir una conducta pasiva y dócil, a través de neurotóxicos psicofármacos castrantes altamente estupefacientes y adictivos; eficaces para doblegar voluntades se usan para el control social, como forma de castigo, medida de contención y coacción en instituciones para retrasados, manicomios, asilos, centros de menores, prisiones... para amansar animales, por su incapacitación neurológica generalizada que detiene las conductas o emociones que disgustan a los otros e incapacitan a la persona para sentir.

Afirman que poseen eficacia probada al mejorar diversos trastornos mentales, avalando sus hipótesis dopaminérgicas, serotoninérgicas, etc. Sólo reducen la excesiva actividad electroquímica por parte de la amígdala del cerebro, con igual eficacia que hacer deporte, etc. Aunque niños y ancianos son más obedientes y sumisos. Antipsicóticos, antidepresivos, ansiolíticos, estabilizadores del ánimo, sólo son paradigmas de la psiquiatría, que le dan valor a términos que no lo tienen. Cada uno ineficaz en lo que pretende: ni psicosis, ni depresión, ni ansiedad, los últimos son antiepilépticos de los que no hay ninguna evidencia para estabilizar el ánimo. Sorprendentemente, los psiquiatras, muy pocos lo saben. Pero lo peor, incluso cuando se muestran los datos se niegan a aceptarlo, tomando decisiones inapropiadas que no promueven el beneficio de sus pacientes. Sólo empeora el estado físico y mental del paciente al descompensar la química de su organismo y producir fármacodependencia. Esto no es curación.

Sin duda, la mayoría de psiquiatras lo hacen con las mejores intenciones, convencidos de que es un procedimiento médico para tratar una enfermedad, como el electroshock, las pruebas que aportan las investigaciones realizadas, es un ejemplo actual de un proceso histórico de las teorías simplistas que se utilizan para presentar unos tratamientos punitivos y perjudiciales como beneficiosos para los dementes. Otro inútil y erróneo intento del pasado por intimidar y producir un shock en los pacientes angustiados, y de este modo devolverles la cordura. Para quienes prescriben tratamiento reconocer el riesgo de muerte, o el verdadero alcance de los daños cerebrales es prácticamente imposible, ya que expondría a la condena moral y a graves consecuencias legales. En otras ramas de la medicina, cualquier tratamiento con un desequilibrio tan abrumador entre los riesgos y los beneficios que comporta, se consideraría que no es ético, y sí los profesionales implicados se negaran a regularlo, se convertiría en ilegal. No niego la buena intención, no saben más, lo hacen lo mejor que pueden, pero...la diferencia entre un asesinato y un homicidio, es la intención, pero a la víctima le da lo mismo.

Sufrir tanto riesgo, injusticia, y crueldad, en el tratamiento con el enfoque científico adecuado en base a un diagnóstico, de lo que supuestamente son síntomas objetivos de una enfermedad crónica e incurable, que el paciente cree identificada con precisión, y perderá su rol en la vida, trágicamente, separado de su papel social condicionando el resto de su existencia. En las actuales circunstancias se hace un uso insensible de las categorías diagnósticas, insultos psiquiátricos, que enturbian aún más la situación. Sí la llamada terapia ayudara bastante, ¿podría merecer la pena la pérdida de la dignidad, los problemas creados por el estigma a todos los niveles, para toda la vida, por un diagnóstico psiquiátrico?.

Los diagnósticos médicos, en general, son definitivos. En psiquiatría son descriptivos, al no tener una patología objetiva. ¿Siempre es el diagnóstico correcto? ¿Tiene validez uno diferencial? El psiquiatra encuentra lo que se ajusta a su creacionismo, su simulacro de enfermedad mental, no realidades. Medicaliza las reacciones humanas de la persona ante situaciones altamente traumáticas, para enmascarar los síntomas con la medicación, invalidando sus capacidades y recursos de salud, y su potencialidad creadora ante el conflicto y el sufrimiento, neutralizando las diferencias y particularidades. Reduce la complejidad de los problemas vitales a cuestiones de orden médico o psicológico, centralizando en la persona la causa y el tratamiento del malestar, desestimando los determinantes sociales de la salud mental, y la intervención política y comunitaria sobre los mismos.

