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miércoles, 10 de marzo de 2010
Hay mañanas dormidas,
como persianas bajadas o
piedras sin rio; extensos
páramos de química, donde
nada es lo que parece y,
al otro lado del espejo,
la lluvia deforma el rostro
contrariado del joven Narciso.
Son mañanas descarnadas,
embotadas desde el amanecer,
cuando el sol oscurece la sombra,
alargada y sibilina, de tanto misterio
y tras la puerta cerrada
se ahoga muda la memoria.
Mañanas en las que no soy
o, al menos, soy otro; y,
sumergido en el silencio, contemplo
el triste manto de hojarasca,
incapaz de hilar de su madeja
nada que no sea abismo o vértigo,
porque miro hacia atrás y mi voz
se viste con agríos aromas de ceniza.
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