Al insistir en crear la enfermedad mental, la psiquiatría debe ajustarse al modelo médico, el contrato paciente-sociedad, que da por sentado que el paciente no es responsable de su enfermedad, una vez contraída ésta no es responsable de sus consecuencias. En el proceso patológico, los síntomas quedan fuera del control del paciente, hasta su remisión. Por esto, el concepto de la enfermedad mental incluye, obligatoriamente, la no responsabilidad de los síntomas, como parte de la enfermedad, al igual que una física. El diagnóstico médico es el que atribuye la irresponsabilidad al paciente, el que etiqueta a una persona como enfermo mental sin remisión, al considerarlo incurable y, por lo tanto, crónico. Más que médica, es retórica del rechazo justificatoria, vocabulario pseudomédico que fabrica estigmas, y en sus pseudohospitales crea enfermos mentales incapaces de valerse por sí mismos.

Mas que explicar científicamente actitudes y comportamientos personales, que por el motivo que sea se consideran inadecuados, los valora, los justifica, y decide negarle la libertad de actuar, utilizando términos como sano, o enfermo. En lugar de analizar el comportamiento en términos de libertad y responsabilidad, en el ámbito de la elección personal, del ejercicio de los propios derechos y del respeto a los ajenos.

No se reconoce más dignidad a las personas, ni se las trata de forma más humana, por el hecho de negarse a considerarlas responsables de sus actos. Se cuestiona a la persona en su totalidad, su ser, no simplemente un acto concreto, que pasará a ser percibido como un mero síntoma, o señal de la personalidad enferma según un diagnostico la clasifica dentro de un tipo particular de personas anómalas, y las causas de sus actos fuera de su control. Se considera peligrosa a una personalidad, desde presupuestos psiquiátricos, aunque penalmente no sea culpable, al no ser dueña de sus actos, que es lo único punible. Discurso que ha calado hondo.

Desgraciadamente, lo que nunca se cuestiona es ¿porqué la psiquiatría habla de trastornos?, nunca de enfermedades, o no hay evidencia que demuestre claramente su validez como tal, con un examen diagnóstico fiable que lo distinga de la persona sana, neuroquímicamente medido, para restituir la salud mediante la corrección por medios psicofarmacológicos.

Sin rodeos, la enfermedad en abstracto no existe. Una verdadera enfermedad debe detectarse en una autopsia, y cumplir con las definiciones de patología, en lugar de ser decretada por votación o consenso de los miembros de asociaciones profesionales. Si no existe una lesión física, no hay enfermedad que tratar: si no hay paciente voluntario, no hay paciente que tratar. Los tratamientos psiquiátricos, aunque bajo correctos auspicios médicos, no son verdaderos tratamientos. Los psicofármacos, el electroshock, la psicocirugía,.... sólo son castigos, controles sociales, torturas, envenenamientos, mutilaciones cerebrales, encarcelamientos... a personas que, incoherentemente, ¡deben de ser conscientes de esta enfermedad!.

No digo que no haya personas con problemas emocionales o psicológicos, o descalificar toda psicoterapia. Sólo manifiesto que hay que reflexionar sobre el origen de los problemas, su carácter de enfermedad, sobre las opciones legalmente existentes para manejarlos. Hay muchas formas de ayudar a las personas, que experimentan graves crisis mentales y emocionales, etiquetadas con una discapacidad psiquiátrica, que merecen elegir libremente entre otras alternativas para su recuperación.

Empecemos con la aceptación, sin miedo, de palabras malditas, pero más humanas: locura, paranoia, delirio, etc. La locura existe, es humana, puede ser un viaje necesario, o una salida que el organismo inventa para sobrevivir a situaciones inhumanas, o un intento de resolución ante una situación de jaque mate social,...un momento difícil que, antes que aplastado o invalidado, mejor que sea entendido por todos antes de ser atendido. Ni en el mejor de los mundos dejará de haber sufrimiento y dolor. Para que la locura no inflija un castigo superior al necesario, se requiere socialmente un esfuerzo titánico. Primero hay que cambiar la actitud en los agentes protagonistas: el judicial, la familia y, el principal responsable en el proceso, la psiquiatría. Reconocer la ignorancia, no etiquetar, y empezar a ayudarnos, a entender como tratar a la gente con problemas, y a la gente problemática, cuáles son los problemas reales a los que enfrentarse, fuente de sufrimiento. Descartar que el problema emocional surja de uno físico, para luego tratar los problemas personales y emocionales que le agobian, Para un, indispensable, diagnóstico, sin términos raros y técnicos, justo. El sufrimiento de un ser humano no es un estado, sino una relación con el mundo y con los demás. Escuchar. No dejarse guiar acríticamente por los protocolos. Escuchar. Antes de atender, entender. Comprender y aceptar la descripción de la realidad que le da el paciente. Escuchar. Respetar al paciente, evitando y resistiéndose al abandono en favor de la familia o la sociedad. Consensuar el diagnóstico, evitando lo inadecuado o indeseable, respetando el criterio del paciente. Escuchar. Darle al paciente lo que necesita y no lo que pide. Sin paternalismos incapacitantes. Otra psiquiatría humana, humanista y humanizadora. Sólo cuando se deje libertad para enloquecer, desaparecerá el miedo a la locura. Sólo cuando ante conflictos o crisis, el empeño sea ayudar a reconstruir el propio yo, desaparecerá el estigma que genera el buscar ayuda profesional. Buscar un nuevo concepto de locura.

Ante la práctica, altamente compleja que supone, se debe difundir, y facilitar el conocimiento del marco legal. Como medio que asegure una práctica profesional, ética y comprometida con la defensa de los derechos de las personas diagnosticadas.

Por su dignidad, por el respeto a su capacidad de decidir e implicarse en todo aquello que le concierne en el proceso. Cuestionar las medidas restrictivas, no es terapéutico limitar la autonomía, privar el derecho a la libertad, incomunicar, o aislar. Hacer todo lo posible para evitar el ingreso involuntario, de carácter extraordinario velará por la dignidad y el respeto de la persona, con todas las garantías, el tratamiento ha de contar con el consentimiento informado, bien informado, del paciente, no un mero trámite. Cumplir el deber de confidencialidad, incluso del menor, pactar la información necesaria y pertinente que deba transmitirse, los destinatarios y los motivos; por la dignidad que le corresponde como ser humano y por los derechos que de ello se derivan. La incapacitación éticamente correcta, sólo es aquella que realmente puede mejorar la protección de la persona. Aunque pudiera parecer de hipocondríacos, aceptación de las voluntades anticipadas, para los casos en que el tratamiento puede poner en peligro la vida, la integridad física o psíquica de la persona afectada.

Aceptar que, mediante un trato humanitario, gente severamente trastornada puede mejorar, e incluso recuperar la cordura.

Actualmente, ante la inquietante locura, las autoridades sólo nos dan medicamentos que nos desconectan y nos hunden todavía más en la oscuridad, así sólo vemos el lado oscuro del sufrimiento convertidos en zombis extraviados. Vista la trayectoria, métodos y objetivos institucionales en salud mental, respecto a los derechos humanos. Aliémonos por la salud y la felicidad, declaremos que la libertad es terapéutica, la autogestión más. Para el sufrimiento humano lo saludable es abrir un horizonte, y no solo pastillas.

 
AUTOR: JOAN GARCÍA,
COMPAÑERO Y AMIGO.

sábado, 1 de diciembre de 2012

De-construyendo el estigma (fragmento).


De-construyendo el Estigma
en Salud Mental.


¿Qué es la razón? La locura de todos ¿Y qué es la locura? La razón de uno
Giuseppe Ressi.


El término locura es una derivación del locus latino. Ese lugar donde somos situados en tanto Otros, como diferentes, como anormales, como extraños e incluso como monstruos. Como si de nuestra singularidad como seres humanos se desprendiera una presumible confrontación constante y perpetua contra la razón, la norma y su dictado. Somos aquellos de los que hay que protegerse, de los que hay que defenderse por el bien de la comunidad y su estructura, pues nuestra aviesa costumbre a salirnos del discurso oficial nos vuelve peligrosos, en tanto impredecibles, lo que nos sitúa en el objetivo de los mecanismos de control social por todos aquellos delitos que podríamos cometer en potencia. Por ello y como defensa natural, puesto que el cerebro humano suele codificar lo impredecible como peligroso, a los locos -entre los que me incluyo- en el mismo momento en que sacamos hacia fuera todo el dolor que llevamos guardado, en el mismo momento en que nuestro entorno (demasiado ocupado en mantener el frágil sustento que aguanta sus rutinas) se alarma ante la imposibilidad de entender de donde vienen estas conductas extrañas, en tránsito perpetuo, que han erupcionado partiéndolo todo: estructuras, lenguajes, significados, sentimientos, relaciones, cometamos una especie de delito social que exija una pronta condena. Porque los locos explotamos y a la vez implosionamos en una suerte de desgraciada incomprensión social. A este fenómeno se le conoce como estigma y siguiendo a Goffman sería una clase especial de relación entre atributo desacreditador y estereotipo” (1989:14).

Volviendo a ese lugar social donde ubicar a la locura y al loco me gustaría hacer un breve repaso histórico desde la época clásica hasta nuestros días.

Grecia Clásica.

En la Grecia Clásica a aquella persona que se extralimitara de lo culturalmente consentido y admitido era considerada loca. Desde este punto de vista, la insania dependía más de factores sociales que de argumentos físicos o religiosos. El demente era, en estos casos, el que perturbaba, cuestionaba y/o acusaba el orden establecido. Según este criterio de orientación, dos comportamientos específicos se creían característicos del loco: la costumbre de vagar por las calles, cantando, riendo o bailando, y la propensión a la violencia. En el derecho griego se incapacitaba a los locos y se les reducían algunos de sus derechos, como el de casarse. Lo que se juzgaba y condenaba no era el hecho de estar demente, sino los actos que se cometían bajo ese particular estado. Del mismo modo se les llegaba a expulsar de la Polis, condenándoles a errar por los caminos en un exilio permanente.

La "Stultífera Navis".

La "Stultífera Navis", la Nave de los Locos, es un objeto nuevo que aparece en el mundo del Renacimiento: un barco que navega por los ríos de Renania y los canales flamencos. Los locos vagan en él a la deriva, expulsados de las ciudades. Son distribuidos en el espacio azaroso del agua (símbolo de purificación).

Michel Foucault, que dedica a la "Stultifera navis" el capítulo primero de su "Historia de la locura en la época clásica", considera que de todos los navíos novelescos o satíricos, "el Narrenschiff es el único que ha tenido una existencia real, ya que sí existieron estos barcos que transportaban de una ciudad a otra sus cargamentos de insensatos.

Foucault cree posible que estas naves de locos hayan sido navíos de peregrinación, navíos altamente simbólicos, que transportaban locos en busca de razón. Para el filósofo francés el curioso sentido que tiene la navegación de los locos y que le da sin duda su prestigio radica en que: «Por una parte, prácticamente posee una eficacia indiscutible; confiar el loco a los marineros es evitar, seguramente, que el insensato merodee indefinidamente bajo los muros de la ciudad, asegurarse de que irá lejos y volverlo prisionero de su misma partida. Pero a todo esto el agua agrega la masa oscura de sus propios valores; ella lo lleva, pero hace algo más, lo purifica; además, la navegación libra al hombre a la incertidumbre de su suerte; cada uno queda entregado a su propio destino, pues cada viaje es, potencialmente, el último. Hacia el otro mundo es adonde parte el loco en su loca barquilla; es del otro mundo de donde viene cuando desembarca. La navegación del loco es, a la vez, distribución rigurosa y tránsito absoluto».


El gran encierro o la barca anclada.

A partir del siglo XIV proliferan en las grandes ciudades europeas los primeros asilos para enajenados. Las lógicas de estos manicomios serán reformadas en el siglo XVIII por Pinel y su terapia moral. Siguiendo a Foucault podemos entender que el loco y la incertidumbre que conlleva su locura en la comunidad se traslada del rio de mil brazos o el mar de mil caminos a una barca anclada en las afueras, fuera del perimetro propio de la ciudad, en lo que podríamos denominar un exilio contenido tras los muros de la institución moral. Desde ese momento el asilo se carga de una simbología oscura, referida a lo irracional, a lo inesperado, a lo siniestro (Martínez, 2002).
El problema del movimiento errante y constante del loco queda cercenado a través de cadenas, grilletes y demás ingeniería, pero en un modelo de contención forzado y coercitivo que no neutraliza ni física, ni simbólicamente la necesidad de evasión física y psicológica del loco.

Desmanicomianización o los muros invisibles.

Desde la reforma psiquiátrica iniciada por Basaglia en los años 70 y el cierre de las antiguas instituciones totales el loco se enfrenta a un nuevo reto: su reconocimiento como ciudadano y su integración en la comunidad. Más allá de la torpeza con la que se fueran realizando las distintas reformas psiquiátricas en Europa o la mayor sofisticación de los tratamientos neurolépticos, a los locos se les inserta dentro de un sistema pseudocomunitario formado por plantas de agudos en hospitales generales, centros de día, etc. Estos dispositivos no solucionan el problema del tránsito constante, sino que se acrecenta. Las camisas de fuerza físicas han sido sustituidas por camisas de fuerza químicas, que levantan muros mentales, invisibles, que dificultan la comunicación entre otros motivos a causa del aplanamiento emocional que generan. El loco se encuentra nuevamente vagando por las calles o encerrado en su habitación, en fuga constante de un mundo que le agrede y que le empuja a la evasión. Los síntomas positivos como las alucinaciones o los delirios pueden haber disminuido, pero la agresión de una comunidad que lo rechaza, que desconfía de él y de su deambular, que lo considera peligroso o vago, que lo mira a través de su discapacidad, que lo infantiliza en el mejor de los casos y lo ningunea en el peor, hace de proyecto de integración comunitaria un fracaso casi absoluto.

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Así llegamos a nuestros días. Mientras que el resto de locos (los que hay más allá de las puertas del psiquiátrico) luchan cada día por sostener los vaivenes emocionales que les provoca los embates de la vida, nosotros, los que hemos pasado por aquí dentro, desde el mismo momento en que nos diagnostican y asumimos, como niños buenos y sumisos, que somos y seremos enfermos crónicos, víctimas del ir y venir de ese cajón de sastre “explicatodo” y “describenada” llamado dopamina durante el resto de nuestras vidas, nos vemos obligados a renunciar a nuestra identidad, a nuestra experiencia, a nuestros valores, a nuestras creencias, a nuestros sueños e ilusiones, y, lo que es peor, renunciamos a todo aquello que seguramente fue causa real de nuestro sufrimiento y, que como real que es, resulta dificilísimo, sino casi imposible de explicar a las primeras de cambio.

Así, con la personalidad desestructurada, despersonalizados diagnósticamente, deshistorizados, con las emociones aplanadas por la química farmacológica flotamos a la deriva en una sociedad hostil, depredadora, voraz, donde la sutil violencia a la que todos los seres humanos somos sometidos cada día va desmembrando las posibilidades reales de cambio... Las voces, las fantasías, las pesadillas pueden haberse detenido. Pero no se tarda en descubrir que en realidad sólo se ha sustituido una pesadilla por otra, que existe una ley no escrita que nos sitúa a partir de entonces en la marginalidad tanto económica, como social más absoluta.

Son otros muros, otras murallas, en este caso invisibles las que sitúan al loco en el lugar del discapacitado total, aquel que ni puede, ni debe decidir sobre las cuestiones importantes de su vida. Estas murallas nos separan de los otros y su materia consistiría en un amasijo de falsas creencias, prejuicios, estigmas, miedos y golosa irresponsabilidad. De murallas hay tantas como grupos sociales denostados, ninguneados, anulados cuando se confrontan con un otro social que se cree superior. Es desde esta lógica de las relaciones de poder y la ignorancia desde donde se construyen los prejuicios. En el momento en que alguien piensa que es mejor, más libre, más capaz que otra persona porque ésta última tenga algunas dificultades, y esta idea le impida acercarse a él, de pura soberbia, se levanta un muro invisible. Creo que todos los seres humanos tenemos ciertas dificultades para sobrellevar la vida -sólo que las de algunas personas son más evidentes que las de otras- por lo que todas las personas de este planeta seríamos en cierto modo discapacitados. Desgraciadamente las personas tendemos a pensar que “las taras físicas, emocionales, etc” son exclusivas de los demás, porque nuestro ego nos impide hacer una reflexión autocrítica sobre nuestra conducta, quizás porque de otra forma no seríamos capaces de soportar la carga simbólica que supone admitir nuestra discapacidad. Esto no sería un problema si participáramos socialmente de una lógica donde la horizontalidad, el respeto hacia el otro y su enorme diversidad fueran los valores imperantes, en contra de la uniformidad global que parece que se nos quiere imponer desde los mecanismos de poder. Porque considero que el problema no es una etiqueta determinada. Las etiquetas son sólo eso: etiquetas. Éstas se convierten en estigmas cuando se asocian a ideas negativas por parte del afectado o la sociedad, ideas que varían su significado según las culturas, las creencias, las experiencias y las subjetividades. Hoy en día resulta muy difícil mirar a alguien a quien se le ha colgado una etiqueta, y se ha acabado por identificar con ella, en un lugar distinto a la casilla en la que se le ha encerrado socialmente. En estos casos debería ser la misma sociedad que lo etiquetó quien, a juzgar por sus actos y su esfuerzo, lo situara en otro lugar, pero parece que esto no interesa demasiado. En salud mental, por una crisis, la mayoría cargamos con el peso del diagnóstico toda nuestra vida, hasta el punto en que la misma etiqueta puede acabar suplantando la identidad del sujeto, máxime cuando en el momento del diagnóstico se pone tanto énfasis por parte de los profesionales en la aceptación y cronicidad del mismo. Quizás por esto prefiero hablar de problemas reales que de memorizar el DSM-IV. Las limitaciones propias y del entorno sumadas a los indeseables efectos secundarios de los psicofármacos hacen muy difícil que una persona diagnosticada se recupere.